Mi corazón era un frasco

lleno de cristales,

era,

porque ya no le quedan tantos.

A una gran parte de aquellos

mis amores del pasado,

lo tomaron, pisotearon,

humillaron y mutilaron.

Un día de rodillas frente al sol,

reflexioné acerca de mi fe,

una luz iluminó mi ser

y en ese momento me valoré.

Auténtico y magnífico

el momento aquel

creí que caminaba sobre el mar,

y a eso le llamé amor real.

Aprendí a cuidar los fragmentos,

atesorar los recuerdos

a apreciar los momentos,

y cultivar la confianza en mí misma.

Entendí que el corazón

no sana con curitas,

el corazón necesita

terapia, paciencia y estima.

Descubrí que, en este proceso,

el tiempo no es el que cura el mal de amor,

pero ayuda a superar el dolor,

y el desorden que dejó el inquilino anterior.

Ahora mi corazón,

no es un frasco con cristales,

es un jarrón de porcelana

repleto con diamantes.

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