La sangre no es agua
Juan Manuel, el mozo, se acercó con una sonrisa que multiplicaba las arrugas de su cara. Había visto cómo bebía un sorbo de mi café ya frío y cerraba la computadora con los ojos humedecidos y una sonrisa en mi boca. —¡A que sí, a que lo terminó! Péreme tantito… —me dijo con una voz...