¿Sabes? a veces me pregunto si hubiera servido de algo que las cosas que nos pasaron hayan sido distintas para doblegar este doloroso final o cuando menos aplazarlo. Qué tal por ejemplo si en lugar de la apacible escalera en el edificio de tu prima te hubiera conocido fugitiva para ponerte a salvo de uno de mis globos de carnaval, o si ese extraño día cuando hablé por única vez con tu mamá, en vez del jipi que fui al presentarme sin medias las hubiera llevado puestas y entonces ella nunca habría convertido ese suelo en uno que terminara muy avergonzado. ¿Se hubieran apaciguado las mandíbulas del destino de haber pasado todo de otra manera?
Con el alma puesta en el ayer, pienso qué hubiera importado que todo fuera de un modo o de otro si el final del camino se angosta y se deforma. La rosa en el extremo de su tallo no seduce al toro que igual resopla y bufa con su embestida y en esos cuernos implacables la belleza resulta un puñado de pétalos deshaciéndose. Así de vano debe ser resistirse a lo que ya nos ha sido dictado. Y aún peor, a veces la vida acaba siendo como ese avión en el cual tú te marchaste y que al despegar abandonó sin más a su sombra minúscula y huérfana que inútil lo perseguía siguiendo la promesa de permanecer por siempre juntos, pero que acabó allí en ese palmo de pista indolente antes de emprender el rotundo vuelo.
Y si lo pienso bien estas propias líneas que te escribo están condenadas ya ni siquiera a la inutilidad sino al franco desperdicio. Pretender que las leas sería lo más parecido a dejar que las olas te hagan llegar esta misiva previamente lanzada con una plegaria al mar dentro de una botella náufraga y errante, salvo que ahora el sobre apesadumbrado que la contenga apenas si diría con ancha vaguedad: “destino Estados Unidos” y ninguna otra línea añadida que guie por los polvorientos caminos la fatiga del cartero que jamás habrá de llegar. Lo único que tengo por cierto es que en esta mesa triste y vacía simulo escribirte y acabo haciéndolo tan solo para mí. Supongo que habré de imaginar enseguida que voy al correo, me dejo llevar por sus letreros sin equívocos y en aquel buzón tan público ver desaparecer este afán privado y secreto pero de todas maneras absurdo. Y así esta carta que no puede ir a ninguna parte, habrá terminado por ir a todas con el mapamundi delante concibiendo cada una de estas noches la azarosa la ruta que tomará hasta llegar a ti donde quiera que estés.
Tendrá que ser también otra ensoñación la que me descubra tus últimos minutos en Lima. De si llevabas tu maleta con la ilusión invicta del viajero o era un abultado remordimiento que arrastrabas contigo. De si vestías tu tan querido azul eléctrico y con ese garbo dabas los primeros pasos de tu nueva vida emancipada, o acaso se te asomaba la tristeza por fuera y tu bufanda que persistía alrededor del cuello a pesar del viento de aquel día era como una de esas lágrimas que nunca terminan por caer. De si te consumía la impaciencia por marcharte ya o como en aquella canción que la sufrimos todos preferías que el reloj detenga la hora decisiva. Tantas veces habíamos pasado por el aeropuerto camino a la casa de tu prima y de regreso a tu casa y todo el tiempo nos pareció un enjambre de adioses y de reencuentros pero siempre ajenos. ¿Cuándo fue que se convirtió en el tuyo? Todas esas despedidas desgarrándose por las salas de embarque, todas esas palmas agitándose para suplicar un último instante, los rostros aplastados contra el vidrio para atisbar cómo se van diluyendo de a pocos sobre las escalinatas quienes estaban a punto de perderse dentro de las entrañas del vagabundo artefacto, esa nostalgia prematura contenida en una mueca mal disimulada o ya desbordaba en los pliegues de un pañuelo o en un abrazo estéril, la soledad triunfando allí mismo en medio de la propia multitud mientras una voz amplificada parlotea el desenlace de los próximos dramas, todo eso se empobrece para mí en una ensoñación que nunca te alcanza Daysi porque mi propio adiós estuvo ausente, y apenas si en una áspera pared fueron a morir mis primeros suspiros.
O quizá deba decir mejor que mi adiós fue en verdad muchos adioses pequeños e inciertos al no llegar a saber nunca ni el día ni la hora de tu partida. Vivir cerca del aeropuerto como es mi caso me hizo interrogarle a los cielos si cada avión que tronaba por lo alto era el tuyo arrancándote de mí. De día o de noche se hacía la inquietud cuando a lo lejos un vago rumor llegaba a imponerse convertido en estruendo, y entonces la duda me sometía a su capricho: ¿Será en este que se va…? A veces aquel avión era un portento metálico abriéndose paso en ese reino alado donde todo lo demás cae desastroso, otras, las nubes lo camuflaban en su espesura e invisible adquiría la apariencia de una extraña tormenta que se debilita casi tan pronto declara su furia, pero de cualquier modo esas alas inmóviles y crueles empequeñeciéndose allá muy arriba te llevaban consigo una y otra vez, de pedacito en pedacito querida mía, y en cada uno de estos siniestros viajes marchaba también una de mis penas.
Qué pequeño debe haberse convertido todo desde allá arriba, ¿verdad? El árbol donde se acurrucaba nuestro amor degradado en arbusto primero, luego en una serpentina que se bifurca y después apenas en una mancha verde a través de la distante ventanilla; la esquina donde solíamos despedirnos entreverada en el laberinto de las calles con que la nave garabatea aquello que desaparece en su paso fugaz y desaprensivo; mi propia casa hecha una interrogante diluida de tus ojos con culpa. O a lo mejor frente a la apariencia que todo se empequeñecía a lo lejos, descubriste que realmente todo es pequeño y hemos de vivir en una pretenciosa hoguera bajo las estrellas. Y con tal hallazgo quizá te alumbró la sabiduría al comprender que lo nuestro es parte de este muy cóncavo inframundo, de nimiedades encumbradas y egos desbordados, y por tanto el amor entre nosotros habrá consumirse con la última vela o colgar inofensivo de una estampa. Si así fuera, si tal cosa podría existir sin desquiciar a alguien que alguna vez amó, sin sublevarse por tanto desamor, quiera que algún día pueda yo alimentarme de esa misma resignación.
Entretanto este dolor me abandone, emprende ese rumbo ajeno que yo sufriré por ambos, vive más allá del horizonte donde ni siquiera te sospeche, que el día guarde tus pasos mientras aquí la noche me derrumbe, reclínate soñolienta en la penumbra en mis horas de fatiga, ve muy lejos y más lejos, surca calles, vuela plazas, deja atrás las cumbres que blasfeman a los cielos, y en tu cabalgata de nube y de viento llega al fin donde no llegue la memoria, que yo aquí habré de sepultarla pero no antes de una perpetua romería.
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