No mires debajo de tu cama

No mires debajo de tu cama

XeniuS

07/05/2020

03:00 de la madrugada

 Ana dormía profundamente, ajena por completo a la noche que le aguardaba. Así suelen ser las tormentas, calmosas antes de desmelenarse por completo. Rondaban las tres de la madrugada, el exterior rezumaba tranquilidad y la calle desierta no contaba con más compañía que algunos gatos callejeros y el cielo estrellado.

03:15 de la madrugada

 Quince minutos después una serie de temblores despertaron a la bella durmiente. Somnolienta agarró el móvil para ver la hora. Las tres y cuarto de la madrugada. Frotó los ojos y bostezó un par de veces. Por lo regular cuando dormía sola le costaba hacerlo del tirón toda la noche. Sea como fuere no prestó mayor atención así que volvió a acurrucarse.

 Sin embargo el asunto no había hecho más que comenzar. Intensas vibraciones sacudieron el gastado suelo de parquet. Precedió a algo más inquietante pues ni eran temblores ni vibraciones sino más bien uñas rascando angustiosamente desde el interior de un ataúd.

 Ana incorporó medio cuerpo para prender la luz. Volvió a bostezar, estirándose antes de salir de la cama. Calzó sus pintorescas pantuflas de leopardo y echó una mirada rápida. Grosso modo nada fuera de lo cotidiano, habíase vuelto a desvelar en vano. Regresó a la cama y apagó la luz.

03:25 de la madrugada

 Apenas transcurridos diez minutos regresaron aquellas extrañas cacofonías. Ahora replicaba una voz femenina desinflada llamando por ella. Inquieta volvió a encender la luz, calzar las pantuflas y mirar más concienzudamente. Al igual que antes no observó nada fuera de lugar así que abrió la puerta de la habitación para salir al pasillo. Nada, igual de tranquilo y sobre todo cautivador merced a su acertada iluminación en tonos pastel. Somnolienta y desconcertada regresó a la cama. Estiró hasta la perfección las sábanas antes de meterse entre ellas.

 Y justo cuando estaba a punto de darle al interruptor tornaron aquellos retenes sonoros pero en esta ocasión más agudos, especialmente concentrados en un único punto. Gracias a ello logró ubicar el origen: ¡¡debajo de la cama!! ¡Anda que no había sitios en la casa!…

 Desplazándose a un costado primero y doblándose hacia abajo después apartó la ropa de cama que descansaba sobre el parquet. Con la sorpresa dibujada en su rostro vio un diario que no debería estar allí…

03:50 de la madrugada

 Firmado por una tal Marie Luise. Para Ana aquella mujer era una perfecta desconocida. Las hojas sucias y gastadas del diario contaban desventuras e infortunios sufridos de formas inenarrables por la citada Marie. Faltaban bastantes cuartillas así que Ana leyó la primera disponible.

 Faltas ortográficas y mala caligrafía parecían evidenciar que la escritura fuera hecha de forma despreocupada y apresurada. La desdichada Marie Luise probablemente encontrase en la escritura su válvula de escape a una realidad que no deseaba experimentar. A través de líneas torcidas y tinta desparramada podía leer sin excesiva dificultad las amarguras y pesares en su vida diaria. Ana tuvo la impresión de que la desconocida fuera parida para el sufrimiento más irracional.

 Sintió curiosidad por aquel personaje atormentado, empatizando rápidamente con ella. Por ende la semiente de la curiosidad no tardó en germinar dentro de ella.

04:10 de la madrugada

 Las hojas sucesivas se mostraban incompletas, desgajadas o resultaba imposible interpretarlas. Ana ansiaba saber más, mucho más. El gusanillo fisgón hacíale devorar el diario sin necesidad de condimentos ni aliños. Se detuvo en una página que comenzaba con la palabra “PESAR” escrita en mayúsculas.

 Marie Luise hablaba sobre una amenazadora visión que la torturaba. Según dejó plasmado en su diario una sombra habitaba dentro del espejo del tocador. Tenía por costumbre observarla por las noches, perturbando sus sueños y confundiendo su mente.

 A Ana no le costó ponerse en la piel de la desconocida e incluso sintió las mismas incertezas y miedos que pudo sentir ella. Imaginarlo era perturbador pero haberlo experimentado tuvo que ser horrible…

 Seducida por una curiosidad in crescendo miró hacia su propio tocador. El taburete yacía volcado y no recordaba haberlo dejado así. Su corazón pegó un bote y tres carreras de huída cuando una extraña sombra cruzó el cristal. Se trataba de una figura negra como el carbón, delgada e imprecisa…

04:15 de la madrugada

 Con las dos manos a la vez y en modo resorte cerró el diario, levantándose tenues volutas de polvillo. Lo dejó sobre la cama, viéndolo de reojo. Estaba acongojada ante el cariz que tomaban los hechos y más aún cuando la luz comenzó a titilar. No quiso seguir con la lectura, no podía o cuanto menos no se sentía con fuerzas. Conjuntamente allí y no en otra plaza cualquier estaba su sexto sentido, avisándole de que aquello no presagiaba nada halagüeño.

 Entonces volvieron las sacudidas y ese horripilante sonido a uñas arañando la madera. El diario se movió unos pocos centímetros antes de abrirse por una página que hasta ese momento estaba en blanco…

 Lo agarró con un marcado nudo en el estómago y armándose de valor continuó leyendo. Marie Luise tuvo miedo y según anotaciones a pie de página seguiría teniéndolo el resto de sus días. Escribía sobre algo o alguien que llamaba seis veces a la puerta de su aposento. Seis toques, ni uno más ni uno menos…

 Aún no concluyera tan perturbador capítulo cuando alguien o algo aporreó su propia puerta. A Ana se le heló la sangre. Otro golpe y la luz parpadeó; otro más y ya podía ver cada intervalo de oscuridad aumentado como si estuviese bajo una lupa. Tragó saliva, quinto golpe apenas perceptible… y así hasta seis. Cuando por fin cesaron se sosegó el tembleque de manos. Volvió al diario.

 Marie Luise estaba enferma, padecía una enfermedad tan misteriosa como el mismo origen de la vida. Con pulso poco preciso había dejado constancia escrita sobre lo grave de su situación. Lo que estaba al otro lado de la puerta acababa entrando. Era humo irrespirable, hollín denso y repulsivo que se deslizaba por cada resquicio de la puerta. Una vez dentro… ¡faltaba el resto de la hoja!

 Ana sintió pálpitos bajo las costillas, acompañadas por heladoras cuchilladas de su propio aliento cortándole la boca. A pesar de este contratiempo salió escopetada del lecho para cubrir el bajo de puerta con un par de blusas sacadas del semanero. Una vez hecho regresó a la cama, asustada como una niña pequeña. Tomó el diario para continuar desgranando su contenido.

 Las siguientes partes versaban sobre el teléfono de Marie Luise. De una fuerza invisible e incorpórea que actuaba desde dentro del aparato, desplegando perniciosas maldades. Bastaba con interactuar con el mismo para perder razón y perspectiva de la realidad.

 Ana puso los ojos como platos no pudiendo evitar observar de refilón su móvil sobre la mesita de noche. No tardó en sonar y lo hizo como si estuviese metido en un balde con agua. Pensó en apagarlo; no parecía mala idea empero le daba pavor tocarlo. Optó por dejarlo sonando y sonando hasta que dejase de hacerlo…

04:25 de la madrugada

 Más hojas arrancadas y otras cubiertas por pequeños lamparones de tinta que dificultaban la comprensión del texto. Era superior a ella, cada vez tenía más miedo y razones no le faltaban sin embargo se hacía menester saber qué otras sorpresas le depararía la noche…

 Marie Luise hablaba de algo que flotaba afuera, bajo la luna y bajo las estrellas. Algo cerca de la ventana que bajo ningún concepto se alejaba demasiado de la misma. Escudriñaba el interior desesperado por entrar. Era como una sombra oscura y mal perfilada similar a la del tocador. Quizás fuesen el mismo sujeto.

 Sea como fuere también esto sucedió. Desde la calle una negrura sin forma definida tocó con los nudillos (por llamarlos así) el cristal de la ventana, suplicando con voz embaucadora…

 Ana quedó aún más helada de lo que ya estaba. La luz de la habitación parpadeó un segundo para volver al siguiente y al siguiente titiló para retornar al segundo anterior. Atrapada entre claroscuros gritó y sus gritos le increparon.

 Un ser ceniza podía ser divisado entre el estor japonés, la ventana y la calle. Apagó la luz y allí estaba, agrandada su silueta por la luna. Encendió y ya no estaba, apagó y allí proseguía… implorando acceder al habitáculo.

 Ana se resistía a escuchar. Evidentemente abrirle no era una opción. El inoportuno visitante habíase metido en su cabeza. Sin embargo la joven resistió cada embestida, cada palabra y cada lágrima que aquel ser vertía, buscando doblegar su voluntad…

04:35 de la madrugada

 Este pasaje pondría los pelos de punta hasta a los alopécicos. Ana tuvo que despegar varias hojas pegadas entre sí antes de leer sobre otra presencia oculta bajo la cama. El resto de parrafadas volvían a ser confusas, sin demasiado criterio, como si hubiesen sido escritas por un niño de cuatro años. Todo lo empeoraba el pésimo estado del papel, tan frágil que se deshacía con sólo tocarlo.

 Ana respiró hondo, sus expresivos ojos necesitaban retomar el llanto. Estaba al punto de congelación pues en la habitación se notaba cada vez más frío. No era de recibo al menos no en otras circunstancias no obstante las cosas estaban como estaban…

 La invadieron dudas y cuestiones peliagudas. La primera en la frente… ¿mirar bajo la cama? Como en las películas de miedo, el bueno sabe que no debe hacerlo y aún así lo hace, topándose con el malo. Desgranarlo le generó escalofríos, intensificados por el molesto y continuado parpadeo lumínico…

04:40 de la madrugada

 No tardó en volver la claridad a estabilizarse. No obstante durante ese período de parcial penumbra Ana creyó morir víctima del miedo más primigenio. Habíase cubierto con la ropa de cama, buscando sentirse segura como de pequeña cuando debía esconderse del hombre del saco.

 Sacó un brazo para tantear, buscaba el diario para seguir leyendo. Era tarde para echarse atrás y lo sabía. A lo mejor las últimas hojas desvelasen el final o la solución a tan increíble puesta en escena…

 “Marie Luise, así me conoceréis. Fuego y agua, blasfemia de inquisidores, alma herida, caminante sin pies ni descanso; la desposeía de virtud y alma. Marie Luise La Cosechadora…

 Tú (con este TÚ Ana imaginó el dedo índice de Marie apuntándola) si lees mi diario me habrás despertado del largo letargo, habiendo avivado mi ansia por cosechar. Si lo has hecho me verás cruzar espejos, golpear puertas e interferir la red telefónica.

 Te observaré desde la calle y ¡TÚ me dejarás entrar! Para concluir mis trozos de carne saldrán recompuestos de debajo de la cama. Arrancaré tus ojos, cortaré tu lengua y desmembraré tus extremidades… ¡hueso a hueso! Después lo que quede de ti será depositado en las sanguinolentas tierras de lo oscuro y allí germinarás en forma de papel y tinta”…

 Arrojó el diario fuera de su vista, hipando mientras lloraba desconsoladamente. Súbitamente el conjunto completo de ropa de cama fue izado hasta el techo, convirtiéndose en una pelota de tela que primero rodó hasta la puerta y después hacia la ventana.

 El cristal del tocador se rajó milímetro a milímetro, saliendo de entre los añicos una tira estrecha y alargada de humo. Otra accedió al interior burlando las blusas que cubrían el bajo de la puerta. Penetró como Pedro por su casa, deteniéndose al lado de la anterior. Una tercera se desincrustó del móvil, lanzándolo sin miramientos contra al pared. La luz volvió a parpadear antes de que la última sombra atravesase el cristal del ventanal, sin romperlo. El estor japonés se zarandeó durante un rato…

 El aire gélido en la recámara se intensificaba a raudales. Probablemente ya alcanzaba valores bajo cero. Todas las presencias se compactaron antes de meterse bajo la cama de Ana…

 La luz titiló repetidamente, dando paso a un cuerpo horrendamente mutilado. Salió de debajo de la cama para ascender con movimientos lentos y poco precisos, agarrándose al colchón como si tuviese ventosas en lugar de manos.

 Sus miembros se separaban del cuerpo al menos treinta centímetros. Brazos, piernas y la propia cabeza salvaban esa distancia uniéndose al torso mediante largos y finos huesos descarnados, retorcidos y astillados. Era una visión espeluznante, tanto que hasta haría temblar al mismo infierno entero…

 Ana apenas lograba respirar de la impresión. Bloqueada ante los acontecimientos se antojaba más muerta que viva. Gritó como válvula de escape y el engendro también lo hizo. Éste respiraba abruptamente y a pesar de carecer de rostro dibujaba cada gesto humano a la perfección. La cara es el espejo del alma y la suya reflejaba penurias incontenibles y sufrimientos interminables…

 A pesar de tan extraordinario desconsuelo la contrahecha no cejaba en lo suyo, acercándose a la desdichada Ana con espartana decisión. Giró el cuerpo ciento ochenta grados así que mientras una parte de su anatomía miraba al techo otra miraba al colchón. Generó tal confusión que Ana no podría decir dónde quedaba la espalda y dónde el pecho. A pesar de ni siquiera tener rostro a la monstruosidad se le dio por echarse a reír y llorar a la vez…

 Retorcía sus huesos como si de goma se tratase, llevando al límite cada fibra muscular. Finalmente la lámpara del techo estalló, dejando a la oscuridad quedarse por tiempo indefinido.

 Sus pantuflas de leopardo salieron volando al igual que las almohadas; los cajones del semanero y la mesita de noche se desarmaron. La alfombra de deshizo en jirones de hielo; las fotografías se dieron la vuelta, los libros de la repisa comenzaron a arder y la silla de acento implosionó…

 En medio del caos y totalmente indiferente a tales incidentes la engendro mutilada, salida de un diario que jamás debería haberse abierto, se abalanzó sobre Ana…

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