La alegría va en carroza, va con música estridente de porro, vallenato y ritmos africanos que se escuchan en cuatro ruedas por las llenas de risas, pintorescas e iluminadas con luces multicolores de las calles y avenidas de Cartagena.

Chiva es que le dicen a este maravilloso invento, que mezcla la música, el sudor, la alegría, el aguardiente y su pizca de lujuria al ver contonearse las caderas de las mujeres bellas que bailan en la Chiva rumbera nocturna cartagenera.

¿Quién sabe quién la inventó? La Chiva Rumbera es un patrimonio cultural de la ciudad, un bus de otros tiempos, que a lo mejor fue rescatado de un desguace, arreglado con madera y rústicas bancas, pintado de colores vivos y grafitis urbanos a sus constados, llena de lucecitas de colores tal cual pareciera un antro sobre ruedas. Bautizada con curiosos nombres como: “La India Catalina” o “La Palenquera” y, lo principal, un sonido descomunal, para tocar toda la noche, la música más alegre que invita a bailar, a la fiesta, a olvidar la realidad.

Al caer el sol en Cartagena, desde la zona hotelera, para aprovechar al máximo a los turistas que han venido a estas tierras por regocijo y vivencias que solo el trópico puede darles, salen las Chivas una tras otra, recorren el Castillo de San Felipe, el muelle de los Pegasos, creando competencias ficticias entre ellas, alzando las manos y las voces de sus ocupantes para ver quién es el grupo más jacarandoso. Paran un instante en la muralla para que los ocupantes degusten de un chuzo o una mazorca asada, también puedan comprar sus provisiones para la fiesta continuar… Además, en ese lugar, pueden apreciar la magia del mar caribe, desde ese lugar que transporta al visitante a la Cartagena de hace siglos.

Dentro de la Chiva se encuentran todos, los del norte, del sur, de adentro y de afuera, propios y extranjeros, sin importar la tierra, de cualquier condición y religión, forman por unas horas una hermandad, personas que nunca se han visto, se abrazan y hasta bailan juntos al ritmo caliente de la música, toman un trago de ron, cerveza o lo que haya podido haber para no pensar y dejar los prejuicios bajar de la Chiva rumbera que danza por todo el lugar.

Al parar en las bóvedas se puede disfrutar de unos fritos deliciosos para hacer una muy buena base antes de seguir la rumba y a destino final llegar. También los buhoneros del lugar ofrecen los chinchines y güiras para que los “chiveros” puedas, además de bailar y cantar, sacar el espíritu de músico caribeño cartagenero que todos tenemos dentro…

Pasa la Chiva sin cuidado y totalmente a propósito, enseñando la parte más alegre de Cartagena, la parte fiestera, para quien se atreva a quedarse, pueda disfrutar de una noche de rumba y discoteca en el barrio Getsemaní, donde los clubs y bares están uno a la par del otro, en una fiesta sin igual todos los días.

Yo, al subir a la Chiva, encontré un hermano norteamericano, otro mexicano y varios centroamericanos, algún europeo y otros curiosos asiáticos. Todos hijos de la misma madre tierra que estábamos disfrutando de unos días de fiesta para olvidar nuestras realidades, que, aunque sean tan diferentes, parecen iguales.

La Chiva es hermandad, cuando ayudas a subir a un viejo como yo, a la par de jovencitos veinteañeros. Todos ciudadanos de este mundo que necesitamos olvidar problemas, por eso bebemos el ron, bebida del caribe, un Chirrinchi, nativa de este bello lugar, o la universal cerveza para refrescar. Y aunque no hablamos el mismo idioma, en la Chiva nos entendemos todos, como que el bailar y sudar todos juntos al ritmo del porro colombiano y el vallenato nos hipnotiza, nos humaniza y no vemos diferencias de raza, nación ni sociales.

Cuando retorna la Chiva por la carretera costera a Boca grande, a dejar su pasaje, todos vamos más aliviados de la vida, más alegres y dispuestos a curarnos el guayabo.

Ojalá en todos lados de la tierra hubiera una Chiva rumbera, habría menos estrés, más alegría, más hermandad y seriamos mejores humanos.

Anhelo regresar a Cartagena y montar una vez más la Chiva rumbera, aprender nuevos pasos de baile, encontrarme con más hermanos y hermanas de esta tierra que como yo queremos ser felices, aunque sea por unas horas montados en este maravilloso invento que Cartagena da al mundo pa´gozar.

FIN

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