CAPITULO UNO: DESPERTAR.
Otra vez, estoy parado en el borde de este edificio intentando volar, otra vez, no lograré descubrirlo porque no puedo saltar. Ya he perdido la cuenta de cuántas veces lo he intentado, ya que cada cinco de cada mes, estoy en el mismo lugar parado. El viento chocando contra mi cara me tranquiliza; el miedo que siento cada vez se hace más fuerte. Aun así, no logro ver más allá de la oscuridad que me rodea.
—Salta —susurra en mi oído una voz despreocupada—. Salta, no lo pienses más —me insiste viendo a través de mi oscuridad.
Aquella monotonía desapareció al escuchar su voz, al ver sus ojos cafés, su cabello pintado de rojo. Al llegar ella a mi vida, todo lo que consideraba simple y monótono se convirtieron en mis cosas favoritas. Aunque me arrepiento de no haberle hecho caso en ese momento, debí haber saltado cuando tuve la oportunidad, tuve que haberme marchado cuando no me había convertido en una mascota más; tenía que haberla matado antes de odiarla.
—No quiero despertar —son las palabras que digo cada vez que suena la alarma. El tiempo siempre pasa volando; muchas veces no me entero cuando finaliza el día, pero hoy, viernes cinco de julio, el tiempo pasa más lento, tan lento que puedo pensar. Aunque da igual, ya que sin importar donde mire, estoy en medio de dos nadas, las cuales me observan con una sonrisa depravada mientras esperan a que me vuelva loco.
Han pasado cuatro meses desde su muerte, dos de su funeral, uno de su adiós, y aún no puedo olvidar su aroma agrio, pero dulce, el cual me hacía querer estar cerca de ella todo el día, todos los días.
—El tiempo pasa lento —pienso al mirar el reloj, el cual, sin importar cuánto miro, el tiempo no parece pasar—. ¿Cuánto tiempo tengo que mirarlo? —me pregunto, viendo las manecillas quietas, las cuales no se han movido en un rato, o solo lo hacen cuando parpadeo. Miro el reloj fijamente, mientras intento no cerrar mis ojos. Estos se ponen llorosos, comenzando a arderme por cada hora que ha pasado, o por cada minuto, no lo sé, ya que las manecillas no se mueven.
—Baja a comer —grita una voz desconocida, haciéndome parpadear.
—Verdad, le quité las pilas.
Me visto con aquel triste e insípido uniforme gris, el cual me pesa llevar y no me permite respirar; me enoja verme lo puesto, pero no me lo puedo quitar, sin importar qué sienta o piense de él.
Al abrir la puerta de mi habitación, miro algo o alguien que me espera molesta; me está hablando, pero no logro escucharla. Lo único que puedo hacer es asentir mientras miro sus ojos, los cuales no me están viendo. Parando de hablar, suspiró, comenzando a caminar decepcionada al ver que no mostraba interés en lo que decía.
Bajo las escaleras, detrás de ese algo, el cual no me voltea a mirar en el corto recorrido; aquella cosa se sienta en una gran mesa donde hay otras dos cosas sentadas hablando entre ellas; parece que me están esperando para comenzar a comer. Al tomar asiento, las criaturas que se encuentran más cerca de mí entrelazan sus tentáculos con mis manos, y el más alejado de ellos comienza a hablar cosas que no logro entender.
Después de un rato, aquella criatura deja de hablar, y otras criaturas sueltan mis manos; todas comienzan a comer, mientras yo miro en silencio esperando a que el tiempo pase.
—¿Qué día es? —pregunta una cosa.
—Viernes cinco de julio —respondo al instante.
—Gracias.
Al parpadear, estoy camino al colegio, con hambre, sueño y pereza. Por más que intenté, no pude comer aquella extraña comida que me dieron; por más que me esforcé, la comida no pasó de mi garganta. Aunque tenía un buen olor, el sabor era terrible; el sabor era tan malo que tendría que ser considerado ilegal en todo el mundo.
Al darme cuenta, estoy sentado en el salón, recibiendo la primera hora de clase. Todo está oscuro; solo puedo escuchar la voz del profesor, el cual no para de hablar. No logro entender el tema, tampoco las letras que están escritas en el tablero ni la explicación del profesor. No logro entender qué hago estudiando este día.
El profesor habla hasta que suena la alarma que da inicio al receso. Antes de que pueda marcharme del salón, un estudiante abre la puerta con una máscara puesta. De pie en la puerta, mira a su alrededor en silencio. Por más que el profesor le habla, este lo ignora; acercándose a él, lo mira con firmeza. —Estas bromas no son divertidas; ve a dirección —dice el profesor, intentando quitarle la máscara.
Me levanto de mi asiento en el instante en que el profesor manda a aquella persona a dirección, pensando que me podría ir del salón antes de que alguien me dirija la palabra, pero fue un error.
¡Bang!
El disparo se escucha en todo el colegio; la cabeza del profesor queda destruida por el impacto de los perdigones de la escopeta que desenfunda aquel estudiante de su espalda. El cuerpo del profesor cae al suelo, y todos comienzan a gritar; el techo está manchado de sangre, y las paredes comienzan a teñirse de rojo con cada disparo que se escucha. Muchos intentan escapar por la otra puerta del salón, pero al intentar abrirla no pueden; otros gritan por ayuda mientras están paralizados por el miedo que sienten; pocos saltan por la ventana con la esperanza de sobrevivir a la caída.
¡Bang!
Fue lo último que escuché antes de despertar.
CAPITULO II: AVANZAR.
Desperté y me quedé mirando el techo un par de minutos, esperando que sonara la alarma. Pasaron horas cuando mi celular sonó con aquella canción que siempre olvido cambiar. Levanté mi teléfono del suelo y apagué la alarma, silenciando de nuevo su voz. Miré la fecha, lunes uno de julio, cerré mis ojos por un instante, todo se me olvidó.
La alarma sonó y el pensamiento de siempre invadió mi cabeza. —No quiero despertar —pensé, al soñar otra vez con ella. De nuevo, se escucha el mismo tono, que siempre pienso cambiar, pero olvido hacerlo. Tomando el teléfono del suelo, apagué la alarma, bajé la barra de notificaciones y miré la fecha, viernes cinco de julio. Miro el reloj que cuelga en la pared, mientras intento recordar, pero no puedo, y me pregunto, por qué las manecillas del reloj no avanzan.
—Despierta —gritó una voz desconocida, golpeando a mi puerta.
—Estoy despierto —grité, levantándome de la cama.
Entré al baño, esperando que el agua se llevara mis pensamientos otra vez. Abrí la llave y metí la cabeza en el chorro que caía, el agua recorría mi cuerpo, mientras tarareaba aquella canción que cantaba ella, y no logro entender. La espuma del champú se va por el desagüe llevándose mis pensamientos una vez más.
Salí del baño, y miré aquel uniforme el cual odio y no entiendo por qué. Será su color insípido, su corbata roja o su aroma agridulce, el cual me recuerda a ella. Sin importar cuánto lo lavé, no se va, aquel aroma —¿Lo que quemo? —me pregunto, cada vez que lo llevo puesto.
—Baja a comer —gritó la misma voz de antes.
Al abrir la puerta de la habitación, un gran pez rojo me esperaba parado en sus dos aletas. Al salir de la habitación, no deja de mirar todos mis movimientos con sus grandes y extraños ojos. Aquel pez me habla, pero no entiendo sus palabras, sin saber qué hacer, comienza a caminar por un estrecho pasillo, sin mirar atrás. Mientras miro su espalda, trato de entender lo que me quería decir.
Al darme cuenta, me encontraba sentado en el salón, el timbre sonó, dando por finalizada la clase, el profesor paró de escribir en el tablero, —No se olviden de repasar para el examen de la próxima semana —dijo, mientras borraba lo que había escrito. Empaqué todo en mi bolso, me levanté del asiento y caminé hacia la puerta rápidamente. —Espera —me dijo la voz de mi cabeza, me detuve al escucharla, un olor agradable penetró mi nariz, era gasolina.
Abrí la puerta, quedando frente a una persona enmascarada, sentí cómo me miraba a través de su máscara blanca, con odio y tristeza. Estiré mi mano sin miedo y con preocupación, le sonreí, él desenfundó su escopeta disparando a mi cabeza.
¡Bang!
No sé cuántas horas pasaron, estoy desnudo en un rincón del salón, el fuego quemó mi ropa y mi piel. Todo fue consumido por las llamas, solo quedan cuerpos hechos cenizas. Miro por la ventana y parece que nada ocurrió, no veo a la policía ni a los bomberos, solo veo los cadáveres de las personas que saltaron del quinto piso. La noche está hermosa, el viento recorre mi piel, cierro mis ojos, desperté.
La alarma suena con aquella canción que siempre olvido cambiar, miro el reloj que cuelga en la pared, la cabeza me duele, el corazón se me acelera por el miedo que siento, de ver sus manecillas avanzar.
Miro mi teléfono esperando su mensaje, tengo miedo de que no llegue y el tiempo pare. Miro el reloj otra vez, esperando que mis ojos no me hayan engañado. Esperar es lo único que puedo hacer, mientras veo cómo el lunes pasa frente a mis ojos. —No se tardaba tanto —pienso, al mirar la hora en el reloj del salón. Cierro mis ojos, martes llegó.
Como llegó martes, vino miércoles y también desapareció, jueves me saludó con una sonrisa, me ofreció algo de tomar y no recuerdo lo que pasó. Volvió viernes una vez más, hizo que mirara mi teléfono con emoción. Su mensaje nunca llegó. Miro el reloj, y sus manecillas siguen avanzando. —Qué pasa —me pregunto, esperando escuchar la canción, otra vez… —Por qué no la puedo olvidar —Todo se volvió oscuridad.
CAPITULO III (PARTE I):NIEVE.
La alarma suena una vez más, haciéndome despertar en una oscuridad que me rodea. Solo puedo ver una luz que me mira fijamente a los ojos. Aquella luz parece molesta conmigo, y es normal que lo esté.
—No debí decirle que todos mis problemas son por su culpa —pienso, mientras me arrepiento de haberme alejado de ella.
—Ahora, ¿qué hago? —me pregunto, viendo la luz apagarse frente a mí—. Lo siento —le digo, suplicándole para que no me deje otra vez. Ella me mira con su mirada apagada, no me sonríe y está más distante de lo normal.
—Quiero verla brillar —me repito mientras pienso en una estupidez para decirle y así poder hacerla reír una vez más, pero ella no quiere brillar.
—La vida es una mierda —me dijo ella—. Pero de nada sirve quedarte tirado en tu cama llorando mientras sientes lástima por ti. Odio a las personas como tú, que le echan la culpa a los demás de sus problemas… —con aquella sonrisa que me encanta me mira. Es la primera vez que veo lágrimas bajar por sus mejillas. De aquellos delgados labios que siempre he querido besar salieron aquellas palabras que había estado esperando escuchar. —¡Te odio! —me gritó llorando. Nunca esperé que aquella palabra me doliera tanto.
Siendo consumida por la oscuridad, la luz se apagó, dejándome solo una vez más. —Es lo mejor —me hice creer sumiéndome en autocompasión y tristeza. La tranquilidad llegó al no poder ver mi pasado ni mi futuro por la oscuridad, pero el sonido del reloj hace eco en mi oído, recordándome que el tiempo me está dejando atrás.
Tic tac… tic tac… tic tac…
Miro aquel reloj mientras me pregunto qué día es, me siento raro, no sé por qué. Aquel gran pez me mira con aquellos extraños ojos que esperan algo, no sé qué. Su mirada quiere atravesar la distancia que nos separa, evito el porqué. Miro de nuevo el reloj mientras pienso qué está pasando. Algo más me está mirando mientras ríe sin parar. Era ese algo que me apunta con sus tentáculos esperando una respuesta de mí. Está enojada y no comprendo por qué. Veo de nuevo el reloj.
—¿Qué hora es? —me preguntó, sintiendo algo subir por mi pantalón. Escala todo mi cuerpo y a mi hombro llegó. Era un pequeño ratón blanco con manchas negras, el cual muerde mi oreja para llamar mi atención, salta, corre y baila TAP. Me intenta decir algo, pero no lo puedo escuchar. Todos me miran, no sé por qué, esperan algo, no comprendo qué. Qué hora es —me pregunto otra vez.
—Son las diez.
Desperté.
—Hablas mientras duermes —me dice una mujer. No puedo abrir mis ojos, mis labios no los puedo mover, siento frío de la cabeza a los pies, no puedo respirar bien.
—Nos vemos el lunes —susurra a mi oído aquella mujer. Pude abrir un ojo, aunque no lograba ver bien, todo se encontraba blanco, no sabía qué hacer. Algo borroso se acercó y un beso medio. Su lengua tocaba la mía y mi labio inferior mordió. El calor de sus labios se convirtió en frío y el frío desapareció. La luz del sol entró por la ventana despertándome una vez más.
Abrí mis ojos de nuevo en mi habitación. La alarma no ha sonado con aquella canción. Miro al techo esperando escuchar su voz, la cual logra erizar mi piel, sin importar cuántas veces la he escuchado. Sé que tengo que cambiar mi forma de despertar, pero su voz es lo único que me hace querer respirar.
—Tengo que cambiar la alarma —me digo, con la falsa ilusión de querer avanzar. Sé que es mentira, aunque quisiera que fuera verdad—. Algún día te olvidaré —me miento otra vez. La alarma sonó, con su hermosa voz, la cual me hacía olvidar de mi frustración. Su voz daba inicio al primer día del mes, aunque lo he repetido más de una vez.
Algo mordió mi oreja. Era aquel ratón que, al voltear a verlo quieto, se quedó. Al verme sonreír, comenzó a saltar de emoción. Como era costumbre, se había escabullido a mitad de la noche en mi habitación. No le gusta dormir solo porque le da miedo la oscuridad, al no verme sonreír, comienza a llorar porque cree que estoy enojado con él o algo malo me pasó. Él solo quiere estar a mi lado sin importar la situación. Aquel ratón salta de emoción, comienza a correr por toda la habitación, espera a que lo capture para jugar un poco más, cuando el reloj marca las ocho él se va.
El tiempo pasó volando al jugar con el ratón, que al dar las ocho se marchó. Tirado en la cama, cerré mis ojos una vez más. Todo me da vueltas, aunque ya es normal. Respire hondo y abrí mis ojos otra vez, dándome cuenta de que me encontraba comiendo al lado de aquel pez, de aquella cosa y del ratón. Todos comíamos juntos después de haberle rezado a Dios.
Salí de la casa y como de costumbre, aquel oso que vive al lado me saludó con aquel cartel que siempre me muestra al pasar, el cual dice que si no tengo prisa lo espere un poco más. Normalmente, lo espero veinte minutos o más, cuando sale me sonríe y me muestra otro cartel con felicidad, el cual tiene escrito —gracias. —Siempre caminamos juntos sin poner un tema de conversación y al llegar a la parada de autobuses, espera a que me suba al bus y este arranque para así marcharse. Cuando da media vuelta vuelve a su casa, saca su bicicleta y comienza a pedalear. Por lo que pude mirar, su colegio queda al lado contrario de la parada del bus. Aunque no le puedo decir que un día lo seguí hasta su colegio.
Mientras voy en el bus, mis pensamientos comienzan a fluir haciéndome olvidar de todo lo que pasa a mi alrededor. —¿Qué es la vida? —me pregunto sin ninguna aparente razón, mientras me imagino un escenario donde todas las personas del bus me escuchan hablar. Les digo que la vida es una mujer sin igual. Es fría y cruel a la vez, amorosa y amable también, alguien que ha conocido el amor más de una vez, pero su amiga, la muerte, no lo ha permitido ninguna vez. Es solitaria y grita que está acostumbrada a la soledad, pero el tiempo la ve mientras se ríe de ella porque es una mala mentirosa. Ella llora en su mansión cuando alguien está mal, pero sin emoción porque está acostumbrada a la maldad de la humanidad. Ella es…
—¿Yo qué? —dice una mujer al verme pasar. Al darme cuenta, me encontraba en el salón, donde estaba nevando. La nieve cubre mis zapatos y el frío recorre mi cuerpo. Es la primera vez en años que veo nieve caer. Aquella mujer me ve con sus ojos rojos y su sonrisa, la cual me hace recordar. Su piel blanca como la nieve me dice que tengo que escapar, la nieve que cubre su cabello se cae al ella caminar. Leiko me dijo que corriera al encontrarme con esa mujer, aunque mis piernas no se mueven por más que intente correr, solo puedo ver acercarse aquella mujer.
—Hola —le digo sonriendo y sin saber qué va a pasar. Su mirada me dice que el reloj no mintió al comenzar a avanzar.
CAPITULO IIII (PARTE II):NIEVE.
No he dormido bien en meses. Cada vez que cierro los ojos, puedo ver, veo el vacío mientras una voz me susurra, que salte a su oscuridad, donde habitan destellos de luces que me llaman. Me gritan que les ayude, desgarrándose la garganta y escupiendo sangre por el dolor que sienten de ser luz. No importa cuántas veces me arranqué los ojos, estos vuelven a crecer. Crecen mejor que la última vez, permitiéndome ver aquellas cosas que evitaban ser vistas por mí.
Siento frío en todo mi cuerpo. No ha parado de nevar. El salón se encuentra cubierto de nieve. Aquella mujer ve a través de mi oscuridad con sus ojos vacíos, los cuales ruegan por algo. Su mirada me permite saber que todo acabará mal.
La mujer desapareció por un instante. La nieve y su piel se tiñeron de rojo por mi sangre. Mis brazos se encontraban en el suelo y no paraban de sangrar. Quise correr, pero no podía mover mis pies, ella me los había arrancado. Con una sonrisa se acercaba. La alarma de mi teléfono sonó. Cerré mis ojos intentando despertar, pero sin importar cuánto lo intentaba, seguía sintiendo la nieve caer en mi cabeza. Quiero rezar, pero sé que Dios no me va a ayudar. No puedo rendirme, no puedo morir sin haberla visto de nuevo.
Abro mis ojos y aquella mujer se encuentra frente a mí. Me sonríe mientras acaricia mi cara con su mano, aprieta mi nariz suavemente y una pequeña risa sale de ella. Tomándome del cabello, arranca mi cabeza del torso. No puedo ver, no puedo tocar, no puedo caminar, no puedo escuchar, ni respirar. Para ella, soy una clase de juguete, el cual puede romper. Sus labios se unen con los míos, su lengua juega con la mía por unos instantes, sus ojos miran fijamente los míos mientras arranca mi lengua de un solo mordisco dejándome sin poder hablar. Organizando mis cejas con sus dedos, introduce estos dentro de mis ojos arrancándomelos.
—¿Qué es lo que deseas? —me pregunta una voz que hace eco en mi cabeza.
—Quiero ser feliz —respondí.
—Tu deseo fue cumplido.
Leiko le escribía a la muerte una carta. Me dijo que él era el amor de su vida. Aunque me dolió el pecho al escucharla decir eso, sonreí al verla feliz. —Tú también mereces ser feliz —me dice una voz cuando me voy a dormir.
¿Llovía o nevaba?, no recuerdo. Los dos mirábamos al cielo buscándole formas a las nubes como hacíamos en el pasado. Ella tenía un abrigo rojo el cual le quedaba grande, aunque no le gustaba, sus padres la obligaban a llevarlo puesto. No podía aguantar la risa al verla con aquel abrigo que parecía un vestido, las expresiones que hacía con su cara al verme, me hacían querer reír más. Golpeándome en la frente con una bola de nieve, comenzó a correr con una sonrisa buscando un escondite.
Sus lágrimas se camuflaban con la lluvia, me miraba llena de odio mientras sostenía en su mano una roca para lanzarme. Mi frente sangraba por la roca que ella me había lanzado, mi cara se cubría de sangre mientras yo la miraba con una sonrisa. La nieve caía haciéndome sentir frío, miedo y tristeza, de lo que podría decir ella al no querer ayudarla.
—¡POR QUÉ NO ME DEJAS IR! —grito ella llorando.
—Simplemente, no puedo. —respondí, buscando una excusa para no ayudarla—. Pídeme cualquier otra cosa, dinero, te lo conseguiré, amor, me arrancaré el corazón, el mundo, lo conquistaré. Solo dime que quieres.
—Quiero ser feliz.
—Yo, también quiero ser feliz. —pensé sonriendo otra vez.
Limpiando sus lágrimas, estiró su mano temblorosa a donde yo estaba sentado. Era la segunda vez que lograba verla con miedo, sus ojos no me miraban y su sonrisa desapareció. Me levanté, tomando su mano me miré en sus ojos, pero no me encontraba en ellos, su mano dejó de temblar y sus ojos comenzaron a brillar, al darse cuenta de que iba a ver a su verdadero amor.
Ella Ubicó mis manos en su cintura y coloco sus manos en mis hombros. —Vamos —dijo sonriendo, mirándonos a los ojos. Comenzamos a mover los pies haciendo algo a lo que llamábamos «bailar», cada paso que dábamos quedaba marcado en la nieve, como nuestra corta historia, la cual quería olvidar. Las nubes comenzaron a llorar al presenciar aquel baile que quería que fuera eterno, comenzamos a reírnos bajo la lluvia mientras olvidábamos que existíamos. El pasado y el futuro no importaban, lo único que queríamos era vivir el momento mientras fluíamos con el viento el cual se llevaba nuestras preocupaciones. En ese momento desaparecimos en el presente en el que estábamos y no lográbamos encontrarnos.
—¿Estás bien? —me preguntó.
He olvidado cuántas veces ella me ha hecho la misma pregunta. —Te mentí —pienso viendo sus ojos—. Te mentí en cada ocasión que te miré a los ojos y te dije que estaba bien. No quería preocuparte, no quería que te sintieras mal, solo, solo… me hubiera gustado leer una de esas cartas.
—¿Estás bien? —me vuelve a preguntar.
—Estás hermosa —le digo, olvidándome de lo que no fuimos, lo que quise ser y lo que pudimos haber sido. Sin poner más excusas, le apunté, miré su sonrisa y disparé dándole en la cabeza, la nieve se tiñó de rojo, las nubes no paraban de llorar. Yo solo podía sonreírles a las sombras que me miraban desde la distancia sin mojarse.
La nieve se derritió, la lluvia se detuvo. —¿Por qué siento frío cuando ha pasado un mes? —me preguntó, sin poder dejar de temblar. No sé qué siento, si miedo o tristeza, pero este sentimiento no me gusta. No lo quiero sentir. Sé que todo es mi culpa, pero…
—¿Alguien puede ayudarme?
No puedo respirar bien; mi ojo derecho pudo volver a ver los ojos rojos de aquella mujer. Ella sostenía mi cabeza con una mano mientras intentaba tocar las nubes que pasaban a nuestro lado con la otra.
—¿Dónde estamos? —me preguntaba viendo su belleza. Sin importar cuánto lo evité, su mirada perdida me hace recordar a Leiko. Supongo que por eso ella me pidió que me alejara de esta mujer; está igual de rota que ella.
—Ya puedes ver —dice, lanzando mi cabeza al vacío.
—París —pienso, cayendo desde la torre Eiffel.
—Yo también quiero ser feliz —grita ella, tirándose atrás de mí.
La nieve caía con nosotros, su sonrisa segura haría latir mi corazón. Sé que todo terminará mal, pero… —Esta es la opción más divertida, Leiko.
CAPITULO V: AISHA.
Estoy cansado y asustado. Mi vida comienza a avanzar ante mis ojos por algo que no soy yo. No quiero tener que preocuparme por el futuro, pero tengo que cargar con él. Solo quiero dormir hasta el próximo día y levantarme siendo alguien mejor.
Cierro mis ojos intentando dormir por última vez… pero no puedo.
—Dime, ¿qué es la felicidad? —me pregunta aquella mujer con su suave voz. Mi lengua se había regenerado mientras caíamos a las calles de París. La nieve se convirtió en lluvia y esta se volvió sangre, que me hizo recordar que no conocía el nuevo mundo que veían mis ojos.
—No sé —respondí, mirando sus ojos que lloraban sangre.
—¿Por qué vives?
—No sé.
—Entonces, ¿qué quieres?
—Ser feliz.
—¿Cómo quieres ser feliz si no sabes qué es la felicidad?
—¿Alguien sabe qué es la felicidad?
—Quién sabe —dijo, tomando mi cabeza con sus dos manos. Yo solo podía mirarla, esperando a que sucediera algo. Acercándome a ella, me dio un beso en la frente—. ¿Quieres ayudarme a ser feliz? —preguntó con lágrimas de sangre en sus ojos.
—Sí —respondí sin pensarlo.
Suspirando al escuchar mi respuesta, comenzó a reír —París es hermoso en la noche —dijo con felicidad—. Prométeme que volveremos.
—Lo prometo —dije, sintiendo cómo mi cabeza se estrellaba contra el suelo, que por unos minutos se me había olvidado que existía. Todo a mi alrededor se volvió oscuridad; otra vez estaba muerto, estaba completamente desnudo en la nada, con mi cuerpo de vuelta. En mi pecho se había formado una nueva cicatriz, la cual me avisaba que había muerto una vez más.
—¿Sigues vivo? —preguntó aquella mujer. Al escuchar su voz, desperté. Me encontraba en mi habitación con mi cuerpo adolorido, mi cabeza daba vueltas y no podía respirar bien—. Tienes un gran factor regenerativo, ¿con quién hiciste un contrato? —preguntó ella.
—No recuerdo —respondí, sentándome en la cama.
—Supongo que terminaste perdiendo.
Confundido, la miré y pregunté —¿Por qué piensas que perdí?
—No te ves muy feliz, además… —Sonriendo, se sentó a mi lado—. Todos pierden.
Suspiré. Su respuesta puso a cuestionarme todo lo que había hecho en el pasado, y aunque sentía que ella tenía razón, mi corazón se negaba a creer aquellas palabras que me decían que había sido engañado. Diversas preguntas surgieron en mi cabeza, pero entre todas hice la que no me dejaba dormir en las noches —¿Cómo funcionan los contratos? —le pregunté, viendo preocupado cómo me miraba confundida al escucharme.
—¿En serio no sabes? —dijo rascándose la cabeza, dando un suspiro, empezó a explicarme—. Todos los seres humanos quieren algo: dinero, poder, inmortalidad o algo tan simple como ser queridos por alguien. Da igual quién sea, todos quieren algo. A las personas querer algo con todas sus fuerzas, muchas veces son escuchados por los dioses, demonios, espíritus, llámalos como quieras. Al final, todos son lo mismo, seres que cumplen estos deseos por puro capricho. Pero cada cosa tiene un precio que pagar… Bla… Bla… Bla… estupideces. Así se forman los contratos.
—¿Cómo puedo contactar con ellos, para hacer un contrato?
—No puedes. Los contratos son puro capricho de ellos. Tú no puedes escoger si lo quieres o no. Si tú quieres algo y un dios te lo quiere dar, te lo dará sin importar que te arrepientas. A veces, te dicen sus nombres; otras toman alguna forma y aparecen ante ti, para apiadarse o burlarse de tu desgracia ocasionada por ellos.
Aunque la mujer parecía incómoda hablando sobre los contratos, quería hacerle más preguntas sobre estos. Pero no pude hacerlo —¿Quién eres? —pregunté cambiando de tema.
—¿No crees que ya son muchas preguntas? Además, pensé que me conocías bien, incluso me estabas describiendo. Pero quién soy o quién eres tú da igual. Tú y yo pertenecemos al mismo equipo.
—¿Equipo? —pregunté confundido.
Estirando sus dos manos, apretó mi cara suavemente —Sí, los dos buscamos ser felices.
—¿SabEs cóMo PodeMoS sER fElices? —pregunté cómo pude al tener la cara apretada con sus manos.
Quitando sus manos de mi cara, se levantó de la cama, y me miró fijamente, apuntó domé con su dedo índice —Tú y yo seremos felices, dejando de ser inmortales —dijo rebosando confianza. Ella se puso alegre de repente, me comenzó a mirar con una felicidad que me contagió fácilmente, motivándome a pelear por aquel sueño que ella me proponía alcanzar, pero…
—No soy inmortal —dije, mirándola fijamente. Me puse de pie, estiré mis manos, apreté su cara suavemente, sonriéndole le pregunté—. ¿Cómo te ayudo?
—Te corté cada miembro de tu cuerpo, te decapité y aplasté tu cabeza contra el suelo de París. ¿Estás seguro de que no eres inmortal? —preguntó confundida.
—Sí —respondí caminando hacia la puerta.
—¿Entonces qué eres? —preguntó ella acomodando su cabello.
—Alguien con mala suerte —respondí saliendo de la habitación.
—¿A dónde vas? —preguntó ella caminando detrás de mí.
—A la tienda, ¿quieres algo? —respondí bajando las escaleras. Ella me miraba en silencio como a un bicho raro, el cual había descubierto. Su mirada era de confusión, curiosidad e intriga.
—¿No vas a preguntar por qué te decapité?
—Da igual —respondí abriendo la puerta de la casa—. ¿Vienes? —pregunté saliendo de esta.
Bajando las escaleras corriendo, salió de la casa, cerró la puerta y se acercó a mí. Yo la miraba con miles de preguntas que quería hacerle, pero me contuve, esperando que seguirla a ella me daría las respuestas que quiero.
—Soy Sora —dije empezando a caminar.
Sonriendo, estiró su mano y se presentó —Me llaman monstruo, demonio, dios, pero tú me puedes llamar Aisha. Será un placer trabajar contigo.
—El placer es mío —dije tomando su mano mientras sonreía—. ¿Qué es lo primero que haremos, Aisha? —pregunté siguiendo con nuestro camino.
—Tenemos que avanzar, pero antes tenemos que matar a la persona que creó este bucle. Aunque será difícil encontrarlo en esta enorme ciudad —dijo con tranquilidad.
—Está en el colegio donde estudio —dije entrando a la tienda. Ella me esperó afuera. Compré un par de cosas para cocinar, agarré los primeros dulces que toqué con mi mano y me dirigí a la caja a pagar. Mientras la persona que atendía hacía la cuenta, entró a la tienda una mujer en chanclas, despeinada y con ojeras marcadas. La vi por unos segundos, tomé cinco tarjetas de raspa y gana, pagué y salí. Aisha me esperaba sentada en la acera de la calle, me senté a un lado de ella y le di los dulces. Mientras ella habría los dulces, comencé a raspar las tarjetas con una moneda.
—Sabes que eso es una estupidez, ¿cierto? —dijo llenando de dulce su boca, como si fuera un niño.
—Es divertido —respondí comenzando a raspar la segunda boleta.
—lOs HumANOS son Raros —hablando con la boca llena, me miró tragándose todo como pudo. Dándose unos cuantos golpes en el pecho, respiró y dijo—. Tú eres raro.
Sonreí al escucharla y comencé a raspar otra tarjeta, donde perdí una vez más. Me quedaban dos tarjetas, y aunque ya sabía el resultado de la última, era divertido ver a Aisha pendiente a algo que ella llamó estúpido —¿Qué eres? —le pregunté raspando la cuarta tarjeta.
—Perdiste otra vez —dijo, ignorando mi pregunta.
—No quiero matar a nadie —dije, levantándome del suelo.
Levantándose, tomó mi mano y puso un dulce —Ya lo sabía —dijo comenzando a caminar. Yo la seguía unos cuantos centímetros atrás. Deteniéndose de golpe, se desvió corriendo a un pequeño parque que quedaba a unas cuantas cuadras de la casa. Rápidamente, se sentó en uno de los dos columpios que había. Al ver su mirada, me acerqué y empecé a empujarla, ella reía como una niña, yo solo miraba el cielo disfrutando de su risa.
CAPITULO VI: QUERER.
No lo entiendo, pero me encuentro en calma, una calma absolutamente extraña que había olvidado cómo se sentía. —Será el viento o tal vez es el hermoso cielo azul —me pregunto mirando a la nada. Sigo empujando el columpio que, al moverse, suelta una sonrisa. Me siento totalmente seguro y eso es algo extraño—. ¿Por qué? —me pregunto pensando en mis sentimientos—. ¿Por qué? —me vuelvo a preguntar mirando a Aisha. Al verla, mi corazón se detuvo, olvidé cómo respirar, comencé a sentir un dolor en el pecho y el miedo se apoderó de mí.
—¿Qué me pasa? —me pregunto viendo cómo todo a mi alrededor comienza a volverse oscuro. Diversos pensamientos comienzan a sonar en mi cabeza y una voz me susurra—. Es tu culpa —miro a mí alrededor y no hay nada, la oscuridad lentamente me absorbe a sus entrañas. Quiero gritar por ayuda, pero simplemente no puedo, tal vez no quiero por el miedo que me hace sentir un dolor en el pecho, pero… —alguien que me ayude.
—Ahora, ¿qué sigue? —me pregunta Leiko con aquella cálida voz.
Yo la mire con una sonrisa —No sé qué hacer —respondí.
Ella me miro a los ojos por un instante y me sonrío —No importa —dijo acostándose suavemente en el suelo. Apuntando al cielo con su mano, preguntó—. ¿Qué forma le diste a esa nube? —yo mire al cielo por un instante y respondi —un pez…
—¿Y tú, qué forma le diste? —pregunte mirándola fijamente. Ella se quedó en silencio un par de minutos, me miró y con un tono de voz frío dijo—. un tonto gato que se cree león —al ver mi cara de sorpresa, sonrió y volvió a mirar al cielo como si nada pasara. —No me vas a acompañar —pregunto golpeando suavemente el suelo con su mano abierta.
Acercándome a ella, suavemente me acosté a su lado, puse mi mano encima de la suya y nos quedamos mirando el cielo en silencio mientras nos encontrabamos acostados en un enorme charco de sangre. Los dos mirábamos las nubes mientras les dábamos diferentes formas, no decíamos una palabra, solo existíamos queriendo; yo quería estar con ella un momento más, mientras ella esperaba que la volviera a matar, yo no quería que ella me odiara, ella solo quería paz, yo quería que ella me amara, ella solo quería su felicidad.
—¿Por qué? —dije sabiendo que ella entendería.
—¿Por qué no? —dijo Leiko esperando el disparo.
Me pregunto si el problema soy yo. Quiero olvidar, pero no se puede, ¿verdad? Al ver a Aisha, por un momento sentí que Leiko había vuelto. Pero no puedo engañarme, por más que quiero, no puedo, no puedo reemplazar a Leiko con Aisha. Ellas no se parecen; ni en su sonrisa, ni en su forma de reír, sus formas de caminar son distintas, mientras Leiko caminaba con un glamur que era envidiado por todas las chicas del colegio, Aisha camina libremente sin preocupación. Cada vez que empujo el columpio, es más evidente que no son iguales, pero quiero ayudarla, tengo que ayudarla.
—Es extraño, los humanos no saben lo que quieren. Buscan amor y cuando lo obtienen no saben qué hacer con él, quieren dinero y no saben cómo gastarlo, quieren vida eterna y no saben qué hacer en un día lluvioso.
Volví a la realidad tras escuchar las palabras que salieron de la boca de Aisha repentinamente. Aquellas palabras llegaron a lo más profundo de mi ser. Era extraño, pero su sonrisa al decirlas me resultaba intrigante y hermosa a la vez. Entendía a lo que se refería o eso quería creer. Entré en un trance por un corto instante pensando en aquellas palabras que consideraba verdaderas, ya que yo, como muchos otros más, quiero algo, algo que he olvidado al pasar tanto tiempo en este bucle.
Ella saltó del columpio en movimiento, cayendo de pie, miró hacia atrás con una sonrisa. Yo miré sus ojos, que tienen un pequeño brillo al mirarme. Con emoción gritó —¡Es momento de avanzar! —y comenzó a caminar. La seguí desde una corta distancia mientras pensaba en lo extraña que es. Por unos segundos miré al cielo y me pregunté qué quieren los demás.
Caminamos en silencio hasta llegar a la casa. Al abrir la puerta, Aisha corrió hasta los muebles y, con un salto, se acostó en estos. Dejé las llaves en la mesa y subí las escaleras. Entré a mi cuarto, me quité la ropa y entré al baño. Abrí la llave de la ducha, el agua comenzó a caer en mi cabeza y empezo a recorrer todo mi cuerpo. No pensaba en nada, cierro la llave y me echo jabon en todo el cuerpo, comenzando con las piernas y terminando en el cuello, me movi un poco para atras, abri la llave una vez mas, me quede viendo el agua caer por un momento, el sonido de esta pegando contra el suelo me relaja. me meti al chorro de agua, esta recorrio mi mi cuerpo suavemente mientras miraba al techo con la mirada perdida. no pienso, solo existo en ese momento, sin preocupacion, sin miedo, sin pasado o futuro, solo estoy en el presente. cerre la llave y abri la puerta de la ducha.
—¿Por qué tardaste tanto? —me preguntó Aisha sentada en el baño. De pie a cabeza me observó detenidamente. Yo solo la miré mientras sentía un extraño, pero tonto déjà vu.
—Me pasas la toalla —dije estirando mi mano. Ella me ve a los ojos, suspira y con una frialdad suelta una pequeña risa—. no pense que lo tuvieras tan pequeño —aquellas palabras fueron suficientes para romper la poca autoestima que me quedaba. Pero no podía dejar que ella se diera cuenta.
—¿Qué cocinaste? —pregunté intentando cambiar de tema.
Estirando su mano con la toalla, me ve confundida —¿Tú no ibas a cocinar?
—No sé cocinar —respondí tomando la toalla y envolviendo mi cintura con ella, miré a Aisha que me veía confundida.
—Si no sabes cocinar, ¿por qué compraste cosas para hacer comida?
—Pensé que tú sabías.
—Yo tampoco sé cocinar —respondió Aisha molesta y desilusionada—. Ahora, ¿qué comemos? —preguntó levantándose de la taza del baño.
—Puedo cocinar, pero lo que cocino queda horrible.
—No quiero comida fea… aunque tengo una mejor opción —sacando un revólver de su pantalón, me apuntó con este, mirándome a los ojos con frialdad. Me dijo —Podemos pedir comida a domicilio y cuando llegue el repartidor, lo matamos, ¿qué te parece?
—No crees que estás yendo muy lejos, ¿¡además de dónde sacaste esa arma!? —le pregunté exaltado.
—Así que tienes más expresiones que esa tonta cara de tranquilidad… —dijo acercándose a mí, pasándome el arma en la cara suavemente, metió esta dentro de mi boca— con la comida no se juega.
Alejándola de mí, escupí por el sabor tan horrible que tenía el arma. Mirando sus ojos sedientos de sangre y comida, dije —Tengo dinero, podemos pedir comida sin matar a alguien —suspirando de desilusión, guardó el arma en su pantalón—. En serio quería matar a alguien —pensé sorprendido al ver su repentino cambio de humor.
Suspiré y la miré, me acerqué un poco a ella y coloqué mi mano sobre su hombro —Puedes pedir todo lo que quieras si me dices de dónde sacaste el arma —dije mirándola a los ojos. Ella sonrió y me dijo antes de salir corriendo —Se la quité a un señor mientras te bañabas.
Me vestí rápidamente con lo primero que encontré y bajé rápidamente donde Aisha. Ella tenía mi teléfono en su mano. Al verme bajar por las escaleras, me pasó una hoja donde había escrito diez tipos de comida diferentes, desde arroz chino hasta hamburguesa. Al lado de cada nombre de comida estaban los precios y, en total, se pasaba del poco dinero que tenía. Al ver la suma de dinero que tenía que pagar, comencé a buscar dinero por toda la casa mientras Aisha miraba sentada en los muebles cómo me movía de un lado para otro. A duras penas pude llegar a la cantidad exacta de dinero que tenía que pagar. Puse el dinero en la mesa y me senté al lado de ella.
Los dos estábamos sentados en los muebles en silencio mientras mirábamos la pantalla del televisor que se encontraba apagada. Aisha suspiraba con fuerza mientras hacía un ruido molesto con su boca. Yo trataba de ignorar aquel ruido, pero cada minuto que pasaba se me hacía más molesto.
—¿Qué me pediste de comer? —pregunté intentando que dejara de hacer aquel ruido.
Ella volteó a mirarme lentamente como si fuera un zombi y preguntó —¿Te tenía que pedir también a ti? —yo solo podía mirarla enojado mientras la insultaba en mi mente. Ella comenzó a hacer aquel ruido de nuevo, yo solo la miraba en silencio.
—Entonces, ¿cuál es el plan? —pregunté intentando que ella dejara de hacer aquel ruido otra vez.
—Comer —respondió rápidamente.
Bajé la cabeza y suspiré fuertemente —Para romper el bucle —dije.
Sonriéndome siniestramente, dijo con tranquilidad —Encontrar al que provoca la situación y pegarle un tiro — sacando el arma de su pantalón comenzó a hablarle como si fuera un bebé.
Yo la miraba con miedo mientras me cuestionaba su salud mental —Soy un tonto —pensé al recordar que aquella mujer que tenía a mi lado me había decapitado con total facilidad— no mataremos a nadie —dije.
Ella me apuntó con el arma, sonrió y dijo —Mi bebé quiere sangre, da igual si es la tuya o la de alguien más —mirando el cañón del arma, veía mi vida pasar frente a mis ojos otra vez, ella deslizaba suavemente su dedo hacia el gatillo—. Tranquilo, bebe —le dijo al arma, yo cerré mis ojos y sonreí, esperando el disparo.
—¿En serio creíste que te iba a disparar? —dijo ella comenzando a reír, tomé aire y abrí los ojos solo para ver cómo ella se reía de mí—. Tranquilo, no tiene balas —dijo apretando el gatillo.
¡Bang! Fue lo último que escuché al sentir aquella bala entrar por mi frente. Una vez escuché que la muerte es no sentir y por eso no me tengo que preocupar por ella, pero sin importar cuánto muero, no me he acostumbrado al dolor de la muerte. Cada vez que muero, siento cómo mi alma es forzada a quedarse en mi cuerpo por cadenas que la jalan dentro de mí. Cada célula destruida es restaurada a la fuerza, provocándome un dolor que simplemente no puedo describir, un dolor que solo la muerte me puede dar.
Abrí mis ojos al escuchar el llanto de una mujer que se lamentaba a gritos por la muerte de su hijo. No lograba ver dónde me encontraba, tampoco podía mover mi cuerpo por más que intentaba, estaba atrapado en un sitio estrecho que lentamente se quedaba sin aire. Con la poca fuerza que tenía, gritaba, pero al parecer, nadie me escuchaba.
Intenté guardar la calma, pero mi corazón comenzó a acelerarse cada vez más. Intenté gritar más fuerte, hice ruido golpeando mi cabeza contra las paredes desesperadamente. Poco a poco, sentía que me quedaba sin aire, la cabeza comenzó a dolerme y cada vez se me hacía más complicado respirar. Ya no tenía fuerza para gritar, no podía respirar y mi corazón se detuvo en un instante.
—¿Cuánto tiempo ha pasado? —me preguntó abriendo mis ojos en el mismo lugar. Todo sigue igual que la primera vez, no sé cuantas veces he muerto, pero me comienzo a cansar. He escuchado voces, llanto y gritos, de distintas personas, las cuales no paran de llegar—. ¿Cuánto tiempo falta para el viernes? —me preguntó, muriendo otra vez.
—Si pudieras parar el tiempo, ¿qué harías?
—Te tocaría los senos.
—No te creo.
—No me conoces bien.
—Lo sé, pero estoy segura de que no harías eso.
—Supongo ayudaría a los demás.
—¿Por qué supones? Tú ayudarías a los demás.
—¿Cómo estás tan segura?
—Simplemente, eres así, aunque eso te llevara a tu propia perdición.
CAPITULO VII: LUNES.
Abrí mis ojos al poder respirar bien; ya no me encontraba en aquel frío y estrecho lugar. No se escuchaba ningún llanto ni grito, y aunque la oscuridad no me dejaba ver, sabía que me encontraba en mi habitación. Era lunes una vez más, el mismo lunes que he repetido tantas veces que no logro recordar. —Da igual —pensé, cerrando los ojos para dormir, pero no podía, por un pensamiento fugaz que me atormentaba. Aunque intentaba que no me importara, el pensamiento no se marchaba. —Despierta —me gritó Aisha, el pensamiento que no me dejaba dormir—. Despierta —volvió a gritar, y la volví a ignorar, arropándome de pies a cabeza, tratando de quedarme dormido.
—Despierta —gritó otra vez, lo cual ignoré nuevamente—. Hice comida —susurró en mi oído. No me enteré cuando entró a la habitación, pero me miraba fijamente con un brillo en sus ojos como si fuera un niño queriéndome contar algo. Aunque eso no quitaba que parecía una psicópata.
—Ya voy —respondí.
—Rápido que se va a enfriar —dijo saliendo de la habitación.
Me levanté y salí de la habitación, comencé a caminar hasta las escaleras sin dejar de pensar que me faltaba algo, pero no le di importancia. Al lado de las escaleras había una mesa en la que había una pecera con un pequeño pez rojo que, al verme, no apartó su mirada de mí. Le devolví la mirada, y nos miramos fijamente por un par de segundos. Parecía que él me quería decir algo, pero el miedo que sentía era más fuerte que él. Comencé a bajar lentamente por las escaleras esperando que aquel pez me hablara, algo que no sucedió.
Al percatarme habia algo bajado las escaleras a mi lado, algo que no podía describir, solo me acompañaba en silencio. A veces sentía cómo me miraba detenidamente por un par de segundos. Parecía que esperaba algo de mí. Tal vez quería que la mirara como ella lo hacía conmigo o unas palabras de mi parte, pero no se me ocurría nada que pudiera decir. Las escaleras se hacían más largas o eso pensaba, al no sentir que estuviera avanzando. Los segundos parecían minutos y los minutos horas, horas que pasaban rápidamente hasta que llegamos al final, donde solo habían pasado un par de segundos. Volteé a mirar aquella cosa, pero había desaparecido.
Comencé a caminar al comedor, pero me detuve al ver algo que llamó mi atención. Era un pequeño ratón bailando. Se movía con alegría por todo el mueble, saltando con sus pequeños zapatos. Lo miré hipnotizado mientras él ignoraba mi existencia. Pasaron unos minutos para que él se diera cuenta de mi presencia y dejara de bailar. Me miró asustado y comenzó a correr por toda la casa sin un rumbo, hasta que entró a un cuarto, desapareciendo de mi vista. Llegué al comedor y me senté. Aisha se encontraba en el otro extremo de este. Miré la comida por un par de segundos, intentando no hacer ninguna cara extraña, ya que ella me miraba atentamente, esperando que le diera un bocado a la comida. —Pensé que no sabías cocinar —dije intentando hacer un poco de charla.
—No sé, pero vi un video y quise intentarlo.
No sabía qué decir, pero aquella masa negra no podía haber salido de un video de cocina. Parecía un experimento fallido o solo trataba de matarme otra vez. El olor de aquella cosa era extraño, no olía a algo comestible, pero tampoco mal. —¿Y qué decía el título del video? —pregunté tomando fuerza para comer un poco.
—Pasta a la ¡carbonaare! —dijo haciendo un gesto con su mano como si fuera un italiano.
Sin importar cuánto pensara, no podía encontrar la forma de que una pasta terminara siendo una masa negra. Pero daba igual, tenía que comer. Agarré la cuchara y cogí un poco de aquella cosa que, aunque parecía sólida, su textura era gelatinosa. Dejé de respirar para no oler aquel extraño olor y miré a Aisha, que me miraba con ilusión. Me metí la cuchara a la boca y tragué con esfuerzo, aguantándome las ganas de vomitar. Volví a mirar a Aisha, y me miraba llena de felicidad. Seguí metiéndome cucharadas a la boca, esperando que aquella masa desapareciera del plato, pero parecía infinita. Al cabo de unos minutos u horas, terminé de comer aquella pasta, lo cual me dejó con náuseas y con mal sabor de boca.
—¿Cómo estuvo? —me preguntó Aisha llena de ilusión.
Aunque la respuesta era sencilla, la comida sabía a todo lo malo de la vida y tendrían que llevarla a la cárcel por romper todos los tratados de paz, no podía decirle eso. No podía quitarle aquella sonrisa. Empecé a pensar bien mis palabras. No quería lastimarla, pero tampoco quería mentirle. Quería ser neutral, pero no tan neutral, así no sospecharía. Quería que supiera que la comida estaba mal, pero no tan mal y que podía seguir mejoran… solo quería hacerla feliz.
—Sabe a mierda, ¿cierto? —dijo Aisha con aquella risa tierna pero perversa—. No sé cómo pudiste comerte todo eso.
Al escucharla, solo pude quedarme en silencio. Un silencio como otro más, pero que su risa hacía diferente. —Si sabías eso, ¿por qué me lo diste a comer? —pregunté.
Dejando de reír, me respondió —No te iba a dar, pero cuando lo probé me di cuenta de que sabía a mierda, y si yo como mierda, tú comes mierda. Pero todavía no creo que te lo hayas comido todo —dijo empezando a reír de nuevo.
Solo podía mirar cómo se burlaba de mí, una burla que parecía interminable, aunque no llegaba a molestarme.
—Tenías que haber visto tu cara cuando te pregunté cómo estaba —dijo dejando de reír. Aisha sacó de debajo de la mesa un marco mediano de madera. Este tenía en él una foto donde salía aquel pez gigante, aquella cosa y el ratón, pero había dos manchas borrosas que no lograba saber qué eran. No eran humanos, tampoco eran una cosa, solo eran unas manchas en aquella extraña y hermosa foto—. Estaba buscando dinero para comprar algo de comer. No encontré dinero, pero encontré varias fotos como estas escondidas en una habitación. ¿Quiénes son estas personas? —preguntó Aisha. Por más que detallara la foto, no lograba pensar en una respuesta que pudiera tranquilizar su intriga. En ese instante se me ocurrieron miles de respuestas, pero solo podía decir la verdad—. No lo sé, esta no es mi casa —respondí. Al escuchar mi respuesta, Aisha se quedó en silencio por un instante antes de comenzar a reír nuevamente—. Eres más extraño de lo que pensaba. Me caes mejor —dando un gran suspiro de alivio, se levantó del asiento dando un gran bostezo y con total tranquilidad, dijo—. Vamos a comprar algo de comer. Me quiero quitar el sabor de mierda de esa comida.
—Espera, voy por mi cartera —dije levantándome del asiento.
—Vamos, yo la tengo —dijo Aisha, caminando hacia la puerta. Agarré las llaves de la casa y comencé a caminar hacia la salida. Los dos salimos de la casa en total silencio, silencio que nos acompañaría todo el camino hasta la tienda. Al llegar a esta, Aisha entró al mismo tiempo que aquella mujer desarreglada, la cual iba con un caminar lento. Me senté en la acera bajo el insoportable sol de la tarde y, aunque el suelo estaba caliente, me había acostumbrado después de un rato. Pasaron los minutos, pero Aisha no salía, y aunque me había acostumbrado al sol que estaba «tranquilo a esa hora de la tarde,» no me quería pasar tanto tiempo expuesto a este. Pasó un tiempo y escuché abrirse la puerta de la tienda. Rápidamente volteé mi cabeza esperando que fuera Aisha. Para mi mala suerte, era aquella desarreglada mujer, la cual tenía una enorme sonrisa en su rostro como si fuera una persona distinta. Pasó por mi lado con prisa y sin fijarse bien, lo cual provocó que en unos segundos hubiera un accidente.
El carro que provocó el accidente se dio a la fuga. Rápidamente, todo el lugar se llenó de personas que grababan con sus teléfonos o solo miraban mientras murmuraban la mala suerte de su vecina. Los autos no podían pasar por la multitud y, furiosos, comenzaban a tocar el claxon mientras gritaban. Todo se convirtió en un caos, donde las personas que se encontraban en medio de la carretera les gritaban a las personas que se encontraban en los autos y viceversa.
—Come —dijo Aisha que, en algún momento, se había sentado a mi lado, me ofrecía papas. Agarré unas cuantas y metí una a mi boca, mientras no apartaba mi vista del caos.
—Qué raros son los humanos —dijo Aisha. La volteé a mirar, se encontraba completamente tranquila, no le interesaba ni un poco el accidente, ni las personas, solo miraba al cielo con la mirada perdida.
—¿Por qué lo dices? —pregunté metiendome otra papa a la boca.
A lo que ella me miró y con una sonrisa dijo —Solo son raros. —Destapando una gaseosa, tomó un poco de esta y me ofreció, lo cual recibí bebiendo un poco y devolviéndosela—. Sabes… —dijo Aisha—. Aquella mujer se ganó la lotería, cinco era su número de la suerte, por eso siempre compraba cinco boletas de rasca y gana, o eso dijo el de la tienda, pero cuando gana muere. ¿No te parece raro?
—Cosas de la vida —dije tomando más papas.
—Qué asco la vida, ¿no crees? —respondió—. Sabes, voy a matarla —dijo metiéndose una papa a la boca.
—¿Cómo harás eso? —pregunté esperando una respuesta.
Tomando otro poco de gaseosa, me miró —Ni puta idea —dijo riendo—. Aunque antes tengo… tenemos que salir de este bucle. —Nos quedamos en silencio un par de segundos. Aquel alboroto había desaparecido a la misma velocidad con la que se había formado y nada ni nadie se encontraba en la calle. Todo estaba tranquilo, en un silencio que sería roto por Aisha.
—Al dispararte, creo que después de media hora, llegó la policía. Al parecer, el repartidor los llamó. No habías vuelto a la vida, así que deje que me atraparan. Me pareció emocionante. Era la primera vez que iría a la cárcel. No sé qué pasó con tu cuerpo, pero supuse que estarías bien. Al llegar a la estación de la policía, había un señor cubierto de sangre. Por lo que pude escuchar, había asesinado al asesino y violador de su hija. Su hija tenía un nombre raro, comenzaba por h o g, eso no importa. Pude mirar los ojos de aquel señor, no tenía ningún arrepentimiento, pero estaba triste. Los seres humanos son tan raros y maravillosos, son difíciles de entender.
—¿Quieres salvar a la niña? —le pregunté, sin entender por qué me contaba todo eso.
—No —respondió sin dudarlo—. Pero si me encuentro con su asesino, lo mataré.
—¿Antes o después de que mate a la niña?
—¿Acaso importa? —dijo confundida.
—Ni idea —respondí. En ese momento supe que Aisha no era la mujer de la cual me había hablado Leiko, aunque no importaba. —Mañana será un largo día —le dije levantándome del suelo. Ella sonrió colocándose de pie. Los dos comenzamos a caminar juntos, y al darnos cuenta, el lunes había terminado.
CAPITULO VIII (PARTE I): MARTES.
Martes comenzó con una fuerte lluvia. La cual nos había tomado lejos de la casa. ¿Dónde estábamos? No recordaba, pero estábamos jugando en medio de la carretera, saltando en los charcos que se formaban por la lluvia. Aisha comenzó a correr pasando los autos que se movían a gran velocidad, yo iba detrás de ella intentando atraparla mientras esquivaba los autos y miraba a las personas que se sorprendían al vernos pasar.
La lluvia cada vez caía más fuerte, impidiéndome ver bien. El cielo se iluminó, truenos comenzaron a escucharse, aunque el ruido nos daba igual. Todo me traía recuerdos que me llenaban de diversos sentimientos, aunque solo quería recordar los que me hacían feliz. Seguí corriendo detrás de Aisha. El sonido de las gotas pegando contra el suelo me relajaba, era una canción, una canción que nunca me dedicaron. Saqué mi teléfono y miré la hora. Habían pasado cuatro horas desde que martes había comenzado. La lluvia no parecía que pararía en todo el día. Era como si el cielo llorara. Me quedé un instante viendo el teléfono mojarse, al verlo sentía que recordaría algo que nunca llegó, pero olvidé. Miré al cielo. Las gotas de lluvia parecían agujas entrando en mi piel, pero nada importaba. No sabía lo que estaba haciendo, a dónde iba o qué haría. Solo corría. —¿Por qué? —me pregunté.
—Eres muy lento —dijo Aisha sentada en el techo de un auto. Sacándome la lengua, me sonrió al verme tan meditabundo. Al escucharla, volví en sí con una felicidad que invadió mi ser, haciendo que tuviera una sonrisa dibujada en mi rostro, una que no podía ocultar.
—¿Es verdadera? —preguntó Aisha.
—¿Qué? —dije confundido.
Saltando desde el auto a mis brazos, caímos golpeándonos contra el asfalto de cara, comenzando a rodar. Nuestra ropa se rasgó y nuestra piel se raspó con cada vuelta. Quedé arriba de ella. Los dos teníamos una sonrisa y la cara raspada. —Es la primera vez que te veo sonreír de verdad —dijo Aisha, a lo cual no supe qué responder. Nos levantamos del suelo con nuestras heridas curadas—. ¿Vamos a casa? -preguntó Aisha.
Saqué mi teléfono del bolsillo para ver la hora. Habían pasado media hora desde la última vez que había visto el teléfono.
—Qué teléfono más resistente, ¿dónde lo compraste? —preguntó Aisha.
—Fue un regalo —respondí.
—A verlo —dijo Aisha arrebatándome el teléfono de las manos.
Los dos seguimos jugando, ignorando el ruido de un auto que se aproximaba a gran velocidad, arruinando la canción que cantaba la lluvia. Los dos, aunque nos habíamos percatado, nos mirábamos retándonos a ver quién se quitaba del camino primero.
—Toma —dijo Aisha lanzándome el teléfono—. Al percatarme, el auto arremetió contra nosotros. Todo mi cuerpo quedó destruido. No podía respirar bien, ni ver, ni sentir algo que no fuera la muerte. Poco a poco iba muriendo, pero a su vez mis células se reconstruían impidiendo mi muerte. Una nueva cicatriz se hizo en mi cuerpo. El auto siguió su camino sin mirar atrás. La lluvia siguió cayendo, convirtiéndose en charcos que eran contaminados por nuestra sangre.
—Sí, volvamos a casa —respondí, tirado en el suelo.
Respirando profundamente, comenzó a toser. —Espera, tomo aire, y me levanto —respondió Aisha, agitada. Tirada a unos centímetros de mí, nos quedamos en silencio un par de minutos, viendo al cielo por obligación. Las gotas chocando contra el suelo no se escuchaban por el fuerte ruido de nuestra respiración—. ¿A qué hora vas a estudiar? —preguntó Aisha con dificultad.
—A la una —respondí.
—Hay mucho tiempo para dormir —dijo, sentándose en el suelo. Estirándose un poco, preguntó—. ¿Puedo llevar el arma? —a lo cual respondí con un «no».
Levantándome del suelo, miré el teléfono que se encontraba destrozado por el impacto. —¿Qué comeremos? —le pregunté a Aisha.
—¿Quieres que cocine? —preguntó Aisha.
—Mejor pedimos comida —respondí, estirando mi mano hacia Aisha. Esta tomó mi mano, y la ayudé a levantarse.
—Con qué dinero —preguntó.
—¿Robamos un banco? —pregunté, mirándola.
Con una sonrisa me dio una palmada en la espalda y dijo —Ahora podemos ser buenos amigos —a lo cual solo pude reír. Comenzamos a caminar, jugando bajo la lluvia, empujándonos de un lado a otro, mientras dejábamos un rastro de sangre a nuestro paso.
Después de un rato caminando, llegamos a casa. A medida que íbamos entrando, Aisha se desnudaba, tirando su ropa por todas partes, quedando completamente desnuda. Se tiró en el mueble, quedándose dormida al instante. Recogí la ropa del suelo y la puse en la lavadora. Subí hasta mi habitación y me cambié de ropa. Tomé una cobija de la cama y bajé al primer piso para arropar a Aisha. Eché mi ropa a la lavadora, poniéndola a lavar. Volví a subir a la habitación. Miré el reloj que colgaba en la pared. Este marcaba las cinco. —Una hora está bien —pensé, tirándome en la cama. Al caer en esta, quedé dormido al momento.
Desperté en el duro suelo de la habitación. El reloj de la pared marcaba las cinco y quince. Me levanté del suelo y miré a Aisha durmiendo en mi cama. Dormía con los brazos y piernas estirados, en una almohada cubierta con su propia baba. Susurraba algo que no lograba entender, algo a lo cual no le di importancia. Entré al baño para echarme agua en la cara. Algo se escuchó en el primer piso, pero no le presté atención, pensando que era la falta de sueño. Me miré en el espejo. Las ojeras habían desaparecido con las cicatrices de mi cuerpo. Algo se volvió a escuchar. Salí del baño pensando que Aisha se había despertado, pero seguía dormida en su propia baba. —Creo que hay alguien en la sala —dije moviendo a Aisha, la cual me volteó la cara, pero seguí insistiendo. Tarareando algo que no lograba entender, sacando un revólver de la nada, cogía este del cañón—. toas nsodk to Toma —dijo con dificultad—. ¿De dónde lo sacaste? —pregunté, tomando el arma. Ella solo balbuceó algo, haciendo una señal con su mano, la cual tomé como que la dejara en paz, volteando la cara, siguió durmiendo como si nada hubiera pasado.
Con el arma en la mano, salí de la habitación en dirección a las escaleras. Al mirar la pecera, no encontré a aquel pez, aunque no le di importancia y seguí con mi camino. Comencé a bajar las escaleras despacio, intentando no hacer ruido. Miré los muebles desde las escaleras. Estos se encontraban mojados, también el suelo de la casa, aunque no se encontraba nada ni a nadie. Aquel ruido se intensificaba. Miré a los alrededores y entré al baño con cautela, mientras apuntaba con el arma, pero nadie se escondía en este. Miré más de una vez la sala y la cocina, miré el comedor, pero todo se encontraba vacío. Rindiéndome, me senté en una de las sillas del comedor, esperando que el tiempo pasara. Pasaron unos segundos y alguien tocó la puerta. Caminé hasta esta preguntando quién era, pero no recibí respuesta. Con solo mis órganos que perder, abrí la puerta para encontrarme con nadie atrás de esta, cerré y caminé hasta el comedor, sentándome de nuevo en la silla.
De nuevo tocaron la puerta, dejé el revólver en el comedor y fui a abrir. Al abrir, no había nadie. —Serán niños jugando —pensé, cerrando la puerta. Me quedé parado frente a esta, esperando que tocaran, pero no lo hicieron. Abrí la puerta una vez más, atrás de esta no había nadie. Tomé un paraguas y salí, dejando la puerta ajustada, y miré a los alrededores, pero no había ni una alma en la calle.
Al dar media vuelta para volver, sentí la mirada de algo penetrando mi ser. —Juzgaba o anhelaba —me pregunté, mirando a mí alrededor, pero no había nada—. Hola —grité, esperando que aquella cosa saliera de su escondite, pero no salió—. Hola —volví a gritar, buscando en cada gota, cada ruido, en cada rincón donde lograba ver, pero nada aparecía. Entré a la casa, cerrando la puerta. Dejé el paraguas al lado de esta. Comencé a caminar hasta la habitación. Sentía que el sueño acabaría conmigo, tenía hambre y frío, pero quería dormir un rato, pase por el comedor, —Hola —dije pasando al lado de aquel oso que se encontraba sentado en una silla. Aquel oso me saludo moviendo la mano, se encontraba mojado y temblando de frío, seguí hasta la habitación. Aisha había babeado toda la cama, así que me tiré en el suelo para dormir. Cerré mis ojos, intentando quedarme dormido. Pasaron unos minutos… me levanté, tomé un par de cosas y corrí hasta las escaleras. Al percatarme, aquel oso seguía sentado en la misma posición, temblando de frío. Me acerqué a él y le pasé lo que había agarrado del cajón, lo cual era una sudadera y una camisa. Le indiqué dónde estaba el baño para que se cambiara. Este, con timidez, tomó las cosas y caminó hasta el baño.
Me senté en el comedor, esperando que el oso saliera. Pasó media hora hasta que el oso salió, aunque me llenaba de curiosidad por qué se había tardado tanto en el baño, no pregunté para no hacerlo sentir incómodo. —Te ves bien —le dije, sonriendo. Este me miró y me dio una pequeña sonrisa de vuelta.
Le pasé un lápiz y un cuaderno que había buscado para él. Este lo tomó y escribió «gracias» con una cara sonriente al lado de la «s». —No pasa nada —dije.
Pasó un rato, y él seguía de pie. —Siéntate, no crecerás más —le dije, dándole palmadas al asiento que se encontraba a mi lado. Sentándose a mi lado, me miró fijamente por un par de minutos. —Quieres algo de tomar —le pregunté, a lo cual negó con la cabeza. Había tenido suerte, no tenía nada en la nevera para darle. Siguió mirándome sin mover un solo músculo. No sabía si decirle algo o simplemente quedarme callado. No lograba recordar algo de ella, que no fuera verla los viernes. Pasó una hora sin que dijéramos una sola palabra. En todo este tiempo, él me miró fijamente, pero en ningún momento me sentí incómodo.
Respirando, tomó aire profundamente, suspiró y comenzó a escribir. Aquel segundo se hizo eterno, más eterno que la hora que estuvimos sin hablar. —Ayúdame. —Escribió. Al leerlo, dudé de mi respuesta por un par de segundos, antes de poder responder, unos pasos comenzaron a escucharse. Era Aisha, completamente desnuda, bajando las escaleras. Tenía el cabello alborotado y media cara mojada. Mirándonos, preguntó con un gran bostezo — ¿Ese es el ladrón?
CAPÍTULO VIII (PARTE II): MARTES.
Nervioso, el oso bajó la cabeza al ver a Aisha desnuda. Al notarlo intranquilo, Aisha se acercó a él con malicia, levantándole la cabeza con la mano. Lo miró fijamente a los ojos. El oso nervioso evitaba el contacto visual, pero Aisha acercaba su rostro cada vez más a él, mientras se le dibujaba una sonrisa maliciosa.
—¿Este es el ladrón? —volvió a preguntar Aisha. Le respondí negando con la cabeza—. ¿Entonces quién es?
—Mi vecino —respondí. Al escucharme, Aisha me miró confundida y se alejó del oso, sentándose en las escaleras con las piernas abiertas. Sacando un cigarrillo, lo puso en su boca—. Ve a la tienda y compra algo de tomar para las visitas —dijo Aisha, tirando mi cartera en mis manos.
La miré confundido mientras me preguntaba de dónde había sacado el cigarrillo, pero había algo extraño en el actuar de Aisha, el aura a su alrededor, sus gestos, su sonrisa habían cambiado haciéndola parecer una persona totalmente distinta. —¿De dónde sacaste ese cigarrillo? —pregunté.
Sacando un encendedor de la nada, prendió el cigarrillo dándole una bocanada. Mirando al suelo con la mirada perdida, expulsó el humo por su boca, quedándose callada. El oso la miró, volteándome a mirar confundido por la situación. Al ver la cara del oso, empecé a reír. —Te acostumbras —dije mirando al oso. Teniendo el cigarrillo en medio del dedo índice y anular, me miró Aisha y con un tono de voz calmado pero firme dijo. —No tardes… y compra algo para ti, hermoso —Al ver sus ojos de angustia, tomé el paraguas y salí de la casa confundido. Por más que pensara, no entendía la situación, pero había algo seguro: Aisha había visto algo que yo no había notado.
Comencé a caminar a paso lento con un rumbo fijo, mirando a mi alrededor. Las calles estaban vacías, el frío recorría mi cuerpo mientras pensaba en la situación en la que me encontraba. —Realmente quiero salir de aquí —me pregunté, comenzando a cuestionarme toda mi vida, embarcándome en una desesperación interna, la cual fue interrumpida por las risas de unas niñas que jugaban bajo la lluvia en el parque. Las miré por un par de segundos y seguí caminando. Seguí caminando hacia mi destino, intentando no sobre pensar las cosas, como dice ella. —¿Quién? —me pregunté, sin poder responderme.
Al darme cuenta, había llegado a la tienda. Dejé el paraguas afuera y entré. Estaba aquella mujer desarreglada, raspando billetes de lotería, al ver que no ganaba, los tiraba al suelo, donde había una cantidad enorme tirada. Sus labios estaban resecos, y la yema de los dedos con los que sujetaba la moneda estaban cubiertos de sangre. Ignoré la situación y caminé hacia la parte de atrás. Tomé una gaseosa grande y unas papitas de las más baratas y me dirigí a pagar. Puse las cosas en el mostrador, saqué la cartera de mi bolsillo y al abrirla, vi algo extraño. Parecía una broma de cámara oculta o un sueño del cual no quisiera despertar. Con una sonrisa, tomé las cosas y las devolví donde pertenecían, quedándome en la parte de atrás y tomando todo lo que veía.
Salí de la tienda con más cosas de las que podía cargar. Tomé el paraguas como pude y empecé a caminar, preguntándome de dónde había sacado Aisha tanto dinero o si se enojaría al haber gastado mucho. Al ver tanto dinero, terminé comprando cosas innecesarias. Me sentía culpable, pero al mismo tiempo estaba feliz al tener tantas cosas para comer. Después me preocuparía por el dinero; por ahora, solo disfrutaba el momento, como ella hubiera querido. —¿Quién? —me pregunté, sintiéndome mal de repente. Los ojos comenzaron a aguarse, un dolor se formó en mi pecho evitando que respirara bien. Intenté calmarme, pero no podía evitar pensar que estaba olvidando algo importante para mí.
Me detuve, exhalando fuertemente por la nariz. El dolor no desaparecía; sentía cómo todo a mi alrededor se desmoronaba. Las cosas que había comprado rodaban por la acera al romperse una de las bolsas. Puse el paraguas en el suelo y me acosté en él. No entendía, pero no podía parar de sonreír. No me importaba el qué dirán, ya que estaba feliz, pero al mismo tiempo no podía evitar llorar.
—¿Por qué lloras? —preguntó una voz cálidamente suave.
Limpié mis lágrimas y me senté. Al frente de mí había una niña, de unos doce o catorce años, llevaba puesto el uniforme de un colegio privado, el cual era solo para mujeres. Estaba cubierta de barro y tenía un golpe reciente. Había estado llorando, aunque su cara estaba tranquila como si no hubiera pasado nada.
—Extraña —pensé al verla—. —No tengo idea, —respondí levantándome del suelo. Comencé a recoger las cosas que estaban tiradas. No sabía cómo llevaría todo a casa, ya que la bolsa había quedado inservible. Al Escuchar cosas caer al suelo miré a la niña.
—Puedes meter las cosas en mi bolso —dijo la niña, estirando su bolso vacío tras haber tirado todas sus cosas al suelo. Todo lo que tenía estaba cubierto de barro, incluso el bolso, el cual había limpiado mientras sacaba las cosas—. Está un poco sucio, pero servirá —dijo sonriendo con timidez.
—Gracias —le dije, tomando el bolso. Me pregunté qué pasaba por su cabeza, empecé a meter cosas en el bolso, nerviosamente, ella comenzó a ayudarme.
—¿Por qué llorabas? —pregunté. Ella solo me ignoró y siguió metiendo cosas en el bolso—. ¿Te dejó tu novio? —pregunté de forma burlesca, esperando alguna reacción, pero ella seguía ignorándome. Después de un rato, terminamos de meter todo en el bolso. Al acabar de empacar todo, me puse el maletín y me despedí de la niña.
—Dejas el paraguas —dijo la niña.
—Tómalo por el bolso —dije.
—Pero, ¿cuál es tu nombre? —preguntó.
La volteé a mirar y le sonreí. —Sora —respondí—. Sabes que hablar con desconocidos es peligroso —pregunté, intentando hacerla hablar un poco más.
—Sí, pero tú no eres peligroso, ¿verdad? —preguntó, tomando el paraguas del suelo.
—Quién sabe, lo que te diga son mentiras —respondí, intentando ser lo más honesto posible. Ella me miró como si fuera un bicho raro y empezó a reír, lo cual era extraño, ya que ella era la que parecía ser el bicho raro, y yo debería estar riéndome de ella. Mientras ella reía, yo seguía mojándome. —Eres extraño —dijo, dejando de reír. Yo la miré confundido, obviando que esas palabras me las decían más de lo que me gustaría admitir.
—Es un placer conocerte, Sora. Mi nombre es Hagne. Espero que nos volvamos a encontrar —dijo la niña despidiéndose con una sonrisa.
—¿Yo soy el raro? —me pregunté, mientras la veía marcharse.
Al llegar a la casa me esperaba Aisha y el oso sentados a fuera de esta, los dos voltearon a verme sin decir o hacer un gesto. Sin saber qué decir, solté un suspiro y me senté al lado del oso. Los tres nos quedamos inmóviles, viendo la lluvia caer. Después de un rato el oso tomando con sus patas mi mano dejando sus garras marcadas en esta, Aisha me abrazo y medio un beso en la frente.
—lo sentimos —dijo Aisha — si te haces sentir mejor me gusta tu bolso.
Abrí el bolso y saque unas bolsas de papas —quieren —pregunte, Aisha tomo dos bolsas, el oso tomo una y empezaron a comer. —por qué —pregunte sin recibir una respuesta—. Puedo saber qué paso —volví a preguntar siendo ignorado otra vez. Suspirando me puse a verlas comer mientras me imaginaba que había pasado, me levante y mire nuevamente, los escombros que antes eran una casa, todas mis cosas habían quedado sepultadas en los restos. —Iré a buscar un puente donde dormir —dije caminando sin ánimos.
Tomándome de la mano me detuvo Aisha —estás enojado —me pregunto, a lo que negué con la cabeza.
—vamos a buscar el puente más bonito para dormir— dije soltándome de su agarre—. Creo que a una hora de acá hay un buen puente.
Paz fue lo que sentí en el instante en el que vi el puente a unos pasos de mí, mientras me preguntaba por qué no había hecho esto antes y si lo había hecho por qué no tenía recuerdos de algo tan familiar. El viaje había sido tranquilo, Aisha no había hablado en todo el camino que llevábamos caminando, pero su compañía era gratificante. —no estoy enojado contigo, ya llegamos —dije volteando a mirar atrás donde solo me encontré con el oso, el cual se encontraba tirado en el suelo, jadeando— donde está Aisha —le pregunte, a lo cual me respondió escribiendo que estaba en su casa—. Y tú que haces aquí —pregunte confundido, a lo cual escribió que ella lo había enviado a hacerme compañía.
—¿por qué no me dijiste nada? —pregunte confundido, a lo cual escribió que le había dado pena.
—¿volvemos? —escribió el oso, a lo cual asentí con la cabeza.
Llegamos a la casa del oso, la puerta estaba abierta, al entrar en esta Aisha nos esperaba sentada en el comedor, el cual estaba rebosante de comida. Haciéndole compañía había tres gatos blancos que jugaban entre ellos. —SiEnTaTE —dijo Aisha metiendo más comida en su boca. Me senté al lado de Aisha, uno de los gatos al verme dejó de jugar y se acercó a mí tímidamente, empezando a sobarse en mi pierna. El oso miró confundido mientras un pequeño brillo se hizo notar en sus ojos.
—Normalmente, no se acerca a las personas —escribió el oso. Al leerlo, todo me pareció extraño. No solo era el momento, en el que sentía que ya lo había vivido, sino también la sensación de ser observado por la cantidad excesiva de cuadros que decoraban la casa. En cada cuadro había un gato distinto, en total eran diez, contando a los tres blancos que nos acompañaban.
—Ven, ven, come, come —decía Aisha mientras masticaba. Yo solo podía verla comer.
—No tengo hambre —dije colocando el bolso en la mesa.
—Tienes pena —preguntó Aisha tomando un muslo de pollo—. Tienes que dejar de ser penudo —dijo metiéndome el muslo en la boca.
Los ojos se me pusieron llorosos, comencé a toser con fuerza hasta el punto de casi vomitar. —¿Me quieres matar? —pregunté intentando respirar.
—Da igual si mueres, lo importante es comer, ven, come, está rica —dijo Aisha, metiendo más comida en su boca.
—¿Me prestas el baño? —le pregunté al oso levantándome del asiento. El oso me hizo una seña para que lo siguiera. Levantándome del asiento, dejé el bolso en este y empecé a caminar detrás del oso.
—¿De dónde sacaste ese bolso? —preguntó Aisha.
—Se lo robé a una niña —dije saliendo de la habitación. Al salir de esto, me di cuenta de que no le había preguntado sobre el dinero que había en la cartera, aunque ahora no importaba.
La casa era más grande de lo que se podía ver a simple vista. Sentí que el pasillo por el que caminábamos era interminable, y los cuadros en la pared no dejaban de inquietarme. El pasillo seguía, pero nosotros subimos por unas escaleras que daban a un balcón. —¿Dónde queda esto? —pregunté sorprendido al ver el hermoso paisaje. No sabía describirlo, pero la sensación de que me dio al verlo era igual a la primera vez que lo vi —. ¿A quién? —me pregunte, sintiendo un enorme dolor de cabeza.
El oso me tocó el hombro, al voltear a verlo, me hizo una señal para que nos fuéramos. Viéndolo borroso, comencé a seguirlo tambaleando. El oso subió por unas escaleras en forma de caracol que no parecía acabar. Yo solo caminaba detrás de él, intentando mantenerme de pie. Cada paso que daba, sentía que las escaleras temblaban. Estábamos más alejados del suelo y más cerca del sol. El oso se detuvo al llegar a un punto donde no había más por donde subir. Triste, el oso miró hacia arriba. —Quiero llegar más alto —escribió, mientras lo contemplaba con un poco de envidia, aquella imagen majestuosa—. Salta —escribió. Mi piel se erizó por alguna extraña razón. El oso se puso en el borde del final de las escaleras, agarró mi mano y se dejó caer, llevándome con él.
El viento pegaba contra mi cara, el pelaje del oso se movía, y la vista era hermosa. Las emociones que sentí no eran las mismas, pero eran similares a lo que sentí en aquel momento cuando caí de la Torre Eiffel. —¿Realmente quiero salir de aquí? —me pregunté, queriendo perderme en mis pensamientos. Pero un cálido abrazo me trajo al presente. El oso me abrazaba tembloroso mientras lloraba. No sabía qué hacer en la situación en la que me encontraba, solo estaba inmóvil mirando la lluvia, pensando en qué decirle al oso para hacerlo sentir mejor. Pero solo podía verlo llorar mientras mi corazón se carcomía al no poder hacer nada para animarlo—.—Deja de llorar, por favor —pensé repetidas veces, hasta que dije las palabras que el oso quería escuchar—. ¿Cómo te ayudo? —pregunte, sintiendo las garras del oso en mi espalda.
En un instante, el oso desapareció, y al darme cuenta golpeé contra el techo de la casa atravesándolo. Caí en una pequeña habitación con la luz del sol iluminándome por el agujero que dejé. Todos mis huesos estaban rotos, mis pulmones estaban destruidos, y mi corazón luchaba por no detenerse. El dolor que sentía me hizo perder el conocimiento, pero la tortura de mis huesos y órganos reparándose me hizo despertar en un instante, sintiéndome incómodo al sentirme observado. El cuarto se oscureció en el breve momento en el que estuve inconsciente. Podía escuchar pasos a mi alrededor y murmullos. Un aplauso se escuchó, y un poco de luz llegó a mis ojos.
Al ver la luz amarilla, mi cuerpo reaccionó en contra de mi voluntad, levantándose del suelo y caminando hacia esta. El dolor que sentía con cada paso que daba me hacía perder el conocimiento por unos segundos, antes de recuperarlo por el dolor que sentía al regenerarme. Todo mi cuerpo sangraba, al ser perforado por mis huesos que, al no ser bien reparados, con lo poco que caminaban volvían a partirse atravesando mi piel. La inconformidad que sentía aumentaba al sentir cada vez más cerca, ojos que me miraban con perversión y deseo, un deseo enfermizo que dan náuseas. Llegué a la luz. Abajo de esta había una cama con sábanas blancas, en el cabecero y en el somier había dos cuerdas atadas, las cuales estaban manchadas de sangre, apuntando a la cama había tres cámaras encendidas.
La luz se apagó al escucharse un aplauso; pisadas comenzaron a escucharse por toda la habitación y rápidamente se detuvieron. Dos aplausos se escucharon desde la oscuridad. La luz se encendió, dejando ver la cama que ya no se encontraba vacía; en esta estaba el oso atado, buscando con sus ojos algo en la oscuridad. De la oscuridad salió un grupo de diez gatos, con ojos, dientes y dedos de humanos; Caminaban en dos patas y hablaban entre ellos sobre a quién le tocaba ir primero. Mientras formaban un círculo alrededor de la cama, desde un lugar del círculo, un gato levantó la pata mostrando un papel que sostenía con su dedo pulgar e índice. Se sentó en la cama dañando el papel; sus uñas parecían garras, las cuales empezó a mover por el cuerpo del oso, que seguía buscando sin mostrar ninguna expresión. Con una de sus uñas, el gato hizo presión atravesando la piel del oso; un chorro de sangre empezó a salir. Una sonrisa se formó en el gato, el cual comenzó a golpear al oso con fuerza. Con cada golpe que daba, sus pupilas se dilataba, mientras gemidos se le escapaban; su baba chorreaba por su boca abierta cayendo encima del oso. Gemidos y aplausos se comenzaron a escuchar de todos lados. Los gatos que eran iluminados por la luz se masturbaban mientras se besaban entre ellos.
El oso sonrió moviendo sus labios mientras miraba al lugar donde me encontraba. Al verlo, no pude pensar; mi cuerpo herido se abalanzó al entender lo que me pedía. —Mata a todos —dijo, a lo cual mi cuerpo hizo caso, antes de yo pensarlo, tomé el cuello del gato que golpeaba al oso y lo partí; el sonido hizo eco en la habitación, haciendo que los gatos que estaban en la luz se escondieran en la oscuridad. Cientos de miradas se posaron en mí; un ruido molesto empezó a escucharse, lo cual provocó que mis tímpanos reventaran. Sin poder reaccionar, uno de los gatos saltó desde mi espalda, mordiendo mi cuello. Sus dientes atravesaron mi carne arrancándola en un instante. Por instinto, mi mano se puso en la herida haciendo presión, pero el sangrado no se detenía. Era un pedazo de carne ante los ojos de estas criaturas, que me miraban con morbo desde la oscuridad. —Me dan asco —pensé. Respirando profundo, mis oídos no se encontraban del todo bien; la sangre no se detendría, pero no dejaría que ninguna de estas cosas saliera de la habitación.
No podía calcular cuántas criaturas se acercaban a mí; El ruido de sus pasos hacía eco en mi cabeza, mientras esperaba que se mostraran a la luz. Un silbido se escuchó y todo quedó en silencio. No sabía qué pasaba, pero mi cuerpo rápidamente cargó contra una de esas cosas que había dejado los dedos de sus pies en la luz, atravesándolo con mi mano. Lo miré fijamente a los ojos, este estaba molesto al ver mi mirada. —No me juzgues con esos ojos —gritó escupiéndome en la cara—. Tú y yo somos iguales… —un disparo se escuchó, volándole la cabeza.
—Fallé —renegó alguien en la oscuridad. Antes de que pudiera disparar de nuevo, mi cuerpo se había adentrado en la oscuridad colocándose frente a él, antes de que pudiera hablar, mis manos tomaron su cabeza y la estrellaron contra el suelo. Mis manos tomaron el arma del suelo; al tomarla, un silbido se volvió a escuchar, y los gatos empezaron a moverse de nuevo. Volví a la luz y comencé a disparar a mi alrededor. Aquellas cosas corrían hacia mí sin importarles sus propias vidas ni la vida de los demás. Todos se usaban mutuamente como escudo mientras intentaban acercarse, lo cual consiguieron al quedarme sin balas. Todos se me abalanzaron encima con una intención asesina que no habían mostrado antes. Los esquivé como pude y con mi mano atravesé el pecho de otra criatura, la cual me sujetó del antebrazo con fuerza. De la oscuridad salió un gato negro arrancándome el antebrazo con un machete. Aunque caminaba en dos patas, no tenía ningún rasgo humano a simple vista. El gato negro le aplastó la cabeza a la criatura y sacó mi antebrazo de su pecho, sujetando el machete con sus piernas. Con una sonrisa, comenzó a pasarle la lengua suavemente a todo el antebrazo. Al llegar a la mano, comenzó a chupar cada dedo con calma, desencajándose la mandíbula, introdujo la mano y una gran parte del antebrazo por la boca, empezándola a mover de adentro para fuera. Todas las criaturas se habían quedado quietas mirando la escena.
El gato me miró con asco, sacándose mi antebrazo de la boca, lo tiró. Al caer al suelo, aquellas cosas se abalanzaron por él, comenzando una pelea, la cual era ignorada por el gato. Este empezó a pasar su lengua por sus labios y movía sus piernas sobándose con la parte que no tenía filo del machete. Sus gemidos empezaron a escucharse deteniendo la pelea, la cual se convirtió en una orgía donde mi antebrazo era pasado entre todas las criaturas para ser utilizado como objeto sexual.
Sentía que en cualquier momento me iba a desmayar, mi cuerpo no daba para más, pero tenía que seguir. —¿Por qué? —me pregunté abalanzándome contra el gato negro. Sentía que me movía en cámara lenta en comparación a él, que me miraba con desprecio mientras se acercaba a mí con normalidad, dejando caer su machete al suelo. Tomó mi cara con sus patas y me miró fijamente a los ojos. —¿Por qué peleas, si todos somos iguales en este cuarto oscuro? —dijo el gato, dándome un beso. Con sus dientes sujetó mi lengua y de un solo tirón la arrancó, tragándosela. —Aquí en la oscuridad los dioses no pueden vernos, no pueden juzgarnos o criticarnos, somos libres —con una sonrisa cubierta de sangre exclamó con fuerza—. Lo puedo ver en tus ojos, aunque te mientan, eres igual a nosotros. Disfruta conmigo —dijo, sacándome un ojo con sus garras, masticándolo cerca de mi oreja. —Escucha, es la falsa realidad que crearon tus ojos muriendo. Sé feliz con nosotros, ¡serás feliz conmigo! —manifestó, colocando sus garras en mi otro ojo.
Tres aplausos se escucharon y una luz blanca iluminó todo el cuarto, dejando a todos desconcertados, en especial al gato que miraba fijamente al techo. Todos, al mirarse entre ellos, entraron en pánico, tapando sus verdaderas caras por miedo a ser reconocidos. Las luces se apagaron rápidamente, pero solo bastó aquel instante para poder tomar la cabeza del gato, el cual temblaba mientras lloraba petrificado. —Todos murieron, dios nos alcanzó —anunció uno segundo antes de aplastar su cabeza contra el suelo. Tomé el machete con dificultad, intentando no caer, aun sin saber qué era lo que me mantenía de pie. Caminé hacia aquellas personas desnudas que, al verme, no se movían y sus miradas clamaban por la muerte. Sin cuestionarme, empecé a matarlos uno por uno sin sentir nada. Comencé a caminar a paso lento hasta la luz amarilla, sin sentir nada, ni una mirada, ni incomodidad. Todo parecía tranquilo en la oscuridad, pero —siempre hay un «pero» —pensé al llegar a la cama y ver al oso atado. Al verme, sonrió, pero su sonrisa se transformó en preocupación al verme sin brazo. —¿Estás bien? —preguntó, a lo cual respondí asintiendo con la cabeza. Lo desaté con delicadeza al estar suelto; me agradeció varias veces seguidas. La luz que iluminaba la cama empezó a parpadear; un aplauso se escuchó, dejándonos en la oscuridad.
Estaba a oscura una vez más en mi vida; lo bueno es que ya le había perdido el miedo a la oscuridad. No sentía, no escuchaba, no vivía, no existía en un instante o momento, en un segundo o minuto. —¿Qué hora es? —me pregunté, buscando el reloj que cuelga en mi habitación, el cual había comenzado a avanzar. —Al parecer, más rápido de lo que yo caminaba —pensé, cerrando mis ojos en la oscuridad.
Al abrir los ojos, me encontré parado en una habitación completamente blanca. Miré a mi alrededor y no había nada.
—Nos volvemos a ver —dijo una voz.
—Tarde o temprano pasaría —respondí, acostándome.
—Por fin…
—Cállate —dije interrumpiendo la voz.
—¿Por más que me calles? Sabes que esto, todo esto, es tu culpa —reprochó la voz—. ¿Qué pensará Aisha cuando se entere de que solo es un remplazo y que tú, como responsable, puedes acabar con este bucle?
—Cállate… te lo pido.
—Tú eres el responsable de que yo sufra —la voz se quebró—. ¿Cuántas horas? ¿Cuántos días? ¿Cuántas semanas fueron? ¿¡Cuántos putos años!? ¡Respóndeme! Mientras tú eras feliz, yo vivía lo mismo, todos los días siendo tocada, siendo golpeada, y todo por tu culpa. Tú eres el único culpable de mi dolor.
Cerré mis ojos, dejando de escuchar la voz. Todo estaba oscuro, pero no quería abrir los ojos, no quería volver a mi realidad, aunque solo quedaba esperar a que ella viniera a matarme.
—Creo que marte termino —pensé.
CAPÍTULO X: MIÉRCOLES.
Miércoles comenzó; no quería desaparecer. Estaba más triste, distante, frío y solitario de lo habitual. Era diferente, aunque no lograba saber en qué lo era. Pero al serlo, se había quedado sollozando en un rincón apartado de los demás recuerdos de mi memoria, en un recoveco donde solo van aquellos momentos que no quiero olvidar.
—Hola —dijo Aisha, haciendo que abriera mis ojos al momento que escuché su voz. Volteé a mirarla; ella se encontraba sentada en el suelo de la habitación, con arañazos en todo su cuerpo desnudo. Tenía el cabello mojado como si recién se hubiera bañado, su mirada vacía se posaba en mí, parecía que estaba llorando, se encontraba destrozada. Yo solo podía prepararme para lo que iba a suceder. —¿Qué viste? —pregunté. Sin mediar palabras, ella se abalanzó a mí, haciéndome atravesar la pared de un golpe. Era de madrugada; El cielo había dejado de llorar, pero había comenzado a llenar las calles de nieve. Caí de pie mirando a Aisha, la cual caminaba sin dejar de llorar. —¿Qué viste? —volví a preguntar sin recibir una respuesta. Miré al cielo, llenándome de tristeza, mientras miles de pensamientos me invadían. Comencé a caminar hacia ella. Al estar frente a sus ojos, no pude hablar; solo podía esperar que ella dejara de llorar y yo dejara ver esa sonrisa otra vez. Con mi mano derecha limpié sus lágrimas.
Arrancándome el brazo, empezó a golpearme con este un par de veces. —Esto es aburrido —dijo, devolviéndomelo con un suspiro. Limpiando las lágrimas de su rostro, empezó a caminar, haciendo una señal para que la siguiera. Comencé a caminar detrás de ella, mientras esperaba que mi brazo se uniera a mí. Era tardado y doloroso, pero más rápido que aparecer uno de cero.
—Tienes cara de estúpido. ¿En qué piensas? —preguntó Aisha.
—Esta es mi cara normal; Además, solo estoy concentrado —respondí.
—Ah, entonces siempre tienes cara de estúpido —dijo, soltando una pequeña risa.
—¿Dónde vas? —pregunté.
Volteándome a mirar, respondió —Por ropa. Está nevando y estoy desnuda; Me estoy muriendo de frío. Además, tú también necesitas ropa.
Confundido, preguntó —¿Por qué ropa para mí?
—Está toda agujereada y manchada de sangre —viéndome detalladamente, dijo sin pensarlo mientras apartaba la mirada. —También te vistes feo y necesitas un baño.
Me dejo sin palabras unos segundos. —Me da igual —respondí tranquilamente, aunque estaba completamente sorprendido. Siempre pensé que me vestía bien, que estaba a la moda, pero la realidad era completamente diferente. Me había vuelto a romper la poca seguridad que tenía, pero no podía demostrarlo. Después de caminar un rato, mi brazo se había reparado, pero mi confianza estaba destrozada, y eso no se arreglaba tan fácil.
—Aquí venden buena ropa —dijo Aisha, deteniéndose al pie de una tienda lujosa.
Al ver, quede sorprendido. Era la primera vez que veía la tienda, pero podía decir una simple vista que era un lugar caro. —No conocía esta tienda —dije mirando a Aisha.
Aisha me miró de pies a cabeza y dijo —Lo suponía. Si la conocieras, no vestirías tan feo.
—¿Acaso es necesario que me destroces más? —pensé, viendo lo poco de mi confianza, marcharse. —Por qué venimos aquí, no tenemos dinero para pagar —dije, ocultando mis sentimientos.
Acercándose a mí, me miró a los ojos fijamente mientras colocaba su dedo en mis labios. —Shhhh, tu tranquilo. Yo pago —dijo alejando lentamente su dedo.
—Pero co…
—Shhh —dijo volviendo a colocar su dedo en mis labios. —Tú confía en mí. Yo tengo soluciones; aquí lo que hay es plata —dijo imitando un acento de forma espantosa mientras hacía un gesto extraño con su rostro, frotando su dedo pulgar con el índice y el medio. En ese instante, aunque estaba desnuda y hacía una expresión extraña con su cara, Aisha se veía como alguien confiable, una persona a la que le daría mi vida. Puse mi mano en su hombro y con una sonrisa le dije —Vamos.
Al entrar a la tienda, quede sorprendido al presenciar lo enorme que era. Era más grande de lo que se percibía desde afuera. El piso blanco de mármol brillaba mientras hacía contraste con las paredes pintadas de dorado, los muebles eran más caros que todos en los que me había estado sentando toda mi vida. Quería ir corriendo a ver lo que había en el segundo piso, pero me detuve al ver a un hombre alto y musculoso que parecía ser el guardia, aunque iba vestido de etiqueta. Este hombre nos dio la bienvenida con seriedad mientras emanaba un aura amenazadora, no nos quitaba los ojos de encima y estaba alerta.
—¿Acaso vamos a robar? —refunfuñé molesto al sentirme incómodo por ser observado por todos los trabajadores, los cuales no apartaban sus miradas de nosotros, ni disimulaban al hacerlo. Aunque me molestaba, era normal que pensaran de ese modo al vernos, pero era raro tener a un hombre mayor siguiéndonos mientras intentaba que no nos diéramos cuenta—. ¿Segura tienes dinero para comprar en este lugar? —le preguntó a Aisha.
Aisha, al escucharme, se percató del guardia, el cual se escondió rápidamente detrás de unas camisas, dejando sus enormes brazos al descubierto. —Sí, tengo, confía —dijo con un tono de voz calmado, el cual me impulsaba a seguirla.
—Discúlpame, confió en ti —le dije mostrándole una sonrisa.
—Tranquilo —dijo sacando una pistola de la nada, dando dos tiros al aire—. Todos quietos, esto es un atraco —grito.
Mi cerebro se congeló por un par de segundos al ver la escena y pensar que era una broma, pero a los pocos segundos me di cuenta de que ella iba en serio con lo que estaba haciendo. También me percaté de que probablemente el dinero que había en mi cartera lo había conseguido del mismo modo y que eso me hacía cómplice de su ola delictiva. —Soy un criminal —pensé, viendo a Aisha abalanzarse contra el guardia, el cual quedó impávido ante su velocidad, noqueándolo de un golpe. Visualizo al resto de empleados, eran cinco en total, los cuales se encontraban asustados y querían esconderse, pero todos fueron dejados inconscientes fácilmente.
—Ayúdame arrastrando los cuerpos a la sala de empleados —gritó Aisha desde el segundo piso.
Haciéndole caso sin cuestionarme, me dirigió donde estaba el guardia y empecé a arrastrarlo. —¿Dónde queda? —pregunté un grito.
—Detrás de la caja, no olvides atarlos bien; te dejé unas cuerdas por ahí tiradas.
Llevé a todos los que se encontraban en la planta baja a la habitación, los até y revisé que los nudos estaban bien hechos. Al estar seguro, le pregunté a Aisha si necesitaba ayuda, pero no recibí respuesta. Volví a preguntar viéndola bajar, arrastrando a los dos empleados que faltaban.
—¿Ahora qué hacemos? —le preguntó.
—Probarnos ropa —dijo emocionada—. Aunque no es necesario.
—¿Por qué?
—Tengo una habilidad secreta, ¿quieres saber cuál es? —preguntó arrogantemente.
—¿Cuál es? —pregunté con curiosidad.
—Puedo saber qué ropa te quedará bien solo por verla —dijo orgullosa, tomándome de la mano y arrastrándome a una parte de la tienda. Selecciono una blusa con solo ojearla y se la colocó. Odiaba admitirlo, pero era perfecta para ella. No dije nada, solo me quedé viendo cómo se probaba ropa por horas, y aunque a veces pedía mi opinión, siempre se quedaba con la prenda que yo no escogía.
—¿Por qué pide mi opinión si va a hacer caso omiso de ella? —Pensaba cada vez que me decía que escogiera la que más me gustaba de algo.
Después de un rato, Aisha me mandó a lavar las manos para que no ensuciara la ropa al empacarla en bolsas. Nunca había odiado tanto una tarea. Cada vez que sentía que iba a terminar, Aisha desaparecía y aparecía con más para empacar, haciéndome preguntar cómo llevaríamos todo eso y dónde lo haríamos. Pasó un rato y pude acabar. Le grité que había terminado, pero no recibí respuesta. Comencé a buscarla por toda la tienda; había desaparecido sin dejar rastro. Pasó un rato y no aparecía, eso me generaba miedo. No sabía qué haría si regresaba con más ropa.
Pasó media hora y Aisha entró por la puerta de la tienda con dos carritos de compras. Vestía un hermoso vestido carmín pegado a su cuerpo, con unos tenis blancos. Parecía una modelo caminando como si estuviera en una pasarela. Yo solo podía sonreír sin despegar mi mirada de ella, deseando que se cayera.
—Te ves bien, pero ¿de dónde sacaste el carrito? —Me pregunté sorprendido.
—Me lo encontré —dijo mintiendo descaradamente. —Podemos poner la ropa aquí y llevarla.
—Recuérdame no volver a confiar en ti —dije organizando las bolsas en el carrito. En total, había cuarenta. Metí veinte en cada carrito y me dirigí a la salida llevándome uno conmigo.
—No vas a pagar —preguntó Aisha.
—No —respondí desconcertado.
—Robar está mal, —dijo Aisha deteniéndome con desilusión. —Estoy muy decepcionada de ti.
La miré confundido hasta el punto de pensar que era una broma, pero su decepción hacia mí era verdadera. —Tenemos personas amordazadas en una habitación —reclame confundido.
—Sí, pero no nos iremos sin pagar —dijo con seguridad, como si tener personas cautivas contra su voluntad no fuera tan malo como irse sin pagar.
Miré al techo, miré al suelo y la volví a mirar, sin querer creerme que su moral fuera tan extraña. —No sabemos la cantidad que debemos, aunque supiéramos, no tenemos el dinero —dije.
—Debemos dos millones cuatrocientos mil —dijo caminando hacia la caja registradora, sacando el dinero, contándolo, devolvió una parte a la caja, guardando el resto. —Ya pagué, vámonos —dijo tomando el carrito con felicidad.
No dije nada al ver lo sucedido. No quería atormentar mi existencia por lo que había visto. Era un genio o solo una loca, pensé saliendo de la tienda. El frío me dio de golpe, colocándome a temblar. Estaba amaneciendo, no paraba de nevar, la nieve llegaba hasta mis tobillos, las calles estaban vacías. —¿Dónde vamos? —Pregunté, sin recibir una respuesta. Comencé a seguir a Aisha con dificultad, aunque intenté buscarle conversa, ella solo se quedó callada, guiándome a un lugar.
Llegamos a un parque que conocía desde la distancia. Había pasado incontables veces por esta calle, pero nunca me animé a entrar. Esta era la primera vez que me adentraba en él. En medio de este, hay un gran árbol que tiene una cuerda que recorre todo su tronco. Normalmente, puedes ver a las personas pegar papeles que tienen escrito aquello que desean en la cuerda. Dicen que aquello que deseas se hará realidad cuando el papel se caiga. Los alrededores del árbol están llenos de papeles con sueños y deseos. Aisha se sentó en una banca que se encontraba al pie del árbol, dejando el carrito cerca de ella. Yo me senté a su lado. Los dos mirábamos la nieve caer en silencio. Me preguntaba qué estaba pensando ella, qué había visto al mirar los ojos del oso. Aunque esperaba una reacción distinta, no me molestaba estar aquí con ella, viendo la nieve en total tranquilidad.
—Me mentiste —dijo Aisha rompiendo el silencio.
—Tú también lo hiciste —respondí.
Ella comenzó a reír mirando al suelo. —Al parecer, los dos somos unos mentirosos —dijo.
—Al parecer sí —respondí sonriéndole.
—Sabes… —dijo Aisha. —Al ver sus ojos, sentí un dolor tan intenso recorrer mi piel. Pensé que no había vivido algo igual hasta que recordé por qué había llegado aquí. Pero en ese instante, me dio igual y me pregunté qué le había ocasionado tanto dolor. En Ese instante, un odio se apoderó de mí. Me dieron ganas de matar a la persona que la había hecho sufrir. —Tomando un respiro, me miró. —Pero al tenerte al frente de mí, no pude. Dime, ¿tú le hiciste todo eso que vi? —preguntó con una mirada que rompió mi corazón, haciéndome saber que, a pesar de que me sonreía, todo estaba acabado.
—¿Qué deseas? —pregunte evitando la pregunta.
—¿Tú qué deseas? —respondió con otra pregunta.
Pensé un poco, buscando una respuesta que fuera verdadera. —Ayudar a los demás —dije.
—Tu vida no tiene sentido si no hay personas a quien ayuda —dijo con imprudencia. Aunque no me molestaba, al final, era algo que había descubierto hace cuatro meses.
—¿Tú qué deseas? —Pregunté con un poco de tristeza.
Ella me miró destrozada. —La quiero tener de vuelta —dijo, empezando a llorar. —No recuerdo dónde nací, aunque sé que era un lugar frío. Siempre estaba nevando. Yo solía salir a jugar todos los días, corría y me tiraba en la nieve, siempre acompañado de una niña de mi edad. No recuerdo bien su rostro, pero estoy segura de que era hermosa. Era imprudente, por eso peleaba mucho. Aprendió a pelear para defenderme. Pasábamos todo el día juntas, parecíamos hermanas—. Sonriendo al recordar, sacó un cigarrillo de la nada y lo encendió, dándole una bocanada. —Un día nos pusimos a pelear por ver quién era la novia de un miembro de una banda. Duramos dos días peleadas. Al tercer día nos encontramos por los pasillos del colegio y al vernos nos pedimos disculpas mientras llorábamos. Tonto, ¿verdad? —dijo con una sonrisa nerviosa, mientras intentaba no llorar. Pero una lágrima comenzó a bajar por su rostro mientras daba otra bocanada al cigarrillo. —Todos nos miraban llorar. Al percatarnos, nos levantamos con pena. Ella comenzó a insultar a todos los que se reían de nosotras. Teníamos quince y nos invitaron a una fiesta. Por más que les rogamos a mis padres, no me dejaron ir, pero la acompañé a comprar ropa. De las dos, era la mejor vestida. Siempre me ayudaba a elegir la ropa que me pondría. Compró un vestido negro para la fiesta, el cual combinaría con unos tacones que había comprado antes…
El cigarrillo se apagó; ella lo miraba con una sonrisa forzada. —Fue mi culpa —dijo siendo rebasada por sus sentimientos. —¿La oscuridad es mala? —me preguntó, comenzando a llorar, con miedo de escuchar la verdad. —¿Hay un monstruo en la oscuridad? —preguntó sin apartar la mirada en la oscuridad que se formaba en el parque. Sentí diversas miradas que penetraban mi cuerpo con odio y murmullos que sonaban más fuertes en mi cabeza.
—Al otro día de la fiesta, le escribí. Al pasar unas horas, me respondió feliz, contándome que había conocido a una mujer de la cual se había hecho amiga e iban a salir ese mismo día. Sentí celos, aunque no me preocupé. Le Deseé suerte en su salida y no volvimos a hablar en todo el día. Desde ese día, comenzó a socializar con otras personas y aunque me molestaba, me sentía bien al verla feliz. Pero algo había cambiado en ella, y cada vez que la buscaba. Para hablar, me ignoraba. Estaba más flaca, mantenía con una sonrisa y la mirada perdida. Había descuidado los estudios, ya no era ella. Un día la detuve en la calle y le reclamé por no volverme a hablar. Le dije todo lo que pensaba. Y me puse a llorar. Le rogué que volviera a ser mi amiga, a ser ella, pero me ignoró y se fue corriendo rápidamente cuando una mujer gritó su nombre —había dejado de ver a la oscuridad; aquellos murmullos desaparecieron con sus lágrimas. Prendió otro cigarrillo, después de darle la primera bocanada siguió hablando—. Sabes, esa misma noche me escribió para que nos viéramos. Mis padres no me dejaban salir, pero realmente quería verla. Me vestí con un vestido carmín que ella había comprado para mí, esperé que se durmieran mis padres y salí. Al llegar al lugar donde nos íbamos a encontrar, estaba ella. Al verla, me acerqué incómoda al sentirme observada, pero estaba feliz. Cuando estaba a punto de tocarla, una voz me detuvo, era la de una mujer la cual comenzó a cantar «La noche es mala y te lo voy a demostrar, ya que esta trae consigo oscuridad; te da la potestad de dormir y descansar, pero la noche es mala, aunque te vista de gala y te lleve a disfrutar de las mejores veladas —Aisha se detuvo unos segundos recordando—. Odio admitirlo, pero cantaba bien —dijo antes de retomar con la canción; con tu vestido carmín. La noche es mala, ya que te sacó de tu casa prometiéndote que nada malo iba a pasar, pero en lo oscuro de la ciudad, unos ojos con odio acechaban en busca de tu brillo que, gracias a las estrellas ya la oscuridad, resaltaba. Hizo que la luna se doblegara y saliera a ver lo bello. De la noche Mala la noche, mala la mente del enfermo con maldad que arrancó tu vestido de felicidad y tiñó las aguas cristalinas de tu sangre, carmín. Malo el hombre que con maldad apagó tu brillo en la oscuridad». De las sombras salió una mujer, iba vestida con un vestido rosado, tenía el cabello blanco y los ojos rojos escarlatas, su cara parecía estar hecha de porcelana, me saludó con una sonrisa, se acercó a mí y susurró algo a mi oído desapareciendo. —¿Qué te susurró? — preguntó.
—¿Qué te susurró? — pregunté.
—Que le pertenecía —levantándose, estiró con un bostezo—. Desde ese día mi amiga está en coma, se me había olvidado al estar tanto tiempo en este bucle, esto te consume. Cuando ella despierte iremos los tres a París, pero antes tenemos que salir de aquí —dijo comenzando a arrastrar el carrito—. Me tienes que contar lo que pasa con tu vecina cuando lleguemos a casa.
Yo la miraba sin saber qué decirle o hacer, pero había una cosa segura: la seguiría hasta que siguiéramos diferentes caminos. Me levanté y empecé a caminar detrás de ella. —Tú destruiste la casa —dije deteniéndome.
—Verdad, se me había olvidado. Bueno, cuéntame ahora —dijo sentándose de nuevo en la banca.
CAPÍTULO XI: MI PRIMER BESO.
— ¿Qué te cuento? — pregunté.
— Cómo se conocieron ustedes dos — dijo, limpiando la nieve que se encontraba en la banca —. Antes siéntate, que no crecerás más.
Nervioso, me senté a su lado, mirando la nieve del suelo, sin poder parar de temblar. Junté mis manos, dejando un espacio, y las acerqué a mi boca, exhalando con fuerza en estas para que no se congelaran por el frío que aumentaba cada vez más. Aisha me miraba sin poder ocultar su curiosidad hacia mí. Yo solo podía frotar suavemente mis palmas entre sí, echándole la culpa al clima. Todo estaba tranquilo. Solo se escuchaba el viento pasar, dejándonos con escalofríos. Las ramas del gran árbol se movían con fuerza. Unos cuantos autos pasaban a gran velocidad, ocultando el silencio en el que nos encontrábamos. Nuestras respiraciones cada vez se hacían más fuertes. Mi miedo aumentaba cada vez más. Era extraño lo que sentía. No podía describirlo. Tenía más miedo de ser juzgado por ella que de morir.
Aisha dijo algo, lo cual no presté atención por estar pensando en cómo debería contar mi pasado, por dónde comenzar, qué evitar y qué palabras cambiar para no ser juzgado fuertemente por ella, aunque sabía que no lo haría. En lo más profundo de mi corazón existía aquella posibilidad de que ella me odiara por aquello que cometí. Era un sentimiento enfermizo el que sentía. Sabía que nada malo pasaría, pero me sentía frágil. Quería salir corriendo, como era habitual en mí. Miles de pensamientos invadieron mi cabeza, en forma de chillidos, los cuales no lograba entender en su totalidad, pero sabía que querían que huyera. Me alisté para correr. Sería difícil por la nieve que cubría toda la ciudad, evitando que lograra correr bien, pero lograría escapar. Sabía que huir solo me llevaría de vuelta al lunes. — Estoy cansado — pensé, mirando al cielo.
— La vida es una mierda — dijo Aisha, recostando su cabeza en mi regazo. La miré confundido al notarlo. Ella miró enojada —. ¿Qué, ¿no puedo recostarme? — preguntó, mordiendo una de mis piernas. No sabía qué decir, ni cómo reaccionar. Había quedado en blanco por un minuto, lo cual ella aprovechó para seguir hablando —. No tienes que estar nervioso. Si no me gusta algo de lo que dices, te golpearé hasta que aquello que digas me guste — dijo con una gran sonrisa, la cual hizo temblar todo mi mundo. Aquella sonrisa era diferente a las demás. No entendía por qué, pero me hizo acordar de Leiko. Comencé a reír sin parar —. Amo tu sonrisa — dije sin pensar. Ella me miraba confundida, sin saber qué decir —. Sabes — dije, dejando de reír —. No recuerdo mucho de mi pasado, pero al estar contigo no he parado de pensar en ella…
— ¿A quién? — preguntó Aisha con curiosidad.
— Leiko — respondí, teniendo un pensamiento fugaz de ella, el cual me hizo sonreír —. Se llevarían bien — dije con confianza.
— ¿En serio lo crees? — preguntó Aisha con intriga.
— Sí — respondí —. Ella era lo más hermoso… — dije, pero un nudo que se formó en mi garganta no me dejó continuar.
— ¿Hermoso? — preguntó Aisha con curiosidad, incitándome con su mirada a continuar, pero la ignoré, borrando la sonrisa que tenía.
Continué recordando el pasado, lo cual siempre se me había hecho algo confuso. Lo poco que viene a mi cabeza antes de conocer a Leiko es algo borroso, un lugar oscuro del cual no podía salir sin importar cuánto lo intentara o cuánta ayuda pidiera. Siempre me he preguntado si mis recuerdos son verdaderos o solo son momentos que creé para ser feliz cuando recuerdo. Aunque da igual si son reales o no. Son lo único que es mío. Pero hay un pensamiento que llega a mí cuando trato de dormir. Es un pensamiento del pasado, mucho antes de conocer a Leiko. Es la voz de una mujer que me grita algo, lo cual me provoca ciertos sentimientos que no puedo olvidar. — Tu vida me pertenece a mí y a nadie más — aquellas palabras resuenan en mi cabeza en bucle cada vez que intento avanzar. Pero estas palabras vienen acompañadas de la imagen de una mujer de cabello largo oscuro y ojos cafés, piel morena, la cual, al verla, me provoca dolor y felicidad. Siempre estoy sentado a su lado en silencio, admirando su belleza. En ocasiones ríe, lo cual me genera felicidad, aunque rara vez me mira. Pero cuando lo hace, no logro entenderla…
— ¿Sabes quién es esa mujer? — preguntó Aisha.
— Mi vecina Khalida, aquella que fue mi primer amor — respondí.
— No pensé que te hubieras enamorado — dijo Aisha sorprendida.
Yo solté una pequeña risa y dije — Me he enamorado tres veces.
— ¿Te vas a enamorar de mí? — preguntó Aisha con un tono de voz burlona.
— Ya lo estoy — dije con seriedad. Los dos nos miramos sin decir una sola palabra. Tal vez era algo del destino caprichoso que nos unió bajo esta hermosa nevada —. ¿Qué sientes tú? — pregunté, bajando un poco mi cabeza. A lo cual ella respondió levantando un poco la suya. Los dos nos acercábamos lentamente. Mi corazón se aceleraba a cada segundo que nos encontrábamos más cerca. Ella se encontraba agitada, y los nervios se apoderaban de ambos. Todo parecía pasar en cámara lenta. Al tocarse nuestras narices, los dos empezamos a reír al mismo tiempo, alejando nuestras caras.
— Casi me lo creo — dijo Aisha, dejando de reír —. ¿Qué pasó con tu primer amor? — preguntó.
Lo cual respondí con una sonrisa — No funcionó — suspiré fuertemente. Me quedé en silencio un par de minutos, recordando lo sucedido —. Todo fue mi culpa. Ahí aprendí que ayudar a alguien puede hacer tanto mal como no hacerlo. ¿Quieres que te cuente lo que pasó o quieres ir a comer? — pregunté, intentando cambiar de tema.
— Si no quieres que te dispare, es mejor que cuentes — dijo Aisha seriamente —. Después iremos a comer. Al ver su mirada de loca que ansiaba saber lo que había pasado y sabiendo de lo que era capaz, estaba seguro de que tenía que hablar. Aquellos ojos que nos miraban desde las sombras comenzaron a correr hacia nosotros, emitiendo chillidos. Eran ratas de distintos tamaños y colores que huían de algo, tal vez del pasado o el futuro. Incluso puede que del presente. De la oscuridad también salió un gato callejero, el cual empezó a perseguir a las ratas.
— Nunca he sido buena persona — dije hablando del pasado —. Nunca lo he ocultado. Tampoco soy el más inteligente, atractivo o atlético…
— No digas eso… — dijo Aisha, haciéndome sentir mejor por un instante —. Estás en lo cierto. Eres feo y tonto, pero no lo digas.
Cuando pensaba que la poca autoestima que tenía había sido destrozada, ella lograba destruirla más — nunca dije que fuera feo — refunfuñé, siguiendo hablando del pasado —. Siempre he sido alguien normal, aunque siempre me ha gustado ayudar. No es porque sea alguien bueno, solo quiero hacerlo, pero eso me llevó a cometer muchos errores — dije sin apartar la mirada de las ratas que no paraban de huir del gato —. No recuerdo la fecha exacta, aunque recuerdo que era un día aburrido como siempre. Miraba el cielo a través de la ventana del salón, como hacía con regularidad. Había una voz hablando diversas cosas, pero no lograba entenderla. El azul del cielo me cautivaba. Las nubes, con sus formas infinitas y distintas interpretaciones, se llevaban toda mi atención. Los pájaros volaban y el viento movía las ramas de los árboles, lo cual me parecía más interesante que todo lo que decía aquella voz que en algún momento se calló. Al escuchar un timbre, salí del salón sin rumbo. Mientras esquivaba a las personas que se encontraban en el pasillo, tal vez fue el destino que me hizo chocar con ella, Khalida. Íbamos en diferentes cursos y aunque era la primera vez que la veía, la reconocí de inmediato. Aquella mujer era muy popular en todo el colegio. Tanto hombres como mujeres de mi salón hablaban de su belleza, de su forma de ser, del café de sus ojos, pero sobre todo de su enorme cabello negro, el cual llegaba más allá de su cintura. Era tan hermoso como lo describían, incluso más.
— Disculpa — dije, viendo a Khalida levantarse del suelo. En ese instante, sentí como si el tiempo se hubiera detenido. Todos me miraban con ganas de matarme, mientras murmuraban distintas cosas, las cuales no presté atención por verla a ella. Cruzamos miradas un par de segundos y solo bastó eso para que no pudiera sacármela de la cabeza.
— Amor a primera vista — dijo Aisha en voz baja.
— No — respondí —. Fue más odio a primera vista — continué hablando del pasado —. Ella se marchó ignorando a las personas que se acercaban a preguntarle si se encontraba bien. En ese momento, aproveché a escabullirme por entre aquellos que iban detrás de ella. Pasó un mes desde aquel día y aún no podía sacármela de la cabeza. Era otra noche que no lograba dormir, así que, como era habitual, salí a caminar. Las calles estaban solas. No había ojos que juzgaran, ni voces que criticaran. Hacía frío y la luna guiaba mi destino una vez más. Después de un rato caminando, llegué a un lugar desconocido para mí. No sabría describirlo, pero Khalida estaba ahí, lo cual me hizo feliz. Su cabello largo se movía con el pasar del viento y sus ojos cafés resaltaban con la luz de la luna. Ella me miró con desprecio desde la cima donde estaba sentada. Yo la miré, apreciando su belleza, y me marché, creyendo que era lo mejor.
— ¿Por qué no subiste con ella? — preguntó Aisha.
— Por miedo — respondí con total sinceridad —. Tengo hambre, ¿vamos a comer algo? — pregunté.
— Termina de contar tu historia y vamos a comer — respondió Aisha, acomodándose en el lugar.
Seguí recordando el pasado, viendo al gato jugar con los ratones sin matarlos — Al día siguiente, pasó algo extraño. Me la encontré por los pasillos del colegio. Por un instante, sentí que ella me miró, como si estuviera llamándome. No pude olvidar aquella sensación. Tal vez era un pensamiento equivocado, pero sabía que tenía que ir a verla. Al caer la noche, volví a ser guiado por la luna a mi destino. Al llegar donde ella se encontraba, sentí su mirada desde lo alto. Parecía que me estuviera esperando. Así que subí con dificultad donde se encontraba ella. Me senté a su lado y empecé a apreciar las vistas. Podía ver gran parte de la ciudad y aunque desde abajo el lugar no parecía tan alto, ahora que me encontraba en la cima, me arrepentía de haber subido. Nos quedamos en silencio al pasar de las horas. No sabía qué decir ni qué preguntar, aunque realmente dudaba que ella tuviera interés en hablar. Al amanecer, ella saltó, marchándose sin despedirse. Al verla desaparecer, comencé a bajar con cautela, intentando no caer. Ese mismo día nos volvimos a ver en los pasillos del colegio. Ella me miró de nuevo con aquella mirada, lo cual me hizo saber que quería que nos viéramos esa noche. Sabiendo lo que pasaría, compré una bolsa de papas y algo de tomar para ambos y las empaqué en mi maletín. Nunca había ansiado que la noche llegara, pero ese día contaba los minutos que pasaban lento. La noche llegó y fui guiado por la luna a ese lugar. Al llegar, subí rápidamente donde Khalida, haciéndome a su lado. Nos quedamos en silencio. La noche estaba tranquila, como era habitual. Los dos mirábamos al cielo y aunque sabía qué mirábamos, el mismo parecía que veíamos cosas diferentes — ¿Quieres? — rompiendo el silencio pregunté, sacando las papas y las gaseosas del bolso. Ella aceptó y comenzamos a comer. El tiempo pasó volando y al darme cuenta, ya era hora de que ella se fuera. De un salto bajo, desapareciendo rápidamente. Por mi parte, bajaba con cautela, aunque quería saltar, el miedo no me dejaba. Las cosas siguieron así unas cuantas semanas, donde cada noche nos encontrábamos en aquel extraño lugar, donde nos sentábamos a comer y apreciar la noche, hasta que una trágica noche falté.
— ¿Por qué faltaste? — preguntó Aisha angustiada.
— Me quedé dormido — respondí.
— Pensé que te habías accidentado o algo por el estilo — dijo desilusionada.
— ¿Por qué pensarías eso? — pregunté.
— Porque dijiste «trágico» — dijo un poco molesta.
Con una pequeña risa burlesca, dije — solo quería darle dramatismo.
— Continúa — dijo con un tono de voz serio.
Con una sonrisa, continué — Después de haber faltado, aunque nos encontrábamos por los pasillos, Khalida no me volteó a mirar. Cada noche iba a aquel lugar y me quedaba en la parte de abajo, esperando que me mirara, pero para ella, había dejado de existir. Así estuve unas cuantas semanas, hasta que un día dejé de ir. Aunque no quería dejar de hacerlo, pensé que era lo mejor. Desde ese momento, dejé de verla por los pasillos del colegio. Las noches, las cuales seguía sin poder dormir, continuaba saliendo mientras le pedía a la luna que me guiara a un lugar diferente. Pasó un mes desde la última vez que la había visto, aún no podía olvidar su rostro. Una noche como cualquiera, empezó a llover y comencé a jugar bajo la lluvia. La luna me miraba «bailar». Me sentía libre, algo que a los ojos del día no podía vivir. Me detuve pensando en ella. Estaba seguro de que se encontraba en aquel lugar — da igual — pensé, acostándome en el suelo. La lluvia pegaba contra mi cara. Me sentía libre, tranquilo. La tristeza quedaba opacada por la sensación de las gotas chocando contra mi piel.
— Me estás diciendo que te acostaste en la calle una noche lluviosa… Siempre has sido raro — dijo Aisha, mirándome raro.
— No me mires así — dije, sintiéndome mal —. Además, nunca dije que fuera normal. Aunque tú eres la que menos puede hablar.
Los dos nos quedamos callados, mirándonos fijamente. Al instante, pensamos lo mismo, sentimos lo mismo, juzgándonos al mismo tiempo — somos raros — dijimos a la vez.
— Sigue — dijo Aisha.
— Cada vez, la lluvia caía con más fuerza. Los truenos empezaron a escucharse, pero yo seguía acostado en el piso SIN MIEDO A SER JUZGADO POR LOS DEMÁS, hasta que sentí una mirada, la cual me hizo levantar del suelo. Khalida estaba sentada tranquilamente a unos pocos pasos de mí, como si no estuviera lloviendo. Me miró fijamente. Al ver sus ojos, no pude descifrar lo que me quería decir. Solo pude quedarme sentado, viéndola caminar a mi dirección. Me levanté al tenerla al frente mío, como era habitual. No sabía qué decir.
— Eres raro — dijo Khalida, rompiendo el silencio —. Te estuve esperando.
— ¿Qué? — pregunté, confundido.
— Eres mío — dijo Khalida, dejándome confundido.
— No… — antes de poder terminar lo que quería decir, me dio un golpe en la cara, partiéndome la nariz rápidamente, me dio un puño en el abdomen con tal fuerza que sentí varios órganos reventar, vomitando sangre. Caí al suelo de espalda y empecé a ver borroso. La lluvia es tan hermosa, tan cálida cuando la ves agonizando…
— ¿No quieres ser mío? — preguntó, sentándose en mi regazo.
Sin poder hablar, admiraba la luna con nostalgia. No sabía qué decir o hacer. Tal vez esto era lo mejor — Si quiero ser tuyo — respondí agonizando. Ella, al escucharme, sonrió y se acercó a mí, besando mis labios.
— Y así fue mi primer beso — le dije con una sonrisa a Aisha, la cual me miraba sorprendida.
CAPÍTULO XII: AMOR, ODIO Y ADICIONES.
Olvidé todo lo que estaba a mi alrededor, perdiéndome en mis pensamientos al recordar un día cálido. Las nubes se veían hermosas y el viento soplaba generando una brisa agradable. Estábamos solos en el salón; Leiko tenía su mirada pegada a un cuaderno viejo mientras escribía con un lápiz mordisqueado. Su letra eran garabatos que me cautivaban, aunque no lograba entender lo que escribía. De repente, y sin venir a cuento, Leiko hizo una pregunta. —¿Te has enamorado? —haciéndome salir de mi estado meditabundo. La miré, confundido por la pregunta repentina, pero a mi mente rápidamente vino una respuesta—. Sí.
Sorprendida, soltó el lápiz mirándome con sorpresa. —¿De quién? —preguntó con curiosidad.
—Kahdalia —dije aquel nombre sabiendo que Leiko lo reconocería.
—Del oso —dijo, como si ya lo supiese—. No me sorprende, es muy bonita, serían una gran pareja —declaró desbordando una felicidad extraña. Como si conociera algo, aunque era molesto, ya me había acostumbrado a la sensación amarga que era pensar que ella sabía más de lo que mostraba saber. Aunque una pregunta invadió mi mente.
—¿Oso? —pregunté, confundido y a la vez sorprendido por la peculiar forma en la que le había dicho a Kahdalia.
—Sí, así le comencé a decir tras cruzar palabras con ella un día —sus ojos se llenaron de pesar al recordar. Era extraño viniendo de ella, pero eso la hacía más bonita—. Al hablar con ella quise abrazarla, pero si lo hubiera hecho, estoy segura de que hubiese sido destrozada por sus garras, igual a lo que pasaría con un oso.
—¿Te dan ganas de abrazar osos? —pregunté, confundido.
—Sí, ¿a ti no? —preguntó.
—No —respondí.
—Eres raro —dijo, sonriéndome—. Le hicieron mucho daño —susurró, volviendo a pegar su mirada al cuaderno.
—¿Qué escribes? —pregunté, a lo cual ella me pasó el cuaderno. Lo tomé y empecé a leer en voz alta con dificultad—. Había una vez un pájaro gris, el cual voló buscando algo que no era real, pero tenía la ilusión de poder encontrar… ¿Qué dice aquí? —pregunté, apuntando a una parte con un tachón. Leiko me miró y empezó a reír, preguntándome qué estaba leyendo.
—No entiendo estos jeroglíficos, parecen brujería o un cántico para invocar a un demonio —respondí, haciendo ruidos extraños con la boca. Ella me miró con lástima y me quitó el cuaderno, dándome un golpe con él en la cabeza.
—Calla —dijo, alzándose del asiento. Levantó sus brazos con un gran bostezo, su camisa se levantó, dejando su abdomen al descubierto. Miré por la ventana, intentando no verla como un acosador. Al percatarme, Leiko se sentó en mis piernas, tomando mi mano. Cerró mis dedos, dejando el índice apuntando al primer renglón de lo que escribía—. Tienes que aprender a leer lo que escribo, presta atención —dijo, moviendo mi mano siguiendo el ritmo de su lectura—. Te amo, te amo. No sé cómo explicarlo, pero es lo que siento por ti cada vez que te pienso o te tengo cerca de mí. Por eso hoy decidí ser feliz, acercarme a ti en este mundo frío y hostil. Solo quiero sentir, sentir tu calor, el cual pienso que me quemará, pero es un riesgo el cual no me arrepentiré si sale mal…—Un silencio se hizo presente cuando una moto llegó. Me había perdido en sus palabras, quería escuchar más, ya que me calmaban. Mi corazón se aceleraba cada vez más, aunque intentaba controlar aquella reacción. Leiko seguía en silencio mirando por la ventana. Al escuchar tres veces un claxon, se levantó y rápidamente guardó sus cosas. —Después continuaremos con la lectura —dijo, caminando hacia la puerta.
—Espera —dije, tomando su mano—. No te vayas —grité en mi interior mientras veía su mirada que esperaba algo. Al estar en presencia de aquella mirada, me puse nervioso, pero quería decirle que se quedara un poco más—. ¿Te has enamorado? —pregunté, a lo que ella respondió asintiendo con la cabeza—. ¿De quién? —pregunté, un tanto desesperado, a lo que ella, tras soltarse de mi mano, respondió.
—A quien van dedicadas todas mis cartas —dijo con un tono de voz melancólico.
—¿A quién van dedicadas? —pregunté con miedo.
—A la muerte —respondió, marchándose a los brazos de su novio.
Saqué un cigarrillo y lo encendí, dándole una bocanada larga. Boté el humo y me pregunté si ella sabía lo que había pasado con Kahdalia, si sus ojos veían a través de mí como siempre, si aquellos ojos sabían que de ella estaba enamorado. —Da igual —pensé, sintiendo un dolor en mi pecho. «Qué bonito recuerdo,» pensé, volviendo a la realidad.
—Lo siento, me perdí en un hermoso recuerdo —dije, viendo a Aisha, quien me miraba raro.
—Qué extraño comienzo para una historia de amor —dijo Aisha.
Reí al escucharla, sabiendo que ella tenía razón. Era una historia extraña, pero, sobre todo, era un recuerdo, un recuerdo que había querido olvidar.
—¿Te has enamorado? —le pregunté.
—Sí —al responder, toda el aura a su alrededor cambió—. No comprendo el amor, pero lo que sentí al conocerla fue como si mi vida tuviera sentido.
Aisha se quedó en silencio recordando tiempos mejores. Aunque quería animarla, no encontraba las palabras para hacerlo, pero…
—¿Te gustan las mujeres? —pregunté.
—Sí, ¿no se nota? —preguntó, sorprendida.
—Lo supuse al no verte caer en mi coqueteo —dije, intentando poner la voz grave.
—¿En qué capítulo intentaste coquetearme? —preguntó Aisha, intentando recordar.
—No puedes romper la cuarta pared —reproché.
—¿De qué hablas? —preguntó Aisha.
—¿Tú de qué hablas? —respondí con una pregunta.
Los dos nos miramos como si fuéramos bichos raros, y empezamos a reírnos a carcajadas como psicópatas. Parecía que el tiempo se había detenido, o eso era lo que yo deseaba. No quería que este momento acabara, aunque saber que quedaría como un hermoso recuerdo me ponía feliz.
—Sigue contándome, siento que ha pasado más de un mes —dijo con seriedad.
—Yo pensé que te habías olvidado, y ya deja de romper la cuarta pared —exclamé.
—No —dijo, quedándose callada, mirándome fijamente. Su respiración cada vez se escuchaba más fuerte. Yo solo miraba el cielo con nostalgia y empecé a hablar.
La primera vez que la vi la odié con todo mi ser. No pude sentir amor, aunque su belleza me había cautivado. No podía decir que su hermosura era de otro mundo o que me había enamorado. Tal vez se debía a que había escuchado hablar a mis compañeros mucho de ella o tal vez era mi sentido de supervivencia gritándome que huyera. Al darme cuenta, le tenía fastidio a su nombre. Aquel fastidio se transformó en odio, odio por una persona que nunca había visto, pero este se hizo real la primera vez que la vi.
—¿Por qué? —preguntó Aisha, a lo que no tenía una respuesta concreta.
—Supongo que fue porque estaba rota y sola —respondí, hablando de nuevo del pasado.
Su belleza era el principal centro de la conversación. Aunque si prestabas atención, aquellos halagos que iban dirigidos a ella se transformaban rápidamente en insultos y rumores. Decían que era una puta, que había estado con varios hombres al mismo tiempo, que andaba en las noches vendiendo su cuerpo, que había provocado el suicidio de un hombre y varias cosas más que no logro recordar. Pero al probar sus labios, supe que todo aquello que decían los demás eran mentiras. Era la primera vez que mis labios se juntaban con otros, pero había sido tosco. Nuestros dientes habían chocado en varias ocasiones y me había dejado cubierto de baba. Era la primera vez que besaba a alguien, pero sabía que alguien que supuestamente había estado con muchos hombres no podía besar tan mal. Así no se debería de sentir un beso; no había sentido nada. Había sido extraño. Siempre pensé que mi primer beso sería algo glorioso, algo de cuento de hadas, pero faltó algo, algo que no he podido saber qué. Odio el sentimiento de sentir que falta algo, odio aquel sentimiento, aunque no sé por qué.
Me quedé viendo a Kahdalia sin saber qué hacer. —¿Tenía que decir algo después del beso? —me preguntaba en aquel momento con nervios de hacer algo equivocado. Respiré, tomando fuerzas para probar algo. Levanté la parte superior de mi cuerpo, Kahdalia seguía sentada en mi regazo. Puse mi mano derecha en su mejilla y me acerqué a ella, uniendo nuestros labios nuevamente. Nuestras lenguas se tocaron brevemente. Nuestros labios se movían lentamente; ya no era tan tosco como la primera vez. Tal vez estaba nerviosa, pensé, pero con cada movimiento que hacían nuestras bocas, ella mordía mi labio inferior suavemente. Miré sus hermosos ojos. Ella tenía una pequeña sonrisa, pero no sentí nada.
—Es la primera vez que besas —pregunté.
Ella se puso nerviosa y preguntó en voz baja —¿Se nota mucho?
—También fue mi primer beso —dije, intentando que no se sintiera mal.
—Entonces eso nos unirá, somos nuestro primer beso y ojalá el último —dijo, mostrando una hermosa sonrisa. En aquel momento no le di importancia a sus palabras.
Desde ese día, todas las noches salía a escondidas a verme con Kahdalia. La luna me guiaba siempre. Al principio me costaba subir a aquel muro, pero poco a poco sentía que se hacía más pequeño, lo cual lo hacía más fácil de escalar. Ella siempre me esperaba con una sonrisa, la cual le devolvía haciéndole una mueca. Al vernos, lo primero que hacíamos era darnos un beso en forma de práctica, por si besábamos a alguien más no pasáramos vergüenza, aunque nunca pensé que sus labios hubieran sido mi primera adicción. Después, nos quedábamos hablando por horas de cosas que no tenían sentido o relación, pero cada rato salía una charla profunda, como qué queríamos hacer a futuro o cuál era nuestra pareja ideal. Kahdalia quería ser diseñadora de moda, soñaba con ver su ropa en todos lados, tener una marca con su nombre y que todos la usaran como Luis button o Viagra. Yo solo miraba cómo ella hablaba con felicidad de sus sueños mientras me preguntaba si estaría aquel día en el que ella los cumpliera o ya habría sido olvidado.
—Tienes que ponerte musculoso para que puedas modelar mi ropa —dijo con una gran sonrisa, la cual hasta el día de hoy me sigo preguntando si era verdadera o solo una mentira.
Cada noche nos veíamos en el mismo lugar sin importar qué estuviera pasando en nuestras vidas. Si llovía o nos sentíamos mal, aunque había veces que nos veíamos por los pasillos del colegio, nunca nos saludábamos. Era como si no existiéramos en ese espacio. Nunca me detuve a pensar por qué lo hacíamos o cómo concordamos hacerlo. Tal vez ninguno tuvo el valor para acercarse al otro y los dos pensamos que era mejor, pero cada uno esperaba que el otro lo saludara, o yo era el único esperando. Da igual, ninguno se detuvo a hablar. Todo el día esperaba que llegara la hora de verla. Al estar a su lado me sentía cómodo, tranquilo, en una calma que no podría describir, pero al darme cuenta, quería más de ella. Me daba igual, solo quería estar a su lado. Ante mis ojos, ella era mi lugar seguro. Sin avisar, se había vuelto mi persona favorita. Sin darme cuenta, ella era lo que me motivaba a levantarme cada mañana. Sin saberlo, su presencia se había convertido en mi segunda adicción.
—¿En qué piensas? —preguntó Kahdalia en una noche como todas las demás, pero ante mis ojos era la noche más hermosa. Había tantas estrellas en el cielo que no podía contarlas. El silencio que a veces parecía eterno me daba tranquilidad y el frío de la noche recorría mi cuerpo haciéndome temblar.
—Tengo frío —respondí, metiendo mis manos en medio de mis dos piernas. Aquel día, después de salir de estudiar, me había quedado dormido, algo que normalmente no hacía, ya que existía el riesgo de no despertar hasta el próximo día. Por suerte, había despertado en la noche. Al ver el reloj y darme cuenta de que faltaban veinte minutos para verme con Kahdalia, me cambié lo más rápido que pude, intentando hacer el menor ruido posible. Al salir apresurado se me olvidó el saco y gracias a eso me estaba muriendo de frío.
—¿Te quedaste dormido? —preguntó Kahdalia.
—¿Cómo crees? —dije entrecerrando el ojo derecho mientras torcía la boca.
Ella sonrió mientras se quitaba el saco rosado que tenía.
—Estamos a la vista de todos, no te puedes desnudar —dije en forma de burla.
—Toma —dijo, pasándome el saco.
—No puedo aceptarlo, yo soy un caballero —me negué con un poco de vergüenza.
—Toma —repitió.
—Bueno, no insistas más —dije, tomando el saco. Este tenía su olor impregnado, un olor el cual sería difícil de olvidar, lo cual se convertiría en la tercera cosa a la que me volvería adicto. Me puse el saco y la miré. Ella se acercó y apoyó la cabeza en mi hombro mientras tomaba mi mano.
—Te queda muy bien el rosado —dijo en voz baja, mientras comenzaba a acariciar mi mano suavemente. Bajo la luz de la luna y como testigo las estrellas, Kahdalia dijo aquellas palabras que se volverían la cuarta adicción de mi vida—. Te amo.
—También te amo —dije, dejándole a merced mi ser.
Al día siguiente, ella desapareció de mi vida, dejándome su saco, una adicción con su aroma, labios y su presencia en mi vida. No podía contactarla, ya que nunca habíamos intercambiado números. Por más que la buscaba por los pasillos del colegio, parecía que no existiera para mí. —¿Tal vez soy el único que no la puede ver? —me preguntaba al escuchar a mis compañeros que hablaban de lo hermosa que se veía ese día. Cada noche salía de la casa; la luna había dejado de guiarme, tal vez se había cansado o tenía pesar de mí, pero siempre llegaba a aquel lugar donde esperaba que ella apareciera, pero nunca lo hizo. Pasó una semana, me sentía incómodo a mi alrededor, mantenía enojado con todos aquellos que me rodeaban. Aunque me mentía al pensar que no la necesitaba, tenía la necesidad de probar sus labios de nuevo. Era un sentimiento raro. Normalmente no podía dormir, pero ahora era por la ausencia de ella—. La necesito en mi vida, —me gritaba cada minuto, cada segundo, cada mes. Sin importar que quisiera olvidarla, veía su silueta por todos lados. Aunque no quería, me emocionaba pensar que nos volveríamos a encontrar y en un punto comencé a creer que todo había sido una mentira creada por mí.
No recuerdo cuándo pasó o por qué Kahdalia volvió a mi vida. Salí del colegio rumbo a mi casa cuando la vi parada en una esquina, esperando algo o a alguien. —¿Qué hace ahí?, —me pregunté, queriéndome acercar a ella mientras me imaginaba todo lo que podría pasar. Que me volvería a besar, volveríamos a ir a aquel lugar en la noche y yo sería feliz otra vez. Después de pensarlo bien, tomé la fuerza para seguir mi camino a casa, sabiendo que era un tonto por pensar así.
—¡Sora! —gritó ella. Su voz movió mi mundo otra vez; sentí que todo mi ser se desmoronaba a pedazos. Volteé a mirarla. Ella cruzaba la calle con una sonrisa diferente a la que me había mostrado. Tenía un brillo en sus ojos el cual nunca había visto. —¡Tanto tiempo! —dijo. Su olor penetró rápidamente mi nariz, haciéndome feliz una vez más.
—¿Por qué? —pensé—. ¿Por qué? —me pregunté—. ¿Por qué me dejaste, por qué vuelves a mí? —le reclamé en mi cabeza.
—Estoy esperando que mi novio salga de la tienda —dijo con felicidad. En ese instante sentí que mi mundo se fue a la mierda. —Iremos al karaoke con unos amigos, ¿no sé si quieras venir con nosotros? —preguntó, a lo que le sonreí.
Mirándome confundida, interrumpió Aisha con una simple pregunta —¿Es Khalida o Kahdalia?
—¿Qué? —exclamé.
—Me has dicho dos nombres para una persona —recalcó con inquietud.
No recordaba haber dicho dos nombres diferentes. La nieve se acumulaba, el frío había congelado mis dedos y la respiración se me cortaba cada segundo. El mundo daba vueltas, el gato había terminado de cazar a los ratones, todo a su alrededor estaba teñido de sangre, pero el gato no estaba satisfecho.
—¿Estás bien? —preguntó Aisha, preocupada.
—Disculpa —respondí, sintiendo un vacío en mi pecho—. Nunca me aprendí su nombre.
CAPÍTULO XIII: VERDAD = TRISTEZA.
Acepté su invitación al karaoke solo para poder estar a su lado, para ver a aquel hombre por el que me había cambiado. Quería averiguar quién era. Empecé a esperar con ansias que saliera de la tienda, mientras me imaginaba qué clase de hombre era: si era atractivo, más alto, el color de su cabello, sus ojos. En un instante, me dio miedo el simple hecho de imaginar que lo vería y pensaría que es la mejor opción para Kahdalia.
Nos sentamos en el andén y empezamos a contar los autos que pasaban. No sabía qué decir; Kahdalia parecía que no quería hablar ni escuchar mi voz. No hacía sol, era una tarde cálida con intenciones de llover. Un hombre caminaba con prisa al otro lado de la acera; al verlo, comencé a divagar, sintiendo envidia de la prisa que llevaba. Empecé a imaginar aquello que lo hacía caminar tan rápido: tal vez quería ir a ver a sus hijos o a su pareja, a su mamá o papá, a ambos si tiene una familia funcional, o simplemente tenía ganas de ir al baño. Daba igual, al final él tenía un lugar al cual ir con prisa.
—Los gatos son bonitos —dijo Khalida, rompiendo el silencio con un repentino comentario—. A veces me imagino a los gatos como sentimientos, ya que no los puedo controlar. Cuando intento tocarlos, me arañan haciéndome daño, pero me hacen más daño cuando los gatos toman forma humana, porque me dan miedo…
—¿Por qué me dices eso? —pregunté lleno de confusión.
—Es porque confío en ti —respondió, agachando la cabeza. Después de unos minutos de silencio, agregó—: No me hagas daño, por favor.
En aquel momento no comprendí la magnitud de sus palabras; ahora creo saber su significado.
—¿Qué significa? —pregunta Aisha.
—Que la iba a traicionar.
Alguien salió de la tienda. Una voz de hombre se escuchó mencionando su nombre. Khalida, al escucharlo, se levantó rápidamente dirigiéndose a él. Miré al suelo, intentando mantener la calma, forzando a mis emociones a mantenerse ocultas. Al voltear a mirarlo, un solo pensamiento hizo eco en mi cabeza: —Es mejor que yo —No me faltaba mirarlo a detalle para saberlo. Quería salir corriendo y no volver jamás a verla, pero no podía simplemente irme o inventar una excusa para marcharme. Me repetí varias veces en la cabeza que no quería nada con ella, pero realmente necesitaba estar a su lado, aunque no fuera yo quien la estuviera besando. Khalida nos presentó; él estrechó mi mano con una sonrisa. Parecía carismático, alguien que se gana rápidamente a las personas y se vuelve el líder de su grupo social. Era alto, tenía el cabello pintado de rubio, ojos verdes, parecía que hacía ejercicio.
—¿Te encuentras bien? —me preguntó con preocupación al verme distraído—. ¿Quieres que te compre algo? Estás pálido.
Negué con la cabeza a su petición. —Quiero irme a casa—, pensé, caminando detrás de los dos.
Llegamos al lugar. Aunque no quería aceptarlo, estaba algo emocionado de pasar por primera vez a un lugar del estilo. Kahdalia desapareció de mi vista en algún momento, así que seguí al novio a la sala donde se encontraban sus amigos. Al entrar, de inmediato supe que no pertenecía a aquel lugar. Todos saludaron al novio de Kahdalia; parecían amigos de años por la forma de saludarse. Me alejé de ellos, con miedo de incomodar. La pareja de Kahdalia me tomó del brazo y me jaló hacia él, presentándome como si fuéramos amigos de toda la vida, lo cual mejoró levemente sus caras hacia mí. Me senté apartado de todos, intentando no incomodar. La música era animada, a veces se escuchaba distorsionada, pero no dañaba el ambiente. Khalida llegó al pasar un rato; se le notaba incómoda, pero tenía una gran sonrisa. Saludó a todos desde la distancia con un simple gesto de mano y se sentó en el regazo de su pareja.
En la habitación había cuatro mujeres y cinco hombres. Entre las mujeres había una que no logro recordar por más que trato; la veo borrosa, como si estuviera desapareciendo de mis recuerdos, pero mis sentimientos provocados por ella son más fuertes de lo normal. Sobraba en aquel lugar, aunque era algo que había notado. Quise quedarme, aunque dañara el plan original de aquellos tipos.
Los hombres estaban intentando hablar con las mujeres, pero eran ignorados por estas sin importar cuántas señales dieran. A veces eran rechazados sutilmente. Aunque quería reírme, no podía, ya que lo más probable es que estaría igual que ellos, siendo despreciado por ellas. Lo que ellas no sabían es que tenía el platino de Bloodborne.
Una de las mujeres se levantó a cantar; era aquella que se pierde en mi recuerdo. Al verla, no sentí nada especial, pero por más que intentaba, no podía apartar mi mirada de ella. Por primera vez mi vista se posaba en otra persona que no era Kahdalia. La música comenzó a sonar; la mujer comenzó a mover sus hombros levemente al ritmo de la melodía. Por un instante, mis pensamientos desaparecieron al quedarme profundamente internado en sus movimientos. Hubo un silencio de unos pocos segundos. Mi corazón se detuvo en aquel preciso instante y volvió a latir cuando se escuchó su voz. ¿Cómo describir algo que nunca había sentido antes? No era felicidad ni tranquilidad; era algo superior, algo que me hizo trascender a un estado de éxtasis y paz. Su voz poco a poco se fue desvaneciendo, sacándome de aquel estado. Aplausos se empezaron a escuchar; yo solo podía verla, queriendo que cantara una vez más. —Canta —dije inconscientemente. Todos me miraron. Ella me sonrió; recuerdo lo cálido que me hizo sentir y lo feliz al ver que haría realidad mi petición. Saqué mi teléfono para poder grabar su voz. Cuando empezó a mover su cuerpo, aquella paz volvió a surgir.
Salimos al caer la noche. Todos se despidieron de Kahdalia y su novio, ya que iban en dirección contraria a la que se dirigían todos. Me despedí de ellos con un gesto. Por un momento pensé en irme con Khalida, ya que no quería estar con aquellas personas.
Comencé a caminar lentamente, guardando distancia como un acosador. No quería meterme en medio de la conquista de aquellos tipos. Reían fuertemente de situaciones que sucedían o comentarios que realizaban. Yo miraba la luna, queriendo que todos ellos voltearan en la próxima esquina, siguiendo un camino diferente al mío. No me gustaba la sensación de estar siguiendo a un grupo en medio de la noche, tampoco la sensación de ser aislado, aunque la segunda me la había buscado yo. Tal vez si hubiera llegado con otra actitud, sonriendo más, saludando a los demás con emoción, existía la posibilidad de que estuviera ahí, riendo con ellos.
Al llegar a un semáforo, se detuvieron, comenzando a distribuirse. Cada una de las mujeres sería acompañada por uno de los hombres, ya que cada una vivía en direcciones separadas. Aquellos muchachos estaban viendo con quién quería ir cada uno, mientras las muchachas rezaban que no les tocara el más feo. El semáforo cambió de color; pasé por el lado de ellos, haciendo como que no existían, y empecé a cruzar la calle.
—Me voy con él —dijo aquella mujer que había cantado, sujetando mi brazo. Yo la miré y volteé a mirar a los demás. Las demás mujeres estaban sorprendidas al verla tomar aquella decisión; los hombres me fulminaron con la mirada. Sigue caminando, haciendo como si no me importara. Ella me sonrió y me dijo su nombre, el cual no recuerdo.
—¿Dónde vives? —pregunté después de caminar unas cuadras.
—Por ahí —dijo apuntando a una calle—. Pero todavía no quiero llegar.
—¿Qué quieres hacer? —pregunté.
—No sé —respondió, comenzando a correr—. Sígueme —dijo jalando mi brazo con una sonrisa.
—Sabes que puedo ser un asesino —pregunté en forma de broma.
—¿Lo eres? —preguntó.
—No lo sé —respondí.
—No tienes cara de asesino. Aparte, estoy segura de poder ganarte en una pelea —se quedó pensando unos segundos—. Aparte, yo puedo ser una asesina.
—Sí, tienes cara —dije, lo cual la hizo reír.
Ella me seguía jalando a un destino incierto; yo no ponía resistencia alguna, realmente cualquier cosa era mejor que estar en casa.
—¿Me vas a matar? —pregunté.
—Por ahora no —respondió en burla. Soltando mi brazo, se detuvo, volteando a mirarme—. La traes —dijo tocando mi hombro. Empezó a correr sin perder la sonrisa, sin rumbo, bajo la luz de la luna. A veces daba pequeños saltos evitando las líneas del pavimento. Por más que intentaba alcanzarla, no podía. Sentía que el corazón iba a explotar; la falta de aire me estaba consumiendo—. —Eres muy lento —fue lo último que escuche antes de perderla de vista.
—Tienes que hacer ejercicio —me dije.
Después de un rato pude alcanzarla. Estaba parada en la entrada de un parque, con la mirada fija en algo. —Por fin llegas —dijo sin voltear a verme.
—¿Qué miras? —pregunté.
—Aquel árbol —dijo, apuntando al medio del parque—. Dicen que si en la cuerda que lo rodea pones un papel, cuando este se caiga te concederá aquello que pusiste en él —concluyó, sacando un bolígrafo y papel de su bolsillo.
—¿Siempre llevas eso en tu bolsillo? —pregunté.
—Sí, ¿tú no? —preguntó.
—No, es raro —dije, confundido.
—Raro es que no lleves —respondió—. Date la vuelta, que necesito apoyar en algo para escribir —dijo.
Escribió algo, aunque intenté adivinar qué había sido, me fue imposible. Entrando al parque, yo la miraba desde la distancia mientras se alejaba. Al estar frente al árbol, puso el papel y volvió.
—¿Por qué no me acompañaste? —preguntó.
—¿Tenía que hacerlo? —pregunté.
—Sí, tienes que ser un caballero —respondió, dándome un pequeño golpe en el hombro.
—Disculpa —pedí, avergonzado.
—No lo hagas de nuevo —dijo con una sonrisa.
—Bueno —respondí. Miré a aquel enorme árbol y, con curiosidad, pregunté—: ¿Qué decía el papel?
—Te lo diré si se hace realidad —dijo, jalándome de la mano.
Retomamos nuestra caminata sin rumbo u objetivo. Ambos sabíamos que ninguno de los dos quería llegar a casa. El motivo no importaba, solo necesitábamos la compañía del otro. Nos sentamos en algún lugar de la ciudad. El frío empezó a recorrer nuestros cuerpos y la melancolía se abrió paso.
—Quiero tener un refugio de animales —dijo repentinamente al ver un perro sucio, al que se le notaban las costillas—. Quiero cuidar a los perros, gatos, conejos, lo que sea. No quiero que aguanten hambre ni abuso del hombre. Los bañaré, alimentaré y cuidaré. Les daré todo mi amor. Saldremos a pasear todos juntos, ellos no se sentirán solos —dando una pequeña pausa, remató con una pregunta que sería el quiebre de mi vida—: ¿Estarás ahí conmigo?
En ese momento solo había una respuesta correcta. —Sí —dije. Ella se puso feliz, tomó su teléfono y abrió la cámara, pegándose a mí.
—Mira a la cámara y sonríe —dijo.
Miré a la cámara. Sin saber cómo reír, me cuestioné la forma correcta de hacerlo, de expresar la felicidad, algo que normalmente me salía fingir con naturalidad.
—El primero de muchos recuerdos. —La forma en la que se expresó fue algo que me impactó. En ese momento le di mi sonrisa más sincera a esa mujer. De pequeño negué aquello que la gente consideraba destino. No me gustaba la idea de estar destinado a algo, me resultaba absurdo que toda mi vida estuviera escrita. Al pasar el tiempo, aquel pensamiento cambió. Quería estar destinado a alguien, a algo, no solo al simple acto de vivir.
—Mira la hora, ya podemos irnos a casa —nos levantamos del suelo y empezamos a caminar. Ella iba con felicidad mientras tarareaba una canción. Yo solo podía pensar en lo hermosa que se veía, dando pequeños saltos para evitar las rayas del suelo. El camino se me hizo corto. Al darme cuenta, estábamos en la entrada de su casa. Todas las luces estaban apagadas. Desde la distancia, parecía un lugar lúgubre, pero de cerca era como las demás casas de la zona.
—Fue divertido, ¿crees que podríamos salir otro día? —preguntó, sacando las llaves para abrir.
Me pasmé. Había sido muy repentina su pregunta. Aunque estaba feliz, no quería que lo notara, así que solo asentí con la cabeza.
—Entonces, nos vemos después… ¿verdad? ¿Cuál es tu nombre? —preguntó.
—Sora —respondí.
—Es un bonito nombre —dijo, entrando a la casa. La puerta se cerró atrás de ella. Suspiré y una sonrisa se me dibujó por primera vez en mucho tiempo. Estaba realmente feliz. Di media vuelta y empecé a caminar. La puerta se abrió y su voz se hizo presente. —Sora —gritó, lo cual era extraño porque no estaba tan lejos. Volteé a mirarla, sin poder evitar pensar que parecía una telenovela mexicana, lo cual me puso contento—. ¿No gustas pasar a tomar una tacita de café? —preguntó.
No podía negarme, aunque quisiera. La forma en la que me miraba simplemente me dominaba. De todas formas, nadie me esperaba en casa. —No será mucha molestia —respondí.
Entré a la casa y lo primero que noté fueron las fotos colgadas en todas partes de ella, con su padre, un tipo alto con gafas y cabello negro. La seguí hasta la sala, donde me senté en el mueble. Ella se marchó, dejándome solo viendo la televisión apagada. Me sentía incómodo, sin saber qué hacer. Era la primera vez que estaba en la casa de una mujer. Se escuchaba cómo ella se movía con prisa mientras insultaba al golpearse con algo. Después de un rato apareció con dos vasos en su mano.
—Toma —dijo, estirando su mano en la cual sostenía un vaso con hielo y algo que parecía agua.
—Gracias —dije, tomando el vaso. Lo acerqué a mi boca y un leve olor entró a mi nariz.
—Es vodka —dijo, chocando su vaso con el mío—. Salud —tomó un trago y su cara se transformó en una mueca, la cual me hizo reír. Miré el vaso que se encontraba en mis manos, con miedo y fascinación.
—¿Es tu primera vez con licor en tus manos? —preguntó.
—Sí —respondí.
Mirándome con una sonrisa, se sentó a mi lado. Tomó mi vaso y bebió un poco, colocando su mano suavemente en mi rostro. Veía cómo sus labios se acercaban a los míos. Nuestras bocas se unieron y poco a poco el vodka empezó a pasar a mi boca.
—Ese será un primer trago inolvidable —dijo, dándome un beso en el cachete—. Tengo ganas de bailar. Supongo que no sabes.
Aún no asimilaba lo sucedido. Era extraño, pero quería sentir su boca una vez más. Tenía que saber si aquel algo que sentí había sido real.
—Tierra a Sora —dijo, llamando mi atención. La miré, confundido.
—Disculpa —dije, avergonzado.
—No pasa nada. ¿Sabes bailar? —preguntó.
—No —respondí.
Dando otro trago, puso el vaso en la mesa y se levantó. —Ven, te enseño a bailar —dijo, estirando su mano hacia mí. Me puse de pie al tomar su mano, después de dejar mi vaso al lado del suyo. Ella me guio con calma al centro de la sala. Una de mis manos la puso en su cintura, mientras entrelazaba la otra con la suya. Su otra mano la puso en mi hombro. Empezó a moverse lentamente mientras me guiaba. Yo miraba sus pies. Ella empezó a tararear una canción. Bailábamos. Cada tanto me perdía y ella se detenía para volver a empezar. Parábamos para darle un trago a nuestros vasos y seguíamos bailando. A veces levantaba la mirada y lograba ver su sonrisa, la cual me hacía sentir en un cuento.
Al pasar un rato, nuestros vasos quedaron vacíos. —¿Quieres más? —preguntó al notarlo.
—Sí —respondí.
Soltando mi mano, se apartó de mí. Tomó los vasos y se dirigió a la cocina. Estaba un poco mareado, pero me sentía tranquilo, cómodo. Miraba mis manos como si en cualquier momento fuera a despertar. Me senté al creer que me caería. Ella volvió y se sentó a mi lado, pasándome el vaso. Al tenerlo en mis manos, le di un trago y lo puse en la mesa.
Empezamos a hablar por horas, sobre cosas sin sentido, sueños, creencias. Nos reíamos de cosas simples y estúpidas. Comenzó a hablarme un poco de su infancia, de que le gustaba correr por los campos con sus padres, que amaba cuando su mamá le leía, lo mucho que extrañaba aquellos días. Una gran tristeza invadió sus ojos. Creí que iba a llorar, pero rápidamente cambió de tema, hablándome del refugio de animales y el tempo que pasaríamos juntos.
—Disculpa por hablar mucho —dijo sintiéndose avergonzada.
—No me molesta —respondí, dándole un trago a mi vaso.
—¿Seguro? —preguntó.
—Sí, me gusta tu voz —respondí.
—¿Crees en el destino? —preguntó sujetando mi mano.
—Quiero creer —respondí mirando sus ojos.
—Yo sí creo en él —dijo guiando mi mano en medio de su pecho—. ¿Lo sientes? Es mi corazón latiendo por ti, es algo que nunca había pasado —matándome con su sonrisa, no sabía qué hacer al escuchar sus palabras, mi mente estaba confundida, quería huir, besarla, llorar—. Creo en el destino porque te conocí —dijo terminando de acabar mi ser.
Acercándose a mí, me besó una vez más, terminando con una pequeña mordida en mi labio inferior, confirmándome que aquello que sentí antes era real y no mera casualidad. Empezó a desabotonar su camisa, dejando al descubierto su escote.
Aparté la mirada por pena —estás borracha, creo que debería irme —dije levantándome sin dejar de ver al suelo.
—Mira mi cuerpo y dime si te gusta —dijo tomando mi mano. Volteé a verla quedándome sin palabras. Estaba llena de golpes y cicatrices; me quedé pasmado sin saber qué hacer.
—Disculpa, fue muy repentino —dijo tapando su cuerpo con sus manos.
—Me encanta —dije al verla alterada. Me acerqué a ella dándole un beso, mis manos se comenzaron a mover por cada cicatriz, cada moretón de su lastimada piel.
—Vámonos a cualquier lugar lejos de aquí —susurró en mi oído.
—¿Qué respondiste? —preguntó Aisha, alterada por la situación.
—¿Tú qué crees? —le pregunté.
—Que sí —respondió.
—Ojalá le hubiera dicho eso. Le dije que esperara hasta el próximo día para que le pudiera responder.
—¿Por qué? —preguntó confundida Aisha.
—Sentí que no merecía ser feliz al lado de ella.
Al escuchar mi respuesta se puso feliz, algo que al recordarlo… Respiré. Aisha me miraba atenta, sin saber qué hacer. Le sonreí y seguí contándole. Aquellos ojos llenos de ilusión me comprueban que no nací para ser feliz. En ese momento quería decirle que tomara algo, que nos fuéramos ya, ¿a dónde?, no sé, pero seguro seríamos felices. El miedo no me dejó. ¿Y si no me quiere? O ¿me conoce bien y no soy aquella persona que esperaba? Miles de preguntas invadieron mi cabeza. Al darme cuenta, estábamos acostados, mirando al techo, tomándonos de las manos, hablando de cosas que no logro recordar.
Me desperté en mi cama feliz por primera vez, no podía olvidar su rostro, su cuerpo, su voz. Mi ropa tenía su olor, no podía olvidar la sensación de sus labios; nada parecía real. Me levanté de la cama y fui directo al baño a ducharme. Abrí la llave, sintiéndome tranquilo al sentir el agua recorrer mi piel. Me quité la ropa mojada, tirándola a un lado de la regadera, tomando una decisión. Salí del baño rápidamente, con lo primero que encontré. En un bolso metí ropa, tomé todo el dinero que tenía y salí de mi casa con intenciones de jamás volver.
Todo el camino estuve pensando cómo serían nuestras vidas, si tendríamos hijos, dónde viviríamos, de qué trabajaríamos, entre muchas cosas más. Solo quería llegar, verla, besarla e irnos a cualquier lugar. Después de un rato caminando, por fin pude ver su casa desde la distancia. Había un grupo enorme de personas rodeándola, lo cual me hizo empezar a correr. Al estar lo suficientemente cerca, lo primero que vi fue una cinta de policía rodeando toda la casa. Las personas murmuraban lo sucedido, pero no podía entenderles. La policía evitaba que las personas pasaran e ignoraba las preguntas que les hacía la gente. Me escabullí por medio de la multitud como pude. Al llegar al frente de la multitud, vi la entrada de la casa y, sin miedo, pasé por debajo de la cinta corriendo. Al percatarse de mí, los policías me gritaban que me detuviera. Mientras me perseguían, el corazón me empezó a ir a mil. Todo ante mis ojos pasaba en cámara lenta. Cómo pude, llegué a la entrada de la casa. El miedo se hizo presente fuertemente; mi cuerpo se puso frío y no podía dejar de temblar.
Al entrar a la casa, sentimientos invadieron todo mi ser, los cuales no soportaba. Hacía tiempo que no lloraba, que intentaba no sonreír, no estar feliz, o estar triste por causa de alguien más. No quería sentir nada, pero en ese momento me quebré. Todo estaba cubierto de sangre; su cuerpo yacía desnudo en aquel mueble donde habíamos hablado horas antes, donde me había dejado al descubierto su alma, me había permitido tocar su ser, la había visto sonreír, soñar. Me aguanté las ganas de vomitar al ver tan grotesca escena. Salí de la casa, muerto, sin ánimos de nada. Los policías me acompañaban, me hablaban, pero no lograba entender aquello que decían. Pasé la cinta por debajo, todo daba vueltas. Solté la maleta y empecé a caminar sin rumbo hasta que caí desmayado.
—¿Qué fue lo que pasó? —preguntó Aisha.
—Su padre la asesinó a golpes.
—¿Por qué lo hizo?
—Porque llevó a un hombre a la casa. A veces me pregunto qué hubiera pasado si me hubiera ido esa misma noche con ella. Anhelo despertar de golpe en la mañana, agitado tras saber que todo lo vivido ha sido tan solo una simple pesadilla. Ella se levanta preocupada por mí, me abraza al verme asustado y susurra a mi oído que todo está bien, que ya desperté. Su abrazo es cálido, lleno de preocupación y comprensión, lo cual provocaría que me volviera a quedar dormido en sus brazos. Me levanto al rato, me baño, me visto, hago de comer y salgo a trabajar. Es un trabajo que no me gusta, pero de algo tenemos que vivir. Ella también trabaja en un lugar que no es de su agrado, así que no me puedo quejar. Se mantiene con una sonrisa; sin importar qué tan mal le fue en su día, está dispuesta a ayudarme. Ella siempre está para mí. Al llegar a casa me espera con la comida hecha. Todas las noches nos vamos a dormir juntos a la misma hora. Ella se sube encima de mí, recuesta su cabeza en mi pecho, junta nuestras manos y escucha mi respiración acelerarse, lo cual le causa gracia y felicidad, ya que siempre lo hace y aún me pone nervioso su presencia. La luz de la luna entra por la ventana. Ella comienza a darme besos en el pecho y recorre este lentamente con su lengua. Se sienta arriba de mí acomodándose; su silueta se ve majestuosa, no hay nada más hermoso que ella. Lentamente empieza a mover su cadera mientras sus uñas se clavan en mi pecho. Sus leves gemidos son la música que calma mis pensamientos, permitiéndome olvidar aquel sueño aterrador.
—Suena hermoso —dijo Aisha.
—Sería lo mejor —dije respirando profundo—. ¿Qué fue lo que viste al ver los ojos del oso? —pregunté.
—Un dolor enorme ocasionado por ti —respondió.
—¿No viste más?
—No.
El gato se acercaba con cautela, dejando sus huellas en la nieve. Miré los dedos de mis manos que habían tomado un color negro. Levanté la mirada; el cielo estaba nublado. —Son las doce —pensé viendo pasar el tiempo. Tomé fuerza para mirar de nuevo a los ojos a Aisha. Me daba miedo, pero sabía que todo llegaría a su final.
—El oso y tú están sufriendo por mí —el gato se sentó en Aisha, ella dejó de verme a los ojos, pero sabía que estaba desilusionada—. Tu amiga y el novio de Kahlida están en coma por mi culpa.
CAPÍTULO XIV: LOS TRES EN PARÍS.
Cada vez que pienso en París, un sentimiento de felicidad me invade, a pesar de haber escuchado que no es tan bonito como lo pintan, que hay muchas ratas y que la gente es grosera. Pero siempre he querido ir, aunque solo era una idea recurrente en mi mente que pensé no podría cumplir.
Siempre miraba por la ventana, ignorando los gritos que habitaban la casa. Sin importar cuánto me mintiera, no podría acostumbrarme a las constantes peleas. Ver cada copo de nieve caer me ilusionaba; cada uno de estos era una pizca de esperanza, sueños, miedo, lágrimas, odio e incluso amor, más odio que amor. Me decía a mí misma que cuando cayera el último, todo mejoraría.
Sin importar cuánto pasó, la nieve no dejó de caer. Al darme cuenta, empecé a aborrecerla hasta el punto de que me daba asco su sensación en mi piel, caminar sobre ella o tenerla en mis manos. Ella era lo único que ralentizaba la huida de mi casa todas las mañanas, pero todo cambió.
Cuando la conocí, supe que quería tenerla a mi lado en París. Quería compartir toda esa experiencia con ella. Creo que fue su mirada perdida, su sonrisa y su personalidad tan cuestionable lo que me llevó a tomar aquella decisión. Fue extraño cómo nos conocimos. No recuerdo de dónde vengo, pero recuerdo en detalle la primera vez que nos vimos. Era una mañana fría; el frío era lo único que existía en aquel lugar. Como todas las mañanas, salí de mi casa escondiéndome de las peleas que ahí habitaban. Caminaba sobre la nieve que ralentizaba mis pasos, haciéndome sentir que no avanzaba, sin importar cuánto tiempo pasara. No había nadie cuando caminaba; las calles eran solitarias la gran mayoría del día, pero siempre podías sentir cómo se posaban en tu piel miradas juzgadoras que murmuraban desde las ventanas, las cuales desaparecían al llegar a un árbol caído en el cual me sentaba a esperar la noche, mientras les pedía a los dioses que alguien me encontrara, aun sabiendo que nadie me buscaba.
Destino o casualidad, nunca supe cómo llamarlo. Tal vez los dioses escucharon mis súplicas por primera vez en mi vida y quisieron jugar conmigo; da igual, me hicieron feliz aquel viernes cinco, cuando la mandaron a ella a mi vida. Tenía ojeras marcadas, un golpe en la cara y moretones visibles en su cuello. Escuchaba música con una mirada perdida, mientras refunfuñaba de la vida. Al percatarse de mí, sonrió, y lo primero que salió de su boca fue: –Te encontré. Su mirada me cautivó; nunca había visto a alguien con una mirada muerta que ansiaba vivir. En ese momento, quise convertirme en su motivo de vida. Empecé a amar la nieve porque le gustaba a ella; vista desde sus ojos, era lo más hermoso. Cada copo de nieve se convirtió en tiempo que podríamos pasar juntas.
Nunca fui de imaginar, pero al verla no podía evitar hacerlo. Pensaba que sería algo único que solo pasaría con ella hasta que te vi. Es tonto, lo sé, pero solo tuve que verte una vez para saber que quería tenerte a mi lado. Se hubieran llevado bien; los dos son igual de raritos. Aunque al principio pelearían, sería gracioso estar los tres juntos corriendo por las calles de París. Uno se caería y todo el mundo voltearía a verlo, mientras los otros siguen corriendo, evitando que los relacionen con el que se cayó. Veríamos el atardecer mientras paseamos por los alrededores de la Torre Eiffel; ella tomaría una rata mientras finge contigo ser controlados por ella. Compraríamos comida cara, la cual no nos gustaría; saldríamos corriendo del restaurante porque no tendríamos dinero para pagar, y finalizaríamos el día acostados arriba de un edificio viendo las estrellas mientras tomamos alcohol. Ella probablemente pediría darnos un beso de tres, a lo cual aceptaría, y terminaríamos nadando desnudos en alguna parte. Ninguna de las dos controla el alcohol, así que tendrías que cuidarnos.
Siempre creí que París sería la cima de mi vida, pero al conocerte cambió. Supe que quería viajar por todo el mundo, los tres juntos como una familia. Pelearíamos a veces, pero al final del día todos estaríamos viendo las estrellas con una sonrisa. Adoptaríamos a un perro, al cual le pondríamos de nombre Loki. Nos casaríamos entre los tres en alguna borrachera; compraríamos una casa de dos pisos alejada de todos, la cual tendría una piscina donde nos meteríamos a nadar de noche. Habría hamacas por todos lados; haríamos pijamadas y despertaría tarde porque no tendría que esconderme.
La nieve paró de caer, el viento dejó de soplar; al gran árbol se le había marchitado todas sus hojas, las cuales empezaron a descender delicadamente encima de nosotros. Cada una de las hojas era un deseo hecho con amor o maldad, el cual se había cumplido. En silencio miraba a Aisha; toda la ciudad estaba cubierta en nieve, nuestro alrededor estaba tranquilo, mientras mi mente se encontraba en blanco. No podía apartar la mirada de aquellos ojos carmín que no sentían nada al verme.
—¿Esto te permitirá ser feliz? —preguntó Aisha, acercándose con dificultad y dolor. De su boca salía sangre; su respiración empezó a acelerarse, el brillo de sus ojos se apagaba lentamente.
—Tú lo entiendes —dije, buscando una manera de justificarme.
—No, no lo hago —dijo, levantando su mano con dificultad, tocando mi cara con suavidad. Aquella mirada seguía sin reflejar algún sentimiento hacia mí—. Si volvemos a coincidir en otra vida, seamos una familia, los tres en París —exclamó, sonriéndome por última vez.
El brillo de sus ojos desapareció. Saqué mi brazo de su pecho; en mi palma se encontraba su corazón. Su cuerpo se desplomó en la nieve y yo solo podía mantenerme de pie al frente de ella, mirando la sangre de Aisha que caía de mi cuerpo con las hojas marchitas del árbol. No sabía cómo sentirme, solo podía mirar fijamente a la nada, queriendo aceptar lo que era.
Una risa se escuchó en medio de aplausos. —Una vez más, solo —dijo, jactándose de la situación, Khadalia. Me quedé en silencio. Ella seguía riendo a carcajadas—.¿Seguro deseas ser feliz? —preguntó con malicia. Sin recibir una respuesta, añadió—. Tres muertes por tu culpa, hay que celebrar. Escuché que el papá de… Verdad que no recuerdas su nombre.
Suspiré, sin decir nada. Levanté la cabeza, mirando al cielo infinito; el rojo de este era tan hermoso que me generaba tranquilidad, la cual se convertía en envidia porque este era todo y yo nada. Había cambiado mi forma de vestir, mi forma de ser, de caminar, pensar, actuar, el color de mi cabello, mis expresiones, mi sonrisa. —Al menos ódiame —dije en voz baja, viendo el cuerpo de Aisha, sabiendo que no podía oírme.
—¿Quieres dar un paseo? —preguntó Khalida, dejando de reírse. Volteé a mirarla; ella se encontraba desnuda con aquel gato en su regazo, el cual jugaba con sus senos. Parecía que no le importaba o simplemente lo ignoraba. Tomé el cuerpo de Aisha entre mis brazos y empecé a caminar; ella me seguía mientras ignoraba al gato que se le había subido a la cabeza.
Nuestros pasos resonaban por todo el lugar vacío, dejando un camino de hojas marchitas atrás de nosotros. No había nada a nuestro alrededor; todo había desaparecido, mi mente sin algún pensamiento. No era nada, lo cual me permitía dejar de existir en aquel instante en el cual no era humano, ni bestia o insecto.
—¿Por qué cargas con ella? No revivirá —expresó Khalida.
La ignoré y seguí caminando; nuestras respiraciones sonaban, haciendo una melodía extraña, pero tranquila. Nuestros pasos se sincronizaron en algún punto donde la nieve empezó a derretirse y el viento empezó a soplar una vez más.
—Antes eras divertido —exclamó Khadalia, poniéndose al frente de mí—. ¿Por qué cargas con ese peso? —preguntó, a lo que respondí con otra pregunta—: ¿Tú por qué cargas con el tuyo?
—Es mi obligación —respondió rápidamente.
—Mientes —dije sin rechistar.
—Entonces, ¿por qué lo haces tú? —preguntó molesta.
—No puedo vivir sin él —respondí.
—Mentiroso —exclamó, para agregar con un tono de voz retante—: No sabes deshacerte de él.
—Tú tampoco sabes —dije.
—Somos lamentables —dijo ella.
—Sí —respondí.
Seguimos caminando en silencio, sin mirar atrás. Aunque teníamos un rastro que nos permitía volver, íbamos sin rumbo aparente. El cielo parecía cambiar con cada paso que dábamos, lo cual era ignorado por Khalida. El gato le clavaba sus garras debajo del ojo y rasgaba con fuerza, repitiendo la acción múltiples veces. Ella seguía pretendiendo que no existía, manteniéndose tranquila, sin mostrar ninguna expresión, aunque a veces hacía muecas de dolor. Miré al suelo, viendo nuestras huellas: las suyas estaban manchadas de sangre, y las mías habían desaparecido sin darme cuenta.
—Llegamos —dijo Khalida con una sonrisa.
Levanté la mirada y vi aquel colegio. Se veía igual que siempre, dándome la misma sensación de aburrimiento. Un disparo se escuchó resonando en mi cabeza, lo cual me hacía saber que era viernes. Alguien saltó desde el segundo piso, estrellándose contra el suelo y cubriendo la nieve de sangre. Gritos se empezaron a escuchar, y una multitud de estudiantes salió del colegio corriendo, ignorando nuestra existencia. Los dos nos miramos y caminamos hacia la entrada. Un olor familiar invadió mi nariz: era la mezcla de pólvora, sangre y gasolina. Todo estaba cubierto de sangre; había cadáveres por doquier. Se escuchaban llantos y súplicas tanto de alumnos como de profesores, las cuales eran ignoradas por los estudiantes que disparaban. Caminando sobre cadáveres, subimos al segundo piso, entrando a aquel salón donde se encontraba aquella persona que me había matado infinidad de veces. Los dos cruzamos miradas. Al vernos, se asustó y nos apuntó con aquella escopeta.
—Mira, es tu amigo —dijo Khadalia, acercándose a él sin preocupación. Quitándole la máscara con facilidad, me miró sorprendida y, con un tono de voz burlesco, exclamó—: ¡Oh, por Dios, no es alguien importante!
Saliendo del salón, subimos a la terraza, ignorando los disparos y gritos. Dejé el cuerpo de Aisha en el suelo con delicadeza, sentándome a su lado. Khalida se acostó cerca de mí, prendiendo un cigarrillo que le había robado a aquel chico del salón. El gato que estaba en su cabeza se acostó en su pecho, cansado tras dejarle la cara llena de arañazos. Nos quedamos mirando el cielo por horas, mientras el colegio empezaba a ser consumido por las llamas.
—¿Por qué no dejas? —preguntó Khalida, botando humo de su boca.
—Sí, ¿por qué no lo haces? —preguntó aquel chico al que le habían robado los cigarrillos—. Es muy raro que cargues un cadáver, y te lo digo yo —exclamó aquella persona a la cual miraba confundido.
Estiré mi mano hacia Khalida, quien me pasó su cigarrillo. Tomé una bocanada larga, llenando mis pulmones de humo, el cual boté por la nariz. —Prometí que no volvería a fumar —dije con una pequeña risa, quedándome en silencio.
—Pasó algo similar con Leiko, ¿cierto? —preguntó Khalida.
—¿Quién es Leiko? —agregó el muchacho.
—Sí —respondí.
—¿Sí qué? —exclamó el chico, confundido.
—Me gustaría echarle la culpa a Leiko, pero sé que todo fue por mis decisiones —dije, devolviéndole el cigarrillo a Khadalia. El gato se estiraba, poniendo su cola en su cara, evitando que pudiera fumar—. ¿Tú por qué matas? —le pregunté al muchacho, que nos observaba en silencio.
Este me miró sorprendido y, con felicidad, comenzó a hablar: —Desde que tengo memoria, me hacían…
—Historia básica —dijo Khalida, interrumpiéndolo—. No comencemos otra trama. Mejor dime cómo finalizará esta —preguntó, mirándome fijamente.
Sin apartar mi mirada de ella, tomé otra bocanada larga para tener valor después de años, y le pregunté lo único que me mantuvo en el borde de la locura y la cordura por un tiempo: —¿Por qué lo elegiste a él? —pregunté.
—No eras tú —respondió rápidamente.
—Así que…
—Sí… hubiera estado con cualquier persona que no fueras tú.
—Comprendo.
Sirenas empezaron a sonar por todo el lugar. No llovía, ni caía nieve; aquellas hojas marchitas habían quedado sepultadas y eran pisoteadas por la gente que buscaba saber qué había ocurrido. El viernes estaba a punto de terminar. Cerré mis ojos y no volvió a comenzar. No había alarma, ni reloj. Al abrir mis ojos, Khalida se encontraba muerta en mis brazos, con una sonrisa. Aquel gato se acostó en mi cabeza. Miré a aquel muchacho, que se encontraba asustado…
—Sábado llegó —dije solo.
CAPÍTULO XV: SÁBADO 6.
Querida Muerte:
Hoy me encuentro en lo oscuro de mi habitación, pensándote como ya es habitual. Es raro, sé que no quieres estar a mi lado, pero no puedo olvidarte. En lo más profundo de mí, sigo creyendo que responderás mis anteriores cartas, pero lentamente estoy perdiendo la esperanza de que lo hagas.
Desde hace tiempo he querido expresarte mis sentimientos en persona, lo cual no pude lograr la última vez que te vi. Aunque sé que nuestra relación es inevitable y que en algún momento nos encontraremos, no puedo dejar de pensar en ti.
Dejé de fumar, como te prometí. Ya no estoy haciendo trampa para poder verte; me aparté del vacío. Aunque cada vez ansío más tu presencia, y la soledad que siento se hace más grande, no puedo evitar sonreír.
Conocí a un muchacho en la azotea del colegio unos meses atrás. Estaba a punto de saltar, pero por alguna extraña razón desistió al verme. Por un momento me recordó a mí, y sentí envidia al pensar que él pronto estaría contigo, pero rápidamente aquello que sentía desapareció. Es un buen chico. Me gustaría poder decir más de él, pero solo eso pienso cuando lo recuerdo.
Aunque muchos te temen, yo te veo de otra manera. Eres la paz después de la tormenta, el descanso tras la vida agitada. Contemplarte no me llena de miedo, sino de una extraña serenidad, como si al conocerte más de cerca entendiera mejor el propósito de mi existencia.
Dicen que eres fría y despiadada, pero yo te veo como alguien que me liberará del sufrimiento de existir. No sé cómo será nuestro encuentro ni cuándo ocurrirá, pero sé que cuando llegue, te recibiré con los brazos abiertos.
Estoy cansada de estar sola. Da igual cuánto lo he intentado, qué he probado o con quién he hablado, siempre llego a la conclusión de que mi única felicidad eres tú. Ya no quiero ser esclava de la vida.
Con cariño,
Leiko.
Desperté de inmediato. Avancé viendo que no caía nieve, busqué a mi alrededor; Aisha había desaparecido. Quería verla una vez más, pero querer no era suficiente, o si no el lunes se habría repetido, el martes hubiese sido mi amigo y el miércoles me habría traído algo que me recordara a mi primer beso. Solo podía sentir amor y un tanto de odio hacia mis adicciones, aunque la tristeza invadía la verdad, haciéndolas iguales. Una mentira pudo surgir: quería vernos a los tres en París, pero era sábado y ya era tarde para volver.
Mis pensamientos se desbordaban de mi mente. Un nuevo día empezó, y yo sigo sin poder dormir. No tengo un lugar al cual ir a refugiarme, solo puedo caminar sin rumbo por la ciudad, esperando que aparezca ella. No la puedo considerar una amiga, pero es lo más cercano que tengo actualmente.
Da igual por donde camine, escucho a las personas hablar del incidente bautizado vulgarmente como el «colegio de sangre». La policía no ha dado más información de la necesaria; hasta ahora solo han confirmado cien muertos, los cuales estipulan pueden ser más. Es la mayor tragedia en años. Las personas, al darse cuenta, demuestran su apoyo por redes dando su opinión «necesaria». La mayoría de los cadáveres quedaron irreconocibles por el fuego; familias lloran a cuerpos que pueden no ser de sus familiares, mientras los medios graban sus lágrimas y las personas siguen trabajando.
Parece que el tiempo avanza más rápido con cada paso que doy. Intento saber la hora con un poco de esperanza, esperando en algún momento escuchar su voz y volver a despertar el lunes. No puedo dejar de caminar. Cada vez hace más calor; los autos pasan a gran velocidad y las personas buscan la sombra para avanzar por ella. Yo sigo bajo el sol, sin rumbo por la ciudad, esperando que algún dios se apiade de mi ser.
—¿Otra vez solo, cariño? —preguntó una voz familiar, haciendo erizar mi piel—. Ven a la sombra.
—¿Cómo has estado? —pregunté, sin poder mirarla.
—Bien —dijo con su suave voz. Era irónico que la persona que más aborrecía era la única que no se había olvidado de mi existencia.
—Solo quería verte —dije, sabiendo que no me creería.
—¿Y por qué no me has volteado a ver? —preguntó.
—Tengo miedo de que mires en lo que me he convertido —dije.
—Yo te veo igual —respondió, hiriéndome—. Pide lo que quieras, aunque, porque seas mi persona favorita, no creas que tendré preferencia por ti —exclamó, dándome un suave golpe en el hombro.
—A todos les dices que son tus favoritos —exclamé con una pequeña risa.
—Es que todos son mis favoritos —dijo soltando una pequeña risa—, pero tú lo eres un poco más, solo un poquito.
—¿Eso es malo o bueno? —le cuestioné.
—Depende de cómo lo desees ver, cariño —dijo acercándose a mí—. ¿En serio no me vas a voltear a ver? —preguntó mordiéndome la oreja.
Volteé a mirarla. Cada vez que la veo me parece más hermosa. Sus ojos rojos escarlatas penetraban mi alma tan profundamente que no deseaba que dejara de verme. Su piel blanca como la nieve hacía juego con su cara de muñeca, y su cabello blanco, lacio, estaba más largo que la última vez que apareció ante mí. Como las anteriores veces que la vi, tenía puesto un vestido, esta vez de color negro, que resaltaba su figura.
Aquella mujer era la persona que Leiko me había pedido que me alejara, pero simplemente no podía. Ella se había vuelto parte fundamental de mi vida. Sentía que si parpadeaba, la perdería para siempre. Aunque sabía qué quería decirle, no me salían las palabras; se me había formado un nudo en la garganta que me hacía daño, pero no podía hacer algo para que el dolor desapareciera.
—Dime, ¿qué deseas? —dijo ella.
De inmediato sentí el cuerpo pesado, un dolor en mi pecho se hizo presente, y el nudo en mi garganta se apretaba más. Sentía la necesidad de llorar, pero no podía; no había lluvia que camuflara mi llanto.
—¿Por qué no lloras? —preguntó.
—No puedo —respondí.
—A veces lo que les sale natural a unos, para otros es complicado —dijo, empezando a caminar.
Empecé a caminar detrás de ella. Las personas se le quedaban viendo al pasar. El tiempo transcurría, y yo solo la seguía sin preguntarle a dónde íbamos. Caminamos por un largo rato hasta que se detuvo y empezó a mirar a todos lados.
—¿Qué pasó? —pregunté confundido.
Ella me volteó a mirar. —No sé dónde estamos —dijo, preocupada.
—¿Dónde querías llegar? —le cuestioné.
—No sé —respondió, sentándose en el suelo.
—Eso no tiene sentido —dije, sentándome a su lado.
—Como yo —dijo, empezando a reír a carcajadas. Parando de reír después de un rato, me miró fijamente—. Los humanos son raros; unos ven la vida pasar ante sus ojos y no hacen nada, otros la siguen esperando que en algún momento les dé un sentido, pero al llegar a un punto no encuentran aquello que buscaban…
—¿A qué quieres llegar? —le pregunté, interrumpiéndola.
—¿Qué deseas? —me preguntó.
—Deseo ser fe…
—No mientas… —me interrumpió, empezando a cuestionar aquella mentira que me había empezado a creer—. Si quisieras ser feliz, habrías aprovechado el tiempo que estuviste en el bucle; podrías haber salvado muchas vidas, así convirtiéndote en un héroe, y no lo hiciste. Khadalia gritaba por ayuda y no hiciste nada para ayudarla. Aisha… ¿Quieres que diga algo de ella? Has tenido oportunidades para ser feliz, pero no lo has hecho. ¿Qué te detiene?
—Que no merezco ser feliz —respondí.
Con un suspiro fuerte, se levantó del suelo. —Tienes suerte de que en serio seas mi favorito —dijo, ayudándome a levantar—. ¿Realmente quieres cargar con todo eso solo? —me preguntó.
—Sí —respondí.
—¿En serio quieres pagar por las acciones de ellas dos? —me cuestionó, intentando que cambiara de parecer—. Sabes lo que té… —Al ver mis ojos, se detuvo, sabiendo que no cambiaría de parecer. Tomó mi mano y suspiró—. Tienes suerte de ser lindo —dijo, dándome un beso. Cerré mis ojos, sintiendo nuestras lenguas, jugueteando dentro de nuestras bocas. Sus manos bajaban por mi abdomen, y me mordía el labio. No era necesario hacerlo, pero no podía quejarme. En medio de sus caricias, tomó mi mano y puso un papel en esta.
Abrí los ojos para verme una vez más parado en el borde de un edificio. Ella había desaparecido, dejándome una marca en el cuello con su boca, como hacía normalmente. Miré al vacío, sabiendo que no podía volar. El vértigo invadió mi cuerpo, haciéndome dar un paso hacia atrás. Me senté con miedo de mirar al cielo y seguir sin respuestas.
El tiempo pasaba lento, tan lento que me abrumaba. Bajé del edificio por las escaleras y empecé a caminar por las frías calles desconocidas de la ciudad. No sabía dónde dirigirme, pero algo era como me lo habían descrito: por donde caminara había ratas, las cuales eran ignoradas por los residentes de la ciudad. No sabía qué hacer, así que me senté en una banca que se encontraba vacía. Empecé a esperar, mientras miraba al cielo, queriendo verla rápido. Me preguntaba qué tenía que decir para hablar con ellas. Estaba nervioso y entusiasmado por poder estar en París con ella.
Para tranquilizarme, miré aquel papel que tenía en mis manos. Había algo corto escrito en este, con una letra que no reconocía:
—Deseo que seamos felices juntos el resto de nuestras vidas. —A mi lado pasaron dos mujeres corriendo con una gran sonrisa. Miré a la nada, sin saber qué hacer o pensar. Estaba en blanco, solo y con frío. Así era mejor.
CAPÍTULO XVI: ÚLTIMO DESEO.
En la oscuridad de la nada se hizo la luz, la cual hizo aparecer a los primeros humanos, con estos vino la vida, con esta llego la muerte la cual trajo consigo un más allá, los dioses nacieron después trayendo a la a los creyentes y no creyentes, la bondad surgió consigo la maldad, lo bueno y lo malo permitiendo que la nada ya no fuera ella, sino que fuera algo, algo que era nada, pero a su vez era todo sin dejar de ser nada.
-¿Por qué tengo que estar solo? -me pregunté sabiendo lo patético que me había vuelto- ¿Qué me pasa? Me cuestiono Volteando a ver las dos mujeres que pasaban corriendo, quería ir detrás de ellas, pero mi cuerpo no quiso responder por más que intentaba moverme. A mi alrededor pasaban personas ignorando mi existencia, daba igual en que parte del mundo me encontrara, todo me parecía igual, todos intentaban ignorar sus problemas o sufriendo, autos iban y venían a gran velocidad, pobreza, robos, violaciones, todo seguía siendo la misma basura en diferente lugar.
Mi cuerpo se empezó a mover por inercia, quería alejarme de todas las personas de mi alrededor, las máscaras que llevaban poco a poco se estaban desquebrajando ante mi presencia. Di tres pasos llegando a una iglesia algo me invitaba a entrar, al cruzar la puerta todos me voltearon a mirar con una de sus caras, era un lugar lúgubre, un poco de luz entraba por el ventanal iluminado el atril donde se encontraba la biblia, en las paredes había colgados cuadros y esculturas de los dioses y al frente de todos colgaba una imagen de la deidad al que le pertenecía sus almas… la misa estaba comenzó, me dirigí a un lugar en la parte de atrás. Las personas que se encontraban sentadas se levantaron dejándome solo en aquel asiento, los ignore acomodándome para escuchar al cura.
-dioses, pido perdón por todos lo que están aquí sentados y han pecado, sé que muchos rezan pidiéndoles algo como si ustedes nos debieran, pero no es así. Nuestras vidas están en sus manos, perdónenos por todo el mal ocasionado, nos dieron la libertad de tomar decisiones y nosotros hacemos el mal, perdonamos…
– ¿todo lo que pasa es por nuestra culpa o solo son acciones para divertir algo más grande que nosotros? – me cuestione sintiendo que algo faltaba a mi pensamiento.
El llanto de un par de bebes se escuchó haciéndome doler la cabeza, las estatuas empezaron a sangrar ante el asombro de todos los presentes -nuestro dios está aquí para perdonar nuestros pecados- grito el cura levantando la biblia ante los ojos de todos, un disparo razonó en el lugar dejando todo en silencio.
Respire intentando entender lo sucedido… Espera, desde cuándo puedo llorar -me pregunté haciéndoseme algo extraño.
Las personas se levantaron, volteando a mirarme, apuntándome con su dedo acusatorio, comenzaron a gritar.
-se amaran los unos a los otros -dijo el cura, empezando a quitarse, el hábito, todos comenzaron a desvestirse quedando completamente desnudos-. Ámense -grito el cura, lo que provoco que todos empezaran a abrazarse.
Las puertas de la iglesia se cerraron haciendo un gran estruendo, pequeños saltos se escucharon con un tarareo suave, podía reconocer aquella canción que no quería sacar de mi mente, pero había olvidado hasta el momento y no comprendía el porqué.
-¿Ya sabes por qué llorabas? -Pregunto.
-No, sabes Desde el momento que te vi supe que te iba a matar -dije sonriendo.
-es algo raro para decirle a una niña, sí que eres raro -respondió con su cálida voz.
Voltee a mirarla al tenerla a mi lado, tenía aquel uniforme de colegiala, su cabello recogido y un labial rojo en su labio, sus pestañas eran más largas de lo que lograba recordar, en su mano derecha llevaba el paraguas que le había dado y en la otra un símbolo raro.
-¿me extrañaste? -pregunto con una gran sonrisa.
-no me acordaba de tu existencia -respondí, mientras intentaba acordarme de su nombre.
-da igual que pase sigues siendo igual de extraño -dijo empezando a reír efusivamente- ¿todavía no te acuerdas de mi nombre? -pregunto con sus ojos dilatados, su carcajada cada vez era más grande, las estatuas no paraban de sangrar, las personas comenzaron a besarse y un silencio se hizo presente.
-¿cuál es tu nombre? -pregunte a lo que ella me miró encargándose la mandíbula de un solo movimiento.
-soy Hagne, el amor de tu vida -exclamo seriamente.
-lo dudo, solo nos hemos visto una vez…
-no -dijo interrumpiéndome- da igual cuanto se reinicie el ciclo o a quien los dioses agreguen a tu vida, tú y yo siempre terminamos juntos, este paraguas es la prueba de nuestro amor, a la única que se lo ofreces es a mí solo a mí, da igual quien llegue a tu vida, siempre el paraguas termina conmigo.
Mi cabeza se llenó de murmullos, todo mi cuerpo se erizó gritándome que huyera, el corazón se me aceleraba, sentía miles de miradas penetrando mi cuerpo, odio, amor, rencor era los sentimientos que transmitía su presencia. Aplaudió una vez, dándome tranquilidad, una rara que no había experimentado antes, tomando mis manos, miro fijamente a mis ojos -tú y yo estaremos siempre juntos -dijo aplaudiendo una vez más. Las personas que se encontraban a nuestro alrededor empezaron a explotar haciendo una lluvia de sangre y viseras, Hagne sacaba la lengua mientras dábamos círculos por toda la iglesia, soltándome, comenzó a saltar en los intestinos que caían del cielo con una gran risa.
Gran parte de las estatuas que me habían estado viendo desde que entre, apartaron sus miradas de nosotros, a excepción de cuatro, tres de estas miraban a la niña con perversidad disfrutando con grandes sonrisas el muñeco de nieve que realizaba con partes de los cadáveres, la otra me miraba con compasión y lástima. No podía dejar de ver a Hagne mientras me preguntaba si ella le generaba repulsión a los dioses o estos le temían.
-no piensas jugar conmigo -me pregunto, a lo cual me negué con la cabeza-. No seas amargado -dijo insistiéndome, al ver mi poco interés, se tiró al suelo gritando y zapateando mientras pedía que jugara con ella. Yo seguía ignorándola, mientras me preguntaba el motivo de todo esto. Desde un lugar se escuchó una alarma la cual hizo que se callara, aquella alarma era la de mi teléfono, la cual sonaba con la voz de esa mujer.
-me puedes dar mi teléfono – pregunté.
A lo que ella metió toda su brazo por su boca sacando mi teléfono de su interior. -tienes que darme algo a cambio -dijo tirándome el teléfono.
Atrapando el teléfono pregunté -que quieres.
-solo cumple tu promesa esa vez…
La música siempre ha sido uno de mis escapes de la realidad, está hace lo que más drogas no pudieron ser y me han hecho lo que pocos han logrado hacer, me han hecho sentir, callando las voces de mi mente, lo malo es que funciona muy bien y a veces no logro escuchar mi voz.
-Despierta -dijo Hagne- despierta, por favor -dijo otra vez zarandeándome.
Me sentía más cansado de lo usual, sin energía y sin ganas de hacer algo, simplemente no quería levantarme -no quiero despertar -le dije medio dormido.
-tienes muchas cicatrices y no dejas de sangrar -dijo preocupada
Abrí mis ojos y la miré con una sonrisa -en una hora dejaré de sangrar, luego mis cicatrices desaparecerán – dije con un bostezo quedando otra vez dormido.
Podía sentir su mirada, era la misma que siempre había sentido, que me observaba desde la oscuridad, se quedó callada unos segundos -no te duermas -dijo, yo la ignore pretendiendo no haberla escuchado-. No te vuelvas a dormir -volvió a insistir con una voz quebradiza.
Me senté en la cama mirándola, al verla fijamente a los ojos entendí lo que había pasado -cuanto tiempo dormí-pregunte tomándola de la mano.
En la oscuridad de la nada, se hizo la luz, la cual hizo aparecer a los primeros humanos. Con estos vino la vida, y con esta llegó la muerte, la cual trajo consigo un más allá. Los dioses nacieron después, trayendo a los creyentes y no creyentes. La bondad surgió y consigo la maldad, lo bueno y lo malo, permitiendo que la nada ya no fuera ella, sino que fuera algo. Algo que era nada, pero a su vez era todo sin dejar de ser nada.
—¿Por qué tengo que estar solo? —me pregunté, sabiendo lo patético que me había vuelto—. ¿Qué me pasa? —me cuestioné, volteando a ver a dos mujeres que pasaban corriendo. Quería ir detrás de ellas, pero mi cuerpo no quiso responder, por más que intentara moverme. A mi alrededor, las personas pasaban ignorando mi existencia. Daba igual en qué parte del mundo me encontrará, todo me parecía igual. Todos intentaban ignorar sus problemas o sufrían. Los autos iban y venían a gran velocidad, la pobreza, los robos, las violaciones, todo seguía siendo la misma basura en diferentes lugares.
Mi cuerpo empezó a moverse por inercia; quería alejarme de todas las personas a mi alrededor. Las máscaras que llevaban poco a poco se estaban desquebrajando ante mi presencia. Di tres pasos y llegué a una iglesia. Algo me invitaba a entrar. Al cruzar la puerta, todos me voltearon a mirar con una de sus caras. Era un lugar lúgubre; un poco de luz entraba por el ventanal iluminando el atril donde se encontraba la biblia. En las paredes había cuadros y esculturas de los dioses, y al frente de todos colgaba una imagen de la deidad a la que pertenecían sus almas… La misa comenzó, y me dirigí a un lugar en la parte de atrás. Las personas que estaban sentadas se levantaron, dejándome solo en aquel asiento. Los ignoré, acomodándome para escuchar al cura.
—Dioses, pido perdón por todos los que están aquí sentados y han pecado. Sé que muchos rezan pidiéndoles algo, como si ustedes nos debieran, pero no es así. Nuestras vidas están en sus manos, perdónennos por todo el mal que hemos ocasionado. Nos dieron la libertad de tomar decisiones y nosotros hacemos el mal. Perdónanos…
—¿Todo lo que pasa es por nuestra culpa o solo son acciones para divertir a algo más grande que nosotros? —me cuestioné, sintiendo que algo faltaba en mi pensamiento.
El llanto de un par de bebés se escuchó, haciéndome doler la cabeza. Las estatuas empezaron a sangrar ante el asombro de todos los presentes. —Nuestro dios está aquí para perdonar nuestros pecados —gritó el cura, levantando la biblia ante los ojos de todos. Un disparo resonó en el lugar, dejando todo en silencio.
Respiré, intentando entender lo sucedido… «Espera, ¿desde cuándo puedo llorar?» —me pregunté, sintiéndolo extraño.
Las personas se levantaron, volteando a mirarme, apuntándome con su dedo acusatorio, comenzaron a gritar.
—Ámense los unos a los otros —dijo el cura, empezando a quitarse el hábito. Todos comenzaron a desvestirse, quedando completamente desnudos—. Ámense —gritó el cura, lo que provocó que todos empezaran a abrazarse.
Las puertas de la iglesia se cerraron con un gran estruendo. Pequeños saltos se escucharon junto a un tarareo suave. Podía reconocer aquella canción que no quería sacar de mi mente, pero había olvidado hasta el momento y no comprendía el porqué.
—¿Ya sabes por qué llorabas? —preguntó.
—No, ¿sabes? Desde el momento en que te vi, supe que te iba a matar —dije, sonriendo.
—Es algo raro para decirle a una niña, sí que eres raro —respondió con su cálida voz.
Volteé a mirarla al tenerla a mi lado. Tenía aquel uniforme de colegiala, su cabello recogido y un labial rojo en los labios. Sus pestañas eran más largas de lo que lograba recordar. En su mano derecha llevaba el paraguas que le había dado, y en la otra un símbolo raro.
—¿Me extrañaste? —preguntó con una gran sonrisa.
—No me acordaba de tu existencia —respondí, mientras intentaba acordarme de su nombre.
—Da igual qué pase, sigues siendo igual de extraño —dijo, empezando a reír efusivamente—. ¿Todavía no te acuerdas de mi nombre? —preguntó con sus ojos dilatados. Su carcajada era cada vez más grande. Las estatuas no paraban de sangrar. Las personas comenzaron a besarse y un silencio se hizo presente.
—¿Cuál es tu nombre? —pregunté, a lo que ella me miró desencajando la mandíbula de un solo movimiento.
—Soy Hagne, el amor de tu vida —exclamó seriamente.
—Lo dudo, solo nos hemos visto una vez…
—No —dijo, interrumpiéndome—. Da igual cuántas veces se reinicie el ciclo o a quién los dioses agreguen a tu vida, tú y yo siempre terminamos juntos. Este paraguas es la prueba de nuestro amor; a la única que se lo ofreces es a mí, solo a mí. Da igual quién llegue a tu vida, el paraguas siempre termina conmigo.
Mi cabeza se llenó de murmullos, todo mi cuerpo se erizó gritándome que huyera. Mi corazón se aceleraba; sentía miles de miradas penetrando mi cuerpo. Odio, amor, rencor, eran los sentimientos que transmitía su presencia. Aplaudió una vez, dándome tranquilidad, una tranquilidad rara que no había experimentado antes. Tomando mis manos, miró fijamente a mis ojos. —Tú y yo estaremos siempre juntos —dijo, aplaudiendo una vez más. Las personas que estaban a nuestro alrededor empezaron a explotar, haciendo una lluvia de sangre y vísceras. Hagne sacaba la lengua mientras dábamos vueltas por toda la iglesia. Soltándome, comenzó a saltar en los intestinos que caían del cielo, con una gran risa.
Gran parte de las estatuas, que me habían estado viendo desde que entré, apartaron sus miradas de nosotros, a excepción de cuatro. Tres de estas miraban a la niña con perversidad, disfrutando con grandes sonrisas el muñeco de nieve que realizaba con partes de los cadáveres. La otra me miraba con compasión y lástima. No podía dejar de ver a Hagne mientras me preguntaba si ella generaba repulsión a los dioses o si estos le temían.
—¿No piensas jugar conmigo? —preguntó, a lo cual negué con la cabeza—. No seas amargado —dijo, insistiendo. Al ver mi poco interés, se tiró al suelo gritando y zapateando, mientras pedía que jugara con ella. Yo seguía ignorándola, mientras me preguntaba el motivo de todo esto. Desde un lugar se escuchó una alarma, la cual hizo que se callara. Aquella alarma era la de mi teléfono, que sonaba con la voz de esa mujer.
—¿Me puedes dar mi teléfono? —pregunté.
Ella metió todo su brazo por su boca, sacando mi teléfono de su interior. —Tienes que darme algo a cambio —dijo, tirándome el teléfono.
Atrapando el teléfono, pregunté: —¿Qué quieres?
—Solo cumple tu promesa aquella vez…
La música siempre ha sido uno de mis escapes de la realidad. Hace lo que las drogas no pudieron hacerme, y me han hecho lo que pocos han logrado: me han hecho sentir, callando las voces de mi mente. Lo malo es que funciona tan bien que a veces no logro escuchar mi propia voz.
—Despierta —dijo Hagne—, despierta, por favor —repitió, zarandeándome.
Me sentía más cansado de lo usual, sin energía y sin ganas de hacer algo. Simplemente no quería levantarme. —No quiero despertar —le dije, medio dormido.
—Tienes muchas cicatrices y no dejas de sangrar —dijo, preocupada.
Abrí mis ojos y la miré con una sonrisa. —En una hora dejaré de sangrar, luego mis cicatrices desaparecerán —dije, con un bostezo, quedándome dormido otra vez.
Podía sentir su mirada; era la misma que siempre había sentido, que me observaba desde la oscuridad. Se quedó callada unos segundos. —No te duermas —dijo. Yo la ignoré, pretendiendo no haberla escuchado—. No te vuelvas a dormir —insistió, con una voz quebradiza.
Me senté en la cama, mirándola. Al verla fijamente a los ojos, entendí lo que había pasado. —¿Cuánto tiempo dormí? —pregunté, tomándola de la mano.
—¿Me besaste? ¿O existe como en el cuento original? —pregunté. Hagne mientras me miraba confundida. —Te está afectando la falta de sangre —dijo, sin poder dejar de ver mis heridas.
—¿En serio lo piensas? —pregunté haciendo una mueca. Ella me miró mostrando una cara de disgusto. Seguí haciendo muecas cada vez más raras, queriendo ver su sonrisa otra vez. Intenté una y otra vez hasta que, por lástima de mí, sonrió. —Me gusta tu sonrisa —dije sin pensar. Aquella sonrisa se transformó en una risa al escuchar mis palabras.
—¿Estás intentando enamorarme? —preguntó, sin parar de reír.
—Tal vez —respondí, acercándome a ella—. ¿Nos besamos? —pregunté cerrando mis ojos y estirando mis labios.
—No eres mi tipo, lo siento.
Al escucharla, simplemente no podía seguir viviendo; la muerte era mi única solución. —Si no quieres estar conmigo, me mataré —dije, intentando llorar.
—No digas estupideces —dijo, tocando mi pecho—. Me sorprende tu factor curativo, aunque todavía tienes las cicatrices.
—Después se quitarán.
Levantándose de la cama, caminó hasta la puerta. —Baja después de haberte bañado, prepararé algo de comer —dijo, saliendo de la habitación. Me paré de la cama, caminé hasta la puerta; todo daba vueltas y mi alrededor comenzó a oscurecer. Me quedé quieto en medio de la oscuridad, solo podía escuchar mi voz mientras pensaba que la cabeza me estallaría. En un instante, todo volvió a la normalidad. Eché seguro a la puerta de la habitación y entré al baño. Abrí la llave de la ducha, puse mi mano bajo el agua y comencé a tararear aquella canción.
Mi ojo derecho reventó, llenando la pared con sangre. Las cicatrices volvieron a abrirse, todo mi cuerpo estaba cubierto de sangre, la cual era limpiada por el agua que caía, llevándose todo por el drenaje. Los dedos de mis manos comenzaron a doblarse uno por uno hasta partirse, y mis dientes empezaron a caerse. Sentía cada órgano de mi interior explotar, no podía dejar de vomitar sangre…
El agua seguía cayendo suavemente en mi cabeza. Mi ojo derecho se regeneró junto con mis pulmones, hígado y otros órganos. Mis dientes brotaron lentamente de la encía, las cicatrices volvieron a desaparecer, y el agua se llevó toda la sangre por el drenaje.
Limpié la sangre de las paredes y el suelo, cerré la llave y salí del baño. Caminé hasta el cajón, tomé lo primero que encontré y salí de la habitación. Al salir, un olor delicioso llegó a mí. Hagne había comprado comida, o eso pensé. Bajé las escaleras con prisa; sentía que me desmayaría si no comía algo rápido. Me sorprendió verla cocinar. Estaba sirviendo la comida con una enorme sonrisa, tenía el cabello recogido y un delantal rosado con flores estampadas. Mientras se movía, tarareaba aquella canción.
Al darse la vuelta, se asustó al verme parado.
—¿Quieres matar? —preguntó, riendo.
—Pensaba que no sabías cocinar —dije, confundido.
—¿Por qué te sorprende tanto si te lo dije antes?
—Pensé que estabas mintiendo.
Colocando los platos en la mesa, se sentó. —Siéntate —dijo.
—¿Cuándo aprendiste a cocinar? —pregunté, sentándome.
—No recuerdo. Solo quería algo para distraerme… Ahora comamos.
Los dos comenzamos a comer al mismo tiempo. El filete a la parrilla estaba sellado, con un exterior crujiente y caramelizado. Al cortarlo, estaba jugoso; los jugos naturales se derramaban, liberando un aroma ahumado y robusto. Cada bocado era una delicia indescriptible, que me hacía agua la boca. En completo silencio, disfrutábamos la comida. Si prestaba mucha atención, podía escuchar su respiración…
—¿Por qué no me matas? —pregunté.
—Porque me perteneces —respondió, metiendo un pedazo de carne a su boca—. Aparte, estás delicioso —dijo con una gran sonrisa.
Gracias por leer, espero hayan disfrutado y con esto finalizo por ahora esta historia. Los quiero.
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