El Piso 121 (Stardew Valley Fanfic)

El Piso 121 (Stardew Valley Fanfic)

[Mientras trabajas en tu granja como de costumbre, encuentras un objeto enterrado en el suelo. Se trata de un pequeño cofre hecho de madera algo deteriorada, probablemente debido a las inclemencias del tiempo. Usas tu pico para abrirlo y dentro ves un libro perfectamente conservado, similar a los que has donado al museo para completar la colección de la biblioteca. Sin embargo, el que tienes en tus manos es color negro. Lo guardas en tu mochila, y más tarde, antes de ir a dormir, te sientas al borde de tu cama y comienzas a leerlo].

Sé lo que tengo que hacer. Por el bien de todos, y principalmente, para salvar a mi hija y a mi nieta. Pero antes deseo dejar en constancia los eventos que me llevaron a tomar esta decisión, y rezo para que no se vuelvan a repetir. Sólo espero que este manuscrito no caiga en manos imprudentes en caso de que todo salga mal.

Por Yoba, espero que no.

En primer lugar, quien escribe estas líneas se trata del explorador e historiador conocido como M. Jasper. De todos los libros que están bajo mi autoría, nunca esperé escribir uno donde se narren mis últimos momentos.

Como muchos sabrán, he dedicado mi vida a conocer todos los sucesos, anécdotas y leyendas de Stardew Valley, acompañando mi investigación con una exploración exhaustiva de todos sus rincones, con el fin de aprender con más detalle acerca de esta tierra en la que vivimos. He estudiado todos los seres míticos y peligrosos que se esconden en los bosques y en las montañas, desde los enanos y trasgos hasta los Junimos (a pesar de que aún tengo pocas pruebas de su existencia). Pero el lugar que más me ha cautivado han sido las minas que se encuentran en la montaña.

Desde su descubrimiento, las minas atrajeron la atención de todo el pueblo e incluso de ciudades vecinas, pues en ella se podían encontrar minerales en mayor abundancia comparada con cualquier otra mina artificial. Los investigadores de la época se limitaron a explicar que esto se debía a que, probablemente, tiempo atrás había caído un meteorito en la zona donde actualmente existe un lago, el cual no sólo trajo consigo todo tipo de materiales, sino que también provocó alteraciones geográficas de gran magnitud.

Poco tiempo después, se comenzó la extracción de principalmente carbón y rocas, siempre evitando adentrarse más allá de una o dos capas, pues los trabajadores desconfiaban de lo que pudiera haber en las profundidades.

Así fueron las cosas durante varias décadas. Hasta que, un día, luego de que yo regresara de mi primera expedición en el Imperio Gotoro, el alcalde Alan Quirós me invitó a su casa para hacerme una propuesta.

—Me alegra tenerte de vuelta en el pueblo. Siempre supe que lograrías ir a la universidad y alcanzar el sueño del que siempre hablabas cuando crecías.

—Y a mí me alegra regresar a Pueblo Pelícano. —le respondí. —Pero no crea, aún me falta mucha trayectoria para alcanzar ese sueño. Se podría decir que apenas estoy dando mis primeros pasos.

—Pero pasos de gigante y con un futuro prometedor por delante. —espetó con vehemencia, como un padre hablando de los logros de su hijo, mientras me invitaba a sentarme en uno de sus sofás color marrón y él ocupaba el que se encontraba delante.

—Muchas gracias. —Miré con atención un sobre que se encontraba en la mesita de café ubicada en medio de ambos. Supe que allí estaba la razón de su invitación. —Siempre he encontrado apoyo en usted y en todas las personas de este pueblo.

—Y por eso esperamos que también nos apoye en esta ocasión.

El alcalde se estiró para alcanzar el sobre. Sacó varios papeles y me los entregó.

—Se trata de un proyecto para aumentar la exploración de las minas. La idea es poder bajar más niveles. —explicó con seriedad.

—Pero ya sabe que los trabajadores han comentado acerca de sonidos extraños que escuchan, y que al parecer provienen del fondo de la mina. —Miré al alcalde con preocupación.

—Lo sé. —respondió. Se volvió a acomodar en su asiento y cruzó los brazos. —Allí es donde entras tú. Quiero que explores las minas.

Me quedé viendo los papeles con una expresión de perplejidad ante la misión que me estaba siendo encargada. Ese sería el trabajo para decenas o hasta cientos de exploradores, no para alguien que recién había terminado su primera investigación de campo. Siempre he tenido un espíritu aventurero. Desde mi infancia enfrenté mis temores y con el paso del tiempo aprendí técnicas de defensa. Pero esto se encontraba en un nivel muy superior.

—Sé que puedes hacerlo. No le confiaría esto a nadie más, y no lo pondría en tus manos si supiera que no eres capaz de lograrlo.

Escuchar estas palabras fue como volver a tener a mi padre frente a mí, dándome una de sus tantas charlas motivacionales, enlistando todo lo que alcanzaría en la vida y diciéndome lo orgulloso que lo hacía sentir.

—Está bien. —respondí. —Lo haré, señor Q.

—Me alegra que aceptes, porque técnicamente ya estamos retrasados una semana. Pero, por otro lado, te he dicho mil veces que no me llames así. —Entonces ambos soltamos una carcajada.

Así fue como terminé explorando las minas. Pero el resto es historia. O quizá no.

En uno de mis tantos escritos describí las características de las minas, expliqué las distintas áreas que encontré y los peligros que afronté. Hice un catálogo de los posibles minerales que se pueden encontrar y un catálogo de los monstruos a los que me enfrenté, detallando los riesgos que supone la exploración de la mina si se decide descender más niveles y los cambios que se deben hacer a las técnicas actuales, pues, en mi opinión profesional, en cualquier momento podría ocurrir un accidente, el cual quizá deje hombres lastimados, con serias lesiones o, incluso, que encuentren la muerte.

Sin embargo, una mente ágil y despabilada notará un ligero cambio en mi redacción cuando describo el fondo de la mina, ya que me concentro en el hecho de que ésta tiene solamente 120 niveles y que no hay nada más importante que agregar acerca de la última área. Un lector casual o poco perspicaz aceptará esta conclusión sin mayor consideración, no obstante, resultaría evidente para algunos que me negué a ampliar mi descripción. Esto es medianamente falso, pues lo que en realidad sucedió es que decidí cambiar mi informe luego realizar mi investigación.

Durante años, mantuve este secreto sólo para mí. No podía simplemente hacer afirmaciones sin antes ampliar mis conocimientos acerca de Stardew Valley, su historia y geografía. Así fue como pasaron más de veinte años, en los que me dediqué a realizar otras investigaciones, pero siempre con el fin de aprender mucho más para eventualmente regresar al piso 120 de la mina.

Todo continuó así hasta hace un par de semanas. Regresé a Stardew Valley inmediatamente después de que mi hija me escribió una carta diciéndome que estaba embarazada de una niña. Luego de encontrarme con ella y mi yerno, decidí quedarme una temporada. Hacía mucho tiempo que no tomaba unas vacaciones.

Dos días después de regresar, me encontré con el nuevo alcalde en la plaza. Creo que se mudó al pueblo poco tiempo después de que comencé mis viajes. He escuchado que se ganó el aprecio de todos y por eso obtuvo el puesto. Mi primera impresión es que se trataba de un buen hombre, aunque por algún motivo, desde ese momento entendí que quizá nunca formaría la misma amistad que tuve con Alan.

—Tú debes ser Jasper. —Me saludó con una sonrisa en su rostro que detesté, aunque no supe por qué. —Es un gusto conocerte. Soy Lewis, el alcalde de Pueblo Pelícano.

—Mucho gusto señor. —Le devolví el saludo estrechando su mano. Quise agregar que casi nadie me llama por mi apellido, a pesar de que así es como todos me conocen, pero decidí dejarlo pasar.

—Me gustaría hablar muchas cosas contigo. Sé que conoces mucho acerca de esta tierra y sus secretos. También quisiera saber tu opinión acerca de algunos proyectos que tengo en mente.

“Directo al grano”, pensé.

—Me parece bien. Quizá más tarde…

—Más tarde paso por tu casa y te comento sobre ellos. De momento estoy bastante ocupado. —dijo mientras se alejaba.

Esa misma noche, Lewis me comentó que habían abierto una cantera al lado este del lago de la montaña, con el fin de aprovechar los recursos disponibles en la zona.

—Me gustaría que fueras a verla. Sé que estás de vacaciones, pero no creo que haya nadie como tú para hacer el trabajo. Además, le ahorrarías al pueblo mucho dinero, pues no habría la necesidad de contratar a otra persona.

Aunque no esperaba trabajar (y menos de gratis), al día siguiente fui a investigar la cantera. Descubrí que la erosión provocada por las lluvias y el viento provocaba que algunos minerales quedaran descubiertos y que otros cayeran desde la ladera de la montaña. Realmente no resultaba un gran peligro para cualquier minero calificado que quisiera sacar recursos de allí. Eran buenas noticias.

Sin embargo, cuando regresaba a mi casa, noté algo que ciertamente llamó mi atención. El cañón que separa el lago de la cantera había cambiado drásticamente desde la última vez que lo exploré hace unos 20 años. Tuve el presentimiento que no se debía a algún evento geológico, como erosión o terremoto. Así que decidí escalar la pared hasta llegar al fondo y comprobar por mi cuenta.

La primera vez que estuve en ese lugar, lo cual fue en mis tiempos de juventud, llegué a la conclusión de que se trataba de un río que pasó por allí en otra época y que en algún momento cambió su caudal. Ahora, al investigar nuevamente, encontré formas extrañas en la tierra, líneas que se hundían en el lodo y corrían de forma paralela al cañón. Pero lo más importante fue encontrar huesos de animales.

“Esto no lo hizo el agua o el viento”, dije para mis adentros. “Estas marcas fueron hechas por algo que se arrastró por aquí. Algo grande”.

Sin esperar un segundo más, comencé a subir por la pared del cañón para salir de ese lugar. No quedaba duda. Había confirmado mi mayor temor: Hay algo más allá del piso 120 de la mina.

Regresé a mi casa a toda prisa. Necesitaba revisar mis apuntes y comenzar a prepararme para una nueva exploración. En la puerta de entrada encontré a mi hija, quien exhibía una sonrisa que luego desapareció cuando estuve más cerca.

—¿Ha pasado algo? Parece que viste un fantasma.

—No es nada. —mentí. —Solamente decidí trotar desde la montaña hasta aquí, pero parece que ya no tengo la misma condición física que en otra época de mi vida.

Ella me examinó y luego de unos segundos desistió. Entonces me invitó a comer a su casa. Acepté y le pedí que me esperara para cambiarme de ropa. Esa noche estuve distraído durante la cena.

Al día siguiente, preparé mis herramientas y mis armas y me dirigí a la mina. Desde que entré, sentí que me estremecía como la primera vez que tuve mi primera aventura. Me alegró encontrar el pasaje secreto que construí en aquella exploración. Tal parece que nadie más logró hallarlo. Quizá algún día pueda usarse como una gran escalera o un elevador.

Bajé lentamente mientras desempolvaba algunos de los recuerdos de mi juventud, como la primera vez que usé una espada para enfrentar a un monstruo o la ocasión en que descubrí mi primer diamante. No me arrepentía de nada en mi vida. Sé que estuve ausente de mi familia durante muchos años, pero ellos siempre entendieron mi profesión y la importancia de lo que hacía. Y ahora me alegraba saber que por fin tendría una nieta.

El descenso pareció eterno, pero finalmente llegué al piso 120. Coloqué mi mochila en el suelo, encendí un par de antorchas, saqué mi pico y comencé a buscar en medio del juego de luz y sombra que producían las llamas. Ya lo había encontrado una vez, por lo que debía estar en algún lugar. Hasta que por fin lo vi. Se trataba de un agujero estrecho en medio de dos grandes rocas. Cuando lo encontré hace más de 20 años, estuve cerca de no darle importancia, hasta que sentí una corriente de aire provenir de dentro.

Comencé a ampliar el orificio lo suficiente para meter mi cuerpo. Era una operación complicada, pues temía que pudiera provocar un derrumbe o que una roca sufriera una fisura y bloqueara el paso por completo.

Luego de varias horas llegué al piso 121.

Era una zona muy amplia y oscura, apenas lograba apreciar las dimensiones y características del lugar. Pensé en encender una antorcha, pero desistí. Mi prioridad era pasar desapercibido. Escuché un sonido como de agua fluyendo. Me acerqué a una pared y entendí que había hilos de agua bajando por éstas. Coloqué mi sombrero en el suelo para que me indicara el punto por el que había ingresado y me adentré en esta cueva subterránea, manteniendo siempre mi mano derecha al contacto de una pared para evitar perderme o caminar en círculos. Mientras caminaba, me di cuenta que la corriente de aire era más fuerte allí abajo. Definitivamente había otra entrada y debía encontrarla.

Seguí así por varios minutos. A pesar de la oscuridad, lograba diferenciar distintos tipos de rocas, menas de metales y sobre todo gemas. Imaginaba lo hermoso y brillante que se vería aquel lugar si hubiera una fuente de luz. Sería como un palacio para aquellos que amamos las cuevas y la geología.

Comenzaba a soñar en algún día traer a mi nieta a ese lugar cuando escuché una especie de silbido intermitente. Era suave y profundo a la vez. Me detuve para intentar descubrir de qué se trataba. Otra vez. Y otra. Algo estaba respirando en esa cueva. Mis alertas internas se activaron y me indicaron que debía regresar de inmediato. Sin embargo, en seguida comprendí que había dejado de sentir la pared con mi mano. Me concentré tanto en averiguar qué era aquel sonido que di unos pasos y perdí contacto con la roca que me servía de guía. Me moví hacia donde consideré que era el punto por el que venía y agité mis manos. No había nada. Una pequeña distracción bastó para perder mi ubicación. Decidí avanzar nuevamente hasta encontrar otra pared y confiar en que ésta me llevara de regreso al lugar por donde entré. Entonces mis ojos vieron algo increíble. Delante de mí había una gran masa de unos dos metros de alto, envuelta en escamas verdes, y que se mecía sutilmente al ritmo del zumbido de antes.

Quedé paralizado. No traía mi espada conmigo. La dejé en mi mochila para que no me estorbara en el descenso a través de las rocas. Sabía que sería una apuesta peligrosa, pero confiaba en mi experiencia. No obstante, en aquel momento deseaba tenerla en mi mano. Pensé en todas aquellas aventuras de las que salí ileso a pesar de tener las probabilidades en mi contra y logré calmarme lo suficiente para analizar mi situación actual. Resolví dar la vuelta y regresar. Ya que antes no me había encontrado con aquel ser esmeralda, sería lógico suponer que la salida se encontraba hacia la otra dirección.

Giré mi cuerpo y comencé a avanzar lentamente. Si todo hubiera salido bien, quizá en este momento no me encontraría escribiendo este texto y estuviera almorzando con mi hija mientras le sugiero posibles nombres para mi nieta. Mi bota chocó contra una roca, la cual rodó un par de centímetros, lo suficiente para que retumbara toda la caverna. El silbido se detuvo y cambió por un gruñido severo, como quejándose por haber interrumpido su siesta. Di algunos pasos con mayor ligereza para intentar aumentar mi distancia con aquello a mis espaldas, hasta que escuché un golpe cuya resonancia me avisó que era momento de escapar a toda prisa. Me precipité en medio de la cueva tan rápido como mis ojos lograban adaptarse lo suficiente como para saber dónde colocar mis pies y así no chocar de frente con una pared. Aunque aquel lugar parecía un laberinto, lo aproveché a mi favor girando en cada intersección que encontraba, en lugar de seguir de frente, con el fin de perder a la criatura. Fue entonces cuando noté que podía distinguir mejor las gemas en las rocas, lo cual indicaba que me encontraba cerca de una fuente de luz.

Un rugido que se me asemejó a un relámpago me impulsó a correr con mayor velocidad. Al girar en una esquina, a lo lejos, vislumbré la salida. Comencé a avanzar hacia esta, pero, a pesar del miedo, comprendí que no debía salir por allí, pues era lo suficientemente grande para que ambos la atravesáramos. Así que volví a doblar en la próxima intersección que encontré y continué con mi huída. Empecé a barajar mis opciones, pero no lograba concentrarme lo suficiente para formar un plan decente. Tampoco quería detenerme y perder la ventaja que había obtenido (si es que tenía alguna). Estaba casi resuelto a buscar el lugar por donde ingresé, donde había dejado mi sombrero, cuando observé otra luz, mucho más pequeña que la anterior. Sentí que esos últimos metros fueron kilómetros. Prácticamente me lancé al agujero por donde entraba la luz y se encontraba mi salvación. Caí pesadamente en un suelo de tierra e intenté enderezarme. Mi vista aún no se adaptaba a la claridad, por lo que avancé una gran distancia antes de darme cuenta que ahora estaba en el cañón al lado de la cantera. Examiné mis alrededores y supe que la criatura escamosa ya no me estaba siguiendo. Decidí escalar la pared para salir de allí cuando vi la otra salida que aquel ser probablemente ha usado alguna vez para encontrar alimento.

Es así como regresé a mi casa y comencé a escribir este texto. Sé que debo volver y terminar el trabajo. Lo primero será usar bombas para bloquear la abertura que lleva del cañón a la caverna, y con ello evitar que pueda escaparse. Luego tendré que descender a través de las minas, recoger mi espada y acabar con la mayor amenaza que alguna vez ha tenido este pueblo. Esto debe ser así. Si sólo obstruyera la salida, es probable que algún día encuentre la manera de escapar. Del mismo modo, si no bloqueo ese punto, la criatura podría querer salir en medio de nuestro encuentro. No hay otra opción.

Escribo todo esto en caso de no regresar del piso 121. Lo dejaré en manos del viejo de la granja, un gran amigo en quien siempre he confiado, pero le pediré que lo esconda o que lo entierre, y que, algún día, cuando mi nieta sea lo suficientemente mayor, saque este libro y se lo entregue. Sé que ella entenderá lo que hice.

También confío en que mi hija lo entienda. No dudo que sufrirá si no vuelve a tener noticias mías, pero, como dije al principio, lo hago por el bien de todos. Sólo espero que vea el regalo que está sobre mi cama y que dejo para mi nieta. Siempre es raro que a una niña le gusten las gemas, aunque estoy seguro que le encantará la amatista igual que a mí.

Ojalá piense en su abuela cuando las vea.

Se despide.

Mona Jasper.”

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