En una sociedad donde nadie se conoce en realidad y donde al parecer nadie necesita de ninguno, está un ser que dedica sus días a uno de los servicios más antiguos y humildes de la humanidad. En las crónicas de la historia nos podemos remontar a los tiempos de los egipcios, donde este personaje se encargaba de rasurar las cabezas y cuerpos de los sacerdotes y grandes nobles, así como de faraón.
La antigua Grecia es famosa por ser la cuna de la civilización en muchos sentidos, uno de ellos es la filosofía. Lo que quizá ignoremos todos es que en esas reuniones, donde a lo mejor discutían Sócrates con Platón de algún principio filosófico importantísimo, también se reunían para acicalarse las barbas y sus cabelleras a manos de un discípulo anónimo y sin voz propia, el barbero.
El Barbero ha pasado de ser integrante de cortes monárquicas a ser médico de emergencias, dentista, casi cirujano, asesino a sueldo, chivo expiatorio de complots políticos, espías detrás de la cortina de hierro y hasta psicólogo actual donde la mayoría de sus clientes se desahogan de sus frustraciones y traumas…
Esta es la historia inverosímil de Arturo, el barbero de mi barrio, que lo conocí de niño cuando tal vez tendría unos 4 años y todos los demás que he visitado a lo largo de mi propia existencia.
Era un acontecimiento el ir a la barbería, recuerdo en aquellos años, me acompañaba mi madre a todos lados y era ella la que hablaba con el fígaro del barrio, detallando como deseaba el corte, yo, en realidad, solo prestaba mi rebelde pelo para la faena. Subir a la silla que yo la miraba enorme y parecida a la de una nave espacial me hacía sentir como un guerrero galáctico o algo parecido, pero a los segundos iniciaba un tiempo de terror para mí, entre amenazas de mi progenitora que no me moviese y pequeñas bromas burlonas de Don Arturo que si no me quedaba quieto podría rebanarme una oreja, me quedaba petrificado sintiendo como pasaba por mi piel la fría navaja afilada, precedida siempre del zumbido de la máquina de afeitar y el revoloteo de las tijeras que parecía un mortal colibrí que rondaba mi cabeza.
Aunque era totalmente seguro estar en la silla de Don Arturo, lo entiendo ahora que ya tengo más de 50 años, en ese entonces sentía que era un sacrificio vivo a los dioses de los rapabarbas y que en un segundo podrían sacarme el corazón aún palpitante.
Los tiempos pasan y no perdonan a nadie, recuerdo que cuando ya crecí un poco ahora era yo el que llegaba por mi propio pie a la barbería del cada vez más viejito Don Arturo, aún me daba un poco de miedo cuando pasaba la afilada navaja por mi cuello, ya no pensaba que me tomaría como víctima de alguna secta ni nada parecido, pero los accidentes existen y no quería parecer Van Gogh a mis 12 años…
Por otro lado, me emocionaba ir a la barbería porque aunque la silla de astronauta había perdido su encanto, se empezaba a abrir a mis ojos el universo de historietas y revistas que tenía el peluquero para el uso de su clientela. Siendo un niño de barrio sin muchos recursos, se pueden imaginar que era feliz leyendo todas las tiras cómicas que podía antes de que fuera mi turno en la silla y a veces, si podía, me quedaba después para terminar de leer algo que tenía pendiente. Esos años visitaba a Don Arturo por lo menos una vez al mes, hasta que un día ya no estaba ahí…
No sé con certeza que le ocurrió a Don Arturo, a lo mejor tendría unos 13 años, cuando en uno de mis viajes a la barbería me encontré con un joven de aspecto algo extraño, parecía salido de un tugurio de mala muerte. Que pensarían ustedes que en una barbería les atendiera un jovencito que olía a algo extraño, que no era tabaco y que tenía el pelo más largo que mi mamá…
Ya no tenía historietas para leer el nuevo barbero y no me dejaban leer los libros que ahí se encontraban, ahora llegaban hombres que antes no me había topado en ese lugar, lo extraño era que todos ellos tenían el pelo largo y barbas un tanto descuidadas; yo llegaba, me subía a la silla y me quedaba quieto mientras el extraño barbero hacia su trabajo en silencio, pero los demás hablaban entre sí de cosas que no entendía en aquel entonces y un día al parecer se corrió la voz que el nuevo dueño del local era “colorado”. Yo pensé que se referían a algún equipo de futbol hasta que la barbería fue copada por elementos del ejército y del gobierno de turno, yo gracias a Dios había llegado un par de días antes, porque la policía militar encerró a todos los que estaban en el sitio, hubo disparos y toda la cosa, decían las vecinas, relatando como sacaron a todos los peludos del local y que guardaban libros prohibidos junto con algunas armas y panfletos políticos de la época. Así, deje de ir a la barbería por un tiempo.
Son los años 80’s y ahora está de moda ir a las “estéticas” en los centros comerciales de moda en el centro. Yo tengo 16 años más o menos y quiero resaltar entre los jóvenes de mi edad, así que voy a uno de esos lugares donde te cortan el pelo unos tipos muy escandalosos en sus ropas y forma de hablar, pero que están a la moda en todo. Recuerdo una vez en especial, que me corte el pelo tan a la moda punk de esos años que mi madre cuando me vio me envió de inmediato de regreso a que me cortaran el cabello de nuevo, a estilo militar. Entonces adopté el corte más militar y de moda que podía en esos años, el “Flat-top” …
Cambie barberos como cambiaba mis atuendos estilo Miami Vice, no me sabía el nombre de ninguno y no me importaba, eran solo los encargados de entregarme un poco de actualidad y moda a un chico de barrio que deseaba sobresaltar.
Ahora que me veo, siento que han pasado siglos de eso, pero en realidad solo han pasado unas cuantas décadas.
Las barberías de barrio llegaron casi a desaparecer, fueron vistas por muchos jóvenes como lugares obsoletos donde solo se reúnen todo lo que ellos piensan que ya es pasado… En su lugar nacieron otras muy bonitas que ofrecen servicios adicionales como tener una mesa de billar mientras esperas, posters metálicos en sus paredes evocando una taberna de motociclistas o marcas vintage de los años 50’s, poder tomar un capuchino preparado por un barista o una cerveza artesanal bien fría, toallas calientes para colocar en nuestros rostros después de la rasurada para confortar nuestra piel, cremas y bálsamos para que nuestras barbas tengan una textura y aroma más agradables… Las Barber Shops de hoy en día son como salones de belleza para caballeros que resultamos ser tan vanidosos o aún más que las mujeres en estos tiempos.
No estoy en contra de esos lugares, quiero aclarar, de hecho, me gustan mucho y cuando mi economía me lo permite me gusta darme un gusto y consentirme, aunque ya no tengo la abundante cabellera de hace veinte años y quizá nunca tendré la barba de leñador escocés, sin importar lo mucho que consuma su Whisky.
Debo hacer una pausa aquí y recordar a un fígaro muy especial, hace un tiempo sufrí un accidente que me imposibilito mi movilidad acostumbrada, pase casi medio año atado a una cama y en mis mejores días a una silla de ruedas. Yo vivía en otra parte, me cuido espléndidamente mi familia, pero nadie podía cortar de mi pelo y barba. Sonará vacío para alguno, pero en esas condiciones, dependiendo de todo para mi limpieza, me ayudaban para llegar a evacuar, me bañaban, el verme desalineado me deprimía, entonces llego un psicólogo en forma de barbero, de nombre Esvin, muy sencillo él, todo corazón y oídos que me escucharon mis quejas existenciales, me atendió y ayudo a mi recuperación con lo que podía hacer…
Al cortarme el cabello y las barbas, Esvin me mostró que no era el fin de nada y que todo continuaría en mi vida, con frases simples y su humildad me dio, al igual que mi familia, esperanza para continuar.
Ahora ya estoy bien, recuperado y sigo adelante, por el amor de mi familia, sus cuidados constantes, pero también por el granito de arena que coloco un barbero haciendo su oficio y dando lo mejor de sí.
Un año después, una vez al mes, ahora voy a mi lugar de siempre, mi barbería de barrio; hoy la atiende Anselmo, ya no le digo don porque el viejo soy yo y no él, esperando no sea una falta de respeto. Me siento en unas sillas sencillas donde no veo historietas, pero si los diferentes periódicos del día, escucho y participo en las charlas con vecinos anónimos que no conozco, pero que nos reunimos sin saber nuestros nombres en ese sitio para hablar de lo que pueda estar ocurriendo en la televisión, de los políticos corruptos de siempre, del eterno sueño de que la selección de futbol llegue a un mundial, de las pasadas vacaciones, del clima o de que algún día Anselmo se quedará sin trabajo porque cada vez nos sale menos pelo a nosotros, sus clientes.
Pero en esa barbería de barrio nos conectamos varios semejantes, nos coludimos en contra de la modernidad quizá, riendo de chistes viejos y desgracias nuevas. Pienso en el encuentro con esa silla que aun en mi mente tiene toda la pinta de ser sacada de alguna nave espacial con sus brazos cromados y respaldo reclinable, palancas y demás; pero que ahora me parece tan relajante sentarme en ella que en ocasiones me quedo dormido mientras pasa la afilada navaja por mi cuello sin temer accidente alguno.
Y todo esto me pasa en la mente como un rayo, mientras veo levantarse de la silla cromada el cliente de Anselmo, este sacudiendo con su pañuelo el asiento para de inmediato voltear su mirada y decirme: “Adelante amigo, ¿cómo lo va a querer hoy?”
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