Cuanto más descendía más se le disparaba la adrenalina. A lo largo de las últimas décadas varios espeleólogos habían desaparecido en aquella cueva sin dejar rastro. Los ancianos de la contorna afirmaban que antiguas divinidades dieran buena cuenta de ellos al profanar sus sagrados lugares de descanso.

Él conocía estas historias empero un hombre como él no creía, ni de lejos, en semejantes bobadas. Se movía como pez en el agua por aquella gruta desangelada, intentando averiguar qué diantres sucediera con quienes habían descendido al inframundo antes que él.

Evidentemente daría con sus cuerpos o más acertadamente con los restos. Y sería así porque nadie más fuera capaz de hacerlo. Donde otros fracasaran él triunfaría. Además y gracias a la investigación de campo acallaría de una vez esos chismes místicos que buscaban asustar a los turistas casuales…

No podía negar su fascinación a la hora de ahondar en los secretos de la madre tierra. Ya de pequeño sus padres tenían que auxiliarle al haber quedado atrapado en alguna oquedad o dar aviso a las autoridades porque su vástago llevaba días enteros perdido en alguna cueva de la zona.

La mañana de exploración dejaba en el ambiente una extraña circulación y sonoridad del aire. Solía ser chocante pero no excepcional así que no había razones para preocuparse más de la cuenta. El material listo para revista desde el día anterior: casco con linterna, diferentes arneses, mosquetones varios, guantes y botas de montaña…

Según el mapa había alcanzado la ubicación conocida como «gato maullador». Parte del año las corrientes de agua fluían por infinidad de rampas de piedra caliza. Su origen las montañas de la contorna. Desde allá filtraban por las oquedades naturales cara al interior de la caverna. Si el año era especialmente lluvioso terminaban inundándose las galerías adyacentes.

A pesar de llevar ropa gruesa cuanto más ahondaba más se le clavaba en los riñones el aliento gélido del entorno. Sería el primero o de los primeros en aventurarse más allá de lo explorado primariamente. Su experiencia no dejaba lugar al azar ni menos a dudas o incertezas.

Pasillos angostos, techos bajos, piedras afiladas, precipicios insondables y sinfín de penalidades se alargaban a lo largo y ancho de la cueva, apagada como la noche. Nada nuevo para él; nada que no hubiese visto millones de veces…

Acababa de posicionarse en la zona cero. A partir de ahí el mapa no servía de nada. De hecho ningún mortal había llegado tan lejos y de haberlo hecho no quedaba constancia alguna. Varios murciélagos abandonaron sus posaderos para perderse en las sombras…

Ráfagas de aire norteño chocaban contra las estalactitas engrosadas por los siglos. Múltiples gotas caían del techo descompasadas. Su sonido al pegar en el suelo se asemejaba bastante a una campana tocando a muerto.

La linterna iluminó un grupo de yuyos filamentosos que no viera en la vida. Desprendían luminiscencia variable tanto en intensidad como en tipo de color y además parecían interactuar con la luz del casco ¿cómo era posible?…

Tras cuatro horas de sondeo se dejó resbalar cuidadosamente hasta una gran e impresionante bóveda natural de roca granítica. O muy equivocado estaba o era la primera persona en quedar perplejo ante tal magnificencia.

El aire gemía al entrar por el hueco en forma de llave ubicado en una de las paredes bajas de la cúpula; la cual fue siguiendo con la luminaria. Para poder contemplar aquello en su máxima grandiosidad habría necesitado cien focos empero tendría que conformarse con lo que tenía a mano…

Gracias a la cuerda descendió hasta asentar las botas en suelo resbaladizo, húmedo y con ligero olor a metano. Transitó como flecha cruzando el aire hasta la oquedad de marras. Quedaba a la altura de la cabeza si uno se doblaba ligeramente mas primero tuviera que subir cinco piedras planas a modo de toscos peldaños. ¿Quién o quiénes habrían sido los canteros? ¿Qué rudimentarias herramientas habría utilizado? ¿En algún momento de la historia vivió gente allí?…

Oteó a través del resquicio y como era de aguardar no se distinguía nada, nada salvo oscuridad inescrutable. Debería hallar otra manera de descubrir qué había más allá de la gruesa pared que frente a él lo retaba, bloqueándole el paso. Esto dando por hecho que tal cosa fuese factible. Sólo conocía una manera de averiguarlo. Rendirse no formaba parte de sus principios…

Hacer lo que nadie antes hiciera constituía ya de por sí un reto mayúsculo que hombres como él no podían dejar escapar. Explorar grutas vírgenes para pintarlas en el mapa ¡su mejor legado! Incluso pondrían su nombre a alguna de ellas. Gracias a su olfato e instinto daría, antes o después, con los restos de los espeleólogos desaparecidos. Sus familias podrían descansar tras otorgarles un entierro digno y todo gracias a él…

Alumbró en abanico analizando opciones, estudiando cada recoveco de la caverna. Entonces a pocos metros sobre su cabeza divisó lo que podría ser un basto acceso. Si tenía suerte lo llevaría más allá del grueso muro de piedra que bloqueaba sus ansias de exploración y conocimiento. Tras escalar cuan avezado alpinista comenzó a rectar por la brecha.

La galería era sumamente estrecha y maloliente. La fina capa de agua que discurría por el piso le ayudaría a desplazarse con menos esfuerzo. Sin embargo a cada centímetro las rocas se le ajustaban de tal forma que para moverse debía empujarse con hombros y pies. El arnés rozaba en el techo y el pecho en el piso, dificultándole la respiración.

A partir de los cincuenta metros el agua ya subía de nivel, pegándole en el mentón.

Los brazos estirados hacia atrás y pegados al cuerpo no le servían de gran cosa. Cuando había avanzado aproximadamente cien metros, arrastrándose como una cucaracha, iluminó ostentosos bajorrelieves tallados en la roca. Pero ¿cómo podía ser si ni siquiera restaba espacio para mover un dedo?…

Pese a sus enconados arrestos aquel trozo de universo fosco e impávido empezó a plegarse sobre el canto de una línea temporal. La tierra vibró tal cual una cinta transportadora sobrecargada de troncos. Cuanto lo rodeaba fue perdiendo robustez, desmoronándose en cúmulos y volutas hasta no ser más que polvillo de piedras pequeñas y piedras grandes…

Se arrastraba hacia delante ya que retroceder era imposible. Sobre todo cuando a su espalda la roca madre rajó, abriéndose en dos con la consiguiente entrada de agua a mansalva, fría cuan témpano de hielo.

La linterna del casco estalló. El oxígeno circundante se incendió consumido por un fuego líquido emergido del subsuelo al tiempo que interminables mangas de agua sellaban precipitadamente el pasaje de principio a fin. Él, encajado en mitad de una pesadilla y a oscuras poco o nada podía hacer. Jamás vislumbrara cosa igual en sus años como espeleólogo…

Desesperado por salvarse arrastraba sus huesos por aquella tumba hecha de pedruscos, fuego y agua. Respiraba las llamas que lo devoraban y el agua mineralizada que lo ahogaba.

Imprevistamente series de brutales estruendos en la gran bóveda terminaron por desmembrar peñascos, paredes verticales y decenas de columnas erosionadas durante milenios, viniéndose abajo la estructura entera. Antes de perder el sentido se precipitó al vacío insondable…

Volvió en sí tumbado boca arriba sobre una piedra de sacrificios de los mexicas. Había retrocedido en el tiempo hasta la orgullosa ciudad de Tenochtitlan. Cuatro sacerdotes lo sujetaban de brazos y piernas. El quinto, el más importante, agarraba un cuchillo de pedernal.

Estaba horrorizado y espantado ante el giro de los acontecimientos. Gritaba e imploraba por su vida en un idioma que el gentío reunido abajo no comprendía. El sacerdote bajó con decisión el arma, abriéndole el pecho. Luego le sacó el corazón con las manos para mostrárselo al sol. Así lo dictaba la tradición y así debía hacerse. Su cadáver fue tomado por los ancianos sacerdotes para más tarde ser descuartizado y repartido entre los comensales…

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