El mutilado
El olor a oficina aun le mordía las fosas nasales. Si bien en los primeros años (Luego de graduarse) aquel típico olor le parecía elegante y sofisticado, con el pasar del tiempo comenzó a detestarlo. La esencia a colonia barata impregnada del miasma producido por la impresión de papeles, le daba dolores de cabeza, que luego evolucionan a prolongadas migrañas. Era más fácil para el asumir que esas migrañas eran producidas por el olor, y no porque sus compañeros y superiores lo irritaban hasta mas no poder…era más fácil que admitir que odiaba aquel trabajo. Al notar la esencia en él, apretó los dientes hasta que sintió un leve sabor a sangre que emanaban sus sensibles encías.
La puerta de la casa de su madre estaba sin seguro, aquello lo encolerizo aún más. Innumerables veces le había avisado sobre los peligros de dejar las puertas sin alguna seguridad. Ella se defendía emitiendo ligeras respuestas no muy serias, diciendo que exageraba. El la entendía un poco, era una persona mayor estaba acostumbrada a otras épocas, otros tiempos, donde quizás los seres humanos no eran tan crueles.
Pero esa noche no sentía la empatía necesaria para guardar sus palabras de reproche. Cerrando la puerta con fuerza, con la intención de anunciar su llegada y sobre todo anunciar que estaba enojado, avanzo hasta la cocina donde acostumbraba esperarlo despierta. Sin embargo, no la encontró ahí, las luces estaban apagadas, solo resplandecía la luz del baño, que se escapaba por una puerta mal cerrada. Fue hasta su dormitorio prendiendo rápidamente las luces en el camino. Tenía veinticinco años, pero la oscuridad aun lo afligía.
Postrada sobre la cama su madre dormía profundamente con su forma típica, boca abajo y dejando salir un ronquido perturbador. Se tranquilizó y miro su reloj, había llegado una hora más tarde de lo habitual. Sin hacer ruido cerró la puerta dejando a su madre en las garras de la negrura.
De nuevo en la cocina comenzó a quitarse la ropa de trabajo. Una camisa blanca y una corbata volaron desde sus manos hasta un cesto de caña tacuara. Al buscar un vaso de agua noto que la cocina estaba tal cual la había visto durante la mañana.
- Extraño— Pensó.
Su madre era rigurosa con la limpieza y en la mesa aún permanecía bolsas de pan abiertos y cucharas con miel sin remojar. También los platos se amontonaban sobre la mesada. Su reflejo cansado y con ojeras se reflejó en los platos sucios y grasientos.
- Extraño — Volvió a pensar.
Más extraño fue cuando no encontró ninguna comida preparada por ella. Normalmente su madre preparaba comida para que el pudiese calentarla y que no se acostumbrará a dormir sin comer. Pero nada se alojaba en las ollas, ni agua ni aceite, ni un grano de arroz.
“Hasta ella puede tomarse un día libre de vez en cuando “
concluyo, tomando un par de huevos y la sarten. Los huevos estrellados eran su especialidad.
Sabiendo que su madre no había ordenado nada aquel día, no le dio mayor importancia que su habitación estuviera hecha un caos. No le molestaba en lo absoluto, la verdad lo prefería así, ya que podía zambullirse en las frazadas de su cama ya revueltas y preparadas para soportar su cuerpo.
Antes de cerrar los ojos, pensó una vez en su madre y el trabajo. Las únicas cosas que tenía, comenzaban a consumirlo. Luego el sueño lo devoro.
Las primeras horas dormido solo vio oscuridad. Un vacío negro que parecía temblar de a ratos. Le sorprendía estar consciente, de sentir aquel flotamiento. De pronto la masa oscura comenzó a tomar forma de sueño. Estaba ahora en su casa, pero estaba en el patio. Su madre estaba parada a unos metros de él, pegada frente a frente al tapial que separa la casa del vecino. Tan cerca estaba su madre de aquel tapial, que llegaba a ver que su frente estaba completamente apoyada contra los ladrillos. Intento moverse en el sueño, pero solo podía observar y escuchar. Comprendió lo segundo cuando su madre empezó a murmullar, primero lento y débil:
—Tuc Tuc— Primero lento y débil — Tuc..Tuc…TUCTUCUTUCUTUCUTUC— Luego rápido y con gritos.
Despertó de un sobresalto. Estaba envuelto en sudor, la almohada dejaba a la luz de la mañana un pequeño charco de transpiración. Aquella pesadilla aun le zumbaba en los oídos y la mente. Al intentar tomar su reloj para ver qué hora era, noto algo extraño. Su brazo derecho parecía adormecido. Comenzó a sacarlo de las frazadas lentamente. Sus ojos se agigantaron, su boca dio un grito ahogado, al ver que su mano estaba limpiamente amputada. Desesperando busco signos de sangre por la cama mientras pensaba que no sentía dolor alguno. No encontró nada. De un salto y casi cayéndose, llego al dormitorio donde su madre aun dormía. La despertó a los gritos.
- ¿Qué pasa? ¿Porque el alboroto tan temprano?
- ¡Mi mano!¡Mi mano! ¡Mi mano no está…me la amputaron me la quitaron!
- ¿Qué estás diciendo? — Exclamo poniendo una cara de extrañeza— Siempre has tenido tu brazo de esa forma.
No importo las veces que le explico a su madre, no importo las veces que grito y lloro, su madre siempre respondía de la misma manera, que siempre había sido de esa forma. Al verlo tan angustiado le dijo:
- ¿Porque no llamas al Dr. Tell?
El Dr. Tell era su pediatra cuando niño, ahora se había convertido en su médico de personal. Tomo el teléfono y como pudo, evitando mirar su mano amputada marco el número. La voz del Dr. lo tranquilizo un poco, pero el infierno regreso cuando conjuro las mismas afirmaciones que su madre.
“Siempre ha sido así”
Comenzaba a pensar que aquello podría tratarse de un sueño, golpeo su cara, pellizco su rostro muchas veces.
- Basta, basta te harás daño — Lo recrimino su madre
Comenzó a llorar otra vez y al ver que su madre no le decía nada. Salió de aquella habitación. Seguramente en su trabajo podrían decirle que había ocurrido.
Su jefe y sus compañeros lo miraron de pies a cabeza. No parecían comprender porque estaba tan alterado. Mil veces explico, mil veces ellos no veían el problema.
- Si es de aquellas paranoias que tienen los inválidos puedo el darte el numero de un buen Psicólogo— Comento su jefe
Derrotado regreso a su hogar. Su madre ya no estaba ahí y los platos seguían sin lavar. Su rostro estaba cubierto de mocos y lágrimas secas. Al verse al espejo se vio reflejado en un vagabundo o en un enfermo mental ¿Cómo podría estar pasándole aquello?
Cuando la noche llego, ya había preguntado a sus todos sus conocidos. Su tía fue la última en explicarle que “Siempre había sido así”.
Colgó el teléfono y se refugió en las frazadas de la cama. Aún tenía la esperanza de que el sueño le devolverá la realidad.
Entre un llanto silenciosos volvió a dormir.
No hubo sueño ni pesadilla en aquel crepúsculo. Las hora transcurrieron como si solo hubieran sido fracciones de segundo. “Todo fue un sueño” es lo primero que pensó al ver los rayos del sol. Pero, al intentar ponerse de pie noto que algo andaba mal. Todo andaba de hecho, todo estaba extraño. Reviso su cuerpo. El espanto le acelero el corazón a tal punto que se vio obligado a tumbarse de nuevo, el pecho comenzó a dolerle. Su mano derecha seguía amputada, pero ahora sus piernas también lo estaban, desde las alturas de las rodillas se asomaban unas lisas y añejadas cicatrices.
Sin saber que hacer grito con todas sus fuerzas por ayuda. Repitió varias veces el nombre de su madre, pero nadie parecía escucharlo. Desesperando se deslizo como pudo de la cama hasta estar boca abajo en el piso. Se arrastró como un gusano, forzando su única mano sana. Llego a la habitación de su madre, pero nadie estaba allí ni en la cocina. Su mano buena se acalambro y no pudo seguir arrastrándose. Aquella impotencia lo hizo estallar en llanto. El ruido de sus lágrimas no lo dejo escuchar cuando la puerta de la cocina se abrió. Entre el ardor de sus ojos alcanzo a ver a su tía.
- ¡Tía! ¡Tía ¡— ¿Qué me está pasando? ¿Qué es todo esto? — exclamo.
- ORUGA…ORUGA MALA — Le respondió su tía en tono burlón.
- ¿¡Que me estás diciendo!? ¡¡Por favor explícame que me está ocurriendo te lo ruego tía!!
- ORUGA ORUGA MALA MALA MUY MALA.
Su tía no hizo casos a sus ruegos y repitiendo en tono burlón “ORUGA MALA” lo levanto del suelo y volvió a dejarlo en la cama.
- Te has escapado oruga mala.
- ¡Por favor tía! — Seguía rogando él.
Dejándolo allí la tía desapareció unos segundos en el baño. Al regresar tenía una especie de soga negra, con la que prosiguió a amarrarlo firmemente a la cama.
- Ya no te escaparas Oruga mala.
- Tía…
- Las orugas deberían comportarse.
Lo dejo atado y en completa oscuridad.
Volvió a dormirse, esta vez esperaba no despertar más. Pero naturalmente una nueva mañana llego.
Nada, nada era lo que sentía desde el cuello para abajo. Como iban las cosas no tardo en asimilar que solo era una cabeza, una cabeza, sin torso, totalmente ajena a otros miembros. Grito y grito aun sin comprender como podía hacerlo, ni tampoco como podía llorar o sentir la saliva en los labios. Grito hasta que sus cuerdas vocales se hicieron añicos, pero nada ni nadie vino en su ayuda.
Aquella noche soñó con su madre, era el mismo escenario que había visto hace tres días, cuando todo había comenzado. Su madre pegada al tapial tomaba una vara de hierro y comenzaba a golpear la pared, hasta que unos trozos de ladrillo salieron volando. los recogió uno por uno y comenzó a masticarlos. La sangre y los dientes destruidos de su madre fue lo último que vio antes de despertarse.
Solo podía ver. El techo oscuro, el roble rojo y mil caras formadas por las cicatrices en los machimbres. Solo eso, porque solo era un ojo, débilmente apoyado sobre una almohada.
El tiempo paso.
Y en la mañana siguiente, los rayos del sol atravesaban pastizales, ciudades y campos, hasta llegar a la ventana de una habitación, donde se contemplaba una cama desordenada y completamente vacía.
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