Espeluznante -sexto acto-

Espeluznante -sexto acto-

J. A. Gómez

23/09/2023

He aquí una titánica confrontación sin aparente vencedor. Damas y caballeros estos épicos eventos nada poseen de invento pues es y con la mano en el pecho lo afirmo tan real como sus cortas mentes humanas puedan vislumbrarlo. Esta comprometida batalla está por encima de cualquier entendimiento ya que nuestra lógica cerebral limita cualquier amago de asimilación cuando la escala tiende a infinito.

 Cuanto aquí expongo ha sucedido, está sucediendo y sucederá eternamente sin que podamos hacer más que rogar no nos afecte su violencia en forma de ondas capaces de viajar por los distintos universos físicos y no físicos, sacudiéndolos todos. Somos meros espectadores de atrezzo, ignorantes de lo que nos puede cambiar la existencia en un segundo e incapaces de acertar con la verdadera dimensión de dos palabras: perpetuo e imperecedero.

 Imposible describir físicamente a estos dos litigantes antagónicos. Quimérico entender personalidades y porqués. De hecho tan inverosímil resulta confrontarlo que mejor será explicarlo desde nuestra condición de simios evolucionados. Ubicado en algún punto de un área finita e infinita a la vez se dispone aquello a lo que he dado en llamar Gran Salón del Tiempo Infinito. Su construcción carece de sentido arquitectónico a ojos de cualquier persona mas los regustos y caprichos de la perpetuidad no buscan ser comprendidos porque están y son. En su interior lleno empero vacío tiempo y espacio se confunden en idéntica lazada. No existe despilfarro pretencioso ni lujos atribuidos al concepto del hombre. En realidad y por más peliagudo que parezca ser nada existe pues ya todo existe. Tenues líneas de actividad arcana se multiplican por cero, copando espacios huecos repletos de fotones sobreexcitados. Ecos de mundos extintos resuenan dentro del vacío oscuro tal cual fuesen badajos golpeando el cobre y el estaño que los rodea. Allí la nada lo devora todo empero este todo no existe hasta hacerse observable. Las distancias pierden significado al rotar sobre ejes desajustados de cualquier ley física y matemática…

 Que les voy a contar o cómo hacerlo si hasta yo mismo no soy capaz de concebirlo. Tal cosa me lleva a darle vueltas a la paradoja cuántica del Gato de Schrödinger. De hecho si lo recapacito detenidamente lo absurdo, ilógico y hasta pernicioso sigue emperrado en hacer de las suyas. ¿No querrán volvernos locos? Cuanto en aquel lugar se sitúa parece haberse fundido con el sinsentido más literal. Completo y libre; arriba y abajo, micro y macro… significan lo mismo y lo más inquietante: se comportan de igual a igual.

 Siguiendo con este titánico acontecimiento, por cierto nada tiene de falso, pues se ajusta a la verdad les diré que en el mencionado Salón se despliegan dos entidades visibles e invisibles a la par. Como he dicho es imposible describirlas físicamente sin perder la cordura y tampoco se les puede adjudicar personalidad así que buscaré revelarlo de la mejor manera.

 En una de las esquinas y desprovista de geometría seta la tenebrosidad más tenaz y persistente. Domina su rincón emanando penumbras latentes en este prodigioso vacío conformado por artilugios asombrosos descompuestos en átomos. Pensémoslo como en un señor envejecido de pelo negro largo y descuidado. Carece de rostro porque realmente carga en una todas las caras. Bien podría vestirse con indumentaria raída, maltratada tras millones de careos. Por supuesto en colores apagados porque así se muestran también los ojos de la noche.

 Pueden interpretar la máxima complejidad en lo enmarañado; lo absurdo en lo abstracto y líneas curvas perfectamente rectilíneas ¿verdad que pueden? No me sean pusilánimes. Perfecto, del otro rincón seta una zona desdibujada bajo haces invisibles gobernada por digamos… luz. Plácida, cálida, suave y magnífica desde su misma concepción. Belleza pura como rayos de sol bañando praderas, ríos y montañas. Piénsenlo como en otro señor mayor ¿por qué no? Cabellos exageradamente largos, lacios y blancos como la nieve. Al igual que su antagónico carece de rostro pues los posee todos. Podría vestirse con algo similar a una larga túnica ancha, de esas que se ponen los magos protagonistas de grandes hazañas. Evidentemente su tela gastada y raída cuenta sinfines de luchas y conflictos sin intervención divina porque ¿qué diablos pintaría Dios allí? Ni siquiera él comprendería razones en la existencia de una dimensión infinitamente finita…

 Ambos litigantes mantienen empate técnico sempiterno. Ímpetus tan igualados que hacen del equilibrio la más peligrosa carrera del funambulista sobre el alambre. Ansían dominar designios de cuanto existe y cuanto deja de existir. Es como si sólo pudiese haber un vencedor en este espacio baldío cargado de elementos pesados y ligeros. Para conseguirlo uno de ellos debe hacer propio el dominio de la parte contraria.

 Saborean la anarquía incluso desde antes de la explosión inicial que dio origen al espacio y al tiempo. A este colosal hecho no le llega con marcar nuestras vidas sino que también lo hace con el destino del universo. Pero las leyes universales nada pintan en esta ubicación encastrada entre planos dimensionales.

 Ninguno de los litigantes parece ser capaz de alzarse victorioso. Tal vez la clave radique en ese equilibro de poderes del cual le he hablado anteriormente. Acumulan astucias e intentos dentro de puntos infinitamente masivos empero concluyen cuan velas desplegadas sobre mares de bits, cayendo en cascada. Ustedes hagan un alto en sus quehaceres para darle una vuelta de tuerca. Podrían figurarlos ya no solamente con ropajes concretos y caras sin rostro sino armados con espadas y armaduras de energía pura, batallando por largos e incalculables milenios.

 Estamos ante un tira y afloja sin parangón. Nada se les puede comparar ni todavía menos acusarlos del delito que sea pues no existe ni existirá jurisprudencia al respecto. Sucede ahora mismo, sucedió ayer porque sucederá mañana y yo soy testigo. A lo mejor ustedes podrán serlo algún día. En derredor y en ninguna parte pues entornos físicos y palpables como tales no existen cuando se cruzan más de tres dimensiones. Dos potencias opuestas capaces de mover y modelar mundos, galaxias, universos y el espacio vacío e infinito donde se crean estos últimos.

 Obviamente no conocen de emociones o conciencia humana. No existe el bien o el mal en aquella dimensión cuántica en la cual la física moderna no sirve de nada. Y por más que me emperre en atribuirles virtudes y defectos humanos en realidad seres de tal calado quedan muy por encima de ello, configurando y desconfigurando mundos que nada tienen en común con la Tierra. No se bañan en necesidades mundanales pues miserias así no figuran en su hoja de ruta. Autosuficientes, omnipotentes y bilocados; liberados de olores, colores y formas ya que son pura energía indomable; materia y antimateria sopesados en el mismo nanogramo.

 Cada carga de infantería incentiva el próximo ataque y todavía más el que vendrá. El noventa y nueve por cien de los intentos queda en agua de borrajas, neutralizados por la parte contraria. Cuando es ésta la que contraataca a su vez es contrarrestada por el primer actor.

 En un extremo yermo del Gran Salón y dividida en sombras dantescas se agazapa la lobreguez. Sus vejestorios huesos se yerguen quejosos. Segura de sí misma porque la penumbra en torno a ella la hace prácticamente invisible. En torno al espacio vacío se abren universos infinitos, interactuando entre ellos antes de expirar dentro de un punto infinitamente masificado. Y en las antípodas se alza orgullosa y altiva la luz. También sus gastados huesos han conocido tiempos mejores. Extramuros cuenta con dos lunas de gran tamaño y una gigante roja. Han pasado no sé cuántos milenios, no los he contado sin embargo lo sé al igual que sé mi nombre y mi función en esta épica batalla. Ninguna de las partes en liza semeja apta para asestar el golpe final. Sus rostros sin cara se muestran inmutables, sin gestos, brillos o reflejos. Probablemente se detesten ¡qué humano!…

 Escanean en busca de puntos débiles, escudriñando cada milímetro del entorno. Llevan haciéndolo tanto tiempo que esta acción ha quedado desmigajada. No obstante llegó el día donde se romperían los moldes habidos y por haber. Supongo que antes o después tenía que suceder y sucedió…

 No estuve allí, no pude ser testigo de excepción pero lo sé como sé que camino con un pie delante del otro. Pueden tomarme en serio o no, mas mis palabras son tan ciertas como verdad intrínseca…

 Afuera se avecinaba tormenta y no tardará en adquirir proporciones bíblicas. Al hilo de los hechos la situación en ese momento adquiría tintes colosales. El fino equilibrio inquebrantable por milenios pendía de un hilo y de desestabilizarse hacia uno u otro lado ¿qué consecuencias tendría en los demás universos, realidades y dimensiones?

 La penumbra atisbó por la ventana de los disparates… ¡oh! Disculpen mi excesivo uso de símiles tan humanos pero de esta forma les será más llano no perderse por el camino. ¿Por dónde iba? ¡Ah sí! Se espesó tanto que a consecuencia de la fricción comenzó a chispear, liberando luminiscencias en tonos apagados. De seguir a ese ritmo no tardaría en cubrir el Gran Salón, envolviendo la nada en aguda negrura. Entonces el viejo artrítico levantó los brazos y su rostro sin cara sonrió. Comenzó a esparcir en dirección a la otra punta del Salón del Tiempo Infinito curvaturas vibratorias que ascendían hacía abajo y bajaban hacia arriba; unas tórridas como fogones pero otras frías como la Antártida.

 En justa defensa la luz destelló rabiosa, manteniéndose firme en su perdurable pedazo de eternidad. El fogonazo en cuestión duró el tiempo exacto para crear esferas de plasma recalentado que neutralizaron la mayoría de zarcillos lóbregos que a cada convulsión zampaban porciones titánicas del cero absoluto.

 Sin embargo ante tan virulenta carga de caballería su poder defensivo daba impresión de caer por momentos. A todas luces algo así debía ser aprovechado por el otro pleiteador. Sin cuartel la tormenta desatada por la cerrazón empujó y empujó como mujer puesta de parto. Y como en una historia de terror, con los dos protagonistas principales encerrados en una mansión encantada, comenzó a llover en largas líneas horizontales y a soplar con rachas inimaginables el viento. Éste arrastraba minúsculas bolas de hierro incandescente. Gigantescas cantidades de ceros y unos se desparramaron a lo ancho y largo de aquella dimensión sempiterna. Poco después ambas lunas y la gigante roja quedaron semiocultas.

 Como perro herido la luz tomó cartas en el asunto mordiendo. Inevitablemente quedara sin la protección externa que le brindaban sus satélites, incluido el gigantesco sol rojo y con ello cualquier opción de victoria. Por primera vez dentro de ese tiempo inagotable se veía derrotada, hincando rodilla y suplicando clemencia. ¿Cómo no lo viera venir? En realidad daba lo mismo porque fuera como fuese el próximo movimiento podría ser definitivo. La oscuridad se relamía de gusto y entre lametón y lametón tomaba el Gran Salón. Entretanto la otra parte contemplaba horrorizada como aquella marcada tenebrosidad semejaba no tener fin, ocupando cada casilla del tablero de ajedrez.

 Sin embargo no se crean amigos míos que este fue el final de la luz. Carezco del siso necesario para concebirlo y de palabras acertadas para explicarlo tal cual debería ser explicado. Repentinamente un relámpago resonó con el poderío caótico del caos y ese vacío sinfín prendió como si una nueva estrella masiva hubiese emergido por entre las fisuras de las tinieblas. Merced a ello el Gran Salón se empachó de gigantescas llamas azules que ardían sin oxígeno. Y no exagero cuando digo que se desparramó en una fracción de segundo tal cantidad de luminosidad que la oscuridad se vio forzada a dar pasos atrás y por lo tanto ese próximo movimiento tendría que aguardar…

 La luz empuñó la espada del ocaso, lista para contraatacar a pesar de su aparente fragilidad. Movía en perfecta sincronía cada hueso artrítico de su cuerpo compuesto por trozos y pedazos de infinitud. Pisó el vacío sustentado sobre la nada con su pie derecho y pocos segundos más tarde saltaron chispas blanquecinas que, a la velocidad de la luz, se fundieron entre sí creando extrañas figuras inmóviles. Bits de información mística y arcana titilaban por doquier mientras los ceros y unos del código máquina se mezclaban con cada fotón que viajaba en todas direcciones al mismo tiempo. Tanto el tiempo medible como el que no se puede medir quedaron congelados. Las llamas no se apagaban, consumiendo el vacío y su nada del cero absoluto.

 La luz se arrastró por algún resquicio de la penumbra hasta abalanzarse sobre su arremolinada masa central. Sin embargo no llegaron a tocarse físicamente pero sí quedaron tan próximos como para sentir el aliento envejecido del otro. En su esquina del cuadrilátero sin cuerdas ahora se defendía, como gato panza arriba, la sombra de sombras. Se llenó el lugar de tanta luminiscencia que ambos parecían nadar sobre el plasma de una estrella.

 No obstante no se crean amigos míos que este fue el fin para la oscuridad. Las curvaturas vibratorias habían desaparecido al igual que aquellas gigantescas llamas azules. Finalmente cualquier elemento empleado en la contienda ya fuese como defensa o como ataque se había evaporado. Una vez más solamente el consabido espacio infinito, eterno, denso y su ruidoso mutismo…

 La luz retrocedía y la penumbra buscaba avanzar para al rato cambiar las tornas. Volvieron las dos lunas y la gigante roja empero también el crepúsculo, los rostros sin cara, los ataques comedidos, los contraataques cautelosos y el arte de observar hasta aprender lo asimilado durante miles de millones de años.

 Cada contendiente ocupó su lugar de origen ante la imposibilidad de dominar al otro. Tuvieron y dejaron de tener; habían hecho para posteriormente dejar de hacer. Saborearon sinsabores, se miraron sin verse y se amenazaron sin bocas ni palabras para tal fin. Pasó cuanto no sucede y sucedió lo que está por pasar. Entremedias este conflicto continua en una dimensión fuera de cualquier lógica humana.

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