Dedicatoria:

A uno de los amigos que no hace distinción de clase social y mucho menos de género. Que nos acompaña desde el primer gemido en este mundo hasta la última exhalación.

A quien, sin condición alguna ni tregua acompaña a cada ser que habita este planeta, en lo que llamamos vida y solo sabe Dios si También después de ella.

Ya hace algún tiempo, estuve pensando, o como diría un viejo amigo, tuve alguna ocurrencia al respecto de este misterioso ser que siempre está acompañándonos.

No quiero aburrirlos con una disertación vacía y sin imaginación acerca de algo que quizá solo a mí me ocupa dentro de mi cabeza… Dijo descartes cerca del año mil seiscientos cuarenta y tantos: “Pienso, luego existo”. Si esto es cierto, creo que he hecho méritos para existir por largo tiempo aunque he tenido también un sinfín de contradicciones y desaciertos en muchos pensamientos en este intento de existencia.

Es una palabra, un sentimiento, un abrazo frío que toca nuestra conciencia o inconciencia. Cualquier estimulo externo o interno puede encender el miedo en nuestra vida, en cualquier minuto, en un segundo. ¿Quién puede decir con verdad en sus palabras que nunca ha sentido miedo? Creo que nadie en realidad.

Pienso que el mido en realidad ha sido mal interpretado todo este tiempo; me imagino a este personaje sin igual como una persona común y corriente, que va todos los días con pasos apresurados al consultorio de algún psicoanalista. Va a sentarse en una de esas algo lúgubres oficinas llenas de muebles de épocas pomposas pasadas, imagino que se recuesta en elegante diván algo polvoriento y que antes de empezar la sesión con el profesional acerca a él una pequeña caja de pañuelos de papel porque sabe que va a llorar.

Un “¡Nadie me quiere!” se escucha seguido de un quejido seguido de un “¡No me entienden!” y así más quejidos, lágrimas y más frases sueltas de dolor… Esas son las frases y sonidos que más escucha el psicoanalista de este sin igual personaje. Relatos de un sinfín de encuentros fallidos tratando de acercarse a alguien con quien conversar quizás; pero que todos terminan en un escalofrío, un grito, piel erizada y carreras nerviosas de parte de los demás dejando solo al pobre miedo. Debe ser tan frustrante -pienso un instante-, tratar de ser agradable a las demás personas para acercarte ellas, caerles bien y, sin importar nada que todo el mundo te vea y sienta que eres una amenaza, algo tan horrible no desean conocerlo.

¿Quién no ha tenido miedo en su vida? ¿Quién puede decir que nunca ha estado en una situación donde le sudan copiosamente las manos y hasta le tiemblan las piernas? Hagamos un pequeño ejercicio mental: Imagínese en un paisaje desierto, en la obscuridad de la media noche con una niebla algo espesa que solo deja ver el reflejo de una luna llena a lo lejos. Una sensación de humedad en el ambiente que cala hasta los huesos, luego se deja escuchar una especie de grito o gruñido de algún animal silvestre -en realidad no importa si es un ratón o un león-, En su mente lo ha imaginado gigante, desconocido, grotesco y peligroso… ¿Le dio miedo? Quizá esta estampa fue muy rebuscada en las memorias de la niñez de cualquiera, al estilo de alguna película de terror. Bien, haremos otro intento más cercano a nuestra realidad de hoy en día. Va caminando por la acera y entra a un edifico, todo bien hasta el momento. Sube al elevador y en ese momento que se cierra la puerta, se da cuenta que esta a solas con un individuo de cabeza rapada, con varios piercings y tatuajes con diseños algo obscuros. De repente se va la energía eléctrica por lo que el elevador se queda atascado y usted a solas con esta persona que viste unos jeans rotos bastantes gastados y una playera con una calavera en el pecho… A que ya se lo imagino le dio un poco de miedo ¿o no?

El hecho es que el miedo, queramos o no, siempre está a un paso de nosotros. Algunos religiosos conciben al miedo algo así como el anticristo de la fe; en realidad no deseo meterme en ese callejón frio y obscuro de la discusión religiosa donde solo encontraremos enojarnos todos. Pero creo que el miedo es algo mucho menos místico, quizá algo menos aterrador en realidad, quizá es algo a lo que en realidad no deberíamos tenerle tanto “miedo”.

Si le preguntáramos a un médico o a un químico biólogo quizás nos daría una explicación aún más enredada acerca de lo que es el miedo. Diría algo así me lo imagino: El Miedo es la reacción bioquímica de nuestro cuerpo a estímulos verdaderos o imaginarios de peligro, disparando, así como mecanismo de defensa los niveles de la adrenalina y otro sinfín de sustancias y enzimas para alertar nuestros sentidos, dar fuerza a nuestros músculos para estar atentos a defender ese conjunto de células y moléculas que llamamos nuestro cuerpo.

Divagando por unos instantes, recuerdo una anécdota algo graciosa, se las cuento: Hace ya varios años atrás, en casa de mis padres, estábamos listos para cenar con ellos acompañado de mi hijo que en ese entonces tendría no más de 3 años de edad y mi esposa. Después de disfrutar de la cena, mi padre llevo a mi hijo a otra habitación que estaba a obscuras, de inmediato el travieso abuelo salto gritando ¡Búuu!… A lo que mi hijo reacciono con otro brinco de sobresalto seguido inmediatamente de un grito y lagrimas de susto. Al ver la escena le dije a mi padre que no molestara al niño, que él tendría toda la vida para para aprender de tener miedo y que no necesitaba asustarlo a tan temprana edad. Ahora pienso, ¿Aprendemos a tener miedo en realidad? El miedo será una respuesta como si fuésemos un experimento universal de condicionamiento al estilo de Iván Pávlov. Quien habrá sido el cínico cavernícola que empezó hace ya miles de años atrás esto de asustar y aterrorizar a los niños para que aprendieran a tener miedo, y estos al crecer también se dedicaron a asustar a los suyos, y estos a los suyos, y los siguientes a los suyos, y así hasta llegar a esta generación cibernética, pasando por la antigua Grecia, Egipto, el imperio romano, la edad media, la santa inquisición, el renacimiento, la revolución industrial y demás épocas… Parece un demoniaco plan maquiavélico que no alcanzamos a ver el fin del mismo.

Si consideramos la posibilidad de que el miedo es algo aprendido, ¿se podrá desaprender? Podremos los seres humanos entrar a alguna escuela o academia, algún seminario o congreso de eruditos en el aprendizaje que prometa efectivamente liberarnos de él. Imaginemos lo que la humanidad entera podría hacer si esto existiera. Quizá le estoy dando a alguien la idea de su vida para crear una super, mega, increíble empresa, jajaja… La verdad es que, dejando de lado a algunos ancianos chamanes, hipnotistas, mentalistas, sajorines mayas y/o médicos brujos; no sé de nadie que pueda con prometer que puede quitarte las “vibras” y malas “energías” del miedo y temor en tu vida.

Hablaba hace ya un tiempo atrás con una persona muy culta que me decía: “El ser humano es mitad genética y la otra mitad resultado de su ambiente”, esto según lo que yo entendí es que una parte de nosotros es lo que somos dentro y otra parte la aprendemos dependiendo de donde vivimos, de quienes son nuestros padres, amigos, etc. Entonces sería lógico que en esta discusión escrita -porque me imagino que usted, amable lector, está discutiendo conmigo constantemente acerca de lo que aquí escribo-, debemos considerar que el miedo forme parte del código genético de nuestro ser. Pensar que este sentimiento o emoción es parte del ADN de toda la raza humana y aún más; realmente es parte de todo ser vivo quizá. O acaso no han visto a un perro cuando alguien agarra un periódico y lo enrolla, eso es miedo. Ahora vamos a divagar otro instante acerca de este tema, se ha abierto un universo inimaginable… No solo los humanos y los perros tienen miedo, hasta hay pruebas que algunas plantas experimentan reacciones de defensa cuando se sienten amenazadas al igual de los muy sabidos métodos de defensa de los insectos como el camuflaje y demás, Wow. ¡Todo ser vivo experimenta miedo!

¡Pobre Miedo! -pienso en ese momento-, que trabajo más arduo tiene, sin horarios de oficina ni días de asueto o domingos y a turno de 24 horas todo el tiempo. No solo se trata de acercarse a los seres humanos sin obtener aceptación -como lo planteábamos en un inicio-, también es a todos ser viviente. Puedo verlo acercándose amigablemente a un tierno gatito para acariciarlo y este le bufa inmediatamente erizando su espalda saltando con maullidos y gruñidos, alejándose de él lo antes posible. La única ventaja de todo esto es que de igual manera se alejarán de él los bichos repulsivos y peligrosos como gusanos, arañas, víboras y demás…

Pero, y si el miedo no es tan inocente como hemos estado pensando hasta el momento. Apuesto que usted, amable lector, ya se le había ocurrido esto. Quizá el miedo es una especie de ente malévolo, un espirito sacado de la misma obscuridad, casi un demonio que disfruta y es su misión hacernos sufrir de esos sobresaltos, de esas situaciones donde a veces perdemos el control y solo gritamos, lloramos y corremos despavoridos, sembrando a largo plazo en nuestras mentes y corazones inseguridad y menoscabando nuestra confianza. El solo pensar en esto ya da miedo no… Bueno ya tratando de hablar en serio un poco, en este intento de formulación de hipótesis acerca de la identificación positiva del individuo conocido como “miedo”, debemos considerar todos los puntos de vista y opciones ¿No les parece? Al estilo del super detective Sherlock Holmes, elemental mi querido lector. Empecemos por el principio, quien dice ser este personaje según la definición de Wikipedia:

Miedo (significados o definiciones):

  • Sensación de angustia provocada por la presencia de un peligro real o imaginario.
  • Sentimiento de desconfianza que impulsa a creer que ocurrirá un hecho contrario a lo que se desea y espera.

Ahora, a la luz de estas definiciones podremos entender mejor a este misterioso ser como lo es el “Miedo”. O a lo mejor no. Porque también la palabra miedo se usa para cosas positivas y agradables en algunos lugares. Por ejemplo, en España, para decir que algo estuvo maravilloso y fantástico suelen decir “eso estuvo de miedo”. Me parece que con este análisis de significado hemos dado solo vueltas como perro persiguiendo su rabo, y estamos como en el principio. Sin certeza de nada en realidad.

Casi pierdo el aliento después de dar tantas vueltas buscando algún sentido a todo esto. Mientras tanto, en mi mente, veo a ese psicoanalista del que hablábamos casi a un principio y me siento mal por él. Este pobre tiene que aguantar todos los días -según mi imaginación-, a este paciente tan particular. Pensar que debe escuchar con atención tantas historias diferentes e iguales a la vez. Parafraseando una pequeña parte de la obra literaria “El Principito”, diría este facultado: “Si vienes a las cuatro, empezaré a sufrir desde las tres” … Algo así veo en mi mente a este Psicólogo que quizá desearía cerrar su clínica para ir a tomarse un café, caminar simplemente o visitar a algún colega para contarle, sin romper el privilegio de confidencialidad cliente-paciente, quien es su tan sin igual paciente. Otra cosa por la que compadezco a este nuevo personaje de mis razonamientos es porque que feo es tener entre manos un problema al que no le encontramos solución, no saber que hacer con algo o con alguien es terrible, ¿No le parece?

Miedo, interesante emoción. Es algo con lo cual no queremos vivir, pero es casi tan necesario como el oxígeno que respiramos o el agua que hidrata nuestra existencia. Al terminar de escribir esta frase me salta a la mente algo por demás curioso, ¿porque decimos que el miedo es algo con lo que no queremos vivir? El razonamiento lógico a esto es que el “miedo” es malo, es incorrecto; me hace daño y todo lo demás que a lo largo de la historia de la humanidad han dicho es este personaje tétrico e incomprendido. Si en un caso te gusta el miedo, o eres un cobarde o quizás un masoquista; un “freak” o “raro” al que le gusta experimentar ese hormigueo extraño en tus manos, esos escalofríos que recorren toda la espalda y el nerviosismo que eriza hasta los pelos. A lo largo de un sinfín de historias se aprecia y premia siempre la valentía de las personas y es humillado el cobarde, el que tiene miedo… como si las cosas en la vida en realidad pudiéramos ponerlas así de sencillas, como blanco y negro, o dentro y fuera. Siempre existen atenuantes o agravantes en cada historia, como una escala de grises que parten desde el blanco hasta llegar al negro puro. Hablamos de valentía de un cazados, por ejemplo, al enfrentar a una fiera. Pero este valiente cazador va acompañado siempre de una poderosa arma de fuego y muchas municiones, mientras que la fiera, provista solo con lo que la naturaleza le ha dado. ¿Esto es en realidad un acto de valentía y de ausencia de miedo?

¿Quién es el que dice cual es miedoso y cual es valiente? Quizás es la sociedad, ese otro ente que habita entre todos nosotros, invisible e indivisible. El que nos dicta en conjunto que es correcto y que no lo es, que separa lo loable de lo despreciable en la vida. Por ejemplo, la sociedad dice que no es bueno que el hombre sufra y si lo está haciendo, que nunca lo demuestre porque será tachado de débil. Cuando en realidad quizá demostrar tu vulnerabilidad a la persona correcta, te ayudará a desahogarte y encontrar apoyo y compañía para salir de esa situación. O simplemente ver cómo cambian los valores sociales con el tiempo y dependiendo del lugar que ocupas en este pedazo de roca que vaga por el universo.

Regresando un poco al centro de esta lectura ligera donde estamos vistiendo a nuestro enigmático personaje central que aunque sabemos que en realidad no tiene un cuerpo, brazos y piernas ya lo hemos ataviado en nuestra mente -y no me diga que no-, con algún tipo de traje formal obscuro o quizás hasta con una túnica al estilo de la edad media, raída y color negro; y si logramos imaginar su cara la vemos alargada, pálida, como de un color casi grisáceo o como una calavera.

Miedo, miedo, miedo. ¡Que enigmático ser! Todos quieren salir corriendo de él y a nadie en sus cabales le interesa ni siquiera darle un vistazo para conocerle mejor, por el temor que le tenemos o quizás motivado por el repudio difundido desde quien sabe cuándo como algo malo a este etéreo ser que ha estado con la humanidad desde siempre. Lo que me trae otra serie de cuestionamientos, ¿Qué habría pasado con la humanidad si no hubiera tenido miedo en la antigüedad? El ser humano quizá se hubiese extinguido como se cree de algunos dinosaurios por ser en exceso temerarios… El ser humano es una criatura social y necesita estar en grupos porque en los tiempos de las cavernas teníamos miedo de estar solo en un ambiente tan hostil. Porque como vemos hoy en día en algunas especies, como con los cardúmenes de peces, el sistema de defensa más eficaz ante el ataque de algunos depredadores es mantenerse en grupos. Se me viene a la mente también los pingüinos reales en la Antártida, que se mantienen juntos para enfrentar las bajas temperaturas y evitar congelarse, es la respuesta motivada al miedo de extinguirse. Igual el miedo a través de la historia ha sido precursor de grandes avances para la humanidad. Por el mido a enfermarnos y morir el hombre ha ocupado grandes esfuerzos e inventiva en la salud y medicina; por temor a sufrir hambre el hombre ha hecho avances en las técnicas de cultivo, ganadería y el cómo almacenar los alimentos… ¿Les paree exagerado? Quizá si un poco, o quizás no estoy tan alejado de los motivos primarios que impulso todo lo que llamamos hoy en día “vida moderna”, acaso hemos subestimado el poder y la influencia real que ha tenido el miedo en la historia de la humanidad.

¿Acaso el miedo al fracaso no hace al hombre entrenar y retarse constantemente para ser mejor? Recuerdo un dicho muy escuchado en mi familia de niño: “La presión es lo que hace de un simple carbón un diamante sin igual”. También recuerdo lo que el rebelde de mi contestaba a eso, aunque fuera solo en mi mente: “La presión también puede hacer polvo a ese carbón perfecto”. En fin, ya empecé a divagar otra vez, jejeje… Lo que quiero decir es que todo tiene dos caras, como una moneda. Así como nadie puede afirmar con toda seguridad que no existan motivos obscuros llenos de miedo dentro de las grandes mentes y personajes de la historia para haber realizado sus proezas. No podemos tampoco asegurar que el miedo es todo negativismo, y busca destruir a la humanidad en general y a ti -que me estas leyendo-, en especial.

Una alegre analogía a esta parte de toda esta hipótesis es que el miedo al ser humano es como la sombra de Peter Pan. ¿Recuerdan la película? Esta, la sombra, se le escondía constantemente a Peter por muchos lados, pero siempre estaba cerca. Peter Pan o quería deshacerse de ella, la quería más cerca; pretendía coserla a sus pies para que no la abandonara nunca… ¿Qué es el miedo? Creo que no existe una única respuesta universal para esta pregunta tan corta. Este personaje universal y etéreo es lo que queramos que sea, o lo que permitamos que haga en nuestras vidas.

En mi caso particular, es un compañero desde no sé cuándo, quizá el más fiel que he tenido en toda la vida. Casi puedo recordar que se sentaba a la par mía en el jardín de párvulos del colegio. Me hacía pensar dos veces casi todo antes de atreverme a hacer nada. Es más, aún está aquí a mi lado, y en estos instantes me esta susurrando al oído que si estoy completamente seguro de revelar en este escrito mis historias vividas con él. Pero con el pasar del tiempo, a lo que la sociedad le llama madurez y lo le digo falta de vergüenza; pasa el tiempo donde ya no nos importa mucho lo que digan de nosotros otras personas y me atrevo a continuar con esta historia y decir: El miedo a habitado conmigo toda la vida, acompañándome en mi primer día de escuela, en aquella primera excursión al zoológico de niño; me dio su opinión sobre cómo me veía vestido al salir a mi primera fiesta de colegio, ya de adolescente. Cuando arranque y saque el automóvil de mis papás sin permiso; me dio una palmada en el hombro cuando por primera vez estuve en la intimidad con una bella mujer susurrándome: “ojalá no la hayas embarazado” …

A lo mejor tengo una relación algo torcida con este viejo compañero de viaje, algo así como lo que desarrollan los secuestrados con sus captores, el síndrome de Estocolmo creo que le dicen. O tal vez soy un poco masoquista y raro porque me gusta sufrir con estos pensamientos que ocupan ese kilo y medio materia gris que nos diferencia de toda la creación en el planeta. O simplemente se me ha caído un tornillo como diría algún chico de mi época.

Lo cierto mi amable lector, si aún me acompaña, es que después de pensar en tantas cosas, quiero llegar con el psicoanalista que imaginábamos al inicio de todo esto, quizá sentarme en ese diván gigante y cada vez más viejo, con un olor a algo salado mezclado con naftalina, pero muy, muy cómodo. Acercar también la caja de pañuelos desechables por si acaso, y hablar… Hablar de este tipo que no me puedo quitar de encima, que ha estado a mi lado desde que uso pañales aun cuando lo he mandado muchas veces a la… Ya saben a dónde; y que creo que no me dejará ni siquiera metido en la tumba.

Deseo que el experto en asuntos mentales haga de lado sus promesas y juramentos de confidencialidad entre médico y pacientes para que me cuente que hace y que le dice con detalles el Miedo en sus horas de terapia y sesiones, si le ha dicho porque esta obsesionado conmigo. En ese instante, por el rabillo del ojo veo n una esquina del consultorio, oculto entre la penumbra a mi compañero, casi siempre indeseado, de vida. Casi logro ver su rostro y veo una lagrima fría y sucia que corre por lo que parece una mejilla.

En mi mente, con algo de temor para variar, me levanto del diván con algo de dificultad y me acerco, cuando logro distinguir con mayor claridad las cosas. ¡El Miedo me ha ayudado a ser quien soy en realidad! En la niñez, el temor a equivocarme me hizo repasar un montón de veces las tablas de multiplicar o la clase de geografía e historia, me hizo dudar tantas veces de tantas cosas que me aseguré de estudiar lo más posible. No digo que sea muy inteligente ni mucho menos, pero he acumulado algunos conocimientos que he llegado a pensar que son inútiles en la vida, hasta que alguno de mis hijos, mi pareja o alguien pregunta por ellos, y me doy cuenta de que de algo han servido.

El Señor Miedo, como voy a decirle ahora, hizo que yo no probara sustancias que pudieron crear adiciones incontrolables en mí, recuerdo la primera vez que me ofrecieron marihuana o cocaína en la universidad. Se me saltaron los ojos y el corazón a la par de ellos por la emoción, con el instinto de un joven inmaduro queriendo experimentar de todo en la vida y el aparentar ser un muchacho valiente que se atrevía a todo. De inmediato, este ocupante eterno sobre mi hombro, grito a mi oído: ¡No lo hagas!, “puedes meterte en algo de lo que no puedas salir” … No soy un santo, pero don Miedo me ha mantenido fiel, me mantuvo sobrio en etapas de mi vida donde deseaba perderme en el alcohol por problemas que no entendía ni podía solucionar, me enfoco muchas veces en lo que debía hacer y no en lo que quería.

Dentro de mi cabeza, en esta que se ha vuelto ya una historia, aún estoy en ese consultorio de estilo victoriano elegante con aquel consejero emocional, tomo mi sombrero y me despido de él sin decir mucho, quizá solo un “hasta la próxima semana”. Salgo a la calle donde hay un poco de frio y viento como si fuera una tarde cualquiera de noviembre quizá; camino buscando una cafetería y al pasar un par de cuadras encuentro una que jamás había visto -como todo está en mi imaginación-, veo ese cafetín al estilo francés de la post guerra, con unos muebles metálicos de jardín un tanto antiguos y mal pintados en la acera, que le da un carácter especial al lugar. En la mesa un minúsculo florero con una única flor, creo que una margarita; me siento y admiro por unos minutos un atardecer que se pinta en el horizonte en medio de la ciudad en esos instantes. Pido un par de cafés, y por primera vez entiendo que es el Miedo, por lo menos para mí. No es un ente, ni un ángel, tampoco un demonio. No es simplemente una reacción química en nuestros cuerpos, ni una condición psicológica adentrada en nuestros cerebros desde los tiempos de las cavernas…

Él es mucho más que eso y mucha más simple de explicar: El Miedo es mi amigo.

FIN

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