Capítulo I:

El salón donde Eduard se encontraba, apestaba a muerte. Un antiguo reloj, pálido como una osamenta en la oscuridad, anunciaba la media noche. El rumor oxidado de sus manecillas rechinaba como las bisagras oxidadas de un ataúd.

 

-Ed, enciende la luz, está a tu izquierda -le ordenó Lucy. (Lucy era la voz que Eduard escuchaba en su cabeza).

 

Ante el escalofriante panorama de cadáveres desnudos, y las nubecillas de sopor sobre los cuerpos, Eduard quedó paralizado.

 

Repentinamente, un tipo monstruoso, de elevada estatura y desconcertante delgadez, saltó sobre él. Eduard lanzó un grito desaforado. El larguirucho cadáver se desmoronó tan rápido como se había levantado.

 

-¡Cállate, hombre! ¡Soy yo! ¡Lucy! …¡Ayúdame!

-Eduard apenas podía entender aquella voz cavernosa.

 

-¿Lucy? -gimió Eduard. La levantó del piso. El cadáver que Lucy había poseído pesaba una barbaridad.


Lucy se pasó los siguientes minutos probándose cada cuerpo. Había sacado un espejo de pedestal, de quién sabe dónde, y modelaba ante él.

Eduard, con el objeto de salir de allí lo antes posible, la ayudaba buscando opciones en las cámaras refrigerantes.

 

Finalmente, Lucy pareció satisfecha con el cuerpo de una jovencita, y aunque la carne se veía algo morada, en verdad lucía adorable.

 

-¿Te gusta? -preguntó Lucy, con la voz desafinada de la muerta, mientras hacía poses ante el espejo. -¿De qué te ríes?… ¡Tarado! -Le recriminó, empujándole suavemente. Pero tropezaron contra una pila de miembros diseccionados.

 

En el charco de sangre, vísceras y grasa, Eduard y Lucy se retorcían de risa, revolcándose el uno sobre el otro. Hasta que las risas le dieron paso a un sentimiento totalmente desconocido, en el que se mezclaba el temor, el amor, y la felicidad. ¿Qué pasaría con ellos? ¿Podrían acaso, amarse como cualquier pareja normal y bonita?

 

“Sobre todo normal”, pensaba Eduard; mientras Lucy lo miraba feliz y le atrapaba con sus brazos lánguidos, para besarle con su lengua áspera y helada.

 

**CONTINUARÁ…***

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