LA RESPUESTA

El sol se hacía notar cada vez más tarde porque el invierno se aproximaba. Desde la cama, lo primero que Ismael percibía, era la claridad que anunciaba el día y que incontenible, traspasaba las celosías del ventanal. Esa mañana, algo era diferente. Tal vez se estaría anunciando una tormenta porque no había indicios de luz solar.

Con la pereza que le acompañaba cada vez que debía abandonar su lecho, caminó hacia el alero que, ubicado en el frente de su casa, le permitía ver la ubicación del sol y, más de una vez, sin siquiera consultar el reloj, le hacía posible indicar la hora casi con exactitud. Pero, ese día, algo inusual estaba pasando…

Parpadeó varias veces como tratando de desterrar vestigios de una noche pesada por el consumo de alcohol, miró hacia un costado y hacia el otro para darse cuenta de que la claridad era igual a la de todas las mañanas y que en el cielo celeste no había nube alguna que pudiese interrumpir el paso de la luz y menos aún que anunciara una tormenta.

Volvió a su dormitorio, se ubicó nuevamente en la posición en la que todas las mañanas veía cómo se anunciaba un nuevo día y tampoco encontró el haz de luz que, cambiando de lugar según la estación en que se encontrara, le indicaba que era la hora de levantarse.

Algo confundido, volvió al alero buscando una explicación a esa extraña situación. Caminó unos cuantos pasos y volviéndose hacia la casa, dirigió su mirada hacia diferentes direcciones. Fue en ese momento, cuando sin encontrar respuesta alguna, descubrió qué estaba pasando. ¡El sol había aparecido desde el Oeste y avanzaba hacia el Este!

Sin palabras y absorto, quedó contemplando tan extraña realidad. Al mismo tiempo se preguntaba si sería sólo él quien estaba viviendo esta experiencia o también lo estarían haciendo sus vecinos.

El mediodía lo encontró debajo del único árbol que había en su terreno. Desde allí observaba cómo la sombra se iba proyectando en forma contraria a la de siempre y a su vecino, que regaba los canteros con total tranquilidad, con los auriculares puestos como lo hacía todas las mañanas, sin demostrar algún signo que indicara que algo le estaba preocupando.

Entre asustado y aturdido, Ismael se preguntaba, si se estaría volviendo loco.

Era consciente de que sus vecinos lo consideraban un ermitaño y como un hombre algo extraño. Él lo sabía y no le molestaba. Era una elección de vida, de su vida, pero la realidad que estaba viviendo escapaba a esa elección. Esta realidad lo superaba y lo estaba torturando, porque le estaba demostrando que tal vez, sí estaría loco.

Era incapaz de decir con exactitud cuántos días habían pasado desde aquella extraña mañana. Podrían ser tres semanas o un mes. De lo que sí estaba muy seguro, era que la situación no había cambiado, el sol continuaba apareciendo por el Oeste para esconderse en el Este.

A partir de aquel momento sintió la certeza de que así sería para siempre, pero lo que no alcanzaba a comprender y esto fue lo más curioso, era la indiferencia que demostraba el resto de los lugareños, especialmente sus vecinos a quienes eran los únicos que Ismael, silenciosamente y desde el interior de su casa, había observado por unos cuantos días para detectar si había en ellos, algún signo de incertidumbre por estar frente a un fenómeno que los preocupara.

Nada de esto pasaba. Los días continuaban con la rutina de siempre.

Fue a partir de un atardecer, cuando al ver el sol escondiéndose una vez más por el Este, cuando tuvo la certeza. Entendió que ya no era necesario buscarla en otros y que ya no habría más preguntas.

Corriendo y a los gritos, Ismael salió desde el interior de su vivienda impulsado por una extraña energía que lo hizo recorrer el camino que conectaba la casa con la calle, sin detenerse. El sol le daba en el rostro pero se dejó encandilar. Al mismo tiempo escuchaba cómo resurgían desde un pasado bastante lejano, las palabras de Platón en los relatos de su madre.

Ismael seguía corriendo hacia la luz y esta vez, sí su vecino interrumpió el riego de sus rosales para observarlo con inquietud, pero a él no le importó. Sabía que la luz no lo iba enceguecer, muy por el contrario, algo le sugería de que estaba llegando la respuesta, que desde hacía un tiempo, él andaba buscando.

Había alcanzado su propia verdad. Ya no habría más preguntas, ya no más interrogantes.

Al haber encontrado todas las respuestas, al descubrir su verdad, sintió cómo se rompían las cadenas que lo mantenían atado y que le dejaban ver una sola realidad. Se sintió liberado de pesadas ataduras, las mismas que mantenían esclavizados a los prisioneros de la Caverna de Platón. La luz de sus propias convicciones le había dado la seguridad que él andaba buscando.

Solamente algo le faltaba hacer para vivir nuevamente feliz y disfrutar otra vez de los amaneceres con un rayo de luz filtrándose por el ventanal.

Esa misma tarde trasladó los muebles de su dormitorio al cuarto que estaba, justamente, en la posición opuesta a la del que siempre había usado. Lo más importante era que el ventanal diese hacia el Oeste.

Pasando el baño, estaba esa otra habitación en donde guardaba algunos trastos viejos. Sólo era necesario llevarlos a su antiguo cuarto para dejar todo dispuesto para estar seguro de que no estaba loco.

Las primeras luces del día llegaron como siempre lo habían hecho. Le estaban anunciando que otra vez había amanecido. Ismael, entre dormido, se volvió hacia la pared para que el resplandor no lo molestara.

MARÍA ANTONIA MARTINI

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS