Sentado observé.
Aquella serpiente que huía.
Huía de su propia piel.
Se descarnaba para no ser sorprendida.
Por el rostro de águila.
Yo no comprendía lo que sucedía.
Sentía temor por verla a los ojos.
Pero el rostro me miró.
Me mostró la vida en un vuelo.
Con un sol que ocultó.
Dudé sobre mi mismo.
Había perdido mi cariño.
Mostraba respeto.
La serpiente entonces mordió mi cuello.
Y el águila ya no observaba a la serpiente.
Ella miraba mis ojos.
Mi angustia.
Mis siete pecados.
Fueron purgados.
Y el veneno subía.
Y yo deliraba.
Y la serpiente enrollada.
En un águila extasiada.
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