Contempla el mundo, Caramelo

Contempla el mundo, Caramelo

José Grados

17/08/2021

Escucho pasos de tacones bajar las escaleras y caminar por la sala de estar. A duras penas se abre la vieja puerta de la entrada junto con un escandaloso rechinar. Se cierra de un portazo, dejándome ahogado en la soledad y silencio otra vez. Mamá se fue a trabajar sin despedirse, no es algo que me llegue a sorprender. Está muy ocupada y lo intento comprender. Ella sale todas las noches o cada vez que recibe una llamada. Siempre se va con el mismo atuendo, un vestido apretado, tacones altos, un bolso de cuero despellejado y un labial rojizo. Mamá es muy amable con sus clientes, porque a todos les llama “amor” o “cariño” y les habla con un tono suave y tranquilo. Seguro que es por eso que la requieren mucho en el trabajo.

Yo mientras tanto me quedo en casa jugando con Caramelo, mi mejor amigo. Caramelo es un oso de peluche; medio flacuchento por la falta de relleno; no tiene ojos, por lo que tengo que describirle todo lo que hay alrededor; porta un azulino pelaje de trapo, que últimamente ha estado muy sucio y me da mucha pena por ello. Él me ruega que lo bañe porque se siente mal, pero aunque quisiera ya no se me está permitido. La última vez que lo hice mamá me regañó hasta quedarse sin voz y me abofeteó tantas veces que hasta ahora no lo olvido.

Cuando no estamos jugando, nos ponemos a conversar. Nuestros temas son variados, por ejemplo una vez nos peguntamos qué haríamos si tuviéramos un millón de soles. Caramelo dijo que se compraría unos nuevos ojos de botones, para poder verme y apreciar las cosas que yo le describía con tanta entrega. Muchas veces le ofrecí regalarle los míos o al menos uno, porque sentía que él los necesitaba más que yo, pero se negaba. Me decía que ya él tendría los suyos algún día y que no me preocupara.

Caramelo y yo estuvimos en mi habitación durante un par de horas, armando fuertes hechos de sábanas y viejos cojines, contándonos historias de terror y comiendo azúcar de sobres. De pronto, escucho como alguien fuerza la entrada para hacerse paso. Sentí un escalofrío recorrer todo mi diminuto cuerpo. Salí rápido del fuerte y lo desarmé con caramelo dentro.

Casi siempre mamá llega tambaleando; con sus tacos en una mano y una botella en la otra; sus cabellos despeinados y su labial despintado. A veces trae a un sujeto a la casa, cada vez uno distinto, nunca el mismo, y se quedan encerrados en su cuarto durante un largo rato mientras golpean los muros, como si quisieran atravesarlos. Si mamá llega y ve un poco de desorden, se queda sin voz y más bofetadas llegan a mi rostro.

Oculto todo bajo mi cama rápidamente y desciendo las escaleras para recibirla.

-Hola mamá- le saludo al verla entrar.

Tacones en una mano, botella en la otra.

-Vete a dormir mocoso- dictamina ella sin siquiera dirigirme la mirada. Mientras camina lenta y cabizbaja a su habitación.

Muero de hambre, pero no hay más que comer. Voy con caramelo a rearmar el fuerte. Mi estómago ruge. Me abrazo con ambas manos mi abdomen agonizante. Caramelo me dijo que le pida algo a mamá. No quiero hacerlo, no quiero interrumpirla, pero la desesperación por algo de comida me lleva a su habitación y a girar la perilla.

Ella se encontraba desparramada en su cama, había un fuerte olor a cerveza y a moho. Me acerqué con pasos delicados, como si se fuera a caer el piso. Le acaricié su cabellera suavemente y le susurré al oído que despertara.

-¿Qué mierda quieres?- me preguntó con desgana entre sueños.

-Tengo hambre mamá- respondí.

-No hay comida, vete.

-Mamá, muero de hambre- insistí y oportunamente rugió mi estómago.

Ella se levantó sin decir nada, se puso en frente mío y me entregó otra bofetada.

-¿Sigues con hambre?- preguntó con un tono burlesco para volverme a abofetear innumerables veces.

Cuando terminó su golpiza me tiró afuera de la habitación. No había duda que me quería fuera de su vista. Volteó con dirección a su cama y dijo: Si no fuera por ti, por tu nacimiento, tal vez habría un poco de comida. Un portazo puso fin a aquella escena de pesadilla.

Lloré con caramelo casi toda la noche. Me preguntaba por qué mamá me trataba tan mal, o por qué le decía “cariño” a un desconocido y nunca a su niño. Miré a caramelo, me di cuenta que él me amaba más que mi propia madre. Le di un beso en la frente.

-Ahora vuelvo- le dije.

Fui a la cocina por un cuchillo y me acerqué lentamente a la habitación de aquella extraña que lo único que me regalaba eran golpizas mas nunca una caricia.

La apuñalé por la espalda, escuché el gemido de dolor llegar a su auge y luego desvanecerse en la oscuridad de la noche. Se quedó sin voz, otra vez. Cuando ya no había movimiento alguno le saqué el cuchillo ensangrentado de la espalda. Contemplé su cuerpo inmóvil durante unos segundos. Me acerqué a su rostro, le acaricié el pelo y le entregué una de mis más fuertes bofetadas. Seguido a ello, tomé el cuchillo y lo usé como una palanca para sacarle los ojos.

Fui corriendo a mi habitación, donde Caramelo me esperaba sentado al borde de mi cama. Traje conmigo hilo y aguja para coserle sus nuevos ojos. Al terminar, camino a la ventana junto con mi compañero.

-Mira amigo mío- dije emocionado y tomé una pausa -Ahora puedes contemplar el mundo, caramelo.

José Carlos Edmundo Grados Pinto.

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