El espejo

Durante milenios un espejo ha representado un objeto místico para ir al pasado, consultar el futuro o conocer la verdad. Tal vez de ahí viene esa antigua creencia de que romper un espejo traerá siete años de mala suerte para la desafortunada persona a quien le ocurra tan lamentable accidente. Yo no rompí ningún espejo, además no suelo ser una persona supersticiosa, pero en mi vida ocurrió lo que ahora llamaré el accidente de conocerte.

Yo no rompí ningún espejo, pero me fui rompiendo a mí misma cada vez que silenciaba mi interior, me fui rompiendo cada vez que elegía quedarme en un lugar en el que no era feliz pero del que no sabía cómo salir, siempre encontraba nuevas formas para justificar las situaciones que no me hacían bien, porque me callaba, porque dejé de escuchar mi voz para hacerle espacio a tu silencio.

Hasta que un día busqué mi reflejo frente al espejo y ya no estaba. Me había traicionado tanto a mí misma que vivía avergonzada, el espejo estaba intacto, pero yo estaba hecha pedazos. Siete años me costó aprender a reconocer lo que no vuelvo a estar dispuesta a permitir. Siete años que aún me pesan pero que han significado la oportunidad de reconocer mi fortaleza para cuidarme de una manera distinta y darme cuenta, por fin, que tal vez ya no haya remedio para un espejo roto, pero que mi vida es mucho más que eso, que no importa el tiempo sino los aprendizajes y que este es mi momento para volver a ser más allá de los años. Porque ahora puedo verme al espejo con mayor claridad; esta soy yo plenamente en libertad.