Por supuesto soy real ¡ya sólo faltaba! Uno de mis últimos trabajos fue poco elegante por la ubicación pero tremendamente deleitoso. Merece la pena contárselo para que sepan lo estúpidas que llegan a ser las personas. Usted no mire para otro lado porque también está en el mismo grupo. ¡A mí no puede engañarme!
La acción se desarrolló en el retrete de la primera planta de un partido político acuciado por procesos judiciales interminables. Tratándose de política ¿qué mejor lugar? ¿Cierto? Bueno en realidad no. No resultaba cómodo ver a mi «protegido» sentado en el trono con los pantalones bajados leyendo el periódico…
Obviamente nadie más que él podía verme y escucharme así que le informé de los pormenores de mi papel allí frente a la puerta del retrete. Dentro un individuo tan amargado como ofuscado… ¡La víctima perfecta!
Llevaba tiempo pasándose por el burdel, engañando a su mujer bajo aquella apariencia de intachable hombre de familia. Inevitablemente terminó conociendo no a una anciana sino a la anciana; esta matización es crucial. La misma poseía un don especial para la invocación de toda clase de seres arcanos, demoníacos, mitológicos y demás…
Resulta tan fácil corromper el alma humana. Disfruto jugando con mis «protegidos» y cuando se me invoca no suelto la presa hasta haberme saciado completamente. Ya saben lo que se dice: uno debe ser cuidadoso con lo que desea porque puede cumplirse…
—Como podrá observar en el piso, frente a usted, he dispuesto cuatro cajas, un revólver y una bala. No se inquiete, aún no. Usted considera que su talento en el partido no está lo suficientemente valorado. Mataría por cambiar esta situación ¿cierto? ¡Claro que sí! Se lo noto en la mirada aunque tengamos esta puerta de por medio. De momento olvídese de la quinta caja, si llega el momento le hablaré de ella.
Es observador así que se habrá percatado de que está algo más distanciada de las otras cuatro. En cuanto a la pregunta que le ronda por la cabeza la respuesta es afirmativa. Deberá introducir la bala en el tambor del revolver y hacerlo girar. Tras eso la suerte decidirá…
Desea fervientemente escalar posiciones en la cúpula del partido, desbancando a esa panda de inútiles con corbata que tiene por encima. Mientras estemos aquí usted y yo nadie entrará a hacer sus necesidades con lo cual no seremos importunados.
Vaya veo que no es de los que pierde el tiempo porque ya ha metido la bala en el tambor. Diría que tiene claro el asunto y sus riesgos. Ahora acérqueselo a la sien y cuando esté listo apriete el gatillo. Si sigue respirando, cosa muy probable, se abrirá la primera caja y su contenido será suyo. Pero hay más, mucho más en las sucesivas siempre y cuando encuentre el valor necesario para progresar en la vida, arriesgando la suya propia.
Es cierto puede creerme. A medida que se vayan abriendo una tras otra los premios irán a mayores. A cambio no tiene más que hacer girar ese tambor y apretar el gatillo. Las posibilidades de salir con bien son altas además ¿qué precio le pondría a ver cumplidos sus sueños? No obstante existe el riesgo de terminar muerto por un mal disparo. El desafío es evidente, los premios suculentos y la muerte parte indivisible de la vida ¡usted decide!
—¡Juego!
—¡Divina decisión! No esperaba menos de usted. Cuando esté preparado tire del gatillo para ver abrirse ante sus ojos la primera caja—. Se escuchó un «clac» seco e inofensivo.
—¡Vaya! La fortuna le ha sonreído—. Agitó en el aire el dedo índice como ejecutando algo—. Ahí lo tiene. Su primer estímulo, un coche exclusivo aparcado en la puerta de su garaje. Será la envidia del vecindario. Pero lo mejor siempre está por llegar. No es nada comparable a lo que aún puede conseguir, se lo juro. De echarle agallas terminará ganándose el respeto de sus superiores y puede que hasta se siente a su mesa como uno más…
Como ya le he dicho cuenta con las probabilidades a su favor. Así que ¿por qué no tentar a la suerte una vez más? El futuro como jamás lo ha pintado, ni en sus mejores sueños. ¿A cambio de qué? De poca cosa. Sienta en la sien el gélido cañón del arma ¡Dispare ya!…
Otro «clac» inofensivo. El sudor corría por su frente, cayendo en la portada del periódico.
—¡Maravilloso! De nuevo la diosa fortuna apiadándose de perdedores como usted. La segunda caja es suya. Observe, asimile la simbiosis entre riesgo y recompensa. ¡Qué grandiosidad de juego! ¿No lo cree así?—. Y agitando nuevamente el dedo índice le brindó un segundo presente. Nada más y nada menos que una mansión en primera línea de playa—. ¿Lo ve? ¿Qué podría salir mal? Aproveche que está en racha. Y ahora a por la tercera caja. No se me eche atrás porque puede alcanzar la gloria. Vamos no sea pusilánime. Gire el tambor, póngase el revolver en la cabeza y ¡boom! Mismo riesgo mucho más por ganar. ¿Acaso teme morir? O es que ha adquirido cordura y desea plantarse ¿verdad que no? Plantarse es de perdedores y usted está harto de ser uno de ellos. ¿A qué espera? Apriete ese gatillo de buena vez…
Otro «clac» sereno y tranquilo. Alentó aliviado.
—¡Sublime! El contenido de la tercera caja es suyo. Y a vueltas con el dedo, agitándolo en el aire como si se tratase de una coctelera. ¡Ya está! Su cuenta bancaria se ha llenado de tantos ceros que podría comprarse diez islas en el pacífico y no habría gastado ni el cinco por cien de su fortuna. ¿A que no puede parar ahora? Es la adrenalina. Vayamos a por la cuarta caja ¿duda? ¿Tanto horror le causaría perder la vida? ¿Para que vivirla siendo un don nadie?…
Giró el tambor y apretó despacio el gatillo. En aquel cubículo reducido el disparo fue ensordecedor.
—¡Por todos los demonios! Se ha terminado la diversión. ¡Qué contrariedad! Esta vez el proyectil ha decidido alojarse en su cabeza. Diría que se le ha terminado la buenaventura. ¿Y ahora qué? Se preguntará mientras observa sus sesos esparcidos por las paredes.
Efectivamente lo que contempla es su propio cadáver. Un cuerpo inerte sentado en el retrete adoptando una posición poco elegante. No es menos cierto que nada de elegante hay en la muerte ¿verdad?
¿Cómo es posible? Se preguntará. No tengo tiempo para explicaciones pero le informaré de aquello que le resultará de vital importancia. ¡La quinta caja! Escúcheme atentamente porque no se lo repetiré dos veces. Tiene la oportunidad de recuperar la vida que acaba de perder…
No es que a mí me importe especialmente cuanto pueda sucederle pero las reglas son las reglas y hasta yo debo darles cumplimiento. Si desea regresar al mundo de los vivos deberá hacer un sacrificio…
¡Aguarde! Piénselo detenidamente antes de responderme y le aconsejo que le de un par de vueltas a todas las implicaciones que ello pueda conllevar. Si la respuesta es afirmativa la quinta caja se abrirá envolviendo su cadáver en brumas grises que lo traerán de vuelta. Si decide no jugar la caja permanecerá cerrada y con ello habrá muerto definitivamente. Tanto para las autoridades policiales como para sus allegados será un suicidio por culpa de la presión a la que se veía sometido en las últimas semanas. La decisión queda en su mano…
—¡Sacrifico cuanto tengo! —Espetó a bote pronto—. Total de que le valdrían aquellos regalos de las cajas estando muerto.
—¡Excelente elección! Me llevo las cinco pues ya sabe, son las reglas. Para usted el juego ha concluido. No volveremos a vernos pero sí puede continuar con su rutinario existir; aprovéchelo…
Pero lo maravilloso viene ahora. Dejen lo que estén haciendo y escúchenme. ¿Acaso tienen algo más importante que hacer? ¡Claro que no!
Mi «protegido» se despertó sentado en el trono (ya me entienden) con los pantalones bajados y el periódico en el suelo. Tan pronto terminó se lavó las manos; refrescó la cara, tiró el periódico en la papelera y salió a la calle buscando el aire contaminado de la ciudad.
¡Vaya! Quedara traspuesto en el cuarto de baño. A eso parecía resumirse todo y para más inri habíase olvidado por completo de la cita con el secretario de su partido. Hay días en los cuales es mejor no levantarse de la cama…
Como de costumbre tardaría veinte minutos en llegar a casa. Para cuando accedió al interior el muy cretino comprendió el verdadero significado de la palabra «sacrificio». No se trataba de renunciar a lo ganado en el juego, nada que ver. En el centro del salón la chimenea quemaba los últimos leños de encina. Sus dos hijos y su mujer yacían sin vida apelotonados sobre la alfombra persa. Un fuerte olor a azufre impregnaba los cuerpos.
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