Estaba sentado en el malecón un anciano, Takashi era su nombre, un viejo hombre de mar y de trabajos rústicos toda su vida. Había sido pescador por mucho tiempo, sabía todo acerca del mar y en esa tarde ventosa de otoño veía el atardecer sin prisa.

A su lado se encontraba Ran, un chico de más o menos unos 15 años, que compartía con el anciano algunos días para encontrar consejo a una vida que él consideraba sin sentido. Lo extraño de los nombres es porque nos encontramos en una de las islas que conforman Japón.

Ran le contaba al anciano todos sus problemas, sus pensamientos y su desgano ante la vida, en los tiempos modernos hay tantas opciones de que hacer con la vida que algunas veces el solo escoger es tan difícil como vivir en realidad. Takashi, sin perder la calma solo se queda en silencio la mayoría de las veces, dándole tiempo al chico para que saque de su interior todo lo que le oprime, algunas veces esta táctica funciona tan bien que él ni siquiera debe decir nada, Ran se contesta solo lo que debe hacer, El anciano se comporta como si fuera un estupendo psicólogo en su consulta.

Asa se pasan las tardes en la isla de Shima, Takashi viendo los crepúsculos y tomando su té, Ran hablando a veces sin parar. El viejo hombre en ocasiones le cuenta al chico que la vida antes era más sencilla, lo mucho que se trabajaba en los barcos de pesca, las largas jornadas, pero que en realidad no se pensaba mucho en que se hacía en realidad, se trabajaba igual en un barco camaronero como en el muelle limpiando pescado o en la alcaldía del lugar atendiendo a otras personas, trabajo era trabajo. Y lo honorable era hacerlo lo mejor posible.

Le contaba muchas historias de las hazañas en el mar que parecían más invenciones fantásticas que anécdotas verdaderas.

Una noche, buscarian juntos la estrella del norte en el muelle de la isla, Takashi quería enseñarle a Ran el como poder navegar en el mar guiándose por las estrellas y no por un GPS electrónico. Pero el chico nunca apareció; el viejo hombre no le tomo mucha importancia hasta que se dio cuenta que habían pasado ya varios días y no sabía nada del muchacho. Lo busco en la escuela y no supo nada de él, en ese momento se dio cuenta de que en realidad no sabía quiénes eran sus padres, ni donde vivía.

Se dio a la tarea de buscarlo porque tenía un mal presentimiento de todo, Ran no se iría de la isla sin despedirse de él. Al final del segundo día buscándolo lo encontró en una clínica por intento de suicidio. Takeshi estaba destruido por dentro. ¿Cómo no se dio cuenta de lo mucho que la vida le dolía a su joven amigo?

Cuando pudo ser visitado Ran, el viejo le llevo un Ramen bien caliente para confortar el cuerpo y el alma. El viejo se disculpó por no estar realmente con él cuando lo necesitaba, que el hablar de las cosas del pasado se daba cuenta de que no le ayudaba a enfrentar al chico la vida de hoy…

El viejo Takashi le contaría a Ran quizá su última historia, le dijo que un tiempo él trabajó con el “Rey de las Perlas”, y este le dio una historia de sabiduría que ahora, Takashi, deseaba pasársela a aquel chico que había querido terminar con su vida.

Para que una ostra pueda producir una perla debe pasar algo importante, debe introducirse en ella una piedrecilla. Esto parece algo sin importancia, pero para la ostra es muy importante, esa piedra le causa demasiado dolor, tanto que puede hacerla morir. Le dificulta poder alimentarse, y por ser una ostra, no tiene en realidad alguna extremidad que pueda ayudarle para sacarse esa piedrecilla de ella misma.

Entonces, pasa algo que puede ser casi mágico, la ostra empieza a cubrir lo que le lastima con nácar, que es una especia de baba pegajosa que se va solidificando en la piedra, formando cada vez una capa más lisa y más gruesa hasta que la piedra deja de dolerle a la ostra y deja de ser un peligro para ella.

Esa piedra se ha transformado en una perla, algo muy valioso, muy preciado y hermoso. De igual manera, muchas de las cosas que nos lastiman y nos duelen en la vida podemos dejar que nos destruyan y nos duelan por siempre, pero si las transformamos a través de nuestro ser y nuestro espíritu convertiremos muchas de esas cosas que hoy nos hieren en perlas de nuestras vidas, victorias e inspiraciones para muchos más…

Eso aprendí de Mikimoto sama, el “Rey de las Perlas” al entrar a trabajar con él antes de que muriera, dijo Takeshi y luego se quedó totalmente callado.

Paso quizás más de tres horas sin escucharse una sola palabra en esa habitación, luego el anciano simplemente se levantó y se fue.

Takeshi, aun más viejo sigue admirando los atardeceres desde el malecón en la isla de Shima. En ocasiones sale a pasear en barco con un joven de más o menos unos 25 años, es Ran, ahora trabaja en otro pueblo, lejos de la isla, pero regresa cada vez que puede para ver a su muy viejo amigo. En una ocasión fueron a explorar los arrecifes de ostras del lugar y Ran encontró una ostra enorme. La abrió y en ella estaba una perla magnífica.

La tomo y se la entregó a Takeshi, él la vio y le dijo: ¿por qué me la das? Debe valer una fortuna y puedes venderla fácilmente en la ciudad, con eso vivirás cómodamente todo un año. A lo que el joven contesto: “Yo ya tengo mi perla, la que me salvo la vida, eres tú, viejo amigo”

Fin

Mikimoto Kokichi (1858-1954) llamado rey de las Perlas por ser el primero que cultivo perlas de forma exitosa en Japón. 

Isla de Shima Lugar que por su clima y mareas es el más propicio para cultivar perlas en Japón.

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