Esta es una historia sencilla, la historia del palacio de Acacio. Un hombre bueno, sin maldad en su corazón tal como lo indica el significado de su nombre. Su palacio, una estructura realmente exquisita hecha con tal arte que debemos tomarnos tiempo para describirla.

Iniciaré llevándolos en el recorrido por los jardines de la entrada, estos definidos por unos setos perfectamente cortados, con flores de todos colores entre los arbustos y plantas exquisitas. Algunas estatuillas evocando hadas del bosque y duendecillos que asoman sus diminutas cabezas de entre las macetas y las flores del camino principal que nos llevan a la entrada del palacio.

Antes le la entrada principal, como deben imaginarse hay un pórtico espectacular con una escalinata de unos pocos peldaños grabados en piedra, con una fuente de cada lado de dichas gradas formando una especie de pequeña cascada escalonada, tranquilizando al viajero que llega con el murmullo del torrente del agua cayendo sin fin.

Dando el primer paso dentro, es impresionante ver el mosaico en el piso, con esos colores tan vívidos y el diseño que puede transportar a cualquiera a un lugar mejor; una araña en el techo de 24 brazos de latón adornados con los más finos cristales que reflejas las 24 luces de forma espectacular haciéndolas lucir como si fuera toda una galaxia la que está atrapada dentro del abovedado techo del recibidor.

Al centro, exactamente debajo de la impresionante lámpara encontramos una mesa de mármol blanco con un exuberante arreglo floral, lleno de aves del paraíso, lirios y dalias como declarando hola a todo aquel que llega al palacio. Al fondo las escaleras, también de un fantástico mármol, que se despliegan a ambos lados del recibidor para pasar a los salones superiores y las habitaciones.

En la planta baja podemos disfrutar del salón finamente alfombrado con unos majestuosos muebles tan acogedores como elegantes. Es curioso que al preguntarle a los visitantes nunca se han puesto de acuerdo sobre los sillones, algunos los comparan con un suave cojín de cuero estilo inglés o una abrazadora manta de franela, como las que usaban nuestros abuelos; algunos incluso los comparan con simplemente un abrazo cálido en un día de verano. Eso sí, todos de la forma más reconfortante…

El comedor tiene una mesa de lo más gigantesca, más grande de lo que jamás será necesario. A pesar de las muchas personas que puedan estar al mismo tiempo, siempre habrá lugar. Y pueden servir desde el más simple café, hasta la langosta más fina en la faz de la tierra, que todo tendrá sabor a amor en realidad.

El palacio de Acacio es un sitio de fábula en verdad, más allá que el Palacio de Versalles y el Palacio Real en Madrid, juntos. Con más habitaciones de las necesarias, con más lujo, oro y piedras preciosas que ningún otro palacio en el mundo entero. Con estanques naturales en sus jardines llenos de cisnes hermosos, pequeñas plazas para descansar y poder apreciar la salida del sol del Este o los hermosos vitrales del ala Oeste del Palacio que se alumbran con los tonos rojizos de los atardeceres de cada día, dando minutos de magia en el ambiente…

En resumen, el Palacio de Acacio es un lugar sin igual, acogedor, elegante, cómodo, con un aire de paz y quietud que reconforta al viajero, da descanso al cansado y lleno de exquisitez.

Lo que en realidad muy pocos se dan cuenta al estar en este sitio es que la edificación carece de puertas, de balcones, rejas, cerrojos o cadenas y candados para asegurar todas las riquezas que el palacio guarda en su interior, si alguno de los visitantes quisiera tomar un cubierto de plata o uno de los adornos de oro con rubíes podría hacerlo y marcharse con él, sin que nada ni nadie se lo impidiese realmente.

Pero ¿por qué es este descuido, porque esa sin razón de no resguardar algo tan preciado, tan valioso y único?…

Todo tendrá sentido en su momento, sin embargo, por ahora hablaremos un poco acerca de Acacio, el dueño de tan vasto palacio y de todas esas desmesuradas riquezas…

Acacio es un hombre de corazón limpio, puro, un hombre bondadoso y hospedador de amigos que, sin importar cuanto posea esta presto a ayudar al necesitado, aun si esto puede llevarlo a quedarse sin el pan del día.

Parece una exageración lo que les describo porque pensamos en el palacio y no es posible que alguien como Acacio pueda quedarse sin el pan de cada día por ayudar a nadie, ¿verdad?

Acacio en realidad es dueño de ese maravilloso palacio, además es el único dueño de algo aún más relevante que el oro y la plata juntos, es dueño de su corazón.

El corazón que abre sus puertas sin candados a todo aquel que necesita de él. Si mi amigo lector, el palacio de Acacio es su corazón, lleno de sus nobles y admirables sentimientos más preciados que el oro y la plata, con todos sus valiosos principios. Él es simplemente un herrero en su pueblo, donde ayuda al viajero cansado, ofrece un poco de agua a todo aquel que la necesita y brinda su ayuda a los animales que son la compañía más fiel para muchos en el camino.

Muchas veces nos embelesamos en pensar en cosas que creemos importantes, en el dinero, lujos y comodidades, que esto es sinónimo de brío y éxito en la vida.

Acacio es un campeón, un príncipe que posee la propiedad más suntuosa y difícil de obtener en este mundo, aún sin tener un centavo en el bolsillo, tiene su corazón limpio y bondadoso.

Así que en este corto relato solo deseo que empecemos a trazar los cimientos para iniciar las obras de nuestro propio palacio, porque lo mejor de todo esto es que todo podemos tener un palacio igual al de Acacio o mejor aún; es solo cuestión de dar a los demás lo que deseamos que los demás nos den, así todos viviremos en palacios dentro de los corazones de quienes amamos y nos aman.

Fin

Acacio:
nombre con raíces griegas que significa “puro y sin maldad”.

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