EN BLANCO: UNA CARTA DE AMOR A LA MUERTE.

EN BLANCO: UNA CARTA DE AMOR A LA MUERTE.

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28/04/2023

CAPITULO UNO: DESPERTAR.

Otra vez, estoy parado en el borde de este edificio intentando volar, otra vez, no lograré descubrirlo porque no puedo saltar. Ya he perdido la cuenta de cuántas veces lo he intentado, ya que cada cinco de cada mes, estoy en el mismo lugar parado. El viento chocando contra mi cara me tranquiliza; el miedo que siento cada vez se hace más fuerte. Aun así, no logro ver más allá de la oscuridad que me rodea.

—Salta —susurra en mi oído una voz despreocupada—. Salta, no lo pienses más —me insiste viendo a través de mi oscuridad.

Aquella monotonía desapareció al escuchar su voz, al ver sus ojos cafés, su cabello pintado de rojo. Al llegar ella a mi vida, todo lo que consideraba simple y monótono se convirtieron en mis cosas favoritas. Aunque me arrepiento de no haberle hecho caso en ese momento, debí haber saltado cuando tuve la oportunidad, tuve que haberme marchado cuando no me había convertido en una mascota más; tenía que haberla matado antes de odiarla.

—No quiero despertar —son las palabras que digo cada vez que suena la alarma. El tiempo siempre pasa volando; muchas veces no me entero cuando finaliza el día, pero hoy, viernes cinco de julio, el tiempo pasa más lento, tan lento que puedo pensar. Aunque da igual, ya que sin importar donde mire, estoy en medio de dos nadas, las cuales me observan con una sonrisa depravada mientras esperan a que me vuelva loco.

Han pasado cuatro meses desde su muerte, dos de su funeral, uno de su adiós, y aún no puedo olvidar su aroma agrio, pero dulce, el cual me hacía querer estar cerca de ella todo el día, todos los días.

—El tiempo pasa lento —pienso al mirar el reloj, el cual, sin importar cuánto miro, el tiempo no parece pasar—. ¿Cuánto tiempo tengo que mirarlo? —me pregunto, viendo las manecillas quietas, las cuales no se han movido en un rato, o solo lo hacen cuando parpadeo. Miro el reloj fijamente, mientras intento no cerrar mis ojos. Estos se ponen llorosos, comenzando a arderme por cada hora que ha pasado, o por cada minuto, no lo sé, ya que las manecillas no se mueven.

—Baja a comer —grita una voz desconocida, haciéndome parpadear.

—Verdad, le quité las pilas.

Me visto con aquel triste e insípido uniforme gris, el cual me pesa llevar y no me permite respirar; me enoja verme lo puesto, pero no me lo puedo quitar, sin importar qué sienta o piense de él.

Al abrir la puerta de mi habitación, miro algo o alguien que me espera molesta; me está hablando, pero no logro escucharla. Lo único que puedo hacer es asentir mientras miro sus ojos, los cuales no me están viendo. Parando de hablar, suspiró, comenzando a caminar decepcionada al ver que no mostraba interés en lo que decía.

Bajo las escaleras, detrás de ese algo, el cual no me voltea a mirar en el corto recorrido; aquella cosa se sienta en una gran mesa donde hay otras dos cosas sentadas hablando entre ellas; parece que me están esperando para comenzar a comer. Al tomar asiento, las criaturas que se encuentran más cerca de mí entrelazan sus tentáculos con mis manos, y el más alejado de ellos comienza a hablar cosas que no logro entender.

Después de un rato, aquella criatura deja de hablar, y otras criaturas sueltan mis manos; todas comienzan a comer, mientras yo miro en silencio esperando a que el tiempo pase.

—¿Qué día es? —pregunta una cosa.

—Viernes cinco de julio —respondo al instante.

—Gracias.

Al parpadear, estoy camino al colegio, con hambre, sueño y pereza. Por más que intenté, no pude comer aquella extraña comida que me dieron; por más que me esforcé, la comida no pasó de mi garganta. Aunque tenía un buen olor, el sabor era terrible; el sabor era tan malo que tendría que ser considerado ilegal en todo el mundo.

Al darme cuenta, estoy sentado en el salón, recibiendo la primera hora de clase. Todo está oscuro; solo puedo escuchar la voz del profesor, el cual no para de hablar. No logro entender el tema, tampoco las letras que están escritas en el tablero ni la explicación del profesor. No logro entender qué hago estudiando este día.

El profesor habla hasta que suena la alarma que da inicio al receso. Antes de que pueda marcharme del salón, un estudiante abre la puerta con una máscara puesta. De pie en la puerta, mira a su alrededor en silencio. Por más que el profesor le habla, este lo ignora; acercándose a él, lo mira con firmeza. —Estas bromas no son divertidas; ve a dirección —dice el profesor, intentando quitarle la máscara.

Me levanto de mi asiento en el instante en que el profesor manda a aquella persona a dirección, pensando que me podría ir del salón antes de que alguien me dirija la palabra, pero fue un error.

¡Bang!

El disparo se escucha en todo el colegio; la cabeza del profesor queda destruida por el impacto de los perdigones de la escopeta que desenfunda aquel estudiante de su espalda. El cuerpo del profesor cae al suelo, y todos comienzan a gritar; el techo está manchado de sangre, y las paredes comienzan a teñirse de rojo con cada disparo que se escucha. Muchos intentan escapar por la otra puerta del salón, pero al intentar abrirla no pueden; otros gritan por ayuda mientras están paralizados por el miedo que sienten; pocos saltan por la ventana con la esperanza de sobrevivir a la caída.

¡Bang!

Fue lo último que escuché antes de despertar.

CAPITULO II: AVANZAR.

Desperté y me quedé mirando el techo un par de minutos, esperando que sonara la alarma. Pasaron horas cuando mi celular sonó con aquella canción que siempre olvido cambiar. Levanté mi teléfono del suelo y apagué la alarma, silenciando de nuevo su voz. Miré la fecha, lunes uno de julio, cerré mis ojos por un instante, todo se me olvidó.

La alarma sonó y el pensamiento de siempre invadió mi cabeza. —No quiero despertar —pensé, al soñar otra vez con ella. De nuevo, se escucha el mismo tono, que siempre pienso cambiar, pero olvido hacerlo. Tomando el teléfono del suelo, apagué la alarma, bajé la barra de notificaciones y miré la fecha, viernes cinco de julio. Miro el reloj que cuelga en la pared, mientras intento recordar, pero no puedo, y me pregunto, por qué las manecillas del reloj no avanzan.

—Despierta —gritó una voz desconocida, golpeando a mi puerta.

—Estoy despierto —grité, levantándome de la cama.

Entré al baño, esperando que el agua se llevara mis pensamientos otra vez. Abrí la llave y metí la cabeza en el chorro que caía, el agua recorría mi cuerpo, mientras tarareaba aquella canción que cantaba ella, y no logro entender. La espuma del champú se va por el desagüe llevándose mis pensamientos una vez más.

Salí del baño, y miré aquel uniforme el cual odio y no entiendo por qué. Será su color insípido, su corbata roja o su aroma agridulce, el cual me recuerda a ella. Sin importar cuánto lo lavé, no se va, aquel aroma —¿Lo que quemo? —me pregunto, cada vez que lo llevo puesto.

—Baja a comer —gritó la misma voz de antes.

Al abrir la puerta de la habitación, un gran pez rojo me esperaba parado en sus dos aletas. Al salir de la habitación, no deja de mirar todos mis movimientos con sus grandes y extraños ojos. Aquel pez me habla, pero no entiendo sus palabras, sin saber qué hacer, comienza a caminar por un estrecho pasillo, sin mirar atrás. Mientras miro su espalda, trato de entender lo que me quería decir.

Al darme cuenta, me encontraba sentado en el salón, el timbre sonó, dando por finalizada la clase, el profesor paró de escribir en el tablero, —No se olviden de repasar para el examen de la próxima semana —dijo, mientras borraba lo que había escrito. Empaqué todo en mi bolso, me levanté del asiento y caminé hacia la puerta rápidamente. —Espera —me dijo la voz de mi cabeza, me detuve al escucharla, un olor agradable penetró mi nariz, era gasolina.

Abrí la puerta, quedando frente a una persona enmascarada, sentí cómo me miraba a través de su máscara blanca, con odio y tristeza. Estiré mi mano sin miedo y con preocupación, le sonreí, él desenfundó su escopeta disparando a mi cabeza.

¡Bang!

No sé cuántas horas pasaron, estoy desnudo en un rincón del salón, el fuego quemó mi ropa y mi piel. Todo fue consumido por las llamas, solo quedan cuerpos hechos cenizas. Miro por la ventana y parece que nada ocurrió, no veo a la policía ni a los bomberos, solo veo los cadáveres de las personas que saltaron del quinto piso. La noche está hermosa, el viento recorre mi piel, cierro mis ojos, desperté.

La alarma suena con aquella canción que siempre olvido cambiar, miro el reloj que cuelga en la pared, la cabeza me duele, el corazón se me acelera por el miedo que siento, de ver sus manecillas avanzar.

Miro mi teléfono esperando su mensaje, tengo miedo de que no llegue y el tiempo pare. Miro el reloj otra vez, esperando que mis ojos no me hayan engañado. Esperar es lo único que puedo hacer, mientras veo cómo el lunes pasa frente a mis ojos. —No se tardaba tanto —pienso, al mirar la hora en el reloj del salón. Cierro mis ojos, martes llegó.

Como llegó martes, vino miércoles y también desapareció, jueves me saludó con una sonrisa, me ofreció algo de tomar y no recuerdo lo que pasó. Volvió viernes una vez más, hizo que mirara mi teléfono con emoción. Su mensaje nunca llegó. Miro el reloj, y sus manecillas siguen avanzando. —Qué pasa —me pregunto, esperando escuchar la canción, otra vez… —Por qué no la puedo olvidar —Todo se volvió oscuridad.

CAPITULO III (PARTE I):NIEVE.

La alarma suena una vez más, haciéndome despertar en una oscuridad que me rodea. Solo puedo ver una luz que me mira fijamente a los ojos. Aquella luz parece molesta conmigo, y es normal que lo esté.

—No debí decirle que todos mis problemas son por su culpa —pienso, mientras me arrepiento de haberme alejado de ella.

—Ahora, ¿qué hago? —me pregunto, viendo la luz apagarse frente a mí—. Lo siento —le digo, suplicándole para que no me deje otra vez. Ella me mira con su mirada apagada, no me sonríe y está más distante de lo normal.

—Quiero verla brillar —me repito mientras pienso en una estupidez para decirle y así poder hacerla reír una vez más, pero ella no quiere brillar.

—La vida es una mierda —me dijo ella—. Pero de nada sirve quedarte tirado en tu cama llorando mientras sientes lástima por ti. Odio a las personas como tú, que le echan la culpa a los demás de sus problemas… —con aquella sonrisa que me encanta me mira. Es la primera vez que veo lágrimas bajar por sus mejillas. De aquellos delgados labios que siempre he querido besar salieron aquellas palabras que había estado esperando escuchar. —¡Te odio! —me gritó llorando. Nunca esperé que aquella palabra me doliera tanto.

Siendo consumida por la oscuridad, la luz se apagó, dejándome solo una vez más. —Es lo mejor —me hice creer sumiéndome en autocompasión y tristeza. La tranquilidad llegó al no poder ver mi pasado ni mi futuro por la oscuridad, pero el sonido del reloj hace eco en mi oído, recordándome que el tiempo me está dejando atrás.

Tic tac… tic tac… tic tac…

Miro aquel reloj mientras me pregunto qué día es, me siento raro, no sé por qué. Aquel gran pez me mira con aquellos extraños ojos que esperan algo, no sé qué. Su mirada quiere atravesar la distancia que nos separa, evito el porqué. Miro de nuevo el reloj mientras pienso qué está pasando. Algo más me está mirando mientras ríe sin parar. Era ese algo que me apunta con sus tentáculos esperando una respuesta de mí. Está enojada y no comprendo por qué. Veo de nuevo el reloj.

—¿Qué hora es? —me preguntó, sintiendo algo subir por mi pantalón. Escala todo mi cuerpo y a mi hombro llegó. Era un pequeño ratón blanco con manchas negras, el cual muerde mi oreja para llamar mi atención, salta, corre y baila TAP. Me intenta decir algo, pero no lo puedo escuchar. Todos me miran, no sé por qué, esperan algo, no comprendo qué. Qué hora es —me pregunto otra vez.

—Son las diez.

Desperté.

—Hablas mientras duermes —me dice una mujer. No puedo abrir mis ojos, mis labios no los puedo mover, siento frío de la cabeza a los pies, no puedo respirar bien.

—Nos vemos el lunes —susurra a mi oído aquella mujer. Pude abrir un ojo, aunque no lograba ver bien, todo se encontraba blanco, no sabía qué hacer. Algo borroso se acercó y un beso medio. Su lengua tocaba la mía y mi labio inferior mordió. El calor de sus labios se convirtió en frío y el frío desapareció. La luz del sol entró por la ventana despertándome una vez más.

Abrí mis ojos de nuevo en mi habitación. La alarma no ha sonado con aquella canción. Miro al techo esperando escuchar su voz, la cual logra erizar mi piel, sin importar cuántas veces la he escuchado. Sé que tengo que cambiar mi forma de despertar, pero su voz es lo único que me hace querer respirar.

—Tengo que cambiar la alarma —me digo, con la falsa ilusión de querer avanzar. Sé que es mentira, aunque quisiera que fuera verdad—. Algún día te olvidaré —me miento otra vez. La alarma sonó, con su hermosa voz, la cual me hacía olvidar de mi frustración. Su voz daba inicio al primer día del mes, aunque lo he repetido más de una vez.

Algo mordió mi oreja. Era aquel ratón que, al voltear a verlo quieto, se quedó. Al verme sonreír, comenzó a saltar de emoción. Como era costumbre, se había escabullido a mitad de la noche en mi habitación. No le gusta dormir solo porque le da miedo la oscuridad, al no verme sonreír, comienza a llorar porque cree que estoy enojado con él o algo malo me pasó. Él solo quiere estar a mi lado sin importar la situación. Aquel ratón salta de emoción, comienza a correr por toda la habitación, espera a que lo capture para jugar un poco más, cuando el reloj marca las ocho él se va.

El tiempo pasó volando al jugar con el ratón, que al dar las ocho se marchó. Tirado en la cama, cerré mis ojos una vez más. Todo me da vueltas, aunque ya es normal. Respire hondo y abrí mis ojos otra vez, dándome cuenta de que me encontraba comiendo al lado de aquel pez, de aquella cosa y del ratón. Todos comíamos juntos después de haberle rezado a Dios.

Salí de la casa y como de costumbre, aquel oso que vive al lado me saludó con aquel cartel que siempre me muestra al pasar, el cual dice que si no tengo prisa lo espere un poco más. Normalmente, lo espero veinte minutos o más, cuando sale me sonríe y me muestra otro cartel con felicidad, el cual tiene escrito —gracias. —Siempre caminamos juntos sin poner un tema de conversación y al llegar a la parada de autobuses, espera a que me suba al bus y este arranque para así marcharse. Cuando da media vuelta vuelve a su casa, saca su bicicleta y comienza a pedalear. Por lo que pude mirar, su colegio queda al lado contrario de la parada del bus. Aunque no le puedo decir que un día lo seguí hasta su colegio.

Mientras voy en el bus, mis pensamientos comienzan a fluir haciéndome olvidar de todo lo que pasa a mi alrededor. —¿Qué es la vida? —me pregunto sin ninguna aparente razón, mientras me imagino un escenario donde todas las personas del bus me escuchan hablar. Les digo que la vida es una mujer sin igual. Es fría y cruel a la vez, amorosa y amable también, alguien que ha conocido el amor más de una vez, pero su amiga, la muerte, no lo ha permitido ninguna vez. Es solitaria y grita que está acostumbrada a la soledad, pero el tiempo la ve mientras se ríe de ella porque es una mala mentirosa. Ella llora en su mansión cuando alguien está mal, pero sin emoción porque está acostumbrada a la maldad de la humanidad. Ella es…

—¿Yo qué? —dice una mujer al verme pasar. Al darme cuenta, me encontraba en el salón, donde estaba nevando. La nieve cubre mis zapatos y el frío recorre mi cuerpo. Es la primera vez en años que veo nieve caer. Aquella mujer me ve con sus ojos rojos y su sonrisa, la cual me hace recordar. Su piel blanca como la nieve me dice que tengo que escapar, la nieve que cubre su cabello se cae al ella caminar. Leiko me dijo que corriera al encontrarme con esa mujer, aunque mis piernas no se mueven por más que intente correr, solo puedo ver acercarse aquella mujer.

—Hola —le digo sonriendo y sin saber qué va a pasar. Su mirada me dice que el reloj no mintió al comenzar a avanzar.

CAPITULO IIII (PARTE II):NIEVE.

No he dormido bien en meses. Cada vez que cierro los ojos, puedo ver, veo el vacío mientras una voz me susurra, que salte a su oscuridad, donde habitan destellos de luces que me llaman. Me gritan que les ayude, desgarrándose la garganta y escupiendo sangre por el dolor que sienten de ser luz. No importa cuántas veces me arranqué los ojos, estos vuelven a crecer. Crecen mejor que la última vez, permitiéndome ver aquellas cosas que evitaban ser vistas por mí.

Siento frío en todo mi cuerpo. No ha parado de nevar. El salón se encuentra cubierto de nieve. Aquella mujer ve a través de mi oscuridad con sus ojos vacíos, los cuales ruegan por algo. Su mirada me permite saber que todo acabará mal.

La mujer desapareció por un instante. La nieve y su piel se tiñeron de rojo por mi sangre. Mis brazos se encontraban en el suelo y no paraban de sangrar. Quise correr, pero no podía mover mis pies, ella me los había arrancado. Con una sonrisa se acercaba. La alarma de mi teléfono sonó. Cerré mis ojos intentando despertar, pero sin importar cuánto lo intentaba, seguía sintiendo la nieve caer en mi cabeza. Quiero rezar, pero sé que Dios no me va a ayudar. No puedo rendirme, no puedo morir sin haberla visto de nuevo.

Abro mis ojos y aquella mujer se encuentra frente a mí. Me sonríe mientras acaricia mi cara con su mano, aprieta mi nariz suavemente y una pequeña risa sale de ella. Tomándome del cabello, arranca mi cabeza del torso. No puedo ver, no puedo tocar, no puedo caminar, no puedo escuchar, ni respirar. Para ella, soy una clase de juguete, el cual puede romper. Sus labios se unen con los míos, su lengua juega con la mía por unos instantes, sus ojos miran fijamente los míos mientras arranca mi lengua de un solo mordisco dejándome sin poder hablar. Organizando mis cejas con sus dedos, introduce estos dentro de mis ojos arrancándomelos.

—¿Qué es lo que deseas? —me pregunta una voz que hace eco en mi cabeza.

—Quiero ser feliz —respondí.

—Tu deseo fue cumplido.

Leiko le escribía a la muerte una carta. Me dijo que él era el amor de su vida. Aunque me dolió el pecho al escucharla decir eso, sonreí al verla feliz. —Tú también mereces ser feliz —me dice una voz cuando me voy a dormir.

¿Llovía o nevaba?, no recuerdo. Los dos mirábamos al cielo buscándole formas a las nubes como hacíamos en el pasado. Ella tenía un abrigo rojo el cual le quedaba grande, aunque no le gustaba, sus padres la obligaban a llevarlo puesto. No podía aguantar la risa al verla con aquel abrigo que parecía un vestido, las expresiones que hacía con su cara al verme, me hacían querer reír más. Golpeándome en la frente con una bola de nieve, comenzó a correr con una sonrisa buscando un escondite.

Sus lágrimas se camuflaban con la lluvia, me miraba llena de odio mientras sostenía en su mano una roca para lanzarme. Mi frente sangraba por la roca que ella me había lanzado, mi cara se cubría de sangre mientras yo la miraba con una sonrisa. La nieve caía haciéndome sentir frío, miedo y tristeza, de lo que podría decir ella al no querer ayudarla.

—¡POR QUÉ NO ME DEJAS IR! —grito ella llorando.

—Simplemente, no puedo. —respondí, buscando una excusa para no ayudarla—. Pídeme cualquier otra cosa, dinero, te lo conseguiré, amor, me arrancaré el corazón, el mundo, lo conquistaré. Solo dime que quieres.

—Quiero ser feliz.

—Yo, también quiero ser feliz. —pensé sonriendo otra vez.

Limpiando sus lágrimas, estiró su mano temblorosa a donde yo estaba sentado. Era la segunda vez que lograba verla con miedo, sus ojos no me miraban y su sonrisa desapareció. Me levanté, tomando su mano me miré en sus ojos, pero no me encontraba en ellos, su mano dejó de temblar y sus ojos comenzaron a brillar, al darse cuenta de que iba a ver a su verdadero amor.

Ella Ubicó mis manos en su cintura y coloco sus manos en mis hombros. —Vamos —dijo sonriendo, mirándonos a los ojos. Comenzamos a mover los pies haciendo algo a lo que llamábamos «bailar», cada paso que dábamos quedaba marcado en la nieve, como nuestra corta historia, la cual quería olvidar. Las nubes comenzaron a llorar al presenciar aquel baile que quería que fuera eterno, comenzamos a reírnos bajo la lluvia mientras olvidábamos que existíamos. El pasado y el futuro no importaban, lo único que queríamos era vivir el momento mientras fluíamos con el viento el cual se llevaba nuestras preocupaciones. En ese momento desaparecimos en el presente en el que estábamos y no lográbamos encontrarnos.

—¿Estás bien? —me preguntó.

He olvidado cuántas veces ella me ha hecho la misma pregunta. —Te mentí —pienso viendo sus ojos—. Te mentí en cada ocasión que te miré a los ojos y te dije que estaba bien. No quería preocuparte, no quería que te sintieras mal, solo, solo… me hubiera gustado leer una de esas cartas.

—¿Estás bien? —me vuelve a preguntar.

—Estás hermosa —le digo, olvidándome de lo que no fuimos, lo que quise ser y lo que pudimos haber sido. Sin poner más excusas, le apunté, miré su sonrisa y disparé dándole en la cabeza, la nieve se tiñó de rojo, las nubes no paraban de llorar. Yo solo podía sonreírles a las sombras que me miraban desde la distancia sin mojarse.

La nieve se derritió, la lluvia se detuvo. —¿Por qué siento frío cuando ha pasado un mes? —me preguntó, sin poder dejar de temblar. No sé qué siento, si miedo o tristeza, pero este sentimiento no me gusta. No lo quiero sentir. Sé que todo es mi culpa, pero…

—¿Alguien puede ayudarme?

No puedo respirar bien; mi ojo derecho pudo volver a ver los ojos rojos de aquella mujer. Ella sostenía mi cabeza con una mano mientras intentaba tocar las nubes que pasaban a nuestro lado con la otra.

—¿Dónde estamos? —me preguntaba viendo su belleza. Sin importar cuánto lo evité, su mirada perdida me hace recordar a Leiko. Supongo que por eso ella me pidió que me alejara de esta mujer; está igual de rota que ella.

—Ya puedes ver —dice, lanzando mi cabeza al vacío.

—París —pienso, cayendo desde la torre Eiffel.

—Yo también quiero ser feliz —grita ella, tirándose atrás de mí.

La nieve caía con nosotros, su sonrisa segura haría latir mi corazón. Sé que todo terminará mal, pero… —Esta es la opción más divertida, Leiko.

CAPITULO V: AISHA.

Estoy cansado y asustado. Mi vida comienza a avanzar ante mis ojos por algo que no soy yo. No quiero tener que preocuparme por el futuro, pero tengo que cargar con él. Solo quiero dormir hasta el próximo día y levantarme siendo alguien mejor.

Cierro mis ojos intentando dormir por última vez… pero no puedo.

—Dime, ¿qué es la felicidad? —me pregunta aquella mujer con su suave voz. Mi lengua se había regenerado mientras caíamos a las calles de París. La nieve se convirtió en lluvia y esta se volvió sangre, que me hizo recordar que no conocía el nuevo mundo que veían mis ojos.

—No sé —respondí, mirando sus ojos que lloraban sangre.

—¿Por qué vives?

—No sé.

—Entonces, ¿qué quieres?

—Ser feliz.

—¿Cómo quieres ser feliz si no sabes qué es la felicidad?

—¿Alguien sabe qué es la felicidad?

—Quién sabe —dijo, tomando mi cabeza con sus dos manos. Yo solo podía mirarla, esperando a que sucediera algo. Acercándome a ella, me dio un beso en la frente—. ¿Quieres ayudarme a ser feliz? —preguntó con lágrimas de sangre en sus ojos.

—Sí —respondí sin pensarlo.

Suspirando al escuchar mi respuesta, comenzó a reír —París es hermoso en la noche —dijo con felicidad—. Prométeme que volveremos.

—Lo prometo —dije, sintiendo cómo mi cabeza se estrellaba contra el suelo, que por unos minutos se me había olvidado que existía. Todo a mi alrededor se volvió oscuridad; otra vez estaba muerto, estaba completamente desnudo en la nada, con mi cuerpo de vuelta. En mi pecho se había formado una nueva cicatriz, la cual me avisaba que había muerto una vez más.

—¿Sigues vivo? —preguntó aquella mujer. Al escuchar su voz, desperté. Me encontraba en mi habitación con mi cuerpo adolorido, mi cabeza daba vueltas y no podía respirar bien—. Tienes un gran factor regenerativo, ¿con quién hiciste un contrato? —preguntó ella.

—No recuerdo —respondí, sentándome en la cama.

—Supongo que terminaste perdiendo.

Confundido, la miré y pregunté —¿Por qué piensas que perdí?

—No te ves muy feliz, además… —Sonriendo, se sentó a mi lado—. Todos pierden.

Suspiré. Su respuesta puso a cuestionarme todo lo que había hecho en el pasado, y aunque sentía que ella tenía razón, mi corazón se negaba a creer aquellas palabras que me decían que había sido engañado. Diversas preguntas surgieron en mi cabeza, pero entre todas hice la que no me dejaba dormir en las noches —¿Cómo funcionan los contratos? —le pregunté, viendo preocupado cómo me miraba confundida al escucharme.

—¿En serio no sabes? —dijo rascándose la cabeza, dando un suspiro, empezó a explicarme—. Todos los seres humanos quieren algo: dinero, poder, inmortalidad o algo tan simple como ser queridos por alguien. Da igual quién sea, todos quieren algo. A las personas querer algo con todas sus fuerzas, muchas veces son escuchados por los dioses, demonios, espíritus, llámalos como quieras. Al final, todos son lo mismo, seres que cumplen estos deseos por puro capricho. Pero cada cosa tiene un precio que pagar… Bla… Bla… Bla… estupideces. Así se forman los contratos.

—¿Cómo puedo contactar con ellos, para hacer un contrato?

—No puedes. Los contratos son puro capricho de ellos. Tú no puedes escoger si lo quieres o no. Si tú quieres algo y un dios te lo quiere dar, te lo dará sin importar que te arrepientas. A veces, te dicen sus nombres; otras toman alguna forma y aparecen ante ti, para apiadarse o burlarse de tu desgracia ocasionada por ellos.

Aunque la mujer parecía incómoda hablando sobre los contratos, quería hacerle más preguntas sobre estos. Pero no pude hacerlo —¿Quién eres? —pregunté cambiando de tema.

—¿No crees que ya son muchas preguntas? Además, pensé que me conocías bien, incluso me estabas describiendo. Pero quién soy o quién eres tú da igual. Tú y yo pertenecemos al mismo equipo.

—¿Equipo? —pregunté confundido.

Estirando sus dos manos, apretó mi cara suavemente —Sí, los dos buscamos ser felices.

—¿SabEs cóMo PodeMoS sER fElices? —pregunté cómo pude al tener la cara apretada con sus manos.

Quitando sus manos de mi cara, se levantó de la cama, y me miró fijamente, apuntó domé con su dedo índice —Tú y yo seremos felices, dejando de ser inmortales —dijo rebosando confianza. Ella se puso alegre de repente, me comenzó a mirar con una felicidad que me contagió fácilmente, motivándome a pelear por aquel sueño que ella me proponía alcanzar, pero…

—No soy inmortal —dije, mirándola fijamente. Me puse de pie, estiré mis manos, apreté su cara suavemente, sonriéndole le pregunté—. ¿Cómo te ayudo?

—Te corté cada miembro de tu cuerpo, te decapité y aplasté tu cabeza contra el suelo de París. ¿Estás seguro de que no eres inmortal? —preguntó confundida.

—Sí —respondí caminando hacia la puerta.

—¿Entonces qué eres? —preguntó ella acomodando su cabello.

—Alguien con mala suerte —respondí saliendo de la habitación.

—¿A dónde vas? —preguntó ella caminando detrás de mí.

—A la tienda, ¿quieres algo? —respondí bajando las escaleras. Ella me miraba en silencio como a un bicho raro, el cual había descubierto. Su mirada era de confusión, curiosidad e intriga.

—¿No vas a preguntar por qué te decapité?

—Da igual —respondí abriendo la puerta de la casa—. ¿Vienes? —pregunté saliendo de esta.

Bajando las escaleras corriendo, salió de la casa, cerró la puerta y se acercó a mí. Yo la miraba con miles de preguntas que quería hacerle, pero me contuve, esperando que seguirla a ella me daría las respuestas que quiero.

—Soy Sora —dije empezando a caminar.

Sonriendo, estiró su mano y se presentó —Me llaman monstruo, demonio, dios, pero tú me puedes llamar Aisha. Será un placer trabajar contigo.

—El placer es mío —dije tomando su mano mientras sonreía—. ¿Qué es lo primero que haremos, Aisha? —pregunté siguiendo con nuestro camino.

—Tenemos que avanzar, pero antes tenemos que matar a la persona que creó este bucle. Aunque será difícil encontrarlo en esta enorme ciudad —dijo con tranquilidad.

—Está en el colegio donde estudio —dije entrando a la tienda. Ella me esperó afuera. Compré un par de cosas para cocinar, agarré los primeros dulces que toqué con mi mano y me dirigí a la caja a pagar. Mientras la persona que atendía hacía la cuenta, entró a la tienda una mujer en chanclas, despeinada y con ojeras marcadas. La vi por unos segundos, tomé cinco tarjetas de raspa y gana, pagué y salí. Aisha me esperaba sentada en la acera de la calle, me senté a un lado de ella y le di los dulces. Mientras ella habría los dulces, comencé a raspar las tarjetas con una moneda.

—Sabes que eso es una estupidez, ¿cierto? —dijo llenando de dulce su boca, como si fuera un niño.

—Es divertido —respondí comenzando a raspar la segunda boleta.

—lOs HumANOS son Raros —hablando con la boca llena, me miró tragándose todo como pudo. Dándose unos cuantos golpes en el pecho, respiró y dijo—. Tú eres raro.

Sonreí al escucharla y comencé a raspar otra tarjeta, donde perdí una vez más. Me quedaban dos tarjetas, y aunque ya sabía el resultado de la última, era divertido ver a Aisha pendiente a algo que ella llamó estúpido —¿Qué eres? —le pregunté raspando la cuarta tarjeta.

—Perdiste otra vez —dijo, ignorando mi pregunta.

—No quiero matar a nadie —dije, levantándome del suelo.

Levantándose, tomó mi mano y puso un dulce —Ya lo sabía —dijo comenzando a caminar. Yo la seguía unos cuantos centímetros atrás. Deteniéndose de golpe, se desvió corriendo a un pequeño parque que quedaba a unas cuantas cuadras de la casa. Rápidamente, se sentó en uno de los dos columpios que había. Al ver su mirada, me acerqué y empecé a empujarla, ella reía como una niña, yo solo miraba el cielo disfrutando de su risa.

CAPITULO VI: QUERER.

No lo entiendo, pero me encuentro en calma, una calma absolutamente extraña que había olvidado cómo se sentía. —Será el viento o tal vez es el hermoso cielo azul —me pregunto mirando a la nada. Sigo empujando el columpio que, al moverse, suelta una sonrisa. Me siento totalmente seguro y eso es algo extraño—. ¿Por qué? —me pregunto pensando en mis sentimientos—. ¿Por qué? —me vuelvo a preguntar mirando a Aisha. Al verla, mi corazón se detuvo, olvidé cómo respirar, comencé a sentir un dolor en el pecho y el miedo se apoderó de mí.

—¿Qué me pasa? —me pregunto viendo cómo todo a mi alrededor comienza a volverse oscuro. Diversos pensamientos comienzan a sonar en mi cabeza y una voz me susurra—. Es tu culpa —miro a mí alrededor y no hay nada, la oscuridad lentamente me absorbe a sus entrañas. Quiero gritar por ayuda, pero simplemente no puedo, tal vez no quiero por el miedo que me hace sentir un dolor en el pecho, pero… —alguien que me ayude.

—Ahora, ¿qué sigue? —me pregunta Leiko con aquella cálida voz.

Yo la mire con una sonrisa —No sé qué hacer —respondí.

Ella me miro a los ojos por un instante y me sonrío —No importa —dijo acostándose suavemente en el suelo. Apuntando al cielo con su mano, preguntó—. ¿Qué forma le diste a esa nube? —yo mire al cielo por un instante y respondi —un pez…

—¿Y tú, qué forma le diste? —pregunte mirándola fijamente. Ella se quedó en silencio un par de minutos, me miró y con un tono de voz frío dijo—. un tonto gato que se cree león —al ver mi cara de sorpresa, sonrió y volvió a mirar al cielo como si nada pasara. —No me vas a acompañar —pregunto golpeando suavemente el suelo con su mano abierta.

Acercándome a ella, suavemente me acosté a su lado, puse mi mano encima de la suya y nos quedamos mirando el cielo en silencio mientras nos encontrabamos acostados en un enorme charco de sangre. Los dos mirábamos las nubes mientras les dábamos diferentes formas, no decíamos una palabra, solo existíamos queriendo; yo quería estar con ella un momento más, mientras ella esperaba que la volviera a matar, yo no quería que ella me odiara, ella solo quería paz, yo quería que ella me amara, ella solo quería su felicidad.

—¿Por qué? —dije sabiendo que ella entendería.

—¿Por qué no? —dijo Leiko esperando el disparo.

Me pregunto si el problema soy yo. Quiero olvidar, pero no se puede, ¿verdad? Al ver a Aisha, por un momento sentí que Leiko había vuelto. Pero no puedo engañarme, por más que quiero, no puedo, no puedo reemplazar a Leiko con Aisha. Ellas no se parecen; ni en su sonrisa, ni en su forma de reír, sus formas de caminar son distintas, mientras Leiko caminaba con un glamur que era envidiado por todas las chicas del colegio, Aisha camina libremente sin preocupación. Cada vez que empujo el columpio, es más evidente que no son iguales, pero quiero ayudarla, tengo que ayudarla.

—Es extraño, los humanos no saben lo que quieren. Buscan amor y cuando lo obtienen no saben qué hacer con él, quieren dinero y no saben cómo gastarlo, quieren vida eterna y no saben qué hacer en un día lluvioso.

Volví a la realidad tras escuchar las palabras que salieron de la boca de Aisha repentinamente. Aquellas palabras llegaron a lo más profundo de mi ser. Era extraño, pero su sonrisa al decirlas me resultaba intrigante y hermosa a la vez. Entendía a lo que se refería o eso quería creer. Entré en un trance por un corto instante pensando en aquellas palabras que consideraba verdaderas, ya que yo, como muchos otros más, quiero algo, algo que he olvidado al pasar tanto tiempo en este bucle.

Ella saltó del columpio en movimiento, cayendo de pie, miró hacia atrás con una sonrisa. Yo miré sus ojos, que tienen un pequeño brillo al mirarme. Con emoción gritó —¡Es momento de avanzar! —y comenzó a caminar. La seguí desde una corta distancia mientras pensaba en lo extraña que es. Por unos segundos miré al cielo y me pregunté qué quieren los demás.

Caminamos en silencio hasta llegar a la casa. Al abrir la puerta, Aisha corrió hasta los muebles y, con un salto, se acostó en estos. Dejé las llaves en la mesa y subí las escaleras. Entré a mi cuarto, me quité la ropa y entré al baño. Abrí la llave de la ducha, el agua comenzó a caer en mi cabeza y empezo a recorrer todo mi cuerpo. No pensaba en nada, cierro la llave y me echo jabon en todo el cuerpo, comenzando con las piernas y terminando en el cuello, me movi un poco para atras, abri la llave una vez mas, me quede viendo el agua caer por un momento, el sonido de esta pegando contra el suelo me relaja. me meti al chorro de agua, esta recorrio mi mi cuerpo suavemente mientras miraba al techo con la mirada perdida. no pienso, solo existo en ese momento, sin preocupacion, sin miedo, sin pasado o futuro, solo estoy en el presente. cerre la llave y abri la puerta de la ducha.

—¿Por qué tardaste tanto? —me preguntó Aisha sentada en el baño. De pie a cabeza me observó detenidamente. Yo solo la miré mientras sentía un extraño, pero tonto déjà vu.

—Me pasas la toalla —dije estirando mi mano. Ella me ve a los ojos, suspira y con una frialdad suelta una pequeña risa—. no pense que lo tuvieras tan pequeño —aquellas palabras fueron suficientes para romper la poca autoestima que me quedaba. Pero no podía dejar que ella se diera cuenta.

—¿Qué cocinaste? —pregunté intentando cambiar de tema.

Estirando su mano con la toalla, me ve confundida —¿Tú no ibas a cocinar?

—No sé cocinar —respondí tomando la toalla y envolviendo mi cintura con ella, miré a Aisha que me veía confundida.

—Si no sabes cocinar, ¿por qué compraste cosas para hacer comida?

—Pensé que tú sabías.

—Yo tampoco sé cocinar —respondió Aisha molesta y desilusionada—. Ahora, ¿qué comemos? —preguntó levantándose de la taza del baño.

—Puedo cocinar, pero lo que cocino queda horrible.

—No quiero comida fea… aunque tengo una mejor opción —sacando un revólver de su pantalón, me apuntó con este, mirándome a los ojos con frialdad. Me dijo —Podemos pedir comida a domicilio y cuando llegue el repartidor, lo matamos, ¿qué te parece?

—No crees que estás yendo muy lejos, ¿¡además de dónde sacaste esa arma!? —le pregunté exaltado.

—Así que tienes más expresiones que esa tonta cara de tranquilidad… —dijo acercándose a mí, pasándome el arma en la cara suavemente, metió esta dentro de mi boca— con la comida no se juega.

Alejándola de mí, escupí por el sabor tan horrible que tenía el arma. Mirando sus ojos sedientos de sangre y comida, dije —Tengo dinero, podemos pedir comida sin matar a alguien —suspirando de desilusión, guardó el arma en su pantalón—. En serio quería matar a alguien —pensé sorprendido al ver su repentino cambio de humor.

Suspiré y la miré, me acerqué un poco a ella y coloqué mi mano sobre su hombro —Puedes pedir todo lo que quieras si me dices de dónde sacaste el arma —dije mirándola a los ojos. Ella sonrió y me dijo antes de salir corriendo —Se la quité a un señor mientras te bañabas.

Me vestí rápidamente con lo primero que encontré y bajé rápidamente donde Aisha. Ella tenía mi teléfono en su mano. Al verme bajar por las escaleras, me pasó una hoja donde había escrito diez tipos de comida diferentes, desde arroz chino hasta hamburguesa. Al lado de cada nombre de comida estaban los precios y, en total, se pasaba del poco dinero que tenía. Al ver la suma de dinero que tenía que pagar, comencé a buscar dinero por toda la casa mientras Aisha miraba sentada en los muebles cómo me movía de un lado para otro. A duras penas pude llegar a la cantidad exacta de dinero que tenía que pagar. Puse el dinero en la mesa y me senté al lado de ella.

Los dos estábamos sentados en los muebles en silencio mientras mirábamos la pantalla del televisor que se encontraba apagada. Aisha suspiraba con fuerza mientras hacía un ruido molesto con su boca. Yo trataba de ignorar aquel ruido, pero cada minuto que pasaba se me hacía más molesto.

—¿Qué me pediste de comer? —pregunté intentando que dejara de hacer aquel ruido.

Ella volteó a mirarme lentamente como si fuera un zombi y preguntó —¿Te tenía que pedir también a ti? —yo solo podía mirarla enojado mientras la insultaba en mi mente. Ella comenzó a hacer aquel ruido de nuevo, yo solo la miraba en silencio.

—Entonces, ¿cuál es el plan? —pregunté intentando que ella dejara de hacer aquel ruido otra vez.

—Comer —respondió rápidamente.

Bajé la cabeza y suspiré fuertemente —Para romper el bucle —dije.

Sonriéndome siniestramente, dijo con tranquilidad —Encontrar al que provoca la situación y pegarle un tiro — sacando el arma de su pantalón comenzó a hablarle como si fuera un bebé.

Yo la miraba con miedo mientras me cuestionaba su salud mental —Soy un tonto —pensé al recordar que aquella mujer que tenía a mi lado me había decapitado con total facilidad— no mataremos a nadie —dije.

Ella me apuntó con el arma, sonrió y dijo —Mi bebé quiere sangre, da igual si es la tuya o la de alguien más —mirando el cañón del arma, veía mi vida pasar frente a mis ojos otra vez, ella deslizaba suavemente su dedo hacia el gatillo—. Tranquilo, bebe —le dijo al arma, yo cerré mis ojos y sonreí, esperando el disparo.

—¿En serio creíste que te iba a disparar? —dijo ella comenzando a reír, tomé aire y abrí los ojos solo para ver cómo ella se reía de mí—. Tranquilo, no tiene balas —dijo apretando el gatillo.

¡Bang! Fue lo último que escuché al sentir aquella bala entrar por mi frente. Una vez escuché que la muerte es no sentir y por eso no me tengo que preocupar por ella, pero sin importar cuánto muero, no me he acostumbrado al dolor de la muerte. Cada vez que muero, siento cómo mi alma es forzada a quedarse en mi cuerpo por cadenas que la jalan dentro de mí. Cada célula destruida es restaurada a la fuerza, provocándome un dolor que simplemente no puedo describir, un dolor que solo la muerte me puede dar.

Abrí mis ojos al escuchar el llanto de una mujer que se lamentaba a gritos por la muerte de su hijo. No lograba ver dónde me encontraba, tampoco podía mover mi cuerpo por más que intentaba, estaba atrapado en un sitio estrecho que lentamente se quedaba sin aire. Con la poca fuerza que tenía, gritaba, pero al parecer, nadie me escuchaba.

Intenté guardar la calma, pero mi corazón comenzó a acelerarse cada vez más. Intenté gritar más fuerte, hice ruido golpeando mi cabeza contra las paredes desesperadamente. Poco a poco, sentía que me quedaba sin aire, la cabeza comenzó a dolerme y cada vez se me hacía más complicado respirar. Ya no tenía fuerza para gritar, no podía respirar y mi corazón se detuvo en un instante.

—¿Cuánto tiempo ha pasado? —me preguntó abriendo mis ojos en el mismo lugar. Todo sigue igual que la primera vez, no sé cuantas veces he muerto, pero me comienzo a cansar. He escuchado voces, llanto y gritos, de distintas personas, las cuales no paran de llegar—. ¿Cuánto tiempo falta para el viernes? —me preguntó, muriendo otra vez.

—Si pudieras parar el tiempo, ¿qué harías?

—Te tocaría los senos.

—No te creo.

—No me conoces bien.

—Lo sé, pero estoy segura de que no harías eso.

—Supongo ayudaría a los demás.

—¿Por qué supones? Tú ayudarías a los demás.

—¿Cómo estás tan segura?

—Simplemente, eres así, aunque eso te llevara a tu propia perdición.

CAPITULO VII: LUNES.

Abrí mis ojos al poder respirar bien; ya no me encontraba en aquel frío y estrecho lugar. No se escuchaba ningún llanto ni grito, y aunque la oscuridad no me dejaba ver, sabía que me encontraba en mi habitación. Era lunes una vez más, el mismo lunes que he repetido tantas veces que no logro recordar. —Da igual —pensé, cerrando los ojos para dormir, pero no podía, por un pensamiento fugaz que me atormentaba. Aunque intentaba que no me importara, el pensamiento no se marchaba. —Despierta —me gritó Aisha, el pensamiento que no me dejaba dormir—. Despierta —volvió a gritar, y la volví a ignorar, arropándome de pies a cabeza, tratando de quedarme dormido.

—Despierta —gritó otra vez, lo cual ignoré nuevamente—. Hice comida —susurró en mi oído. No me enteré cuando entró a la habitación, pero me miraba fijamente con un brillo en sus ojos como si fuera un niño queriéndome contar algo. Aunque eso no quitaba que parecía una psicópata.

—Ya voy —respondí.

—Rápido que se va a enfriar —dijo saliendo de la habitación.

Me levanté y salí de la habitación, comencé a caminar hasta las escaleras sin dejar de pensar que me faltaba algo, pero no le di importancia. Al lado de las escaleras había una mesa en la que había una pecera con un pequeño pez rojo que, al verme, no apartó su mirada de mí. Le devolví la mirada, y nos miramos fijamente por un par de segundos. Parecía que él me quería decir algo, pero el miedo que sentía era más fuerte que él. Comencé a bajar lentamente por las escaleras esperando que aquel pez me hablara, algo que no sucedió.

Al percatarme habia algo bajado las escaleras a mi lado, algo que no podía describir, solo me acompañaba en silencio. A veces sentía cómo me miraba detenidamente por un par de segundos. Parecía que esperaba algo de mí. Tal vez quería que la mirara como ella lo hacía conmigo o unas palabras de mi parte, pero no se me ocurría nada que pudiera decir. Las escaleras se hacían más largas o eso pensaba, al no sentir que estuviera avanzando. Los segundos parecían minutos y los minutos horas, horas que pasaban rápidamente hasta que llegamos al final, donde solo habían pasado un par de segundos. Volteé a mirar aquella cosa, pero había desaparecido.

Comencé a caminar al comedor, pero me detuve al ver algo que llamó mi atención. Era un pequeño ratón bailando. Se movía con alegría por todo el mueble, saltando con sus pequeños zapatos. Lo miré hipnotizado mientras él ignoraba mi existencia. Pasaron unos minutos para que él se diera cuenta de mi presencia y dejara de bailar. Me miró asustado y comenzó a correr por toda la casa sin un rumbo, hasta que entró a un cuarto, desapareciendo de mi vista. Llegué al comedor y me senté. Aisha se encontraba en el otro extremo de este. Miré la comida por un par de segundos, intentando no hacer ninguna cara extraña, ya que ella me miraba atentamente, esperando que le diera un bocado a la comida. —Pensé que no sabías cocinar —dije intentando hacer un poco de charla.

—No sé, pero vi un video y quise intentarlo.

No sabía qué decir, pero aquella masa negra no podía haber salido de un video de cocina. Parecía un experimento fallido o solo trataba de matarme otra vez. El olor de aquella cosa era extraño, no olía a algo comestible, pero tampoco mal. —¿Y qué decía el título del video? —pregunté tomando fuerza para comer un poco.

—Pasta a la ¡carbonaare! —dijo haciendo un gesto con su mano como si fuera un italiano.

Sin importar cuánto pensara, no podía encontrar la forma de que una pasta terminara siendo una masa negra. Pero daba igual, tenía que comer. Agarré la cuchara y cogí un poco de aquella cosa que, aunque parecía sólida, su textura era gelatinosa. Dejé de respirar para no oler aquel extraño olor y miré a Aisha, que me miraba con ilusión. Me metí la cuchara a la boca y tragué con esfuerzo, aguantándome las ganas de vomitar. Volví a mirar a Aisha, y me miraba llena de felicidad. Seguí metiéndome cucharadas a la boca, esperando que aquella masa desapareciera del plato, pero parecía infinita. Al cabo de unos minutos u horas, terminé de comer aquella pasta, lo cual me dejó con náuseas y con mal sabor de boca.

—¿Cómo estuvo? —me preguntó Aisha llena de ilusión.

Aunque la respuesta era sencilla, la comida sabía a todo lo malo de la vida y tendrían que llevarla a la cárcel por romper todos los tratados de paz, no podía decirle eso. No podía quitarle aquella sonrisa. Empecé a pensar bien mis palabras. No quería lastimarla, pero tampoco quería mentirle. Quería ser neutral, pero no tan neutral, así no sospecharía. Quería que supiera que la comida estaba mal, pero no tan mal y que podía seguir mejoran… solo quería hacerla feliz.

—Sabe a mierda, ¿cierto? —dijo Aisha con aquella risa tierna pero perversa—. No sé cómo pudiste comerte todo eso.

Al escucharla, solo pude quedarme en silencio. Un silencio como otro más, pero que su risa hacía diferente. —Si sabías eso, ¿por qué me lo diste a comer? —pregunté.

Dejando de reír, me respondió —No te iba a dar, pero cuando lo probé me di cuenta de que sabía a mierda, y si yo como mierda, tú comes mierda. Pero todavía no creo que te lo hayas comido todo —dijo empezando a reír de nuevo.

Solo podía mirar cómo se burlaba de mí, una burla que parecía interminable, aunque no llegaba a molestarme.

—Tenías que haber visto tu cara cuando te pregunté cómo estaba —dijo dejando de reír. Aisha sacó de debajo de la mesa un marco mediano de madera. Este tenía en él una foto donde salía aquel pez gigante, aquella cosa y el ratón, pero había dos manchas borrosas que no lograba saber qué eran. No eran humanos, tampoco eran una cosa, solo eran unas manchas en aquella extraña y hermosa foto—. Estaba buscando dinero para comprar algo de comer. No encontré dinero, pero encontré varias fotos como estas escondidas en una habitación. ¿Quiénes son estas personas? —preguntó Aisha. Por más que detallara la foto, no lograba pensar en una respuesta que pudiera tranquilizar su intriga. En ese instante se me ocurrieron miles de respuestas, pero solo podía decir la verdad—. No lo sé, esta no es mi casa —respondí. Al escuchar mi respuesta, Aisha se quedó en silencio por un instante antes de comenzar a reír nuevamente—. Eres más extraño de lo que pensaba. Me caes mejor —dando un gran suspiro de alivio, se levantó del asiento dando un gran bostezo y con total tranquilidad, dijo—. Vamos a comprar algo de comer. Me quiero quitar el sabor de mierda de esa comida.

—Espera, voy por mi cartera —dije levantándome del asiento.

—Vamos, yo la tengo —dijo Aisha, caminando hacia la puerta. Agarré las llaves de la casa y comencé a caminar hacia la salida. Los dos salimos de la casa en total silencio, silencio que nos acompañaría todo el camino hasta la tienda. Al llegar a esta, Aisha entró al mismo tiempo que aquella mujer desarreglada, la cual iba con un caminar lento. Me senté en la acera bajo el insoportable sol de la tarde y, aunque el suelo estaba caliente, me había acostumbrado después de un rato. Pasaron los minutos, pero Aisha no salía, y aunque me había acostumbrado al sol que estaba «tranquilo a esa hora de la tarde,» no me quería pasar tanto tiempo expuesto a este. Pasó un tiempo y escuché abrirse la puerta de la tienda. Rápidamente volteé mi cabeza esperando que fuera Aisha. Para mi mala suerte, era aquella desarreglada mujer, la cual tenía una enorme sonrisa en su rostro como si fuera una persona distinta. Pasó por mi lado con prisa y sin fijarse bien, lo cual provocó que en unos segundos hubiera un accidente.

El carro que provocó el accidente se dio a la fuga. Rápidamente, todo el lugar se llenó de personas que grababan con sus teléfonos o solo miraban mientras murmuraban la mala suerte de su vecina. Los autos no podían pasar por la multitud y, furiosos, comenzaban a tocar el claxon mientras gritaban. Todo se convirtió en un caos, donde las personas que se encontraban en medio de la carretera les gritaban a las personas que se encontraban en los autos y viceversa.

—Come —dijo Aisha que, en algún momento, se había sentado a mi lado, me ofrecía papas. Agarré unas cuantas y metí una a mi boca, mientras no apartaba mi vista del caos.

—Qué raros son los humanos —dijo Aisha. La volteé a mirar, se encontraba completamente tranquila, no le interesaba ni un poco el accidente, ni las personas, solo miraba al cielo con la mirada perdida.

—¿Por qué lo dices? —pregunté metiendome otra papa a la boca.

A lo que ella me miró y con una sonrisa dijo —Solo son raros. —Destapando una gaseosa, tomó un poco de esta y me ofreció, lo cual recibí bebiendo un poco y devolviéndosela—. Sabes… —dijo Aisha—. Aquella mujer se ganó la lotería, cinco era su número de la suerte, por eso siempre compraba cinco boletas de rasca y gana, o eso dijo el de la tienda, pero cuando gana muere. ¿No te parece raro?

—Cosas de la vida —dije tomando más papas.

—Qué asco la vida, ¿no crees? —respondió—. Sabes, voy a matarla —dijo metiéndose una papa a la boca.

—¿Cómo harás eso? —pregunté esperando una respuesta.

Tomando otro poco de gaseosa, me miró —Ni puta idea —dijo riendo—. Aunque antes tengo… tenemos que salir de este bucle. —Nos quedamos en silencio un par de segundos. Aquel alboroto había desaparecido a la misma velocidad con la que se había formado y nada ni nadie se encontraba en la calle. Todo estaba tranquilo, en un silencio que sería roto por Aisha.

—Al dispararte, creo que después de media hora, llegó la policía. Al parecer, el repartidor los llamó. No habías vuelto a la vida, así que deje que me atraparan. Me pareció emocionante. Era la primera vez que iría a la cárcel. No sé qué pasó con tu cuerpo, pero supuse que estarías bien. Al llegar a la estación de la policía, había un señor cubierto de sangre. Por lo que pude escuchar, había asesinado al asesino y violador de su hija. Su hija tenía un nombre raro, comenzaba por h o g, eso no importa. Pude mirar los ojos de aquel señor, no tenía ningún arrepentimiento, pero estaba triste. Los seres humanos son tan raros y maravillosos, son difíciles de entender.

—¿Quieres salvar a la niña? —le pregunté, sin entender por qué me contaba todo eso.

—No —respondió sin dudarlo—. Pero si me encuentro con su asesino, lo mataré.

—¿Antes o después de que mate a la niña?

—¿Acaso importa? —dijo confundida.

—Ni idea —respondí. En ese momento supe que Aisha no era la mujer de la cual me había hablado Leiko, aunque no importaba. —Mañana será un largo día —le dije levantándome del suelo. Ella sonrió colocándose de pie. Los dos comenzamos a caminar juntos, y al darnos cuenta, el lunes había terminado.

CAPITULO VIII (PARTE I): MARTES.

Martes comenzó con una fuerte lluvia. La cual nos había tomado lejos de la casa. ¿Dónde estábamos? No recordaba, pero estábamos jugando en medio de la carretera, saltando en los charcos que se formaban por la lluvia. Aisha comenzó a correr pasando los autos que se movían a gran velocidad, yo iba detrás de ella intentando atraparla mientras esquivaba los autos y miraba a las personas que se sorprendían al vernos pasar.

La lluvia cada vez caía más fuerte, impidiéndome ver bien. El cielo se iluminó, truenos comenzaron a escucharse, aunque el ruido nos daba igual. Todo me traía recuerdos que me llenaban de diversos sentimientos, aunque solo quería recordar los que me hacían feliz. Seguí corriendo detrás de Aisha. El sonido de las gotas pegando contra el suelo me relajaba, era una canción, una canción que nunca me dedicaron. Saqué mi teléfono y miré la hora. Habían pasado cuatro horas desde que martes había comenzado. La lluvia no parecía que pararía en todo el día. Era como si el cielo llorara. Me quedé un instante viendo el teléfono mojarse, al verlo sentía que recordaría algo que nunca llegó, pero olvidé. Miré al cielo. Las gotas de lluvia parecían agujas entrando en mi piel, pero nada importaba. No sabía lo que estaba haciendo, a dónde iba o qué haría. Solo corría. —¿Por qué? —me pregunté.

—Eres muy lento —dijo Aisha sentada en el techo de un auto. Sacándome la lengua, me sonrió al verme tan meditabundo. Al escucharla, volví en sí con una felicidad que invadió mi ser, haciendo que tuviera una sonrisa dibujada en mi rostro, una que no podía ocultar.

—¿Es verdadera? —preguntó Aisha.

—¿Qué? —dije confundido.

Saltando desde el auto a mis brazos, caímos golpeándonos contra el asfalto de cara, comenzando a rodar. Nuestra ropa se rasgó y nuestra piel se raspó con cada vuelta. Quedé arriba de ella. Los dos teníamos una sonrisa y la cara raspada. —Es la primera vez que te veo sonreír de verdad —dijo Aisha, a lo cual no supe qué responder. Nos levantamos del suelo con nuestras heridas curadas—. ¿Vamos a casa? -preguntó Aisha.

Saqué mi teléfono del bolsillo para ver la hora. Habían pasado media hora desde la última vez que había visto el teléfono.

—Qué teléfono más resistente, ¿dónde lo compraste? —preguntó Aisha.

—Fue un regalo —respondí.

—A verlo —dijo Aisha arrebatándome el teléfono de las manos.

Los dos seguimos jugando, ignorando el ruido de un auto que se aproximaba a gran velocidad, arruinando la canción que cantaba la lluvia. Los dos, aunque nos habíamos percatado, nos mirábamos retándonos a ver quién se quitaba del camino primero.

—Toma —dijo Aisha lanzándome el teléfono—. Al percatarme, el auto arremetió contra nosotros. Todo mi cuerpo quedó destruido. No podía respirar bien, ni ver, ni sentir algo que no fuera la muerte. Poco a poco iba muriendo, pero a su vez mis células se reconstruían impidiendo mi muerte. Una nueva cicatriz se hizo en mi cuerpo. El auto siguió su camino sin mirar atrás. La lluvia siguió cayendo, convirtiéndose en charcos que eran contaminados por nuestra sangre.

—Sí, volvamos a casa —respondí, tirado en el suelo.

Respirando profundamente, comenzó a toser. —Espera, tomo aire, y me levanto —respondió Aisha, agitada. Tirada a unos centímetros de mí, nos quedamos en silencio un par de minutos, viendo al cielo por obligación. Las gotas chocando contra el suelo no se escuchaban por el fuerte ruido de nuestra respiración—. ¿A qué hora vas a estudiar? —preguntó Aisha con dificultad.

—A la una —respondí.

—Hay mucho tiempo para dormir —dijo, sentándose en el suelo. Estirándose un poco, preguntó—. ¿Puedo llevar el arma? —a lo cual respondí con un «no».

Levantándome del suelo, miré el teléfono que se encontraba destrozado por el impacto. —¿Qué comeremos? —le pregunté a Aisha.

—¿Quieres que cocine? —preguntó Aisha.

—Mejor pedimos comida —respondí, estirando mi mano hacia Aisha. Esta tomó mi mano, y la ayudé a levantarse.

—Con qué dinero —preguntó.

—¿Robamos un banco? —pregunté, mirándola.

Con una sonrisa me dio una palmada en la espalda y dijo —Ahora podemos ser buenos amigos —a lo cual solo pude reír. Comenzamos a caminar, jugando bajo la lluvia, empujándonos de un lado a otro, mientras dejábamos un rastro de sangre a nuestro paso.

Después de un rato caminando, llegamos a casa. A medida que íbamos entrando, Aisha se desnudaba, tirando su ropa por todas partes, quedando completamente desnuda. Se tiró en el mueble, quedándose dormida al instante. Recogí la ropa del suelo y la puse en la lavadora. Subí hasta mi habitación y me cambié de ropa. Tomé una cobija de la cama y bajé al primer piso para arropar a Aisha. Eché mi ropa a la lavadora, poniéndola a lavar. Volví a subir a la habitación. Miré el reloj que colgaba en la pared. Este marcaba las cinco. —Una hora está bien —pensé, tirándome en la cama. Al caer en esta, quedé dormido al momento.

Desperté en el duro suelo de la habitación. El reloj de la pared marcaba las cinco y quince. Me levanté del suelo y miré a Aisha durmiendo en mi cama. Dormía con los brazos y piernas estirados, en una almohada cubierta con su propia baba. Susurraba algo que no lograba entender, algo a lo cual no le di importancia. Entré al baño para echarme agua en la cara. Algo se escuchó en el primer piso, pero no le presté atención, pensando que era la falta de sueño. Me miré en el espejo. Las ojeras habían desaparecido con las cicatrices de mi cuerpo. Algo se volvió a escuchar. Salí del baño pensando que Aisha se había despertado, pero seguía dormida en su propia baba. —Creo que hay alguien en la sala —dije moviendo a Aisha, la cual me volteó la cara, pero seguí insistiendo. Tarareando algo que no lograba entender, sacando un revólver de la nada, cogía este del cañón—. toas nsodk to Toma —dijo con dificultad—. ¿De dónde lo sacaste? —pregunté, tomando el arma. Ella solo balbuceó algo, haciendo una señal con su mano, la cual tomé como que la dejara en paz, volteando la cara, siguió durmiendo como si nada hubiera pasado.

Con el arma en la mano, salí de la habitación en dirección a las escaleras. Al mirar la pecera, no encontré a aquel pez, aunque no le di importancia y seguí con mi camino. Comencé a bajar las escaleras despacio, intentando no hacer ruido. Miré los muebles desde las escaleras. Estos se encontraban mojados, también el suelo de la casa, aunque no se encontraba nada ni a nadie. Aquel ruido se intensificaba. Miré a los alrededores y entré al baño con cautela, mientras apuntaba con el arma, pero nadie se escondía en este. Miré más de una vez la sala y la cocina, miré el comedor, pero todo se encontraba vacío. Rindiéndome, me senté en una de las sillas del comedor, esperando que el tiempo pasara. Pasaron unos segundos y alguien tocó la puerta. Caminé hasta esta preguntando quién era, pero no recibí respuesta. Con solo mis órganos que perder, abrí la puerta para encontrarme con nadie atrás de esta, cerré y caminé hasta el comedor, sentándome de nuevo en la silla.

De nuevo tocaron la puerta, dejé el revólver en el comedor y fui a abrir. Al abrir, no había nadie. —Serán niños jugando —pensé, cerrando la puerta. Me quedé parado frente a esta, esperando que tocaran, pero no lo hicieron. Abrí la puerta una vez más, atrás de esta no había nadie. Tomé un paraguas y salí, dejando la puerta ajustada, y miré a los alrededores, pero no había ni una alma en la calle.

Al dar media vuelta para volver, sentí la mirada de algo penetrando mi ser. —Juzgaba o anhelaba —me pregunté, mirando a mí alrededor, pero no había nada—. Hola —grité, esperando que aquella cosa saliera de su escondite, pero no salió—. Hola —volví a gritar, buscando en cada gota, cada ruido, en cada rincón donde lograba ver, pero nada aparecía. Entré a la casa, cerrando la puerta. Dejé el paraguas al lado de esta. Comencé a caminar hasta la habitación. Sentía que el sueño acabaría conmigo, tenía hambre y frío, pero quería dormir un rato, pase por el comedor, —Hola —dije pasando al lado de aquel oso que se encontraba sentado en una silla. Aquel oso me saludo moviendo la mano, se encontraba mojado y temblando de frío, seguí hasta la habitación. Aisha había babeado toda la cama, así que me tiré en el suelo para dormir. Cerré mis ojos, intentando quedarme dormido. Pasaron unos minutos… me levanté, tomé un par de cosas y corrí hasta las escaleras. Al percatarme, aquel oso seguía sentado en la misma posición, temblando de frío. Me acerqué a él y le pasé lo que había agarrado del cajón, lo cual era una sudadera y una camisa. Le indiqué dónde estaba el baño para que se cambiara. Este, con timidez, tomó las cosas y caminó hasta el baño.

Me senté en el comedor, esperando que el oso saliera. Pasó media hora hasta que el oso salió, aunque me llenaba de curiosidad por qué se había tardado tanto en el baño, no pregunté para no hacerlo sentir incómodo. —Te ves bien —le dije, sonriendo. Este me miró y me dio una pequeña sonrisa de vuelta.

Le pasé un lápiz y un cuaderno que había buscado para él. Este lo tomó y escribió «gracias» con una cara sonriente al lado de la «s». —No pasa nada —dije.

Pasó un rato, y él seguía de pie. —Siéntate, no crecerás más —le dije, dándole palmadas al asiento que se encontraba a mi lado. Sentándose a mi lado, me miró fijamente por un par de minutos. —Quieres algo de tomar —le pregunté, a lo cual negó con la cabeza. Había tenido suerte, no tenía nada en la nevera para darle. Siguió mirándome sin mover un solo músculo. No sabía si decirle algo o simplemente quedarme callado. No lograba recordar algo de ella, que no fuera verla los viernes. Pasó una hora sin que dijéramos una sola palabra. En todo este tiempo, él me miró fijamente, pero en ningún momento me sentí incómodo.

Respirando, tomó aire profundamente, suspiró y comenzó a escribir. Aquel segundo se hizo eterno, más eterno que la hora que estuvimos sin hablar. —Ayúdame. —Escribió. Al leerlo, dudé de mi respuesta por un par de segundos, antes de poder responder, unos pasos comenzaron a escucharse. Era Aisha, completamente desnuda, bajando las escaleras. Tenía el cabello alborotado y media cara mojada. Mirándonos, preguntó con un gran bostezo — ¿Ese es el ladrón?

CAPÍTULO VIII (PARTE II): MARTES.

Nervioso, el oso bajó la cabeza al ver a Aisha desnuda. Al notarlo intranquilo, Aisha se acercó a él con malicia, levantándole la cabeza con la mano. Lo miró fijamente a los ojos. El oso nervioso evitaba el contacto visual, pero Aisha acercaba su rostro cada vez más a él, mientras se le dibujaba una sonrisa maliciosa.

—¿Este es el ladrón? —volvió a preguntar Aisha. Le respondí negando con la cabeza—. ¿Entonces quién es?

—Mi vecino —respondí. Al escucharme, Aisha me miró confundida y se alejó del oso, sentándose en las escaleras con las piernas abiertas. Sacando un cigarrillo, lo puso en su boca—. Ve a la tienda y compra algo de tomar para las visitas —dijo Aisha, tirando mi cartera en mis manos.

La miré confundido mientras me preguntaba de dónde había sacado el cigarrillo, pero había algo extraño en el actuar de Aisha, el aura a su alrededor, sus gestos, su sonrisa habían cambiado haciéndola parecer una persona totalmente distinta. —¿De dónde sacaste ese cigarrillo? —pregunté.

Sacando un encendedor de la nada, prendió el cigarrillo dándole una bocanada. Mirando al suelo con la mirada perdida, expulsó el humo por su boca, quedándose callada. El oso la miró, volteándome a mirar confundido por la situación. Al ver la cara del oso, empecé a reír. —Te acostumbras —dije mirando al oso. Teniendo el cigarrillo en medio del dedo índice y anular, me miró Aisha y con un tono de voz calmado pero firme dijo. —No tardes… y compra algo para ti, hermoso —Al ver sus ojos de angustia, tomé el paraguas y salí de la casa confundido. Por más que pensara, no entendía la situación, pero había algo seguro: Aisha había visto algo que yo no había notado.

Comencé a caminar a paso lento con un rumbo fijo, mirando a mi alrededor. Las calles estaban vacías, el frío recorría mi cuerpo mientras pensaba en la situación en la que me encontraba. —Realmente quiero salir de aquí —me pregunté, comenzando a cuestionarme toda mi vida, embarcándome en una desesperación interna, la cual fue interrumpida por las risas de unas niñas que jugaban bajo la lluvia en el parque. Las miré por un par de segundos y seguí caminando. Seguí caminando hacia mi destino, intentando no sobre pensar las cosas, como dice ella. —¿Quién? —me pregunté, sin poder responderme.

Al darme cuenta, había llegado a la tienda. Dejé el paraguas afuera y entré. Estaba aquella mujer desarreglada, raspando billetes de lotería, al ver que no ganaba, los tiraba al suelo, donde había una cantidad enorme tirada. Sus labios estaban resecos, y la yema de los dedos con los que sujetaba la moneda estaban cubiertos de sangre. Ignoré la situación y caminé hacia la parte de atrás. Tomé una gaseosa grande y unas papitas de las más baratas y me dirigí a pagar. Puse las cosas en el mostrador, saqué la cartera de mi bolsillo y al abrirla, vi algo extraño. Parecía una broma de cámara oculta o un sueño del cual no quisiera despertar. Con una sonrisa, tomé las cosas y las devolví donde pertenecían, quedándome en la parte de atrás y tomando todo lo que veía.

Salí de la tienda con más cosas de las que podía cargar. Tomé el paraguas como pude y empecé a caminar, preguntándome de dónde había sacado Aisha tanto dinero o si se enojaría al haber gastado mucho. Al ver tanto dinero, terminé comprando cosas innecesarias. Me sentía culpable, pero al mismo tiempo estaba feliz al tener tantas cosas para comer. Después me preocuparía por el dinero; por ahora, solo disfrutaba el momento, como ella hubiera querido. —¿Quién? —me pregunté, sintiéndome mal de repente. Los ojos comenzaron a aguarse, un dolor se formó en mi pecho evitando que respirara bien. Intenté calmarme, pero no podía evitar pensar que estaba olvidando algo importante para mí.

Me detuve, exhalando fuertemente por la nariz. El dolor no desaparecía; sentía cómo todo a mi alrededor se desmoronaba. Las cosas que había comprado rodaban por la acera al romperse una de las bolsas. Puse el paraguas en el suelo y me acosté en él. No entendía, pero no podía parar de sonreír. No me importaba el qué dirán, ya que estaba feliz, pero al mismo tiempo no podía evitar llorar.

—¿Por qué lloras? —preguntó una voz cálidamente suave.

Limpié mis lágrimas y me senté. Al frente de mí había una niña, de unos doce o catorce años, llevaba puesto el uniforme de un colegio privado, el cual era solo para mujeres. Estaba cubierta de barro y tenía un golpe reciente. Había estado llorando, aunque su cara estaba tranquila como si no hubiera pasado nada.

—Extraña —pensé al verla—. —No tengo idea, —respondí levantándome del suelo. Comencé a recoger las cosas que estaban tiradas. No sabía cómo llevaría todo a casa, ya que la bolsa había quedado inservible. Al Escuchar cosas caer al suelo miré a la niña.

—Puedes meter las cosas en mi bolso —dijo la niña, estirando su bolso vacío tras haber tirado todas sus cosas al suelo. Todo lo que tenía estaba cubierto de barro, incluso el bolso, el cual había limpiado mientras sacaba las cosas—. Está un poco sucio, pero servirá —dijo sonriendo con timidez.

—Gracias —le dije, tomando el bolso. Me pregunté qué pasaba por su cabeza, empecé a meter cosas en el bolso, nerviosamente, ella comenzó a ayudarme.

—¿Por qué llorabas? —pregunté. Ella solo me ignoró y siguió metiendo cosas en el bolso—. ¿Te dejó tu novio? —pregunté de forma burlesca, esperando alguna reacción, pero ella seguía ignorándome. Después de un rato, terminamos de meter todo en el bolso. Al acabar de empacar todo, me puse el maletín y me despedí de la niña.

—Dejas el paraguas —dijo la niña.

—Tómalo por el bolso —dije.

—Pero, ¿cuál es tu nombre? —preguntó.

La volteé a mirar y le sonreí. —Sora —respondí—. Sabes que hablar con desconocidos es peligroso —pregunté, intentando hacerla hablar un poco más.

—Sí, pero tú no eres peligroso, ¿verdad? —preguntó, tomando el paraguas del suelo.

—Quién sabe, lo que te diga son mentiras —respondí, intentando ser lo más honesto posible. Ella me miró como si fuera un bicho raro y empezó a reír, lo cual era extraño, ya que ella era la que parecía ser el bicho raro, y yo debería estar riéndome de ella. Mientras ella reía, yo seguía mojándome. —Eres extraño —dijo, dejando de reír. Yo la miré confundido, obviando que esas palabras me las decían más de lo que me gustaría admitir.

—Es un placer conocerte, Sora. Mi nombre es Hagne. Espero que nos volvamos a encontrar —dijo la niña despidiéndose con una sonrisa.

—¿Yo soy el raro? —me pregunté, mientras la veía marcharse.

Al llegar a la casa me esperaba Aisha y el oso sentados a fuera de esta, los dos voltearon a verme sin decir o hacer un gesto. Sin saber qué decir, solté un suspiro y me senté al lado del oso. Los tres nos quedamos inmóviles, viendo la lluvia caer. Después de un rato el oso tomando con sus patas mi mano dejando sus garras marcadas en esta, Aisha me abrazo y medio un beso en la frente.

—lo sentimos —dijo Aisha — si te haces sentir mejor me gusta tu bolso.

Abrí el bolso y saque unas bolsas de papas —quieren —pregunte, Aisha tomo dos bolsas, el oso tomo una y empezaron a comer. —por qué —pregunte sin recibir una respuesta—. Puedo saber qué paso —volví a preguntar siendo ignorado otra vez. Suspirando me puse a verlas comer mientras me imaginaba que había pasado, me levante y mire nuevamente, los escombros que antes eran una casa, todas mis cosas habían quedado sepultadas en los restos. —Iré a buscar un puente donde dormir —dije caminando sin ánimos.

Tomándome de la mano me detuvo Aisha —estás enojado —me pregunto, a lo que negué con la cabeza.

—vamos a buscar el puente más bonito para dormir— dije soltándome de su agarre—. Creo que a una hora de acá hay un buen puente.

Paz fue lo que sentí en el instante en el que vi el puente a unos pasos de mí, mientras me preguntaba por qué no había hecho esto antes y si lo había hecho por qué no tenía recuerdos de algo tan familiar. El viaje había sido tranquilo, Aisha no había hablado en todo el camino que llevábamos caminando, pero su compañía era gratificante. —no estoy enojado contigo, ya llegamos —dije volteando a mirar atrás donde solo me encontré con el oso, el cual se encontraba tirado en el suelo, jadeando— donde está Aisha —le pregunte, a lo cual me respondió escribiendo que estaba en su casa—. Y tú que haces aquí —pregunte confundido, a lo cual escribió que ella lo había enviado a hacerme compañía.

—¿por qué no me dijiste nada? —pregunte confundido, a lo cual escribió que le había dado pena.

—¿volvemos? —escribió el oso, a lo cual asentí con la cabeza.

Llegamos a la casa del oso, la puerta estaba abierta, al entrar en esta Aisha nos esperaba sentada en el comedor, el cual estaba rebosante de comida. Haciéndole compañía había tres gatos blancos que jugaban entre ellos. —SiEnTaTE —dijo Aisha metiendo más comida en su boca. Me senté al lado de Aisha, uno de los gatos al verme dejó de jugar y se acercó a mí tímidamente, empezando a sobarse en mi pierna. El oso miró confundido mientras un pequeño brillo se hizo notar en sus ojos.

—Normalmente, no se acerca a las personas —escribió el oso. Al leerlo, todo me pareció extraño. No solo era el momento, en el que sentía que ya lo había vivido, sino también la sensación de ser observado por la cantidad excesiva de cuadros que decoraban la casa. En cada cuadro había un gato distinto, en total eran diez, contando a los tres blancos que nos acompañaban.

—Ven, ven, come, come —decía Aisha mientras masticaba. Yo solo podía verla comer.

—No tengo hambre —dije colocando el bolso en la mesa.

—Tienes pena —preguntó Aisha tomando un muslo de pollo—. Tienes que dejar de ser penudo —dijo metiéndome el muslo en la boca.

Los ojos se me pusieron llorosos, comencé a toser con fuerza hasta el punto de casi vomitar. —¿Me quieres matar? —pregunté intentando respirar.

—Da igual si mueres, lo importante es comer, ven, come, está rica —dijo Aisha, metiendo más comida en su boca.

—¿Me prestas el baño? —le pregunté al oso levantándome del asiento. El oso me hizo una seña para que lo siguiera. Levantándome del asiento, dejé el bolso en este y empecé a caminar detrás del oso.

—¿De dónde sacaste ese bolso? —preguntó Aisha.

—Se lo robé a una niña —dije saliendo de la habitación. Al salir de esto, me di cuenta de que no le había preguntado sobre el dinero que había en la cartera, aunque ahora no importaba.

La casa era más grande de lo que se podía ver a simple vista. Sentí que el pasillo por el que caminábamos era interminable, y los cuadros en la pared no dejaban de inquietarme. El pasillo seguía, pero nosotros subimos por unas escaleras que daban a un balcón. —¿Dónde queda esto? —pregunté sorprendido al ver el hermoso paisaje. No sabía describirlo, pero la sensación de que me dio al verlo era igual a la primera vez que lo vi —. ¿A quién? —me pregunte, sintiendo un enorme dolor de cabeza.

El oso me tocó el hombro, al voltear a verlo, me hizo una señal para que nos fuéramos. Viéndolo borroso, comencé a seguirlo tambaleando. El oso subió por unas escaleras en forma de caracol que no parecía acabar. Yo solo caminaba detrás de él, intentando mantenerme de pie. Cada paso que daba, sentía que las escaleras temblaban. Estábamos más alejados del suelo y más cerca del sol. El oso se detuvo al llegar a un punto donde no había más por donde subir. Triste, el oso miró hacia arriba. —Quiero llegar más alto —escribió, mientras lo contemplaba con un poco de envidia, aquella imagen majestuosa—. Salta —escribió. Mi piel se erizó por alguna extraña razón. El oso se puso en el borde del final de las escaleras, agarró mi mano y se dejó caer, llevándome con él.

El viento pegaba contra mi cara, el pelaje del oso se movía, y la vista era hermosa. Las emociones que sentí no eran las mismas, pero eran similares a lo que sentí en aquel momento cuando caí de la Torre Eiffel. —¿Realmente quiero salir de aquí? —me pregunté, queriendo perderme en mis pensamientos. Pero un cálido abrazo me trajo al presente. El oso me abrazaba tembloroso mientras lloraba. No sabía qué hacer en la situación en la que me encontraba, solo estaba inmóvil mirando la lluvia, pensando en qué decirle al oso para hacerlo sentir mejor. Pero solo podía verlo llorar mientras mi corazón se carcomía al no poder hacer nada para animarlo—.—Deja de llorar, por favor —pensé repetidas veces, hasta que dije las palabras que el oso quería escuchar—. ¿Cómo te ayudo? —pregunte, sintiendo las garras del oso en mi espalda.

En un instante, el oso desapareció, y al darme cuenta golpeé contra el techo de la casa atravesándolo. Caí en una pequeña habitación con la luz del sol iluminándome por el agujero que dejé. Todos mis huesos estaban rotos, mis pulmones estaban destruidos, y mi corazón luchaba por no detenerse. El dolor que sentía me hizo perder el conocimiento, pero la tortura de mis huesos y órganos reparándose me hizo despertar en un instante, sintiéndome incómodo al sentirme observado. El cuarto se oscureció en el breve momento en el que estuve inconsciente. Podía escuchar pasos a mi alrededor y murmullos. Un aplauso se escuchó, y un poco de luz llegó a mis ojos.

Al ver la luz amarilla, mi cuerpo reaccionó en contra de mi voluntad, levantándose del suelo y caminando hacia esta. El dolor que sentía con cada paso que daba me hacía perder el conocimiento por unos segundos, antes de recuperarlo por el dolor que sentía al regenerarme. Todo mi cuerpo sangraba, al ser perforado por mis huesos que, al no ser bien reparados, con lo poco que caminaban volvían a partirse atravesando mi piel. La inconformidad que sentía aumentaba al sentir cada vez más cerca, ojos que me miraban con perversión y deseo, un deseo enfermizo que dan náuseas. Llegué a la luz. Abajo de esta había una cama con sábanas blancas, en el cabecero y en el somier había dos cuerdas atadas, las cuales estaban manchadas de sangre, apuntando a la cama había tres cámaras encendidas.

La luz se apagó al escucharse un aplauso; pisadas comenzaron a escucharse por toda la habitación y rápidamente se detuvieron. Dos aplausos se escucharon desde la oscuridad. La luz se encendió, dejando ver la cama que ya no se encontraba vacía; en esta estaba el oso atado, buscando con sus ojos algo en la oscuridad. De la oscuridad salió un grupo de diez gatos, con ojos, dientes y dedos de humanos; Caminaban en dos patas y hablaban entre ellos sobre a quién le tocaba ir primero. Mientras formaban un círculo alrededor de la cama, desde un lugar del círculo, un gato levantó la pata mostrando un papel que sostenía con su dedo pulgar e índice. Se sentó en la cama dañando el papel; sus uñas parecían garras, las cuales empezó a mover por el cuerpo del oso, que seguía buscando sin mostrar ninguna expresión. Con una de sus uñas, el gato hizo presión atravesando la piel del oso; un chorro de sangre empezó a salir. Una sonrisa se formó en el gato, el cual comenzó a golpear al oso con fuerza. Con cada golpe que daba, sus pupilas se dilataba, mientras gemidos se le escapaban; su baba chorreaba por su boca abierta cayendo encima del oso. Gemidos y aplausos se comenzaron a escuchar de todos lados. Los gatos que eran iluminados por la luz se masturbaban mientras se besaban entre ellos.

El oso sonrió moviendo sus labios mientras miraba al lugar donde me encontraba. Al verlo, no pude pensar; mi cuerpo herido se abalanzó al entender lo que me pedía. —Mata a todos —dijo, a lo cual mi cuerpo hizo caso, antes de yo pensarlo, tomé el cuello del gato que golpeaba al oso y lo partí; el sonido hizo eco en la habitación, haciendo que los gatos que estaban en la luz se escondieran en la oscuridad. Cientos de miradas se posaron en mí; un ruido molesto empezó a escucharse, lo cual provocó que mis tímpanos reventaran. Sin poder reaccionar, uno de los gatos saltó desde mi espalda, mordiendo mi cuello. Sus dientes atravesaron mi carne arrancándola en un instante. Por instinto, mi mano se puso en la herida haciendo presión, pero el sangrado no se detenía. Era un pedazo de carne ante los ojos de estas criaturas, que me miraban con morbo desde la oscuridad. —Me dan asco —pensé. Respirando profundo, mis oídos no se encontraban del todo bien; la sangre no se detendría, pero no dejaría que ninguna de estas cosas saliera de la habitación.

No podía calcular cuántas criaturas se acercaban a mí; El ruido de sus pasos hacía eco en mi cabeza, mientras esperaba que se mostraran a la luz. Un silbido se escuchó y todo quedó en silencio. No sabía qué pasaba, pero mi cuerpo rápidamente cargó contra una de esas cosas que había dejado los dedos de sus pies en la luz, atravesándolo con mi mano. Lo miré fijamente a los ojos, este estaba molesto al ver mi mirada. —No me juzgues con esos ojos —gritó escupiéndome en la cara—. Tú y yo somos iguales… —un disparo se escuchó, volándole la cabeza.

—Fallé —renegó alguien en la oscuridad. Antes de que pudiera disparar de nuevo, mi cuerpo se había adentrado en la oscuridad colocándose frente a él, antes de que pudiera hablar, mis manos tomaron su cabeza y la estrellaron contra el suelo. Mis manos tomaron el arma del suelo; al tomarla, un silbido se volvió a escuchar, y los gatos empezaron a moverse de nuevo. Volví a la luz y comencé a disparar a mi alrededor. Aquellas cosas corrían hacia mí sin importarles sus propias vidas ni la vida de los demás. Todos se usaban mutuamente como escudo mientras intentaban acercarse, lo cual consiguieron al quedarme sin balas. Todos se me abalanzaron encima con una intención asesina que no habían mostrado antes. Los esquivé como pude y con mi mano atravesé el pecho de otra criatura, la cual me sujetó del antebrazo con fuerza. De la oscuridad salió un gato negro arrancándome el antebrazo con un machete. Aunque caminaba en dos patas, no tenía ningún rasgo humano a simple vista. El gato negro le aplastó la cabeza a la criatura y sacó mi antebrazo de su pecho, sujetando el machete con sus piernas. Con una sonrisa, comenzó a pasarle la lengua suavemente a todo el antebrazo. Al llegar a la mano, comenzó a chupar cada dedo con calma, desencajándose la mandíbula, introdujo la mano y una gran parte del antebrazo por la boca, empezándola a mover de adentro para fuera. Todas las criaturas se habían quedado quietas mirando la escena.

El gato me miró con asco, sacándose mi antebrazo de la boca, lo tiró. Al caer al suelo, aquellas cosas se abalanzaron por él, comenzando una pelea, la cual era ignorada por el gato. Este empezó a pasar su lengua por sus labios y movía sus piernas sobándose con la parte que no tenía filo del machete. Sus gemidos empezaron a escucharse deteniendo la pelea, la cual se convirtió en una orgía donde mi antebrazo era pasado entre todas las criaturas para ser utilizado como objeto sexual.

Sentía que en cualquier momento me iba a desmayar, mi cuerpo no daba para más, pero tenía que seguir. —¿Por qué? —me pregunté abalanzándome contra el gato negro. Sentía que me movía en cámara lenta en comparación a él, que me miraba con desprecio mientras se acercaba a mí con normalidad, dejando caer su machete al suelo. Tomó mi cara con sus patas y me miró fijamente a los ojos. —¿Por qué peleas, si todos somos iguales en este cuarto oscuro? —dijo el gato, dándome un beso. Con sus dientes sujetó mi lengua y de un solo tirón la arrancó, tragándosela. —Aquí en la oscuridad los dioses no pueden vernos, no pueden juzgarnos o criticarnos, somos libres —con una sonrisa cubierta de sangre exclamó con fuerza—. Lo puedo ver en tus ojos, aunque te mientan, eres igual a nosotros. Disfruta conmigo —dijo, sacándome un ojo con sus garras, masticándolo cerca de mi oreja. —Escucha, es la falsa realidad que crearon tus ojos muriendo. Sé feliz con nosotros, ¡serás feliz conmigo! —manifestó, colocando sus garras en mi otro ojo.

Tres aplausos se escucharon y una luz blanca iluminó todo el cuarto, dejando a todos desconcertados, en especial al gato que miraba fijamente al techo. Todos, al mirarse entre ellos, entraron en pánico, tapando sus verdaderas caras por miedo a ser reconocidos. Las luces se apagaron rápidamente, pero solo bastó aquel instante para poder tomar la cabeza del gato, el cual temblaba mientras lloraba petrificado. —Todos murieron, dios nos alcanzó —anunció uno segundo antes de aplastar su cabeza contra el suelo. Tomé el machete con dificultad, intentando no caer, aun sin saber qué era lo que me mantenía de pie. Caminé hacia aquellas personas desnudas que, al verme, no se movían y sus miradas clamaban por la muerte. Sin cuestionarme, empecé a matarlos uno por uno sin sentir nada. Comencé a caminar a paso lento hasta la luz amarilla, sin sentir nada, ni una mirada, ni incomodidad. Todo parecía tranquilo en la oscuridad, pero —siempre hay un «pero» —pensé al llegar a la cama y ver al oso atado. Al verme, sonrió, pero su sonrisa se transformó en preocupación al verme sin brazo. —¿Estás bien? —preguntó, a lo cual respondí asintiendo con la cabeza. Lo desaté con delicadeza al estar suelto; me agradeció varias veces seguidas. La luz que iluminaba la cama empezó a parpadear; un aplauso se escuchó, dejándonos en la oscuridad.

Estaba a oscura una vez más en mi vida; lo bueno es que ya le había perdido el miedo a la oscuridad. No sentía, no escuchaba, no vivía, no existía en un instante o momento, en un segundo o minuto. —¿Qué hora es? —me pregunté, buscando el reloj que cuelga en mi habitación, el cual había comenzado a avanzar. —Al parecer, más rápido de lo que yo caminaba —pensé, cerrando mis ojos en la oscuridad.

Al abrir los ojos, me encontré parado en una habitación completamente blanca. Miré a mi alrededor y no había nada.

—Nos volvemos a ver —dijo una voz.

—Tarde o temprano pasaría —respondí, acostándome.

—Por fin…

—Cállate —dije interrumpiendo la voz.

—¿Por más que me calles? Sabes que esto, todo esto, es tu culpa —reprochó la voz—. ¿Qué pensará Aisha cuando se entere de que solo es un remplazo y que tú, como responsable, puedes acabar con este bucle?

—Cállate… te lo pido.

—Tú eres el responsable de que yo sufra —la voz se quebró—. ¿Cuántas horas? ¿Cuántos días? ¿Cuántas semanas fueron? ¿¡Cuántos putos años!? ¡Respóndeme! Mientras tú eras feliz, yo vivía lo mismo, todos los días siendo tocada, siendo golpeada, y todo por tu culpa. Tú eres el único culpable de mi dolor.

Cerré mis ojos, dejando de escuchar la voz. Todo estaba oscuro, pero no quería abrir los ojos, no quería volver a mi realidad, aunque solo quedaba esperar a que ella viniera a matarme.

—Creo que marte termino —pensé.

CAPÍTULO X: MIÉRCOLES.

Miércoles comenzó; no quería desaparecer. Estaba más triste, distante, frío y solitario de lo habitual. Era diferente, aunque no lograba saber en qué lo era. Pero al serlo, se había quedado sollozando en un rincón apartado de los demás recuerdos de mi memoria, en un recoveco donde solo van aquellos momentos que no quiero olvidar.

—Hola —dijo Aisha, haciendo que abriera mis ojos al momento que escuché su voz. Volteé a mirarla; ella se encontraba sentada en el suelo de la habitación, con arañazos en todo su cuerpo desnudo. Tenía el cabello mojado como si recién se hubiera bañado, su mirada vacía se posaba en mí, parecía que estaba llorando, se encontraba destrozada. Yo solo podía prepararme para lo que iba a suceder. —¿Qué viste? —pregunté. Sin mediar palabras, ella se abalanzó a mí, haciéndome atravesar la pared de un golpe. Era de madrugada; El cielo había dejado de llorar, pero había comenzado a llenar las calles de nieve. Caí de pie mirando a Aisha, la cual caminaba sin dejar de llorar. —¿Qué viste? —volví a preguntar sin recibir una respuesta. Miré al cielo, llenándome de tristeza, mientras miles de pensamientos me invadían. Comencé a caminar hacia ella. Al estar frente a sus ojos, no pude hablar; solo podía esperar que ella dejara de llorar y yo dejara ver esa sonrisa otra vez. Con mi mano derecha limpié sus lágrimas.

Arrancándome el brazo, empezó a golpearme con este un par de veces. —Esto es aburrido —dijo, devolviéndomelo con un suspiro. Limpiando las lágrimas de su rostro, empezó a caminar, haciendo una señal para que la siguiera. Comencé a caminar detrás de ella, mientras esperaba que mi brazo se uniera a mí. Era tardado y doloroso, pero más rápido que aparecer uno de cero.

—Tienes cara de estúpido. ¿En qué piensas? —preguntó Aisha.

—Esta es mi cara normal; Además, solo estoy concentrado —respondí.

—Ah, entonces siempre tienes cara de estúpido —dijo, soltando una pequeña risa.

—¿Dónde vas? —pregunté.

Volteándome a mirar, respondió —Por ropa. Está nevando y estoy desnuda; Me estoy muriendo de frío. Además, tú también necesitas ropa.

Confundido, preguntó —¿Por qué ropa para mí?

—Está toda agujereada y manchada de sangre —viéndome detalladamente, dijo sin pensarlo mientras apartaba la mirada. —También te vistes feo y necesitas un baño.

Me dejo sin palabras unos segundos. —Me da igual —respondí tranquilamente, aunque estaba completamente sorprendido. Siempre pensé que me vestía bien, que estaba a la moda, pero la realidad era completamente diferente. Me había vuelto a romper la poca seguridad que tenía, pero no podía demostrarlo. Después de caminar un rato, mi brazo se había reparado, pero mi confianza estaba destrozada, y eso no se arreglaba tan fácil.

—Aquí venden buena ropa —dijo Aisha, deteniéndose al pie de una tienda lujosa.

Al ver, quede sorprendido. Era la primera vez que veía la tienda, pero podía decir una simple vista que era un lugar caro. —No conocía esta tienda —dije mirando a Aisha.

Aisha me miró de pies a cabeza y dijo —Lo suponía. Si la conocieras, no vestirías tan feo.

—¿Acaso es necesario que me destroces más? —pensé, viendo lo poco de mi confianza, marcharse. —Por qué venimos aquí, no tenemos dinero para pagar —dije, ocultando mis sentimientos.

Acercándose a mí, me miró a los ojos fijamente mientras colocaba su dedo en mis labios. —Shhhh, tu tranquilo. Yo pago —dijo alejando lentamente su dedo.

—Pero co…

—Shhh —dijo volviendo a colocar su dedo en mis labios. —Tú confía en mí. Yo tengo soluciones; aquí lo que hay es plata —dijo imitando un acento de forma espantosa mientras hacía un gesto extraño con su rostro, frotando su dedo pulgar con el índice y el medio. En ese instante, aunque estaba desnuda y hacía una expresión extraña con su cara, Aisha se veía como alguien confiable, una persona a la que le daría mi vida. Puse mi mano en su hombro y con una sonrisa le dije —Vamos.

Al entrar a la tienda, quede sorprendido al presenciar lo enorme que era. Era más grande de lo que se percibía desde afuera. El piso blanco de mármol brillaba mientras hacía contraste con las paredes pintadas de dorado, los muebles eran más caros que todos en los que me había estado sentando toda mi vida. Quería ir corriendo a ver lo que había en el segundo piso, pero me detuve al ver a un hombre alto y musculoso que parecía ser el guardia, aunque iba vestido de etiqueta. Este hombre nos dio la bienvenida con seriedad mientras emanaba un aura amenazadora, no nos quitaba los ojos de encima y estaba alerta.

—¿Acaso vamos a robar? —refunfuñé molesto al sentirme incómodo por ser observado por todos los trabajadores, los cuales no apartaban sus miradas de nosotros, ni disimulaban al hacerlo. Aunque me molestaba, era normal que pensaran de ese modo al vernos, pero era raro tener a un hombre mayor siguiéndonos mientras intentaba que no nos diéramos cuenta—. ¿Segura tienes dinero para comprar en este lugar? —le preguntó a Aisha.

Aisha, al escucharme, se percató del guardia, el cual se escondió rápidamente detrás de unas camisas, dejando sus enormes brazos al descubierto. —Sí, tengo, confía —dijo con un tono de voz calmado, el cual me impulsaba a seguirla.

—Discúlpame, confió en ti —le dije mostrándole una sonrisa.

—Tranquilo —dijo sacando una pistola de la nada, dando dos tiros al aire—. Todos quietos, esto es un atraco —grito.

Mi cerebro se congeló por un par de segundos al ver la escena y pensar que era una broma, pero a los pocos segundos me di cuenta de que ella iba en serio con lo que estaba haciendo. También me percaté de que probablemente el dinero que había en mi cartera lo había conseguido del mismo modo y que eso me hacía cómplice de su ola delictiva. —Soy un criminal —pensé, viendo a Aisha abalanzarse contra el guardia, el cual quedó impávido ante su velocidad, noqueándolo de un golpe. Visualizo al resto de empleados, eran cinco en total, los cuales se encontraban asustados y querían esconderse, pero todos fueron dejados inconscientes fácilmente.

—Ayúdame arrastrando los cuerpos a la sala de empleados —gritó Aisha desde el segundo piso.

Haciéndole caso sin cuestionarme, me dirigió donde estaba el guardia y empecé a arrastrarlo. —¿Dónde queda? —pregunté un grito.

—Detrás de la caja, no olvides atarlos bien; te dejé unas cuerdas por ahí tiradas.

Llevé a todos los que se encontraban en la planta baja a la habitación, los até y revisé que los nudos estaban bien hechos. Al estar seguro, le pregunté a Aisha si necesitaba ayuda, pero no recibí respuesta. Volví a preguntar viéndola bajar, arrastrando a los dos empleados que faltaban.

—¿Ahora qué hacemos? —le preguntó.

—Probarnos ropa —dijo emocionada—. Aunque no es necesario.

—¿Por qué?

—Tengo una habilidad secreta, ¿quieres saber cuál es? —preguntó arrogantemente.

—¿Cuál es? —pregunté con curiosidad.

—Puedo saber qué ropa te quedará bien solo por verla —dijo orgullosa, tomándome de la mano y arrastrándome a una parte de la tienda. Selecciono una blusa con solo ojearla y se la colocó. Odiaba admitirlo, pero era perfecta para ella. No dije nada, solo me quedé viendo cómo se probaba ropa por horas, y aunque a veces pedía mi opinión, siempre se quedaba con la prenda que yo no escogía.

—¿Por qué pide mi opinión si va a hacer caso omiso de ella? —Pensaba cada vez que me decía que escogiera la que más me gustaba de algo.

Después de un rato, Aisha me mandó a lavar las manos para que no ensuciara la ropa al empacarla en bolsas. Nunca había odiado tanto una tarea. Cada vez que sentía que iba a terminar, Aisha desaparecía y aparecía con más para empacar, haciéndome preguntar cómo llevaríamos todo eso y dónde lo haríamos. Pasó un rato y pude acabar. Le grité que había terminado, pero no recibí respuesta. Comencé a buscarla por toda la tienda; había desaparecido sin dejar rastro. Pasó un rato y no aparecía, eso me generaba miedo. No sabía qué haría si regresaba con más ropa.

Pasó media hora y Aisha entró por la puerta de la tienda con dos carritos de compras. Vestía un hermoso vestido carmín pegado a su cuerpo, con unos tenis blancos. Parecía una modelo caminando como si estuviera en una pasarela. Yo solo podía sonreír sin despegar mi mirada de ella, deseando que se cayera.

—Te ves bien, pero ¿de dónde sacaste el carrito? —Me pregunté sorprendido.

—Me lo encontré —dijo mintiendo descaradamente. —Podemos poner la ropa aquí y llevarla.

—Recuérdame no volver a confiar en ti —dije organizando las bolsas en el carrito. En total, había cuarenta. Metí veinte en cada carrito y me dirigí a la salida llevándome uno conmigo.

—No vas a pagar —preguntó Aisha.

—No —respondí desconcertado.

—Robar está mal, —dijo Aisha deteniéndome con desilusión. —Estoy muy decepcionada de ti.

La miré confundido hasta el punto de pensar que era una broma, pero su decepción hacia mí era verdadera. —Tenemos personas amordazadas en una habitación —reclame confundido.

—Sí, pero no nos iremos sin pagar —dijo con seguridad, como si tener personas cautivas contra su voluntad no fuera tan malo como irse sin pagar.

Miré al techo, miré al suelo y la volví a mirar, sin querer creerme que su moral fuera tan extraña. —No sabemos la cantidad que debemos, aunque supiéramos, no tenemos el dinero —dije.

—Debemos dos millones cuatrocientos mil —dijo caminando hacia la caja registradora, sacando el dinero, contándolo, devolvió una parte a la caja, guardando el resto. —Ya pagué, vámonos —dijo tomando el carrito con felicidad.

No dije nada al ver lo sucedido. No quería atormentar mi existencia por lo que había visto. Era un genio o solo una loca, pensé saliendo de la tienda. El frío me dio de golpe, colocándome a temblar. Estaba amaneciendo, no paraba de nevar, la nieve llegaba hasta mis tobillos, las calles estaban vacías. —¿Dónde vamos? —Pregunté, sin recibir una respuesta. Comencé a seguir a Aisha con dificultad, aunque intenté buscarle conversa, ella solo se quedó callada, guiándome a un lugar.

Llegamos a un parque que conocía desde la distancia. Había pasado incontables veces por esta calle, pero nunca me animé a entrar. Esta era la primera vez que me adentraba en él. En medio de este, hay un gran árbol que tiene una cuerda que recorre todo su tronco. Normalmente, puedes ver a las personas pegar papeles que tienen escrito aquello que desean en la cuerda. Dicen que aquello que deseas se hará realidad cuando el papel se caiga. Los alrededores del árbol están llenos de papeles con sueños y deseos. Aisha se sentó en una banca que se encontraba al pie del árbol, dejando el carrito cerca de ella. Yo me senté a su lado. Los dos mirábamos la nieve caer en silencio. Me preguntaba qué estaba pensando ella, qué había visto al mirar los ojos del oso. Aunque esperaba una reacción distinta, no me molestaba estar aquí con ella, viendo la nieve en total tranquilidad.

—Me mentiste —dijo Aisha rompiendo el silencio.

—Tú también lo hiciste —respondí.

Ella comenzó a reír mirando al suelo. —Al parecer, los dos somos unos mentirosos —dijo.

—Al parecer sí —respondí sonriéndole.

—Sabes… —dijo Aisha. —Al ver sus ojos, sentí un dolor tan intenso recorrer mi piel. Pensé que no había vivido algo igual hasta que recordé por qué había llegado aquí. Pero en ese instante, me dio igual y me pregunté qué le había ocasionado tanto dolor. En Ese instante, un odio se apoderó de mí. Me dieron ganas de matar a la persona que la había hecho sufrir. —Tomando un respiro, me miró. —Pero al tenerte al frente de mí, no pude. Dime, ¿tú le hiciste todo eso que vi? —preguntó con una mirada que rompió mi corazón, haciéndome saber que, a pesar de que me sonreía, todo estaba acabado.

—¿Qué deseas? —pregunte evitando la pregunta.

—¿Tú qué deseas? —respondió con otra pregunta.

Pensé un poco, buscando una respuesta que fuera verdadera. —Ayudar a los demás —dije.

—Tu vida no tiene sentido si no hay personas a quien ayuda —dijo con imprudencia. Aunque no me molestaba, al final, era algo que había descubierto hace cuatro meses.

—¿Tú qué deseas? —Pregunté con un poco de tristeza.

Ella me miró destrozada. —La quiero tener de vuelta —dijo, empezando a llorar. —No recuerdo dónde nací, aunque sé que era un lugar frío. Siempre estaba nevando. Yo solía salir a jugar todos los días, corría y me tiraba en la nieve, siempre acompañado de una niña de mi edad. No recuerdo bien su rostro, pero estoy segura de que era hermosa. Era imprudente, por eso peleaba mucho. Aprendió a pelear para defenderme. Pasábamos todo el día juntas, parecíamos hermanas—. Sonriendo al recordar, sacó un cigarrillo de la nada y lo encendió, dándole una bocanada. —Un día nos pusimos a pelear por ver quién era la novia de un miembro de una banda. Duramos dos días peleadas. Al tercer día nos encontramos por los pasillos del colegio y al vernos nos pedimos disculpas mientras llorábamos. Tonto, ¿verdad? —dijo con una sonrisa nerviosa, mientras intentaba no llorar. Pero una lágrima comenzó a bajar por su rostro mientras daba otra bocanada al cigarrillo. —Todos nos miraban llorar. Al percatarnos, nos levantamos con pena. Ella comenzó a insultar a todos los que se reían de nosotras. Teníamos quince y nos invitaron a una fiesta. Por más que les rogamos a mis padres, no me dejaron ir, pero la acompañé a comprar ropa. De las dos, era la mejor vestida. Siempre me ayudaba a elegir la ropa que me pondría. Compró un vestido negro para la fiesta, el cual combinaría con unos tacones que había comprado antes…

El cigarrillo se apagó; ella lo miraba con una sonrisa forzada. —Fue mi culpa —dijo siendo rebasada por sus sentimientos. —¿La oscuridad es mala? —me preguntó, comenzando a llorar, con miedo de escuchar la verdad. —¿Hay un monstruo en la oscuridad? —preguntó sin apartar la mirada en la oscuridad que se formaba en el parque. Sentí diversas miradas que penetraban mi cuerpo con odio y murmullos que sonaban más fuertes en mi cabeza.

—Al otro día de la fiesta, le escribí. Al pasar unas horas, me respondió feliz, contándome que había conocido a una mujer de la cual se había hecho amiga e iban a salir ese mismo día. Sentí celos, aunque no me preocupé. Le Deseé suerte en su salida y no volvimos a hablar en todo el día. Desde ese día, comenzó a socializar con otras personas y aunque me molestaba, me sentía bien al verla feliz. Pero algo había cambiado en ella, y cada vez que la buscaba. Para hablar, me ignoraba. Estaba más flaca, mantenía con una sonrisa y la mirada perdida. Había descuidado los estudios, ya no era ella. Un día la detuve en la calle y le reclamé por no volverme a hablar. Le dije todo lo que pensaba. Y me puse a llorar. Le rogué que volviera a ser mi amiga, a ser ella, pero me ignoró y se fue corriendo rápidamente cuando una mujer gritó su nombre —había dejado de ver a la oscuridad; aquellos murmullos desaparecieron con sus lágrimas. Prendió otro cigarrillo, después de darle la primera bocanada siguió hablando—. Sabes, esa misma noche me escribió para que nos viéramos. Mis padres no me dejaban salir, pero realmente quería verla. Me vestí con un vestido carmín que ella había comprado para mí, esperé que se durmieran mis padres y salí. Al llegar al lugar donde nos íbamos a encontrar, estaba ella. Al verla, me acerqué incómoda al sentirme observada, pero estaba feliz. Cuando estaba a punto de tocarla, una voz me detuvo, era la de una mujer la cual comenzó a cantar «La noche es mala y te lo voy a demostrar, ya que esta trae consigo oscuridad; te da la potestad de dormir y descansar, pero la noche es mala, aunque te vista de gala y te lleve a disfrutar de las mejores veladas —Aisha se detuvo unos segundos recordando—. Odio admitirlo, pero cantaba bien —dijo antes de retomar con la canción; con tu vestido carmín. La noche es mala, ya que te sacó de tu casa prometiéndote que nada malo iba a pasar, pero en lo oscuro de la ciudad, unos ojos con odio acechaban en busca de tu brillo que, gracias a las estrellas ya la oscuridad, resaltaba. Hizo que la luna se doblegara y saliera a ver lo bello. De la noche Mala la noche, mala la mente del enfermo con maldad que arrancó tu vestido de felicidad y tiñó las aguas cristalinas de tu sangre, carmín. Malo el hombre que con maldad apagó tu brillo en la oscuridad». De las sombras salió una mujer, iba vestida con un vestido rosado, tenía el cabello blanco y los ojos rojos escarlatas, su cara parecía estar hecha de porcelana, me saludó con una sonrisa, se acercó a mí y susurró algo a mi oído desapareciendo. —¿Qué te susurró? — preguntó.

—¿Qué te susurró? — pregunté.

—Que le pertenecía —levantándose, estiró con un bostezo—. Desde ese día mi amiga está en coma, se me había olvidado al estar tanto tiempo en este bucle, esto te consume. Cuando ella despierte iremos los tres a París, pero antes tenemos que salir de aquí —dijo comenzando a arrastrar el carrito—. Me tienes que contar lo que pasa con tu vecina cuando lleguemos a casa.

Yo la miraba sin saber qué decirle o hacer, pero había una cosa segura: la seguiría hasta que siguiéramos diferentes caminos. Me levanté y empecé a caminar detrás de ella. —Tú destruiste la casa —dije deteniéndome.

—Verdad, se me había olvidado. Bueno, cuéntame ahora —dijo sentándose de nuevo en la banca.

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