Debería estar ardiendo con tus cartas. Las observo deshacerse entre las llamas y siento el deseo de acompañarlas. Debería salir despedido por la ventana. La acaricio con suavidad mientras siento al viento invadir la habitación vacía. Cierro la puerta y subo las escaleras hasta la terraza. La ciudad, inmensa, le da la bienvenida a la noche que quiere cubrirla desesperada mientras el sol, ya sin ganas, se esconde como si fuera un ladrón al que nadie felicita. Mis pies me llevan hasta el borde y apoyo mis manos en la baranda. Observo la ciudad, cada edificio, cada calle, cada persona, cada luz que alcanzo a ver me lleva a pensar en vos. Te imagino ahí, escondida entre tanto caos. Viviendo la vida que siempre deseaste, la vida que siempre planeaste para llenarte de felicidad, la vida que naturalmente no me incluye. Siento el deseo irremediable de bajar y recorrer las calles, los rincones sucios, las habitaciones llenas de historias. Pero me arrepiento en el ultimo momento, se que es en vano. No es por el tiempo, no. Es por las ganas. Pero cómo te explico, si no estas.
Pasaron 84 días. La luna me observa, trata de contarme algo mientras me niego a escucharla. El viento sopla fuerte acá arriba. Si supieras. La calle queda lejana ahí abajo. Las historias que la recorren son cada vez mas y mas infinitas. Trato de convencerme de que me interesan, pero no me funciona.
Me gustaría poder contarte lo que pasa. Lo que alcanzo a ver y lo que no. Me gustaría poder contarte de las tardes que vivo. Las veces que me animo y salgo a recorrer las calles cuando llueve. Las ganas que tengo de encontrarte de casualidad e invitarte a tomar un café para protegernos de la lluvia. Aún sabiendo que ambos la amamos y que no nos molestaría para nada caminar mientras nos cae encima.
Me gustaría poder acariciar tu pelo, tu cara, besar tus ojos, tus manos, tus labios fríos. Me gustaría sentir tu mano secando mis lagrimas. Sentir una vez mas el placer de ser nosotros. De ser uno mismo. De desnudarnos de cuerpo y alma entre las sabanas blancas de la cama que tantas veces visitamos. De dibujar en la oscuridad nuestros cuerpos desperfectos.
Pero cómo. Cómo se hace para animarse. Para descender esas escaleras a gran velocidad cargando en los bolsillos la suerte necesaria para encontrarte al otro lado de la puerta de entrada mirándome con cara de tristeza, como pidiendo a gritos el abrazo que no me anime a darte el día que te fuiste. Cómo.
Aprieto la baranda con fuerza y grito. Maldigo al aire la soledad que me devuelve de un soplido. El odio que siento al saber que no voy a existir entre tus días. Expulso desesperaciones a gritos sabiendo de las sonrisas que me voy a perder. Los aromas que no voy a sentir. La música que no me vas ni te voy a mostrar. Los poemas que no leeremos. Me desgasto por dentro con cada grito desesperado hasta cansarme. Y me canso. Y respiro. Y me relajo.
Bajo la mirada una vez mas y observo la ciudad. Pienso. Te extraño. Se que estas ahí, escondida, siendo feliz.
Me interno en mis memorias y elijo enterrar todo lo que dejaste abandonado en ese laberinto. Quemo una vez mas tus palabras y me decido a encender las pocas luces que quedan vivas. La ultima lagrima de la noche recorre mi cara mientras una media sonrisa surge de las cenizas. Suelto la baranda y mientras suelto un ultimo suspiro me convenzo de que, donde sea que estés, te deseo lo mejor…

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