Dedicado a mi Licenciada, Laura Rangel. Me hubiera encantado que leyera esto. Le prometo que este cuento será el primero de muchos.
Había sido un baño de sangre. Pero si no hubiera sido por esa misma que nos había caído en la piel, probablemente habríamos muerto de frío ya que estaba muy caliente. Podías sentir como las botas se volvían más pesadas por los trozos de carne que se atascaban en ellas, y como ya era viejas o estaban rotas, algunas extremidades de los cuerpos las podías sentir con la punta de los dedos del pie. Para evitar ese inquietante sentimiento, varios de mis compañeros comenzaron a robarles el calzado a los nazis muertos. Yo era de una sección pequeña de Las Águilas Aztecas. No fui aviador, estuve en el campo de guerra junto a otro escuadrón de Estados Unidos. Nosotros éramos el Escuadrón 11. Fue muy complicado trabajar en equipo. Cuando comenzamos, éramos casi once mexicanos en el escuadrón junto a más de veinte norteamericanos. Hubo mucho racismo, pero, conforme caían más cuerpos aliados, más callados se volvían.
En ese entonces yo tenía veinte dos años. Mi padre me obligó ir al ejército. Recuerdo que le había dicho que la guerra no nos afectaba directamente como a otros países. Solo me llamó marica, cobarde y que ir a la guerra me volvería hombre. Era un alcohólico y un infiel. Varios de mis amigos lo veían salir de algún burdel y siempre que él los veía, siempre saludaba y gritaba que no le dijeran a mi madre. Era un idiota y a pesar de eso, le hice caso. Me uní a la sección de Las Águilas Aztecas y me llevaron a Berlín junto a otros de mi edad, fuimos a luchar una guerra que nosotros no comenzamos.
Apilamos los cuerpos de los nazis y los comenzamos a quemar. Varios nos acercamos a calentarnos y compartir el poco pan que aun llevábamos. Era nuestro cuarto acercamiento con el enemigo y habíamos perdido a más de la mitad. En aquella apestosa fogata de carne putrefacta, faltaba mi único amigo, Eder. Salí de ahí y fui caminando entre los árboles, esperando encontrarlo. Aún había cuerpos de compañeros y enemigos en el camino, varios eran adultos y muchos eran niños.
– ¡Psssst! – Llegué a escuchar a lo lejos. Fijé mi vista a la dirección del sonido y pude ver a Eder acostado en el suelo detrás de una barricada completamente perforada. Creí que había soldados enemigos cerca, así que me tiré al suelo. Él me miró y comenzó a mover la cabeza, negando mi temor.
– Solo acércate, y no hagas mucho ruido. – Explicó. Fui hasta él, arrastrándome en la nieve y agradeciendo al nazi que le quité las botas por haberse hecho unas plantillas con sus propias calcetas. Mis pies estaban tibios.
– ¿Qué ocurre? – había preguntado.
– Mira…- Eder me dio sus binoculares, fijando a una dirección entre algunos de los cuerpos que aún no habíamos apilado.
– ¿Lo ves? – Preguntó. – Es pequeño… busca las alas…
No había entendido eso ultimo. Pero, al momento que abrí la boca para cuestionar aquel extraño comentario … lo vi. Entre el pasillo de cadáveres envueltos de sangre y nieve, en medio de todos esos uniformes agujerados, pude ver unas pequeñas alas azules. Una parecía mordida. Tenía un cuerpo muy pequeño del mismo color que las alas. No podía medir más que una lata de refresco. Su cabeza era un poco más grande que su torso; tenía unos dientes muy pequeños pero afilados, pero no tenía ojos. Lo acompañaban dos orificios en cada lado de su diminuto cráneo, me hacía entender que eran sus oídos, o tal vez su boca, sea lo que fuera, estaban vibrando.
– ¡¿Qué es eso?! – grité.
– No tengo idea. Pero estuvo en medio del tiroteo. Debemos entregárselo al capitán.
Caminamos hasta la dirección de aquella cosa. Eder recargó su fusil y puso la punta del arma en ese pequeño cuerpo. No pude evitar sentir lastima al ver esas pequeñas garras tratando de hacer a un lado el arma. Sus pies o patas estaban aplastadas. No gritaba, pero podía escuchar cómo se forzaba para respirar. Eder y yo solo lo veíamos, asustados.
– Tus vendas… – le dije a Eder sin despegar la mirada.
– ¿Qué?
– Tus vendas, las que te sobran. Dámelas. – Tomé con cuidado ese pequeño cuerpo, sintiendo como una tinta azul caía en mis manos, era su sangre. Pensé que en algún momento me mordería o trataría de saltar, pero se veía demasiado cansado para hacerlo. Pesaba igual que un gato. Lo envolví en las vendas sucias de Eder, sin apretarlo mucho para no lastimarlo más. A lo lejos comenzamos a escuchar el grito de nuestro capitán llamándonos. Un nazi seguía con vida. Tomé esa cosa vendada con mis dos manos, haciendo mi rifle a un lado. Eder y yo corrimos hacia el olor a piel quemada.
Cuando llegamos, todos estaban de espaldas a nuestra dirección. Nos acercamos más y pudimos observar que el pelotón miraba a un niño con un pequeño uniforme con una esvástica en el pecho; estaba arrodillado. Lloraba y gritaba en alemán con las manos en detrás de su nuca.
– Quiero saber que mierda habla, ¡Eder! – gritó el capitán. Eder se alejó lentamente de mí, ingresando en medio de nuestros compañeros. Una vez enfrente del niño, comenzó a traducir.
– Dice que no quería atacar a nadie. Que solo tenían órdenes de buscar, no de atacar.
– Puedo ver… – El capitán volteó a ver los cuerpos en el bosque. -…que era lo que menos querían sus amigos hijos de perra que usamos para limpiarnos la suela de los zapatos. – Eder tradujo cada palabra y emoción que el mismo capitán realizaba. – Pregúntale que buscaban…
– «Was suchten sie?» – Preguntó Eder. El niño se quedó callado. Moviendo la cabeza de un lado a otro, repitiendo “nain”, “nain”- Solo repite, “no”, Capitán.
Cuando conocí al Capitán Oswald, lo consideraba un personaje de caricatura. Solo gritaba e insultaba, era misterioso en los entrenamientos y muchas veces sarcástico. Pero claro, eso fue antes de que comenzara a ver como sus hombres caían como moscas. En nuestro tiempo en batalla, nunca lo vi comer, pero siempre lo escuchábamos vomitar por las noches. A pesar de todo eso, nunca creí que lo llegaría a verlo tan desesperado, como ponerle su fusil en la boca a un niño no mayor a mi edad.
– ¡Pregúntale que mierda estaban buscando! – Recargó su arma al mismo tiempo que Eder trataba de estar lo más frío posible. Tartamudeaba ahora que traducía. El niño gemía, agitando su cara para poder quitarse el rifle de la boca, pero el Capitán solo la hundía más y más hasta que finalmente el pequeño alemán la quitó con sus manos.
– «Der Führer hat uns geschickt, Feenzu suchen!» – Pude ver como Eder abría los ojos, confundido.
– ¿Qué dijo, Eder?… ¡Dime que mierda dijo o le volaré los putos sesos a este niño!
– Dice… que el Führer los mandó a buscar… hadas, señor…
Todos comenzaron a reír, excepto Oswald. Volteó su fusil y comenzó a golpear al pequeño con la culata. Las risas se detuvieron al momento que el niño cayó a la nieve, manchándola con la sangre de su ahora nariz rota.
– Los nazis son unos putos locos. – Exclamó el Capitán, limpiando la sangre del arma. – “Hadas” … ni una mierda.
– Capitán… – dije detrás de mis compañeros. – Creo que el niño se refiere a esto. – Quité la poca nieve que había caído sobre las vendas y comencé a separarlas. Unos se asustaron, otros maldijeron – Lo acabamos de encontrar a unos pocos minutos de que nos hablara, Capitán. Creo que estuvo en medio del tiroteo.
– Mierda… – El Capitán lo tomó del pequeño cuello, examinándolo, tocando sus heridas. – Pesa…- El joven nazi vio a la criatura y comenzó a sonreír. Dijo algo en alemán y Eder inmediatamente explicó que dijo: “Creí que era una broma”. – Eder, pregúntale para que quieren estas cosas…
– Dijo que el Führer lo necesita, es todo lo que sabe. – tradujo, Eder.
– ¿El Führer? ¿Acaso no sabe?… hijo, el Führer se suicidó, perdieron, ustedes eran de los últimos pelotones activos… – Mis compañeros de batalla celebraron apenas escucharon eso. Eder tuvo que acercarse al oído del alemán para que lo pudiera escuchar en medio del ruido. Varios estaban expectantes en ver al pequeño romperse a llorar o insultarnos, pero solo se puso a reír. Solo estaba ahí, de rodillas con la cara pintándose de rojo, riendo. – ¿Qué diablos le pasa? – el Capitán lucía incómodo, observando el intercambio de diálogos de alemán a español.
– Dice que odiaba al Führer. Odiaba la guerra y sus padres lo obligaron a entrar a la guerra. Solo quiere regresar a casa.
– Al igual que todos nosotros, hijo… Pregúntale que sabe de esa criatura – dijo apuntando con el dedo al pequeño cuerpo que comenzaba a temblar de frío en mis manos.
Por varios minutos, habíamos olvidado del frío y de la guerra. Teníamos tantas dudas, al igual que el niño nazi. Al final nos enteramos de que solo le habían notificado que, en los bosques de Berlín, había más de esas cosas azules. Ellos lo etiquetaron simple y llanamente como “hadas”, por la obvia referencia a las ilustraciones en los cuentos para niños. No es secreto que Hitler estaba obsesionado por lo paranormal, incluso habíamos oído rumores de experimentos y platillos voladores, pero nunca de esto. Comenzamos a cuestionarnos si también esos rumores eran reales. El niño, ya más tranquilo, nos comenzó a guiar justo al lugar donde habíamos encontrado a la criatura, que también era el lugar donde habíamos iniciado el fuego. A ellos se les había dado la orden de recolectar todas las «hadas» que encontraran en esas coordenadas, era todo. Antes de que nos llegáramos con ellos y comenzáramos a disparar, habían descubierto una cueva debajo de un gran árbol que ahora yacía partido por una granada de fragmentación. Alumbramos dentro de ella con el poco fuego que teníamos de nuestros encendedores. No veíamos el fondo, pero si podíamos sentir en la piel un fuerte aire caliente. Alguien arrojó una piedra y otro contó cuanto tardaba en caer…
– “veinte segundos…” – dijo al escuchar la piedra tocar el fondo.
La criatura comenzó a moverse en mis manos. Quería volar, pero sus alas manchadas de ahora un color morado no podían si quiera estirarse completamente.
– No perdamos más el tiempo. – El Capitán sacó una granada de fragmentación y la lanzó dentro del pozo. – Todos, tapen ese agujero con balas, granadas y tierra si es necesario. Si Hitler quería un show de circo, les aseguro que no era solo para entretenerse. Tomen las armas de esos cuerpos. Aún debemos guardar nuestras municiones.
El silencio se ahogó durante el estallido de múltiples mp-40, Thompson, y granadas. Aun estando lejos de las detonaciones, podías sentir como vibraba el suelo debajo de tus pies. Eder y yo nos mirábamos preocupados. El monstruo azul estaba retorciéndose y llorando en mis manos; su llanto era agudo y doloroso, me generaba el mismo sentimiento como si rasguñara un pizarrón con mis uñas. Intentó volar una vez más, pero solo consiguió que su ala derecha, la que parecía haber sido mordida, se desprendiera de su pequeña espalda. El llanto solo aumentaba en decibeles cada que una granada detonaba dentro del agujero.
Cuando el fuego se detuvo, el joven nazi comenzó a reír.
– Dice que hemos ganado, señor. – Tradujo Eder. – Ahora está insultando a Hitler. – El Capitán se acercó frente al soldado enemigo. Sacó un cigarro y se lo puso en la boca, para después encendérselo.
– Hemos ganado, «mein freund»- Las detonaciones del arma estallaron contra el cráneo del niño, una y otra vez, hasta que la munición se acabó. – ¡Esto sería más fácil si los putos alemanes no reclutaran putos niños! – gritó Oswald en medio del silencio. Todos nos miramos, sabíamos que el Capitán estaba completamente perdido.
Hitler había muerto, pero aún faltaban unos días más de servicio obligatorio, esto debido a cuestiones políticas, pero al menos nos la pasamos en encerrados en el cuartel general. Después de eso, todos regresamos a casa. Todos, excepto Oswald. Unos años después me enteré de que, después de aquella noche que le quitó la vida a un niño, se encargó de ayudarnos a no regresar al ejército, en caso de que otra guerra comenzara. Incluso movió influencias para que regresáramos a casa con medallas y unos cuantos reconocimientos. Como si eso fuera suficiente como para evitar recordar aquella humillación protagonizada por, probablemente el último niño nazi.
Ojalá haber llegado a casa, me hubiera eliminado ese frío y amargo recuerdo. Mi madre había fallecido el tiempo que estuve en la guerra y a los dos días de haber llegado, escapé de casa y fui a vivir con Eder. Trabajamos juntos como maestros, yo de español y él de alemán en una escuela de Texas. Poco después renté un departamento donde me sentía completamente libre de mi padre, pero muchas veces estaba solo. Las primeras noches me temblaban las manos, sintiendo la nieve en mis pies. Escuchaba los disparos en mis sueños y los cuerpos de mis compañeros muertos los sentía caer encima de mi cama. Pero lo peor era recordar a esa cosa…
Después del último disparo en la cabeza de ese pobre alemán, sentí una fuerte mordida en la mano. Los pequeños y afilados dientes de esa cosa sin ojos se me clavaron por casi dos segundos, colgándose de mi piel mientras trataba de liberarme de su extraño hocico. Grité y todos voltearon a ver como la cosa caía a la nieve envuelta de esa sangre azul. Hoy en día no entiendo porque a pesar de haberme hecho daño, sentí miedo de que se ahogara en la nieve, así que me apresuré por levantarlo del suelo. Aún me odio por haberlo hecho. Apenas mis dedos rosaron su piel dura, comenzó a reír…
Esa risa… la sigo escuchando cada que sueño con la guerra… aguda como sus llantos y extraña e incómodamente humana. Sarcástica y entre cortada, el bastardo aun no moría, pero seguía teniendo problemas para respirar.
– « Jetzt bin ich zum Tod geworden…»
– No lo levantes… – me había ordenado el capitán. – Eder…
« Jetzt bin ich zum Tod geworden… der Zerstörer der Welten»
Eder estaba completamente helado, sus manos temblaban y sus ojos comenzaron a lagrimar mientras miraba a la criatura hablar y reír.
– “Ahora… me he convertido en muerte… ahora me he convertido en muerte, el destructor de mundos…”
El Capitán puso su bota encima del pequeño cuerpo azul, aplastándolo lento y lleno de odio. Logré escuchar como sus huesos se rompían uno a uno, al igual que un montón de ramas viejas. Sus entrañas salieron de su boca y de esos extraños agujeros de su pequeña cabeza. Vi la cara del Capitán, Oswald, lo estaba disfrutando, cada microsegundo. Pude ver como un pedazo de carne azul se le metía en su bota.
En todos estos años, con los pocos contactos que tengo que estuvimos en ese bosque, jamás volvimos a tocar el tema. Algunos lo disociaron, otros están muertos o simplemente no quieren hablarlo. Pero todos recuerdan la muerte del niño alemán. Lo último que supe del Capitán Oswald o el gringo, como Eder lo llamaba a escondidas, se quitó la vida apenas se jubiló como veterano de guerra. No sé si tuvo hijos o una esposa, solo supe que se ahorcó en uno de los baños del cuartel poco después de su fiesta de despedida. Eder, en cambio, falleció de viejo, casado y con tres hijas. Yo sigo solo, nunca me casé y tampoco logré encontrar a alguien. Pero me gusta así, no sé qué diablos tenía esa cosa que me mordió, pero han pasado muchos años y ni siquiera me he podido enfermar.
A veces, cuando es de día y dejo de disfrutar mi soledad, creo ver a ese pequeño alemán que encontramos en el frío bosque de Berlín como un adulto, vistiendo su uniforme sucio, con nieve y sonriendo con un cigarro en la boca por que el Führer se había quitado la vida. Emanando la misma esperanza con la que partió. No me gusta admitirlo, pero una parte de mi cree que el Capitán le hizo un favor. Solo le hizo ahorrarse un puñado de traumas y desilusiones.
«Ahora me he convertido en muerte, el destructor de mundos»
Al igual que Eder, no me quitaba esa frase de la cabeza. Un día llegamos de una fiesta celebrando el final de la guerra, él estaba completamente ebrio y yo estaba fresco a pesar de haber tomado una gran cantidad de alcohol (en ese entonces no sospechaba de la mordida de la criatura), así que encendí la televisión. Dos hombres platicando. El invitado lucía arrepentido por algo que aún no entendía. Pero pronto escucharía el nombre de ese sujeto… J. Robert Oppenheimer. El padre del proyecto Manhattan. Subí el volumen.
“Recuerdo la línea de la escritura hindú, Bhagavad-Gita… Vishnu está tratando de persuadir al príncipe para que… cumpla con su deber y, para impresionarlo toma su forma con múltiples brazos y dice… “ahora me he convertido en muerte, el destructor de mundos” … supongo que todos pensamos eso de una u otra forma…”
Derramé la cerveza en el suelo y comenzó a darme un ataque de ansiedad. Escuchaba la risa afilada de la criatura de nuevo. Podía sentir ese cuerpo en mis manos, veía esas vendas sucias y ese cuerpo aplastado en el suelo.
Ahora que han pasado varios años, creo poder entenderlo. Nosotros bombardeamos ese agujero. No preguntamos, solo lo hicimos. Estábamos tan desesperados que incluso le arrebatamos la vida a un niño. Esa cosa solo vio lo que haríamos después. Mi escuadrón y yo nos enteramos de la bomba nuclear en Hiroshima y Nagasaki apenas dos días después de aquel incidente en el bosque de Berlín. Al final solo se burlaba de nosotros. El bastardo sabía que, después de todo, terminaríamos exactamente como él… solos.
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