–Debo llegar pronto, el tiempo se me acaba –pensé, mientras corría entre la oscuridad de los pasajes de la ciudad.

Desde el intercomunicador, Silas me susurraba, indicándome por donde debía avanzar. Según el mapa de navegación, estaba cerca de mi destino, una pequeña casa de color marfil, ubicada junto a la fabrica de muebles del viejo Neill. Cuando la vi, su diminuta puerta roja resplandecía gracias al farol que colgaba desde su umbral. Afuera, un pequeño perro maltés, se encontraba echado en la pequeña alfombra de entrada. Me pareció gracioso, porque usaba un pequeño sombrero de perro, al estilo de Brian Johnson de AC/DC. Una monada, claramente.

–Anton –me dijo Silas–, saca la bolsa plateada de tu bolso. Ahí encontrarás unos granos de alimento, para que te deshagas del perro. Llámalo y le ofreces, para que no te ladre.

Hice al pie de la letra lo indicado por mi guía y cuando por fin logré que el perro dejara de ser un obstáculo, forcé delicadamente la puerta de entrada, sin que nadie notara mi presencia. En el interior de aquella casa, me encontré con un largo y oscuro pasillo, que me llevaba al fondo del inmueble. Al final de aquel corredor, una puerta semiabierta, dejaba escapar la luz de la habitación contigua. Me acerqué sigilosamente, casi sin respirar, hasta que me pude ubicar junto a aquella puerta, desde donde podía observar hacia su interior. Veía un pasillo más pequeño, donde al final de este, se veía una vieja escalera, la cual me llevaba al siguiente nivel. Dicho pasillo solo era iluminado por unos pequeños faroles, puestos a sus costados, provocando una luminosidad más pálida que de costumbre.

Subí lentamente aquella escalera, tratando de evitar los crujidos que provocaban mis pisadas. Recordé cuando una vez me tocó visitar una vieja mansión victoriana, la cual crujía tanto, que hasta mi respiración parecía hacer ruido. Sonreí alegremente cuando recordé aquella anécdota, que por lo demás, pensé que no se volvería a repetir. «Que mente tan pequeña tengo, el pensar que no se repetiría esta experiencia de los crujidos», pensé.

Ya a punto de llegar al segundo piso y desde la mitad de las escaleras, noté que todo era más oscuro. Las ampolletas del cielo parecían defectuosas, ya que las pocas que se veían, estaban apagadas. Las ventanas se encontraban tapiadas desde afuera y lo único que iluminaba medianamente, era una pequeña lampara ubicada en una mesita, al final del pasillo. La verdad, el lugar me recordó a un burdel que alguna vez visité en mi juventud.

«Todo esto se parece al «refugio» de Madame Liz. Que gratos recuerdos», pensé.

–Anton –me interrumpió Silas–, por lo que veo, estás a punto de subir al segundo piso. Debes ser cauteloso, ya que la habitación de Arthur se encuentra junto a las escaleras y podrías ser visto fácilmente.
–Gracias Silas, me mantendré alerta –respondí susurrando.
–Recuerda desenfundar tu arma. Arthur está acompañado por sus «gorilas».

A todo esto, Silas se refería a los guardaespaldas de Arthur como gorilas.

–Ok, estaré atento. Gracias Silas. –le dije.

Avancé lentamente, procurando no ser visto desde ningún punto de vista. Una vez que me encontraba ad portas de subir de piso, pude apreciar que su planta principal estaba vacía y silente. De las tres puertas que se veían alrededor, todas se encontraban cerradas. Una de ellas, me llevaría a la habitación donde encontraría a Arthur.

–Silas, ¿me puedes confirmar cual es la puerta que debo tomar, por favor?
Después de algunos segundos de silencio, Silas me respondió.
–Confirmo. Debes tomar la puerta que tiene un adhesivo con una serpiente. Revisa el marco derecho y lo encontrarás.

Una vez que encontré la puerta ganadora, me acerqué a paso lento, tratando en lo posible de evitar cualquier ruido. Apoyé mi oído sobre su superficie para intentar escuchar lo que ocurría al otro lado, pero fuera de oír algunos murmullos, me costaba distinguir alguna conversación. Sin embargo, me sirvió para confirmar que del otro lado había gente y que era muy posible que Arthur estuviera ahí. Era el momento, según lo indicado por Silas, antes de comenzar la misión.

–Anton, es momento de ingresar. Desenfunda tu arma y procede con tu tarea.

«Es momento de matar a Arthur», me dije, mientras comenzaba a girar el picaporte sigilosamente.

De pronto, sentí como el mismo picaporte giraba, pero forzado desde el interior de la habitación. En cosa de segundos, salté hacia las escaleras buscando ocultarme y así evitar ser descubierto, por lo que logré llegar al primer piso y esconderme detrás de las sombras de la escalera.

Mientras me encontraba en mi escondite, lograba escuchar los pasos desde la escalera que en ese momento, estaba sobre mi cabeza. Capté cuando el sujeto que salió a buscarme, se quedó detenido a medio camino, pero sin descender al primer piso.

Luego, escuché como volvía al segundo piso dando grandes trancos, como cuando uno era niño y subía peldaños más grandes que nuestras piernas. Al final, escuché el cerrar de una puerta. Asumí que mi perseguidor había regresado a la habitación de Arthur, por lo que cautelosamente, abandoné mi escondite.

Con mi arma ya desenfundada, proseguí a subir por las escaleras hasta donde se supone, estaba Arthur. ¿Habría sido él quien bajó, o alguno de sus gorilas?, ¿y si fue otra persona?, muchas preguntas me hice en aquellos pocos segundos, las cuales poco importaban, ya que me las hacia gracias a la adrenalina y a los nervios que sentía en esos momentos. Me acerqué a la puerta y con sorpresa, me encontré que estaba semiabierta.

«Podría ser alguna trampa, debo tener cuidado».

De pronto, desde el otro lado de la puerta, alguien la abrió y me dejó paralizado. Y cuando digo paralizado, lo digo de forma literal.

–Chicos, ha llegado otro –dijo el sujeto– . Anton, te sugiero que sueltes tu arma, ya que no la ocuparás.

El tipo era yo. Me estaba viendo con todos mis rasgos y gestos en ese individuo, quien era mi viva replica. No lo podía creer. Luego y saliendo desde el interior de la habitación, apareció otro tipo igual a mi, y luego otro, y otro, y así. Hasta que me encontré rodeado por cinco tipos exactamente iguales a mi. La misma ropa, corte de cabello, todo. Era yo, multiplicado por cinco.

–¿Qué carajo está pasando, acaso son clones? –respondí, bastante sorprendido por lo demás.
–No somos clones. Yo soy Anton Bull, tú eres Anton Bull y ellos son Anton Bull. Todos somos Anton Bull y hemos llegado a este lugar desde nuestros propios, digámoslo así, universos.
–¿Qué me estás queriendo decir? –respondí.
–Espera la respuesta que te dará Silas. A mi ya me pasó y a los otros igual –interrumpió otro de mis yo– . Debería comunicarse contigo en…. ahora.

Increíblemente, sonó mi intercomunicador, mientras me invitaban mis «dobles» hacia la habitación de Arthur. De hecho, el aludido se encontraba sentado sobre una vieja silla, con cara de no saber nada, mientras otro grupo de mis yo, se paseaba como ovejas en un corral.

–Anton, acaba de ocurrir algo terrible, pero solucionable –me dijo Silas– . Ha ocurrido un fallo en el transportador. Acabamos de entrar en un loop y debo ver la forma de sacarte de ahí. Por favor, espérame un momento hasta que lo podamos solucionar.
–Todavía estamos esperando –interrumpió uno de mis yo que estaba junto a Arthur–. Llevo unas seis horas esperando y fui el tercero en llegar. Al final con todo este enredo, nos despreocupamos de la misión y decidimos compartir unas cervezas. Ya no nos importa el asesinar a Arthur, y el lo sabe.

El mismo Arthur se me acercó y me entregó un pequeño vaso espumeante, el cual recibí bastante desorientado.

–Este vaso te estaba esperando –dijo Arthur– . Bienvenido a mi hogar.

Después del paso de los minutos y de entender la verdadera situación, me quedé sentado, simplemente a esperar que Silas me rescate y que los otros Silas rescataran a los otros yo. El único problema es que, debería esperar unas buenas horas, ya que mi turno era el vigésimo y, según las proyecciones, debería llegar otro yo en cualquier momento.

«Esto de los viajes del tiempo, es una estupidez», pensé.

Después de haber pasado una media hora, se escucharon ruidos afuera de la habitación.

–Acaba de llegar el número veintiuno. ¿Me acompañas? –me dijo mi yo que estaba junto a la puerta.

Así que fuimos a buscar a mi otro yo del futuro, con mi otro yo del pasado, pero que ahora vive en este presente conmigo, o algo así. La verdad es que ya no sé.

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