Entre el calor asfixiante y aciago de una de las ciudades que reflejan de forma más próxima la beatitud y belleza de la vida; entre palmeras, ancestralidad, misticismo, en el camino costero que desemboca el lugar donde llegaron los foráneos y la tupida selva donde los locales salvaguardaban y alababan la figura de Kaku Serankua. Allí, en medio de un entorno apacible hoy en día y, a través de un lento proceso interior que recorrí a tientas, descubrí la que sería mi filosofía de vida a los veintiséis años.
Lo curioso de la filosofía a la que me refiero es que no sucedió como un pensamiento aislado común y corriente, es decir no supuso la aparición de un conjunto de ideas que buscan cumplir un objetivo o simplemente hacer ruido en el subconsciente, así sin más, no. Cuando llegó a mi mente cual rayo vespertino iluminando todo el panorama llegó con una estructura consolidada, como un castillo solido y con cada peldaño y ladrillo tan bien edificado que los detalles no podían ser por menos infranqueables o contradictorios; fue tal la magnitud que se atisbo en mi mente no solo la idea principal, sus ejes de desarrollo y su propósito, sino que, a la postre, encontré enraizada en la idea misma, su causa, su lógica y su significado, brindando tal claridad a mi ser que, el camino que recorría a tientas se ilumino, ya no había motivo para dubitar.
¿En qué consiste pues este axioma que acaba de asomar a las puertas de mi alma? Engloba entramados generacionales, quizás aires y brisas milenarias que rodearían mis antepasados y que quizás ya ellos en su momento conocían que el día de hoy esta aterrizaría en las puertas de mi ser con cándido recibimiento.
El primer fragmento de esta experiencia fue la destrucción. Se derrumbó el estigma generacional que estaba llamada a entorpecer el curso de mi vida, marca dada por línea progenitora y que consideraba perenne en mi ser. Destrucción. Así, se derrocaron las estructuras mentales que yo mismo me había encargado de conservar y de fortalecer en fuertes barricadas.
Estructura. El segundo fragmento partió del concepto de la libertad, ya no desde un prisma hedonista, sino quizás más desde una perspectiva kantiana, lo que Immanuel logró consolidar en sus manuscritos hace más de un siglo lo logré entender en un destello de raciocinio o, tal vez, de una obnubilada y momentánea locura.
En efecto, logre pues, comprobar que era libre, libre no desde el espectro espacio – temporal, sino desde el espíritu en su máxima expresión y, a su vez, me percate que llevaba mucho tiempo sin serlo. Comprendí que, la libertad era la posibilidad de elegir, claro, ahora que lo plasmo en un papel pareciese que cualquier persona con un nimio intelecto lograría develar tal verdad, pero a lo que voy es al entendimiento ontológico, adentrándome en el funcionamiento de cada una de estas palabras que unidas forman una frase destinada a ser antes de juntarse.
Descubrí que, la libertad no suponía saciarme de los placeres que la vida me ofrecía de una forma avallasadora y temerosa de su posible fin, suponía, por el contrario, la elección del desarrollo del yo, ya fuese para bien o para mal. Resalto nuevamente, nada de esto puede llegar a ser nuevo, ya Nietzsche con un enaltecimiento al yo o Goethe con la representación de Fausto y su búsqueda en la superioridad divina descubrieron la posibilidad de llevar a los extremos más altos de superación la condición del hombre; lo que me resulta emblemático es que esta verdad llegó a mi con extrema claridad y precisión que fue imposible dejarla pasar sin detenerme en su análisis.
Es así que, entornando mis ojos, vislumbrando el mar de la ciudad que lleva por nombre la realizadora de los imposibles, vi como lo imposible se hacía posible y como mis costumbres y ataduras más perennes se convertían en delgados hilos, hilos que por mas que fueran livianos pesaban de forma insoportable; percibí como los miedos mas reales que la propia existencia desaparecían para convertirse en esquivos recuerdos, y entonces allí, con el sol inclemente, la brisa salada y mi respiración agitada pude hacer lo que tal vez nunca había podido o querido hacer, elegir.
Elegí desafiar al destino a mi mejor versión, y esta ultima busca de forma inquieta y casi que desesperada la posteridad en el tiempo, de nada pues me sirve tener la abundancia y el dinero que Irra, el chocoano destinado a la miseria deseaba tener, o el poder y la riqueza que Shylock, el mercader de Venecia quería retener, o incluso el poder que Maquiavelo aleccionó a mantener y que miles de avaros carcomidos por la corrupción ansían, incluso menos me seria de utilidad tener una vida tranquila y feliz, digna de ser vivida como la de Miss Marple, si al momento de mi ultimo respiro mi legado es borrado, olvidado y desaparecido como la arena desaparece cualquier rastro que osé posar sobre ella.
De nada sirve pues la vida si a ella no la precede la posteridad.
“La única manera de lidiar con este mundo sin libertad es volverte tan absolutamente libre que tu mera existencia sea un acto de rebelión.”
Albert Camus.
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