Tenía dedos de telaraña.
Sólo hablaba a través de sus recuerdos,
y yo, que callaba,
me dejaba volar siendo marioneta entretejida
de telas y relojes,
con las alas rotas de horizonte nuevo.
Entre las cejas, llevaba grabado un velero
que perdió por algún desierto.
Sólo hablaba el idioma de los recuerdos,
y yo, que no estuve en ellos,
no veía en sus ojos
lo que su boca contaba con tantas palabras de
eco ausente,
y de nada,
y de todo sin mí.
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