Encendió la estufa y puso el agua a calentar.

Diciembre mes frio, días cortos, el sol se va a descansar temprano y nos deja a oscuras.

Mientras tanto Blanca prepara su maleta.

-Blanca, ¡insisto! ¿Por qué no te acostás temprano?, dejás todo preparado, con que te levantes a las seis tenés tiempo de sobra.

-¡Qué no! Sabés que me gusta pasar la noche en el hotel, desayunar sin prisas e ir a la convención.

Beben la infusión con algunas galletas, la discusión está zanjada.

-¡Mamá! ¿Ya te vas?

-Si linda.

-¿Te acordás de mí regalo?

-¡Por supuesto!

-Gracias mamá, te quiero, ¡ah mami, que sea celeste!

-Si claro lo sé tu color favorito, dame un beso. Te quiero hijita, andá a terminar tus tareas.

-Adiós mami y que disfrutes con eso que hacés.

-A ver decime ¿en qué momento le vas a comprar el regalo?- le pregunta el marido-

-Por la mañana comienza la presentación de un grupo de exponentes y a la tarde el otro, ¡en la hora del almuerzo!, si regreso tarde no me pierdo nada, ¡tengo todo planeado!

-No creo que debas ceder a los caprichos de la niña.

-¡Quince añitos! Vamos acompañame al coche.

Blanca se subió al coche ya estaba calentito, su marido lo había puesto en marcha un rato antes. Se preguntaba por qué estaba tan preocupado, después de todo cada tres meses tenía algún seminario, pero sí, tenía sueño. Le besó efusivamente y partió.

-¡Ahora a esperar que pase el tren!, que largo, que iluminado, cincuenta vagones, ¿habré contado mal?

A unos dos kilómetros Blanca vio a una anciana en una parada de autobús, le pareció extraño, no quiso detenerse por si era un señuelo para que detenga el coche. La ruta está oscura, no ve ninguna señal dirección autovía.

-¡Otra vez esa anciana!, ¿serán visiones mías, el cansancio me hace ver cosas?, ¡no puede ser! ¿Qué está pasando?

La anciana le sonríe y hace dedo.

-¡No entiendo nada, ya van tres veces, mejor llamo a casa!

Blanca buscó en su bolso y no encontró su móvil. A cien metros vió un teléfono público, allí solo en medio de la nada. Se bajó, introdujo monedas y marcó el número de su casa. Descuelgan el teléfono.

-Hola, si hable.

-Hola ¿Quién habla?

-Un amigo de la familia.

-¡Soy Blanca!

Colgaron apenas decir su nombre. Volvió a marcar.

-¡No me cuelgue por favor! Le digo que soy Blanca yo vivo ahí, quiero hablar con mi marido.

-Poca vergüenza; ¡estas no son bromas! Él y su hija están siendo atendidos, a Blanca la están velando.

Blanca regresó atónita a su coche, no podía pensar, se sentó, miró por la ventanilla y ve como se acerca la anciana que sonriente le dice, ¡no tengas miedo!, haremos juntas este viaje; yo iba en ese tren y tuve un infarto. El destino nos unió.

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