-Ojalá pudiera dejar a todo el mundo contento cuando me vea-, pensó el sol, mientras repasaba sus rayos para un nuevo día.
La lluvia lo escuchó y negó con la cabeza, mientras una leve sonrisa apenada se le asomó.
– Si supieras que no todos son iguales, mi amigo. Mejor ponte feliz por los que agradecen que existas y no reniegues de los que no te comprenden. Da lo mejor de ti y no te estreses tanto, algún día entenderán. Que la tristeza momentánea no te aleje de los que, día a día, trabajamos hombro a hombro contigo.
La luna, que siempre andaba correteando entre serenatas y coplas, esa vez pudo oír a la lluvia decir todo aquello. Codeó al viento, quien muy indiscreto y de pura emoción casi hace volar la conversación.
Eran un equipo genial. Si nadie más los entendía o se quería sumar, ¿qué más da?
El valor que tenían nadie se los podía restar.
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