Acoso escolar venganza

Acoso escolar venganza

J. A. Gómez

26/07/2020

Alejo Buenaventura fue un excelente estudiante y de eso nunca hubo dudas. Aplicado y centrado suyo era el mejor expediente académico. Sin embargo transitó solo entre luces y sombras, consumido por una honda amargura y una prolongada desesperación.

 Tan notoria era su falta de sociabilidad como desmedida su inteligencia. Amigos si alguna vez los tuvo quedaran trastabillados en el camino. Desde que tenía uso de razón fuera apartado, repudiado y expulsado de diferentes manadas. ¿La razón? Según sus compañeros era un bicho raro. Por lo regular se cumple cuando alguien no forma parte de la misma serie numérica…

 Nadie volvió a saber de él desde aquella fatídica noche de sábado. Pudieron ayudarle pero no quisieron y de querer no habrían hecho el esfuerzo ¿para qué? Quizás sus poemas trágicos clamaban mesura a lo largo de diez versos de sangre. Otros necesitaban pasarlo bien, echarse unas risas a costa de un tercero y para esto precisaban de Alejo. Siempre silencioso e invisible, clavando su mirar en el suelo para evitar miradas burlescas. Excesivas noches de desvelo ante el ingrato panorama del amanecer. Profesorado indiferente, chicos y chicas pasando de él y padres despreocupados. Risas multitudinarias recorriendo los pasillos, zancadillas, hurtos, pintadas… Antes o después pasaría y pasó.

 Habían forzado la chifladura del joven Alejo Buenaventura. Nadie quiso las culpas porque nadie formaba parte del problema. ¡Hipócritas! Los que callaron amasaban culpa bien por acción bien por omisión.

 A pesar de las pesquisas policiales nunca se dio con su paradero. Cuanto aconteció aquella noche coletea en la actualidad barriendo hacia lo sobrenatural. Sus compañeros se habían lavado las manos cargándolas bien de jabón. No deseaban ser salpicados por aquel escabroso asunto ni soportar la prensa a diario apostada en sus casas, montando guardia para formular una pregunta o tirar una foto.

 El escueto comunicado de la universidad se limitaba a echar balones fuera, eximiéndose de cualquier responsabilidad al no tener conocimiento de los hechos. Los compañeros de Alejo afirmaban que en los últimos meses estaba más rarito de lo normal…

 Nazario Loyola y sus lugartenientes tuvieron mucho que ver en tan peliagudo tema. En última instancia fueron los verdaderos culpables de cuanto sucedió después. Pero estaban muertos con lo que no podrían contar su versión y de hacerlo poco se ceñiría a la verdad. Por aquel tiempo Nazario era delegado de clase. Por supuesto no podría entenderse de otra manera. Fue el más popular del campus y no precisamente por preparar café para afrontar largas noches de estudio.

 Cumplía a rajatabla los estereotipos. Capitán del equipo de baloncesto, alto, fuerte, atractivo, seductor y con la novia más guapa y tonta de la universidad.

 Veía en el desgraciado de Alejo lo contrario a él. Un don nadie sin carácter incapaz de defenderse e incapaz de portarse como un hombre ante los retos de la vida. Desde dos cursos atrás la había tomado con aquel pobre infeliz.

 Fue un acoso constante que socavó de a pocos la moral de Alejo Buenaventura. A veces sobrepasaban cualquier línea roja pues entraban en juego factores como la intromisión a la intimidad, lesiones y humillaciones psicológicas. Por supuesto los secuaces de Nazario grababan todo en sus dispositivos móviles para a posteriori distribuirlo por el campus. Nadie le tendió una mano, ni amigos ni enemigos. Los primeros por inexistencia y los segundos por principios.

 La existencia del joven Alejo Buenaventura distaba de ser dichosa así que por puro hartazgo empezó la transformación y el principio del fin…

 Pocos conocían su afición por la sociedad y armas medievales. El sótano de su casa constituía un pequeño arsenal que iba desde imitaciones hasta auténticas piezas de coleccionismo. Contaba con armaduras, escudos, lanzas, ballestas, espadas, cotas de malla, mazas y hasta una torre de asalto, un ariete y una catapulta a escala. Esto sin mentar libros de feudalismo, pósters, películas, figuras articuladas y un largo etcétera.

 Aquel nido protector llamado hogar era su única vía de evasión. Se veía a sí mismo cuan caballero enfrentando a la muerte con coraje y disposición; librando justas contra otros caballeros para limpiar su honor mancillado.

 Aquellos dos años académicos habíanse convertido en un martirio. En parte culpa suya por no saber darse a valer, no darse a respetar aunque el golpe más fuerte se lo llevase él. Hablar del problema o delatar a los culpables no serviría de nada, de hecho lo único que probablemente conseguiría sería encender todavía más el acoso de Nazario y esbirros. No le quedaba de otra que tragar mierda.

 Con los meses se pintaron láminas psiquiátricas y pinturas de guerra. Entonces la olla a presión terminó estallando, quedando la razón perdida en sus argumentos…

 Imperativo deshacerse de Nazario Loyola y cómplices. En su cabeza habíase asentado tal juicio como la única manera de zanjar aquel acoso y derribo. Ya habría tiempo a meditar sobre las consecuencias prácticas.

 Para el sábado de autos estaba organizada una fiesta (no autorizada) de disfraces en el destartalado hospital mental. El complejo fuera clausurado a finales de la década de los sesenta si bien se siguen y seguirán haciendo festejos. Como si lo allí acontecido perteneciese a un oscuro pasaje del libro del pasado. Es más, los hay que pasan la noche en el recinto espoleados por el morbo, esperando ver alguna aparición a la que se le escape el paradero de Alejo Buenaventura…

 Los móviles propagaron a modo de pandemia la buena nueva. Por supuesto alcohol de garrafón para todos; sexo garantizado y drogas de toda índole. En definitiva lo necesario para que nadie quedase decepcionado. Evidentemente esa noche pasaría a la historia y así fue pero por motivos bien diferentes.

 Por contra Alejo huía del bullicio ya que no tenía por costumbre interactuar con los de su especie. Realmente detestaba cualquier forma de diversión que no encajase con su visión de la juventud en particular y de la sociedad en general.

 Jamás sintió el roce de una dama ni se emborrachó por lo menos una vez como dictan los cánones estudiantiles y por descontado no a las drogas.

 Se levantaron barreras de ira para dejar entrar una tormenta que sobrevolaba desde tiempo su cabeza. Incluso se izaron blasones que pronto clamarían sangre en honor a su linaje y por los dioses que la tuvieron…

 Desplegaría serena venganza en pro de justa causa, desatando un infierno que de una u otra manera lo salpicaría. Conocía aquella boca del lobo mejor que nadie porque su abuelo estuviera internado una larga temporada debido a desequilibrios mentales.

 Algunos domingos cuando niño y acompañando a sus padres visitaba al chalado que sólo ante el nieto parecía transformarse en alguien lúcido y cuerdo. Muchas fueron las historias que le contó emocionado como si hubiese formado parte de todas y cada una de ellas.

 Relatando aquellas aventuras suspiraba ser creído y con que su nieto lo hiciese se daría por satisfecho. Para el resto del mundo un pobre diablo incapaz de ubicar la realidad. Bajo el yugo de pastillas rojas, blancas y descargas eléctricas no hacía más que orinarse encima. Falleció una calurosa mañana de agosto dejando una nota para su nieto con un extraño mensaje…

 El sábado de autos el lugar estaba atestado de estudiantes disfrazados tal y como requería la ocasión. Una marea multicolor dispuesta a vivir la velada descontroladamente. La noche prometía emociones fuertes y así fue.

 Alejo Buenaventura se había pasado por allí días antes para preparar y ejecutar su venganza. Haría del derruido sanatorio el más grande, caótico y sangriento escenario. Ya había escondido armas de su colección en diversos puntos estratégicos.

 Prácticamente tenía memorizado cada recoveco, cada corredor y cada habitación de cada planta. Su memoria fotográfica era igual de virtuosa que las manos del maestro de cámara tocando el violín. En esas lo atacó el olor a orina de su abuelo y las feas palabras de sus padres deseando la muerte del viejo…

 Restaban los actores principales para poner en marcha los engranajes. ¿Qué podría salir mal? En realidad muchas cosas. Uno más entre la marea humana irreconocible embutidos en dispares disfraces, algunos de cosecha propia, otros alquilados y el resto comprados en bazares orientales.

 Alejo Buenaventura acudió ataviado de corte medieval. Un caballero curtido en mil batallas. Verdaderamente logrado parecía haber emergido de finales del siglo quince. Su cabeza iba dentro de un yelmo ligeramente abombado en la parte frontal. Pico de pájaro desproporcionado (similar al doctor de la peste) y dos grandes astas en la parte superior completaban la decoración.

 El acto final debía comenzar sin dilaciones y por más factores que entrasen en la ecuación Alejo tendría que lidiar con lo que fuese. La ruidosa noche ocultaba desenfrenos y horrores venideros; horrores de los que beberían las almas condenadas.

 Los jóvenes desfasaban desde bien pronto ajenos al resto de los problemas terráqueos. Grupos dispares interactuaban entre ellos jugando a la botella en un rincón como si contasen quince años. Despreocupados se dejaban imbuir por aquella música elevada a la máxima potencia.

 Consumían pastillas para la tos, agua con misterio y otras mierdas que a modo de brebajes químicos desembocaban en vómitos y peleas de gallitos. Tanta algarabía y tanto ruido perturbaban a Alejo porque su concepto metafísico era infinitamente más elevado.

 Al principio le costó adaptarse a cuanto lo rodeaba sin embargo debía ser uno más del montón para pasar desapercibido. Evidentemente había una falla pues las miradas se centraban en él y es que resultaba imposible no acaparar atenciones disfrazado de aquella guisa. Antes o después los más curiosos terminaban sacándose fotos con él para subirlas a sus redes sociales.

 Nazario Loyola y lugartenientes irían disfrazados de vampiros. Se habían jactado de ello haciéndolo público lo menos quince días antes no fuese ser que alguien tuviese la ocurrencia de copiarles el disfraz. Muy acertada elección pues eso eran ¡chupasangres!

 Alejo estaba sobreexcitado. Apremió sus pasos convirtiéndolos en zancadas con un único objetivo: localizar y destruir a aquellos que hicieran de su vida un infierno en la tierra.

 Les regalaría trozos de ese averno servidos en frío. Aprovecharía la ocasión y el momento para ¡golpear con fuerza! Sin vacilar ni mostrar piedad alguna. Al menos confiaba en que tendría suficiente valor y estómago para dar el paso. Los estudiantes se repartían buscando intimidad, para esnifar o simplemente beber como esponjas.

 A pesar de la limitación visual dentro del yelmo había fichado a uno de los vampiros. Se trataba de Benito, éste empujaba de mala manera por una chica muy pálida de piel. La llevaba bruscamente del brazo, marcando territorio, descubriéndole quién era el macho alfa. La joven tenía una botella de vodka en la mano, el contenido se agitaba tanto como ella…

 Benito era uno de los lugartenientes de Nazario Loyola. Sus dientes amarillentos montados de manera escandalosa y echados hacia fuera certificaban que era él, sin confusiones. Alejo estudiaba al vampiro desde una distancia prudencial. Sin percatarse fuera flanqueado por dos beodos disfrazados de payasos. Llevaban las pelucas descolocadas, el maquillaje corrido y el aliento a fuego de alcohol barato.

 Alejo Buenaventura tenía asuntos más importantes que tratar así que tras quitárselos de encima siguió al Drácula y a la chica. Discutían de forma tan acalorada que más pronto que tarde llegarían a las manos.

 La planta baja ciertamente olía mal y recorrerla equivalía a pasear por un vertedero infesto. Alejo sabía del mejor sitio para colocarse. En sus manos una compacta ballesta antigua. La había tomado previamente de uno de los puntos a tal efecto preparados en días previos.

 La chica vociferaba asustada. Benito le quitó la botella de muy malas formas y después de mirarla con desprecio echó un trago. Mientras bebía la joven aprovechó para empujarlo y salir por patas.

      —Sí, vete, corre… ¡Estrecha! ¡Zorra! ¡Calienta braguetas! —Increpaba furioso, tambaleándose por la ingesta de alcohol.

 Tales calificativos no se alargaron demasía porque una flecha le atravesó el cráneo como si fuese una sandia. La punta metálica le salió por el ojo derecho varios centímetros. Justo al mismo tiempo se escucharon en la distancia vítores y aplausos por la nueva sesión musical del pinchadiscos. El estudiante se derrumbó, vertiendo el contenido de la botella sobre un suelo pintarrajeado de rojo.

 ¡Estaba hecho! No había experimentado turbación alguna o al menos no de manera que su conciencia lo ahogase en la culpa. Pero aún en el hipotético caso de que así fuese no tendría más que acordarse de cualquier humillación sufrida. Arrastró el cuerpo hasta el habitáculo anexo. Para no dar el cante lo cubrió con un par de alfombras raídas. Allí mismo dejó la ballesta antes de regresar al epicentro de la fiesta…

 No entraba en sus planes cruzar palabras con nadie por más que le preguntasen insistentemente quién era y de qué narices iba disfrazado. Deambulando por rincones de la infancia y apremiado de ansia ardiente se deslizó al corredor del ala este. Por aquella parte las paredes perimetrales se las veía dañadas por las filtraciones mientras que el suelo dejaba ver enormes huecos y restos del mallazo.

 Escuchó un fuerte crujido que llamó su atención. Esquivó agujeros, alambres oxidados, cruzó puertas y salió de varias habitaciones hasta personarse en una sala de espera. Allí lo vio como se ve al enemigo descuidado en sus labores de vigía. Sin darse a descubrir deshizo lo hecho para recoger, en el punto de suministro oportuno, una hachuela y un cuchillo curvo.

 El vampiro estaba sentado en lo que quedaba de una silla de muelles mohosos y retorcidos. Sobre un puñado de tablas cruzadas a modo de mesita descansaban una tabaquera y un par de rayas de cocaína.

 Se aproximo cauto. Su mano diestra bajó al cinturón para sacar la hachuela mientras que con la zurda asía el cuchillo. El vampiro Joel no era consciente del peligro en ciernes. No destacaba por ser buen estudiante pero sí por acumulársele problemas tanto con la autoridad académica como policial. Era curioso ese rostro infantil típico en él escondido tras una barba poblada que buscaba potenciar su hombría.

 Alejo Buenaventura lo observó guarecido en la sombras. Recordó aquella ignominia en las duchas; las carcajadas, la navaja de afeitar, los empujones y un brazo partido. Esto fue suficiente para caldearlo. Agarró firmemente la hachuela y la noche pareció encogerse.

 La levantó tan alto como pudo para descargar un golpe aterrador sobre la cabeza del vampiro. Ésta abrió en dos como almejas al vapor. Sin piedad tiró hacia atrás para exponer la garganta de Joel. Lo degolló con el cuchillo curvo. La sangre salió disparada dejando huella en las manos, en la ropa y hasta en la cocaína que del blanco pasaría al rojo. El cadáver fue arrastrado a un rincón quedando oculto bajo cartones, tablas y tubos oxidados.

 Dos despachados y quedaban otros tantos. Tras adecentarse un poco y deshacerse de las armas retornó a la algarabía. ¿Un asesino nace o se hace?

 Alejo Buenaventura parecía un zombi desnortado. Su cabeza daba vueltas intentando justificar unos hechos terribles. Trotaba para acá y para allá antes de regresar sobre sus pasos, tomando otro rumbo para volver a comenzar.

 Aquel inquietante disfraz no dejaba indiferente a nadie. Como suponía este pequeño gran inconveniente se fue disipando con el avance de la madrugada y «ciegue» generalizado.

 Las pupilas de Alejo escudriñaban aquel habitad salvaje. Sus ojos sobrealimentados proseguían vetados dentro del yelmo con pico de pájaro y formidable cornamenta.

 Entonces de manera casual vio a otro vampiro: Joaquín. Estaba en la planta superior apoyado en la barandilla de espaldas. Hablaba por el móvil gesticulando ostensiblemente y se le veía claramente molesto. Acabó estampando el terminal contra el suelo para seguidamente perderse por un enorme socavón en la pared.

 Ipso facto Alejo se espabiló, persiguiéndolo. Por el trayecto debió apartar un par de borrachos disfrazados de perritos calientes.

 Joaquín era el vampiro más viejo. Años físicos porque los mentales brillaban por su ausencia. Gustaba vestir de sport; siempre tarareando canciones protesta y siempre enorgullecido de sus tatuajes, anillos, aros y colgantes. Era tanta la atención que despertaban sus complementos que apenas se fijaban en su físico. Para nada entraba en los cánones estipulados por la manada empero lo compensaba con su carácter y número de seguidores en la red. Siempre llevaba el pelo largo caído hacia adelante para cubrir una cara salpicada de acné. Parecía no haber abandonado nunca la adolescencia…

 No tardó en dar con él. Desapercibido bajo la sombra proyectada por dos salientes del techo pudo ver pasmado como se estaba dando el lote con otro chico. En pleno desenfreno pasional se tiraron para un cuarto donde la luna quedaba perfectamente visible, inyectando su luz trémula al interior. Alejo Buenaventura aprovechó para acercarse al puesto armado. No había cantidad pero sí calidad. Agarró la maza de dos cabezas, aferrándola sólidamente. Le hervía la sangre y le quemaba la piel pero al mismo tiempo su férrea voluntad se quebraba pues ciertamente no era un consumado asesino. De cualquier forma no había de otra pues no podía dar marcha atrás ni arreglar lo desarreglado. Además con pensar en cualquier otra humillación sufrida en sus carnes sería suficiente para dejar salir la bestia.

 Las cadenas de la maza se movían quedamente. Al final de las susodichas dos bolas de hierro macizo engalanadas con afiladas protuberancias. Sonaban al tocarse como un par de sonajeros cuyas canciones solamente entonaban muerte.

 Afuera la música abríase paso como decenas de personas en las rebajas. Las vibraciones atravesaban muros podridos y tabiques desmoronados pero no las meninges de aquella tropa ávida de diversión.

 Antes de entrar al cubil pecaminoso echó un vistazo en derredor para asegurarse de que nadie transitase por las cercanías. Ni un alma. Joaquín el vampiro estaba detrás de su amante repartiendo amor a raudales.

 Alejo levantó la maza. Inspiró y expiró antes de descargar violentamente un golpe en la sien del don Juan de oferta. La cabeza del lugarteniente reventó dispersando sesos en todas direcciones. Espasmos y tembleques recorrieron aquel cuerpo apagado con prontitud. La agonía finalizó cuando otro golpe le hundió el cráneo. No le resultó tarea fácil sacar la maza incrustada en el hueso.

 El vampiro cayó encima del otro joven llenándolo de sangre y trozos de materia gris. Aquel desconocido intentaba voltearse sobrecogido por los hechos, cosa que no pudo hacer porque Alejo le brindó un leñazo. Sin embargo fue calculado y contenido pues quería dejarlo inconsciente no matarlo. A fin de cuentas él no tenía culpa de nada. La madrugada llamó por la luna para juntas beber de la sangre derramada.

 Repitió la mecánica escondiendo el cadáver entre cartones. Ató al amante de pies y manos, cubriéndole la boca con cinta americana. Las manchas y lamparones pasarían desapercibidos. ¿Quién se fijaría en ellas? Formaba parte del disfraz. En el interior del yelmo sus ojos se cerraron buscando paz y tardaron lo suyo en volver abrirse…

 Restaba el vampiro líder Nazario Loyola. Sus cuentas pendientes sopesaban un quintal y Alejo Buenaventura estaba harto de cargar como una mula. No resultaría difícil dar con él porque el más popular del campus estaría rodeado de pretendientas y colegas de conveniencia. Alejo por contra tenía amigos mucho más «elevados» siendo la luna uno de ellos. Ésta le señalaba el objetivo, encendiéndole un estrecho corredor sanguinolento que llevaba al exterior.

 ¡Bingo! Disfrutaba en soledad del frescor de la madrugada. Alejo sonrió satisfecho pues pronto terminaría aquella encomienda sangrante. Regresó para tirar hacia el puesto de armas más cercano. Allá echó mano a la espada ropera que al igual que los lamparones de sangre formaba parte del elaborado disfraz…

 Tardó en volver a salir ya que otro borracho, colgando de su cuello, se emperraba en contarle ciertos problemas sexuales con una muñeca hinchable. Apenas se sostenía de pie y el aliento a alcohol certificaba que no sabía lo que estaba diciendo. Alejo no estaba para minucias así que se lo quitó de encima propinándole un empujón. De haber echado la vista atrás lo vería doblado en el suelo vomitando hasta la primera papilla. Alguien disfrazado de forzudo lo ayudó a levantarse.

 Afuera se estaba bien, jóvenes entraban y salían como hormigas del hormiguero. Sentado en el balaustre pétreo Nazario Loyola rodeado en ese momento de cinco chicas.

 Las filas de coches se clareaban y eso sólo significaba una cosa: los jóvenes iban poco a poco abandonando el recinto.

 En el interior del edificio sonaba a pleno pulmón música electrónica. Parecía mantener en trance a los presentes que se negaban a dar por concluida la fiesta.

 Se acercó al último vampiro, el último Nosferatu. Él, juez sin toga y verdugo sin hacha. Caviló en estacas afiladas, agua bendita y luz del alba metida a presión en frascos arrojadizos de cristal. No hallaría mejor compañera de viaje que la huesuda y fría mano de doña venganza ¡grandilocuente mentora!

 El momento cúspide aún no había llegado, aún no. Ni siquiera cuando dentro de su sesera le habló sin hablar su abuelo. Suya sería en parte aquella venganza y regocijándose vestirían sus cuerpos con la piel de los caídos.

 Lo insultó henchido de confianza. Balas malsonantes y obuses imposibles de contener por más tiempo dentro del mortero. Y funcionó porque Nazario Loyola levantó el culo cabreado ante semejante desfachatez. Apretó los puños, torció el gesto y fue directo a buscar a aquel pusilánime que osaba retarlo. Las chicas se apartaron cuan resortes salvo una que, borracha perdida, resbaló dándose de bruces contra el pasamanos de piedra.

 Curiosamente la filmación se pausó para dar entrada a dos figurantes de primer nivel: David y Goliat. Se respiraba tal tensión que podría mascarse y escupirse en un balde. La luna aplaudía desenfrenadamente. Alejo llevaba en la mano la espada ropera y decidido cargó contra el último vampiro disfrazado de hombre. Un Drácula de medio pelo que no era más que un cobarde aprovechándose de desgraciados como él.

 Chocaron ambos como dos machos cabrios embistiendo sus cabezas. Nazario no tuvo tiempo a golpear pues su pecho fue atravesado como el papel. La chica atontada por el golpe comenzó a gritar.

 El vampiro máximo se retorcía como una espiral, escupiendo sangre. Agarraba firmemente la hoja para evitar que entrase hasta la empuñadura. En este trágico acontecimiento Alejo Buenaventura se sentía como caballero de armas viviendo otra época que no era la suya.

 Triunfara ante la adversidad y henchido de honores contemplaba a su alrededor buscando la complicidad del pueblo. Los plebeyos aplaudían con fervor vitoreando el nombre del héroe que a buena hora los había librado del malvado dragón.

 Se quitó el yelmo para que su oponente contemplara el rostro de quien muerte le diera.

 La cara de Nazario Loyola expresaba incredulidad en grado supino. No podía creer que aquel pusilánime inútil hubiese llegado tan lejos.

        —¡Tú! ¡Tú! —Dijo con la boca atiborrada de sangre. Poco después cayó muerto…

 Al correr la nueva la música se detuvo. Los menos dispuestos a dar por concluidos los festejos abandonaron el lugar apresuradamente y sin orden. En la distancia las primeras sirenas resonaban como fuelles roncos.

 Alejo Buenaventura observaba el cuerpo sin vida de Nazario. No sentía nada especialmente digno de ser mentado. Ni medio vacío ni medio lleno. La guerra había concluido tras dos largos años de asedio.

 Motores de coches tuneados rugían como leones abandonando a toda prisa el lugar. Sus luces quebraban la noche trasnochada, cruzándose unas con otras. Alejo se dirigió a la habitación ocupada por su abuelo años atrás. Aguardó lo preciso antes de abrir la taquilla. Se desnudó y se metió dentro.

 Entretanto afuera los coches patrulla tomaban posiciones. Ingente cantidad de agentes se desplegaban por la zona mientras los sanitarios atendían a los primeros heridos por caídas y pisotones.

 Respiró hondo antes de bajar los párpados. En su alma percibía cierta dosis de confusión que lo hacía entrar en barrena. ¡Qué difícil asumir tantas cosas en tan poco tiempo! Quiso patalear como un crío pero el espacio estrecho no lo permitía.

 Sin perdón divino ni humano ¿qué había hecho? No quiso meditarlo. Puso dos dedos en la frente y otros dos en el pecho. Después dejando la mente completamente en blanco se aisló de toda consciencia. La taquilla fue imbuida por luces radiantes e intensas. Cuando se apagaron la puerta se entreabrió. Dentro ya no había nadie…

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