No hay mal que no cure un cigarrillo por la tarde, decía uno que ya murió hace años, sin sorpresa alguna, de cáncer al pulmón.

Pero cuánta razón tenía.

Fumo cada tarde, al menos un paquete, no por la adicción. No me gusta su sabor, lo detesto, me causa náuseas el olor a cigarro, pero lo fumo. Me acabo toda la cajetilla y considero en comprarme otra.

Fumo tanto que ya van dos veces en lo que va de marzo que los bomberos vinieron envalentonados, con hachas, mangueras y ni un solo atisbo de miedo.

No imagino su decepción, estupefacción y terror al ver que tal cantidad de humo salía de una banca donde, un hombre, se encontraba sentado, calando y odiando el cigarro.

No me dijeron nada, se fueron, pero si tan solo se hubieran acercado, si uno de ellos hubiera tenido la preocupación de apagar el incendio que se provocaba en mi sistema. Tal vez, primero, hubiera sentido una lástima profunda, luego, hubiera preguntado.

-Señor ¿por qué fuma tanto?

Entonces, solo entonces, yo le hubiera respondido.

-Porque me gusta el cigarro.

El lector notará que es evidente que le he mentido, pero el bombero me hubiera creído y se hubiera ido.

Sin embargo, en el caso uno recuerde lo que es ser sincero, diría.

-Porque puedo ver cómo, poco a poco, mi alma sale de mi cuerpo.

El bombero se hubiera intrigado por la respuesta. La curiosidad, el chisme, lo impulsarían a preguntar.

Dirás ¿dónde queda la bondad, el buen samaritano y la preocupación por el prójimo? Ves mucha tele, hijito. Esas cosas solo existen en la tele.

– ¿Por qué desea eso?

Doy una calada tan grande que acabo todo el cigarro de una. Toso fuerte y ronco, lo sigo odiando y saco otro. Doy otra calada.

-Porque el mundo me hará más daño que un poco de fuego.

A partir de aquí imaginaré la conversación fluida.

-Nada hace más daño que el fuego. Incluso la vida tiene sus cosas buenas. En el fuego solo vas a arder.

-Posiblemente muchacho, pero la vida es un juego muy peligroso, muy peligroso. Es uno sádico y cruel.

– ¿Cruel?

-Exactamente ¿por qué te lo digo? Porque Dios creó el día para que veas lo oscura que es la noche. Creó el domingo para que sientas el pesar del lunes. Creó la dopamina para sentir el bajón de no tenerla. Es un constante desequilibrio, una ilusión, te premia y te quita.

Llega el primer juicio, aquí ya me está tomando de loco, sin saber que los locos somos los próximos en tener razón.

-Es extremista pensar ello, hay ratos que se irán en algún momento, tanto los buenos como malos. Al lunes, le seguirá otro domingo y, al domingo, un martes.

– Y quedarás atrapado entre tus llantos y sonrisas. Buscarás la carcajada entre un montón de lágrimas, eso es crueldad. Es lo equivalente que yo ponga dos hombres de mi condición a pelear con alfileres por un poco de razón. A diferencia de ti, yo no busco la felicidad, yo busco la calma, bombero. El incendio siempre acaba en cenizas y quedan así, cenizas. Algún día entenderás.

– Entonces ¿cuál sería la solución? ¿Suicidio?

– No ¡qué salvajada!

– Ilumíname.

– No hay mal que no cure un cigarrillo por la tarde.

Doy otra calada profunda. Le ofrezco un cigarrillo, rechazado. Sin saber que, cuando lo tome, lo encienda y cale tan fuerte que no quede espacio alguno en su sistema sin un poco de humo, vendrá de mi mano.

José Carlos Edmundo Grados Pinto

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS