La mentira y el mentir

La mentira y el mentir

J. A. Gómez

30/08/2021

¿Qué son y de dónde provienen mentiras y mentirosos?. Quizás de la misma noche de los tiempos amamantada por pechos incandescentes. Tal vez seamos frutos amargos colgados del árbol llamado necesidad; ramas apariencias, hojas miedos, sombra manipulación y raíces de retorcidas devociones.

Así sea, sin duda, sean los que son y aquellos que dejan de serlo. Indiferentes tanto sus motivos como sus motivaciones. Cada cual, a nuestra manera, somos Pinochos de tergal y atrezzo jugando a las palabras. Surcos, líneas y formas profundas mal compuestas por la gubia del artesano ciego.

Ingente verborrea susurrada al oído sin dejar de apretar los dientes. Masculladas y escupidas dejando tras sí aromas podridos. Aromas intercalados, pues así debe ser, con otros más sutiles oliendo a flores del bosque.

Caricias sobre esta piel incolora y mutable, popurrí ácido de sinsabores por el buen hacer del grandísimo mentiroso manipulador. Gran acierto aparentar aquello que no se es pero que se desearía ser. Finjamos sobria cordialidad, natural admiración e incluso afecto por aquél al que despreciamos. Todos portamos esta careta teatral rasgada en dos mitades: ahora sonrisa perfectamente calculada… ahora gesto triste convenientemente convincente.

Mentiré sin romper la magia embaucadora de mi sonrisa y engañaré por la simple satisfacción de hacerlo. Me dejaré inundar por mares de lágrimas falsas como puestas de sol bajo tierra y después sembraré hábilmente dudas en torno a quien ose hacerme sombra.

Somos complejas las personas y a pesar de ello persisten más en fórmulas matemáticas insondables o en lo extraordinario de la física cuántica. Esto mismo es un arrollo calmo y cristalino en comparación. Y es que la idiosincrasia humana es así… ¡miénteme aunque sea mentira!.

La mentira y el mentir son gemelos sibilinos y causan adicción. Cuando se conjuga el verbo éste atesora dentro de sí mismo conceptos diferentes a la par que plausibles. Cada cual diferenciado del anterior y del que lo sigue. Empero desde el primero al último inciertos y rastreros como Judas cuando dio su beso más enconado.

Reconozco sin avergonzarme que tengo muchas amantes pero ninguna tan fiel como la mentira y el mentir, fieles y costumbristas. La mentira, mi mentira, siempre detallista, hermosa, atenta y embriagadora. Cuando en un conato de franqueza trato de serle infiel la susodicha tiende a abrazarme con énfasis, apasionadamente, colmándome de besos Judanianos. Me saben a gloria y los disfruto, disfrazándolos de un trocito de mí.

Así es, sin tapujos lo admito, ¡claro que sí!. Soy mentiroso como el que más y tan sincero como el que menos y además me regodeo en el vil acto de serlo. Lo disfruto a fuego lento, cociéndose sin prisas. Me relamo como si no pudiese dejar de catar un buen amontillado. Soy, sin reservas ni ofensa descubierta un sinvergüenza y un caradura, no necesariamente en ese orden.

¡Veraz!, no me ruboriza tan apabullante sinceridad… ¿Acaso debiera?. Soy profesional del embuste y del envite, único en la faceta del cinismo más exasperante. Alguien experto en llevar mentira y manipulación a cotas elevadas, casi orgásmicas. Gusto de disparar salvas a la infamia, a la decepción y a la perfidia que, agradecidas a tal muestra de entrega, me agasajan con sus mejores esencias de perdición.

Embaucador embarcado por los siete mares y timador de alta escuela. Sin más escrúpulos que los mínimamente necesarios por aquello del decoro. De caer en la trampa del soliloquio sería capaz de escucharme a mí mismo, dándome la vuelta como un calcetín.

¡Efectivamente! Soy, a todas luces, deleznable. Bailo alrededor de aquellas gentes que han escuchado de mí lo que necesitaban escuchar, convirtiéndome en su héroe, en aquél al que confiar sus más íntimos secretos.

Faltas no fallidas a la verdad, mentiras estratégicas a mansalva, palabras… siempre ellas, cargadas de electricidad tras recorrer mi lengua viperina. ¡Qué gran truco! ¡Qué portentosa habilidad!. Ardid tan mezquina que no puedo por más que sentirme orgulloso de semejante empaque.

Soy lo que llaman “mala gente”, en el más amplio sentido de la palabra. Un ser observador, despreciable, repugnante y nada recomendable. El típico caballero atado a su traje que ninguna madre querría como yerno. Sí, “mala gente” así como suena, sin paños calientes, “mala gente” incluso cuando duermo. Mas díganme con la mano en el pecho: ¿quién no lo es?. ¡Revisen su conciencia antes de contestar!. Todos nacemos con el pecado grabado a fuego y con la capacidad innata de la mentira y del buen mentir!.

Quién lo niegue, oh sí, aquél osado que rechace tal afirmación será sin duda el mayor de los hipócritas.

Compendio, esbozo y retales de sonrisas por parte del gañán, calculada e inflexible mirada agudizada como lanzas, rápido desenfundado del dedo acusador y palabras calurosas empaladas por otras gélidas sin saber cuando vienen unas y cuando las otras. Así con muchas más cosas, hechos y sucesos dispuestos en nidos de bulos, cobijando entre sus ramitas pichones instruidos en el noble arte de la mentira y el mentir.

Ni siquiera hacen falta razones o por veces éstas sobran y ténganlo por cierto. Ni mucho menos ansiamos un: ¿hacia dónde? ¡Qué más da si acertamos en la diana!. Basta con abrir la bocota al mundo para sulfatar sobre él sapos y culebras.

No hay vergüenza en ello ni vergüenza en envolver la mentira con cintas de colores chillones para otorgarle sacra importancia. Paralelamente deben hacerse uno o varios incisos para dotarla de intachable credibilidad. He ahí el cómo deben remarcarse perniciosamente detalles cruciales, notas y anotaciones a pie de página espoleadas, sin inmutarnos, sin pensar y pensándolo hasta desprenderse las ideas. Luego manipulándolas con suficiente habilidad, tanta que bien podrían confundirnos con ilusionistas. Magos del falsete, expertos en incrustar media verdad entre tres o cuatro mentiras. El efecto deseado estará conseguido…

Eco de un eco silenciado, aberrante, pía de leños que han perecer bajo el fuego del artista que con sus pinceladas ponzoñosas arrastra la mentira y el mentir bajo los pilares del mundo. Pilares, por otro lado, que sostienen a duras penas reputación y honorabilidad de justos y paladines cada vez más corrompidos por nosotros los promiscuos y ansiosos mentirosos.

Este oficio de la mentira y del mentir no se aprende de un día para otro, no señor. Requiere de preparación minuciosa, alargada por años hasta alcanzar ese sublime y regusto sabor a perfección. Sí, tengan por cierto que así es, les doy mi palabra de bellaco, ténganla por infalible.

Digan solamente lo que su partener desee escuchar, asintiendo con la cabeza para fingir cierto interés. La sinceridad está tan sobrevalorada como la fidelidad. Mejor alabemos, con las manos en posición de rezo, las muchas virtudes del cínico, del manipulador y del mentiroso compulsivo. Yo sólo puedo llamarlo ¡éxtasis!.

Congratulémonos de ello y de los necios principios inquebrantables del hombre para quebrarlos a la mayor brevedad posible. Los impresentables que nos representamos a nosotros mismos debemos no mostrar piedad alguna. Ser uno más y jamás uno menos, encajados por fuerza, listos para sembrar dudas, discordia y recelos. Retozando en aguas revueltas para ganancia de pescadores de secano.

Permanecer latentes y atentos para en el momento exacto saltar a la yugular del perfecto. Don perfecto, animal bípedo en vías de extinción. Ese repugnante cualquiera que toda madre sí querría de yerno. La obligación del manipulador es librarlo de ese yugo opresor de tan insípida perfección. Se avivaran mentiras al calor de brasas y fogones e infamias y falacias serán esparcidas al por mayor hasta ver caer esos personajes de cuento surrealista.

Naves contra rocas y rocas engulléndolas. No se resistan, ahóguense en estas saladas mentiras que no piden mucho a cambio de ser lo que son. Empero, damas y caballeros, no me hagan demasiado caso pues siendo como soy y además sabiéndolo ustedes como lo saben pueda darse el caso de que todo lo expuesto aquí sea tan sólo una mentira más. Quizás, después de todo, no sea yo tan despreciable ni ustedes tan loables como creen.

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