Era muy común ver a Oscar en distintos lugares de la ciudad. A veces, durante el día, se dirigía hacia la Plaza Inglesa y se sentaba a dar migajas a los pájaros que pasaban por allí; otros dicen que vieron cómo contemplaba los rosales e incluso les susurraba poemas que había leído alguna vez. Yo conocí a Oscar en la cola de espera en una tienda de ropa, era bastante extraño su modo de vestir. A pesar de estar a la moda lucía siempre un sombrero que le sentaba muy bien con su rostro, pero no siempre con aquello que llevaba puesto. Oscar era un tipo muy particular, muy conocido por todos, personaje de pueblo, se entiende ¿no? Era de esas personas de las cuales todos saben algo, pero nadie se anima a juntarlo todo en un mismo relato. A veces por temor, otras veces por desconocimiento, pero en caso de Oscar, era por temor de la gente en poner en su propia boca, aquello que Oscar hizo en su vida. Para estas épocas, es un nombre viejo, y de hecho los más jóvenes no saben quién es, pero hay algunos, ancianos y conocedores, que aún al ver de lejos su silueta podían reconocerlo venir.
Yo me animo a escribir de Oscar porque pude conocerlo, pero más que a él pude saber su historia. Era un personaje muy sabio, dicen algunos que estudió de joven en grandes universidades, e incluso sus ensayos y proyectos llegaron lejos y no sólo a sus vecinos. Sin embargo fue otra ciencia, la ciencia de cosas ocultas, la que llevó a la ruina a este hombre y a dejarlo varado en algún escalón donde dormir. No supe bien a qué se dedicaba, algunos dicen que sabía de estrellas en el cielo otros de brotes en la tierra; los más ancianos dicen que sabía de letras, pero los más jóvenes le atribuían conocimiento en química; en fin… Oscar sabía algo, algo que comunicaba y dejaba a todos en claro que portaba ese conocimiento. Era como una alquimia, la alquimia de las cosas más importantes y sin celos compartía sus pensamientos y conocimientos. Pero, como la sabiduría ha sido siempre sentada en el tribunal, fueron sus conocimientos sobre el verdadero sentido de las cosas lo que lo dejó en demencia. Siempre tuvo que revestirse de misterio y analogía para darse a conocer cómo él realmente era sin quedar sujeto a padecimiento alguno a causa de su esencia.
Pero… ¿cómo es posible que este hombre tan ilustrado termine acusado de locura indecente? Esta no es sólo la historia de Oscar, mi pobre amigo, sino del Banco de la Verdad y sus millonarios asociados. Este Banco ha sido el ente más perdurable en la historia de la humanidad, y diría que ha sido gestado naturalmente por obra de algún contrato social, sin embargo es sorprendente, la cantidad de aficionados que ha cargado durante el tiempo en sus catálogos de socios. Esto es posible por un grupo muy secreto, hombres ancianos y de distintas sociedades, una legendaria logia de sabiondos y burgueses que se apropiaron de la verdad y se repartieron un poco de ella entre sus participantes. Estoy seguro de que me entiende, usted lector del otro lado, que la moneda que en este banco se comercializa, es una moneda un poco particular. Es un derivado de la Verdad verdadera, utilizada sólo para el comercio del amor sincero. No he visto dueño de un banco que no posea un buen pasar, pero esta firma de asociados se olvidó de otros pasares, y a sus socios catalogó de acuerdo a sus actitudes y tendencias. Así diría yo, que fue creada la moral sin moraleja, aquella que es actuada y mantiene este Banco firme, mientras que aquellos que no cuentan con esta moneda en sus bolsillos, apenas pueden regatear o conseguir fiado por ahí.
En el último tiempo ha habido múltiples bancos emergentes en todos lados, que quieren dar emisión a una moneda más universal, aquella que permita al hombre entregarse con maestría al verdadero comercio del amar y ser amado, pero esta bandada de buitres acecha contra aquellos que quieren dar rienda suelta a los lazos del amor amado. Esto es lo que ha sufrido en su historia mi amigo Oscar, entregado a la pasión por las cosas simples y el gusto por la belleza supo escabullirse de las garras de este emporio, pero a escondidas no podía abandonar su propio reflejo de simple ruiseñor enamorado en busca de una espina que le permita hacer brotar de adentro su esencia y su amor.
Al final, solo y triste, se quedó dormido allí, en el banco de la plaza donde solía estar sentado. Quién sabe hace cuanto no comía el desamparado, sólo lo vimos quieto, entumecido, expectante a que floreciera su rosal preferido. Los vecinos del barrio, y algunos conocidos, aquellos que también conocen la alquimia del simple amor, acompañaron su féretro hasta el crematorio y esparcieron sus cenizas por el tiempo y la historia. Sólo hay cuentos de algunos, quienes se animan al verdadero amor, que saben de Oscar por escuchar cantar al ruiseñor y encontrarse una rosa roja.
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