El rey de los marginados

El rey de los marginados

A. J. García

30/08/2023

Esta historia comienza con el nacimiento de un bebé. Un bebé que no debería haber nacido.


Era noche cerrada cuando una silueta con grandes alas se distinguió volando bajo las estrellas. Tenía la forma de un ángel, pero sus ojos eran amarillentos como los de un halcón y sus dedos terminaban en enormes garras afiladas, igual de peligrosas o más que las de un tigre. Su rostro era lo suficientemente masculino para afirmar que se trataba de un hombre, pero la escasez de barba y sus rasgos delicados le otorgaban cierto aire ambiguo. A pesar de que algunas partes de su cuerpo eran muy parecidas a una bestia, aquel semihumano era indudablemente hermoso.


El joven de alas doradas abrazó un bulto contra su pecho de manera protectora. Dentro de aquel revoltijo dormía un bebé. Un inocente niño que, desde antes de nacer, ya significaba problemas y sólo traía consigo muerte, destrucción y guerra. Como prueba de ello, las sábanas que lo envolvían en esos momentos estaban manchadas de sangre. Sin embargo, el pequeño dormía de forma apacible.


Los ojos color ámbar de su ángel guardián lo miraron de forma inquietante durante unos segundos. No había ni rastro de ternura en ellos, sólo una mirada fría y calculadora.


El ser celestial sobrevoló el bosque hasta llegar a una pequeña aldea. Poco después, aterrizó de forma brusca junto a la cabaña más apartada. Sus pies se mantuvieron firmes a pesar de la potente pisada que se produjo al entrar en contacto con la tierra. El ruido del aterrizaje fue lo suficientemente fuerte como para despertar a quien quiera que viviese dentro de aquella vivienda. El supuesto ángel notó que una de las cortinas se movió casi de manera imperceptible ante su llegada. Luego se encendió una luz y finalmente, una mujer de pelo castaño se atrevió a abrir la puerta.


—¿Qué hace un nefelae tan lejos de sus tierras? —preguntó la humana observando a la criatura con asombro.


—¿Eres Katherine Rosenbaum? —Su voz sonó masculina a pesar de su delicada apariencia.


—Sí, ¿y quién eres tú?


Katherine lo miró preocupada. Estaba claro que se trataba de un elfo de la tribu de los nefelaes. A diferencia de los elfos del bosque, los nefelaes tenían grandes alas en su espalda y unos ojos extraños que recordaban a la aves rapaces.


—No necesitas saber mi nombre —respondió de forma poco amistosa. Al hablar dejó entrever unos colmillos afilados propios de su raza—. He venido porque tu hermana ha muerto.


—¿Qué? —preguntó Katherine sin dar crédito. Hacía dos años que no sabía nada de su hermana, pero aun así la noticia le tomó por sorpresa—. ¿Cómo ha...?


—Este es su hijo —comentó el nefelae dando un paso hacia delante a la vez que extendía el bebé hacia ella.


El pequeño se agitó ligeramente durante unos segundos. Katherine lo agarró con cuidado. Sus ojos eran inusualmente azules y sus orejas acababan en punta. Katherine supo al instante que se trataba de un semielfo.«Oh, Sally. ¿En qué demonios estabas pensando? ¿Con un elfo?» El pequeño movió la manita y la cerró antes de volver a quedarse dormido.


—Ahora es tuyo —informó la criatura. A la mujer se le hizo un nudo en la garganta.


—No puede ser... ¿qué ha pasado? ¿Cómo ha muerto? —preguntó mientras se le empezaron a inundar los ojos en lágrimas.


—Eso es todo cuanto puedo decirte. —El elfo de los cielos retrocedió varios pasos. Sus ropajes blancos y su pelo rubio resplandecieron bajo la luz de la luna. —No cuentes a nadie de dónde viene el niño, no busques respuestas, no intentes averiguar qué pasó. Si lo haces, tú y el bebé morirán.


—¡Espera! No puedes irte y dejarme así sin saber nada.


—Cuida de él. Fue el último deseo de tu hermana.


El extraño visitante dio un gran salto impulsado por sus poderosas alas y se perdió entre la oscuridad de las estrellas. Katherine abrazó al bebé mientras que, sin poder remediarlo, sus lágrimas empezaron a deslizarse por sus mejillas. Durante unos segundos, permaneció en silencio mirando fijamente el cielo con la absurda esperanza de que el nefelae volviera y le confesara que se había equivocado o que todo había sido una broma. Al cabo de un rato se dejó caer sobre sus rodillas. ¿De verdad su hermana estaba muerta?


***


Diecisiete años habían pasado desde entonces y aquel pequeño bebé había terminado por convertirse en un apuesto adolescente de pelo rubio y ojos azules. A pesar de su gran belleza, no era muy popular en el pueblo, ya que la mayoría de los aldeanos lo discriminaban por su condición de semielfo.


Durante esos diecisiete años los elfos habían cortado toda relación diplomática con el reino de los humanos. También se produjeron algunas escaramuzas entre ambas fronteras. A su vez, varios países habían decretado que los elfos y semielfos dentro de su territorio podrían ser comprados y vendidos como esclavos. Las historias que se escuchaban sobre esto, no eran nada agradables.


Elros sabía que tenía mucha suerte de estar bajo el cuidado de su tía Katherine. Ella era la sanadora del pueblo y por consiguiente una figura muy importante. Bajo su cuidado estaba relativamente a salvo, pero a menudo se preguntaba qué pasaría cuando ella no estuviera. ¿Lo raptarían y lo venderían como esclavo? ¿Lo matarían a golpes por ser un mestizo? ¿Podría seguir viviendo en la misma casa?


De momento, no le había pasado nada grave, pero había tenido que soportar el rechazo de la gente del pueblo en más de una ocasión. Desde que era muy pequeño, los niños de su edad le solían tirar piedras o escupitajos a su paso. La gran mayoría de ellos le insultaban o directamente acababan peleándose con él. Había tenido una infancia bastante dura, así que el joven Elros había aprendido a quedarse en casa y no alejarse demasiado de su tía Katherine. Desde que podía recordar, se aseguraba de evitar el contacto con la gente, sobre todo con los que más o menos tenían su edad.


Sin embargo, todo eso cambió al conocer a Kaitor. La primera vez que lo vio, le sorprendió mucho que lo tratara como a un igual. El chico incluso le sonreía de forma amigable.


Lo conoció un buen día mientras limpiaba la tienda. Elros y su tía vivían en una cabaña amplia de dos pisos. En el piso superior tenían un dormitorio para cada uno y en la principal una especie de herboristería, almacén y hospital improvisado. De las paredes colgaban todo tipo de hierbas; y las mesas y estanterías estaban repletas de ungüentos y medicinas.


Elros estaba barriendo el piso cuando la campanita de la entrada sonó indicando que había entrado un cliente. El semielfo se volvió con la esperanza de encontrar alguna de las ancianas que solían acudir allí de forma frecuente, pero en vez de eso se encontró con un muchacho de su edad que no conocía.


El chico sujetaba una correa atada a un burro. Tano él como el animal se quedaron de pie en la entrada sin llegar a pasar. Elros se horrorizó al comprobar que sobre el lomo de su montura descansaban dos cadáveres de goblin. La sangre aún goteaba de sus cuerpos. Al semielfo se le aceleró el corazón al verlos.


—Buenos días, ¿es aquí donde vive la sanadora?


El chico asintió con la cabeza sintiéndose demasiado cohibido como para responder en voz alta.


—¡Ah, genial! —exclamó el muchacho con una sonrisa bonita—. Verás, he cazado dos goblins. Esperaba poder venderlos aquí.


Volvió a asentir con la cabeza, pero una vez más, el silencio fue lo único que escapó de sus labios. Se había dado cuenta de que la ropa del muchacho estaba cubierta de sangre y que incluso podía observarse varios cortes y magulladuras en sus brazos. El semielfo trató de ocultar sus largas orejas bajo su pelo rubio por precaución. Le daba miedo la gente, en especial aquellos que podían resultar violentos.


—No eres muy hablador, ¿eh? —dijo el muchacho echando un vistazo al local.


De repente, se oyó la voz de una mujer que venía de la trastienda.


—¿Ha venido alguien? Me pareció oír que... —Katherine entró en la habitación cargando con una caja de raíces secas. —¡Oh, un cliente!


Con el paso de los años, la mujer había acumulado algunas arrugas en los bordes de sus ojos y también un puñado de canas plateadas entre su pelo castaño. Sin embargo, todavía seguía siendo una mujer hermosa y llena de energía para haber entrado ya en los cuarenta.


—Y forastero por lo que veo... —dijo ella observándole de arriba abajo—. No solemos tener muchas visitas en Nilandir. ¿Estás herido?


El chico se miró el antebrazo sin darle mucha importancia. Parecía que se lo había curado él mismo usando un trozo de tela a modo de venda.


—Puede que un poco, pero en realidad venía a vender esto...


El chico empujó suavemente la correa y el burro se asomó por la puerta con los dos cadáveres de goblin encima.


—¡Ay, dioses! Aquí no. Lo pondrás todo perdido. —La mujer no había reparado en el cargamento hasta que el chico casi hizo entrar al animal. —Elros, cariño, enséñale dónde queda el cobertizo.


—¿Ahora? —preguntó su sobrino nervioso-. Estaba terminando de barrer...


Katherine lo miró con reproche y él abrió mucho los ojos para indicarle que no quería hacerlo. Su tía sabía de sobra que le daba pánico tratar con gente de su edad, pero aun así decidió echarlo a los leones.


—Perdona, mi sobrino es algo tímido —se disculpó la mujer de pronto—. Espero que no te importe que sea semielfo.


—¡Tía Kate! —se quejó el chico rubio mientras le lanzaba una mirada de incredulidad. Taparse las orejas no había servido de nada.


—Ah, no tengo ningún problema —contestó de repente el forastero para sorpresa de ambos—. En realidad, mis mejores amigos suelen ser semihumanos.


Katherine sonrió ante aquella noticia. Luego, agarró una pequeña bolsa de tela y se la pasó con entusiasmo a su sobrino mientras se la cambiaba por la escoba.


—Bien, iré enseguida —les aseguró a los dos con entusiasmo—. Puedes empezar a tratarle las heridas antes de que yo llegue.


Elros suspiró con resignación y se acercó al muchacho para indicarle el camino. Por un instante, quedó fascinado al descubrir que sus ojos eran de un bonito color verde, pero el semielfo se obligó a agachar la cabeza y mirar hacia abajo como si no le interesaran lo más mínimo. La mayoría de personas de aquel pueblo tenían los ojos marrones o bastante oscuros. También se había encontrado con unos pocos que los tenían de un color azul, pero jamás había visto unos ojos verdes como aquellos.


—Sígueme —dijo en voz baja cuando pasó por su lado.


El muchacho asintió y tiró de las riendas para que el animal les siguiera el paso. La casa donde vivía la sanadora Rosenbaum estaba un poco alejada del resto del pueblo. A su alrededor había varias plantaciones de arroz que eran el terreno de cultivo de sus vecinos. Ellos, por su parte, tenían un pequeño huerto con algunas verduras, hierbas y plantas medicinales. Los tejados naranjas de la aldea apenas se veían desde allí. Los altos árboles frondosos se encargaban de ocultar gran parte del paisaje.


—¿Llevas mucho tiempo viviendo aquí? —preguntó el cazador de monstruos para romper el hielo.


—Desde que recuerdo.


—No está mal. Es algo pequeño, pero es bonito. Yo vivo en la capital con mi padre. Es vendedor. A veces viajamos de un lado a otro. —Elros permaneció en silencio—. Es la primera vez que cazo goblins —comentó el chico con orgullo. No hubo respuesta. Durante unos segundos se produjo un silencio incómodo entre ambos, pero eso no impidió que el chico siguiera hablando—. Escuché que los sanadores y brujos pagan un buen precio por este tipo de monstruos. ¿Es cierto?


Elros se encogió de hombros.


—Algunas partes de su cuerpo sirven para elaborar venenos y pesticidas. Puede resultar bastante útil para repeler plagas en los cultivos, pero tampoco esperes mucho dinero. No creo que mi tía te ofrezca más de doce o quince Arkes.


—Bueno, no es mal precio —sonrió el chico con actitud optimista.


Elros se sonrojó ligeramente y volvió a clavar la vista en el suelo. Si no miraba a las personas a la cara, podía entablar una conversación decente aunque no tuviera mucha confianza. Sobre todo si el tema giraba en torno a la sanación o la creación de pociones. Aquella debía de ser la conversación más larga que había mantenido en toda su vida con alguien de su edad.


El semielfo rodeó el huerto hasta llegar al pequeño almacén que tenían en la parte trasera de la casa. Allí indicó al chico dónde atar al burro.


—¿Puedes poner los cuerpos encima de esa mesa?


—Claro.


El cazador agarró los cuerpos de los goblins y los colocó encima de una rústica mesa de piedra. El tamaño de esos seres no solía ser muy grande. Aquellos goblins apenas alcanzaban la estatura de un niño de trece años, sin embargo, aunque no fueran muy grandes, todo el mundo reconocía que los goblins eran sumamente peligrosos.


Aquellos demonios solían cazar siempre en grupo. Sus afilados dientes y uñas eran un arma letal a tener en cuenta, pero, por si fuera poco, también eran capaces de usar piedras, palos, cuchillos y cualquier otro tipo de arma que pudieran robar de los humanos. Eran criaturas rápidas que si bajabas la guardia podían apuñalarte por la espalda o sacarte los ojos. Elros miró a los pequeños monstruos impresionado de que alguien de su edad pudiera hacerles frente.


—¿Te mordieron o te arañaron en algún lado?


—Ah... bueno, no llegaron a morderme, pero sí me llevé algunos arañazos y cortes.


—¿Puedo verlo? —Elros estaba nervioso. La interacción social no era lo suyo—. Si quieres podemos esperar a mi tía. Es decir... si no quieres que te vea yo, no es necesario que...


—No, tranquilo no pasa nada —aseguró el muchacho—. Creo que este es el peor corte.


El chico se quitó la venda del antebrazo y dejó ver un gran tajo que todavía sangraba. Probablemente tendrían que darle cuatro o cinco puntos con medicina tradicional. Elros agarró el botiquín y comenzó a preparar lo necesario para limpiar la herida.


—¿Cómo te llamas? —le preguntó de pronto el visitante.


El semielfo lo miró sorprendido. Nunca nadie se había interesado por saber su nombre. Todo el mundo lo conocía directamente como el semielfo, el bastardo, el mestizo... posiblemente, los apelativos más amables que habían utilizado con él hasta ahora eran: el sobrino de la sanadora, muchacho o chico, pero siempre con desinterés. Nadie se interesaba realmente en saber su nombre. Observó los ojos del forastero con desconcierto. A pesar de su pelo castaño alborotado y algunos rasguños recientes en la mejilla, el cazador era sin duda bastante atractivo.


—Me llamo Elros Rosenbaum —contestó con timidez.


—Yo me llamo Kaitor Redwolf. Un placer.


El chico extendió su mano en señal de saludo. Elros que no estaba acostumbrado a ese tipo de formalidades, asintió y le agarró el brazo creyendo que lo había levantado para que le limpiara la herida.


—Igualmente —murmuró en voz baja antes de echarle un líquido antiséptico por encima. El cazador apretó los dientes y soltó un largo siseo por el picor. —¿Prefieres que te lo cierre con hilo y aguja? ¿O magia?


—¿Puedes hacer magia? —preguntó el chico visiblemente interesado—. ¡Nunca me han curado con magia!


—Algunos humanos prefieren que no se emplee magia en sus heridas. Desconfían de...


—¡Oh, no, no! ¡Adelante! Me encantaría verlo.


—Vale, como quieras. Siéntate en esa roca —indicó el muchacho saliendo del cobertizo—. La magia de luz es más efectiva bajo el sol. —Kaitor obedeció y se quedó mirándole a sus radiantes ojos azules con mucho interés. Elros apartó la mirada con timidez. —Puede que después de curarte te sientas algo cansado. Cerrar heridas por medio de la magia consume mucha energía.


El chico asintió y extendió el brazo. Elros procedió a formar un triángulo con sus dos manos muy cerca de la herida y un brillo dorado comenzó a salir de ellas. El chico lo observó con intriga y torció la cabeza para intentar comprobar de dónde salía la luz. El semielfo intentó concentrarse.


Tía Katherine le había enseñado a utilizar la energía de los elementos para curar heridas superficiales. Aunque ella no tenía mucho poder mágico, conocía bien la teoría. Elros no había tardado en superar las habilidades de su maestra, pero ella seguía siendo mucho mejor sanadora en temas generales.


La herida de Kaitor se fue cerrando poco a poco. El cazador observó su brazo completamente maravillado.


—¡Es asombroso! ¡Ni siquiera ha quedado cicatriz!


Elros sonrió satisfecho con el resultado. De pronto, Kaitor le sorprendió quitándose la camisa ante él sin ningún tipo de reparo. Sus pectorales bien definidos estaban ligeramente marcados por varios arañazos. También comprobó que tenía unos cuantos en el estómago. El semielfo observó aquel torso atlético durante unos segundos. Le llamó la atención la ligera mata de pelos castaños que descendía por su ombligo. Los semielfos como él apenas tenían pelo en el cuerpo.


—¿Puedes hacer lo mismo con estos?


El joven sanador asintió y pasó su mano por encima haciendo que los pequeños rasguños desaparecieran poco a poco. Finalmente colocó su mano en la cara de Kaitor y terminó por curarle el último arañazo. Se sintió extraño. Utilizar su magia con él le había parecido un acto cariñoso y bastante intimo.


Hasta ahora solo había podido practicar su magia consigo mismo, su tía y con una ancianita que era cliente habitual. De pronto sonó la voz de Katherine.


—¡Ah, muy buen trabajo! Veo que te las has apañado bien —lo felicitó su tía mientras se unía a ellos.


—¡Es la primera vez que me curan con magia! —exclamó con entusiasmo Kaitor mientras volvía a ponerse la camisa.


—Es bastante útil, ¿verdad? Normalmente se cobra bastante por este servicio, pero como mi sobrino aún está en prácticas te haré un buen descuento.


—¡Oh, ya, claro... —comentó el muchacho perdiendo el entusiasmo. No imaginaba que fueran a cobrarle después de haberse ofrecido tan amablemente. Por un momento pensó que la magia sería gratis. Aunque tenía sentido que no lo fuera, ya que tanto el paciente como el sanador solían acabar cansados después de cada sesión. Kaitor sintió un ligero mareo al levantarse y notó que estaba mucho más cansado que antes. Se preguntó si el chico se sentiría igual.


Afortunadamente los dos goblins que había traído fueron suficientes para pagar la factura y de paso ganar una cantidad decente de dinero. Al final Katherine le regateó hasta ofrecerle lo equivalente a dos ciervos frescos, es decir, 10 monedas de plata cuando perfectamente podría haberle pagado 15. De todas maneras, no era una mala oferta ya que también le incluyó una poción para evitar infecciones en los días siguientes. Elros le había cerrado bien las heridas, pero la saliva de goblin podría tener efectos nocivos si en algún momento había entrado en contacto con su sangre.


El chico aceptó el trato y cuando tuvo las monedas en su bolsillo, les comentó un pequeño negocio que tenía en mente. Al parecer él y su padre habían llegado aquella mañana desde la capital en busca de pociones curativas. La guerra con el reino de Dorunäe había elevado el precio de estos productos y ahora escaseaban por todo el país. Su padre y él se ofrecían a comprarle una gran cantidad de pociones de forma constante si la sanadora se comprometía a vendérselas a buen precio. Katherine sonrió sin disimulo. Empezaba a caerle bien aquel chico.

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