¡Vete y no vuelvas más!

Piérdete como el humo de aquel cigarrillo,

el cual odiaba ver entre tus labios.

Prendiste en mí la columna del odio.

Dejaste que me consumiera poco a poco.

Me quemé, me hice humo y ceniza.

Mientras tú sonreías y escupías

suavemente mi alma

por aquellos labios que alguna vez amé tanto.

Me pisoteaste.

Dejando en el piso un pedazo vano,

que ya nadie más se atrevería a tocar.

Y te fuiste con la satisfacción de saber

que no volvería a ser igual.

No quiero ver ni tu retrato.

Pero quedó en mi memoria tu imagen

con un cigarrillo entre los dedos.

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