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-No podemos quedarnos aquí.
Neil. La voz le llegó a través de las delgadas paredes. Dobló en la esquina y siguió con paso rápido por el estrecho pasillo.
-No sabemos lo que…
¡Es Marcus! ¡Está vivo! Los dos están bien ¿Y Vlad? ¿Y Brie? ¿También estaban ahí?
Tara se detuvo frente a la puerta y cerró los ojos. El cansancio poco a poco se apoderaba de su cuerpo, haciendo más difíciles sus movimientos. La discusión continuó dentro de la habitación. Tomó aire y trató de tranquilizarse mientras aferraba con fuerza la vieja computadora portátil contra su pecho. Había hecho todo lo que había podido: activado los sistemas generales a un 30 por ciento, reiniciado completamente el sistema de navegación, corrido el sistema de análisis de “Chloe” en busca de cualquier tipo de error. Seguía todos los pasos establecidos por el manual internacional, del cual ella conocía cada punto y cada coma, pero aún así no podía evitar sentir que había algo más que podría hacer.
Su corta edad la traicionaba. Era la mecánica más joven en haberse graduado de la academia, la más joven en haber sido promovida como jefa de mantenimiento de naves de la estación, la más joven en haber sido reclutada para una expedición sin ningún tipo de experiencia previa… Todo está bien.
Incertidumbre. Ese era el sentimiento que más odiaba en la vida y el único que la había acompañado desde que pasara el incidente. Amaba su trabajo y el poco espacio que dejaba a lo incierto. Un error podía ser arreglado, una pieza reemplazada, un código reescrito, y la forma de hacer cualquiera de esas cosas era conocer qué era lo que estaba pasando. Saber lo más que se pusiera de aquello que se quería arreglar y seguir una serie de pasos establecidos para llegar a una solución.
Noto como poco a poco su respiración se agitaba de nuevo. Tranquila, todo está bien.
-Capitán…
La voz de Marcus sonó cansada. ¿Cuánto tiempo llevaban ahí? Tara abrió los ojos y posó su mano en la pantalla. La puerta se abrió de forma casi automática, revelando de golpe la obscura habitación. La joven se quedó inmóvil, atónita, mientras su cerebro trataba de procesar toda la información que recibía de sus ojos.
El lugar se encontraba completamente destruido. Las máquinas del gimnasio, completamente desmembradas, ocupaban la mayor parte del suelo. Trozos del techo, paredes e incluso suelo, se habían desprendido, dejando a la vista la maraña de cables que corrían por todo el esqueleto de la nave. Y al fondo, cerca del grueso ventanal agrietado, un charco de sangre cubría gran parte de la superficie.
Un escalofrío le recorrió la espalda. Sin darse cuenta había contenido el aliento. Sangre.
-Tara ¡TARA!- Los ojos de Marcus la miraban con preocupación- ¡TARA! Reporte.
¿Cuándo llegó aquí? La joven se aclaró la garganta. Con 40 años de edad y más de una docena de viajes bajo su brazo Marcus era uno de los miembros más experimentados del grupo de reconocimiento. Había comenzado sus viajes aún como miembro activo del ejército gracias a sus conocimientos científicos y conseguido jubilarse mucho antes del tiempo establecido como un favor personal de parte de los altos mandos del departamento de exploración. A pesar de sus años de servicio nunca había disparado un arma de verdad, solo las de práctica en las rotundas de entrenamiento, no pisado un campo de batalla.
Mano derecha y mentor, en muchos sentidos, de su capitana primeriza, Marcus estaba encargado de monitorear constantemente los reportes del trayecto y de transmitirlos de regreso a base al final de cada jornada.
-Perdón señor. Los sistemas están en orden. He corrido el programa buscando algún tipo de error mayor, pero no he encontrado nada…
-¿Cuánto tiempo?
La joven desvió la mirada. Desde el otro lado de la habitación Neil la miraba con expresión seria, cubriendo torpemente la herida mal vendada en su costado.
-Do… Dos horas. Capitana ¿está usted…?
-Cancela el protocolo- Marcus dio un paso hacia delante.
Tara lo miró desconcertada.
-No podemos movernos.
-Los sistemas están perfectos señor, la trayectoria está todavía guardada…
Marcus levantó su mano para callarla e hizo un gesto con la cabeza, indicando que lo siguiera. Sus pies se movieron de forma automática, arrastrándose lentamente sobre los escombros. No estaba segura de cómo había podido caminar ese trayecto, sin caer, con la mirada clavada en la esquina de la habitación, hipnotizada. La puerta del gimnasio se abrió de nuevo, Vladimir y Brie habían llegado por fin, Tara podía escuchar sus voces distantes hablar rápidamente con Neil.
La joven no hizo siquiera el intento de voltear, sabía que no podría hacerlo aunque lo intentara, sus ojos se quedarían allí sin responderle, tratando de ver dentro de la negrura de ese agujero, flotando a tan sólo un par de metros frente a ella.
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