Nunca imagine que me vestiría de negro, y no es que no me quede, pero no es un color que a mí me agrade mucho, es un color oscuro que solo he visto en pésimas situaciones, y esta no es una excepción. Siempre que vi este color él estaba presente. El dijo que nunca me dejaría, pero aquí estamos, prometió esperarme, y esta es la única promesa que no me cumplió.
Gabriel en un altar.
Gabriel de negro.
Gabriel observado por los demás.
Y la diferencia en esa situación de mi vida, era que Gabriel no me miraba con sus profundos ojos verdes, no me sonreía, simplemente no estaba la esencia de Gabriel en aquel lugar de lagrimas. Todo el mundo lloraba, todos se lamentaban, incluso yo, cuando llegue al altar y vi su cuerpo frio e inerte, no supe cómo reaccionar. El siempre prometió irse para siempre sin dejar un rastro sobre sí mismo, y lo había logrado.
En aquel momento de desesperación y desolación, solo pude recordar instantes donde él estuvo a mi lado, donde él se encontraba con vida, su bello rostro sonriente, su mirada y su voz. Me sentía débil, sentía ganas de morir, quería creer que aquello no era verdad. Abría y cerraba mis ojos con fuerza, solo quería despertar de aquel momento amargo. Mis manos picaban y mis piernas temblaban, que podría decir en aquella situación, como podría hablar; tenía tantas experiencias junto a Gabriel, todo ello pasaba en mi mente, y no encontraba una ocasión de la cual recordar lo mejor, porque para mí, todo había sido una aventura a su lado, incluso aquel instante cuando nos alejamos.
Los días que fue velado, solo me dedique a sentarme frente a su ataúd y beber, miraba mis pies y pensaba ¿Por qué? Buscaba un porque, aun cuando jamás busque una respuesta para todas mis desgracias, era una estupidez buscar una respuesta para algo que simplemente sucede, pero en ese momento necesitaba una explicación, necesitaba que un Dios bajara y me diera las razones por las cuales había decidido llevarse a Gabriel, no importaba de que religión fuese ese Dios, solo necesitaba una respuesta, pero como todo en la vida, simplemente no había un porque, pero mi dolor tenía su nombre tallado, mi dolor era real, más que un Dios.
Un 14 de Enero Gabriel bajo a la tierra, y yo lo vi por última vez. Su rostro pálido y sus labios sin color. Es difícil aceptar que no veras nunca más a una persona en toda tu vida, pero sin duda fue más difícil para su hermano menor Ángel, quien se lanzo a la ataúd, pedía a gritos que despertara, pedía ayuda porque sentía que se ahogaba y no podía respirar, tomaba con fuerza el ataúd y no lo soltaba, hasta que su misma falta de aire lo hizo perder el conocimiento. Estoy seguro de que si yo amaba a Gabriel, Ángel adoraba a su hermano.
Esa misma tarde tuve que soltarme la corbata, porque también sentía como el aire se iba de mis pulmones, sentía un dolor horrible en el pecho que no me dejaba respirar, mi rostro estaba completamente rojo, sentía que la piel de mi cuerpo se apretaba, mire el cielo y estaba perfectamente azul, era un día precioso; era un lindo día, pero para mi había lluvia sobre mi cabeza, había viento, era el peor día del año con el peor tiempo dentro de mí.
Decidí pasar tiempo con Ángel, quien al final del funeral se corto las muñecas. La sangre corría en el suelo de la habitación de su hermano, la luz del atardecer y el rostro ido de Ángel, es algo que no me puedo quitar de mi mente, aun cuando trato no puedo borrar esa imagen. A veces cuando no tengo nada que pensar, se me viene a la mente ese momento y para dejar de pensarlo me pongo a hacer muchas cosas. Ese día el estaba sentado en el suelo, su muñeca profundamente herida, el atardecer a su espalda y el viento suave del verano entraba por la ventana, el sonreía mirándonos con sus ojos perdidos, simplemente no parecía estar ahí con nosotros. Por aquel incidente decidí quedarme y siempre que tenía un tiempo me iba a quedar con Ángel durante 10 días.
Durante esos diez días me dispuse a hacer algo y comencé una novela que él había iniciado, en su novela el solo hablaba de mi; una novela que se trataba de cómo me había conocido; una vida que él había tenido a mi lado. En esos días resolví mi situación e hice lo mismo, escribiría sobre Gabriel, quien era realmente él y de esta forma podría quitarme un poco la sensación de dolor de mi pecho. Siempre quise que todos conocieran a Gabriel, pero no que lo vieran como la persona horrible de la cual todos hablaban mal, si no como la persona que él era, el ser humano con errores, Gabriel el niño, el adolescente y el adulto.
Han pasado muchos años y aun no puedo olvidar ese día cuando yo vi a Gabriel por primera vez.
La noche anterior mi padre había tenido una noche de culto, toda su congregación evangélica había asistido, mi madre odiaba estos cultos, ella siempre había vivido bajo el yugo de esta religión que doblegaba a la mujer a un objeto común de un hogar. Mi madre era más que eso, una mujer brillante reducida a los quehaceres del hogar. Yo también odiaba la religión y a Dios, creía que el no existía, porque si el fuese piadoso como decía la biblia mi madre no sufriría todas las golpizas que mi padre le daba cuando el quería. Esa noche al menos mi padre no golpeo a mi madre, quien se acostó a mi lado y me explico donde iría mañana.
- Caín, mañana tendrás tu primer día en el kínder, tendrás amigos y lo más importante es que saldrás de aquí por unas horas –Comento con una suave voz. Mi madre tenía la voz de un ángel. Sus ojos pardos eran hermosos, y su cabello café. Yo era quien más se parecía a ella físicamente –Tengo que cortarte el pelo hijo, para que no te pegues los piojos.
Yo me sentía aterrado, tenía la extraña sensación de que si mi madre me cortaba el pelo moriría, creía que mi pelo era la razón de mi fuerza y si crecía mas yo podría ser como sansón, así de fuerte y poder golpear a mi padre cuando el golpeara a mi madre. Por esa razón, sentía un miedo irracional a que me cortaran el cabello y me negué tanto como pude, mi madre quien siempre me trato con comprensión y dulzura acepto que mi cabello siguiera creciendo tanto como yo lo deseara.
Esa mañana mi mamá me llevo al baño, lavo mis dientes y rostro con delicadeza, trenzo mi cabello café, y me puso un delantal azul que tenia estampado dos pandas en los bolsillos – Al menos así sabrán que eres hombre –Fue su comentario, estiraba el delantal azul y me perfumaba.
Las mañanas de marzo eran muy heladas en el sur de Chile, hacia mucho frio por ese entonces, solo mis ojos eran visibles en ese gélido primer día de escuela. Yo tenía miedo, jamás había hablado con otros niños de mi edad que no hablaran de Dios a quien evidentemente yo odiaba, me sentía excluido por odiar a Dios, todos me marginaban y sentía que era un error. Fue aquella mañana cuando al cruzar la puerta de ese kínder, conocí a la primera persona que me acepto, que me amo, y que yo ame.
Su piel morena, sus ojos verdes y su cabello negro. Era un pequeño muy risueño que jugaba con un avión que hacia volar sobre su cabeza, yo estaba estupefacto mirando a ese niño que se veía tan natural, tan libre jugando en soledad. Mi madre me presento a la profesora.
- El es Caín, es un poco tímido –Comentaba ella.
En ese instante Gabriel se giro y me vio, yo estaba muy nervioso, siempre había sido un niño muy temeroso, tenía miedo de todo, de absolutamente todo, y él en ese momento se acerco a mí y tomo mi mano.
- ¿Quieres jugar?
Al sentir su mano sentí que el miedo se iba de mi cuerpo, y en aquella dulce infancia, jamás imagine toda la historia en la cual Gabriel me sumergiría aun estando muerto, el seguía siendo un misterio. Esa primera vez nos ato por el resto de nuestras vidas –Mi nombre es Gabriel.
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