William me observa con una pequeña sonrisa traviesa colgándole de los labios y con sus preciosos ojos azules oscuros brillándoles. Una parte de mí se pierde en esa expresión de su rostro porque me recuerda a aquellos meses en los que él parecía tenerlo todo claro, cuando lo teníamos claro porque estábamos liados en ello juntos.
-¿Tienes algún tatuaje? –Me pregunta, claramente divertido.
Suspiro y me alzo el cabello, mostrando la fina línea que tengo detrás de la oreja.
-Es una ola de mar –respondo.
William continúa mirándonos, aún con una pequeña sonrisilla.
-A ver, tú que le andabas mandando sonrisitas a Hope. ¿Tienes algún tatuaje? –Jake le pregunta al heredero cuando llega su turno.
El heredero inglés se queda perplejo.
Oh no.
-Sí, tengo uno –replica, levemente sonrojado.
-Pues, dale, hombre. Muéstralo –dice Jake.
El heredero baja levemente la camisa que trae abierta del cuello, exponiendo su clavícula.
-¿Tienen… el mismo tatuaje? –Pregunta el príncipe español.
Alguien tose de manera nerviosa.
-Hope, te toca darle vuelta a la botella –dice Stephanie con una pequeña sonrisa.
Pero antes de que pueda tomar la botella, la mano de Connor lo mueve para que lo apunte a él.
El corazón me da un vuelco.
-Connor, así no se juega esto. Espera tu turno –dice Jake.
-Me importa una mierda como se juega esto –replica antes de volver a observarme.
Sus ojos verdes recorren cada parte de mi rostro y se cristalizan cuando bajan hasta mi oreja, donde escondo la promesa de William.
Para todos aquellos perdidos y
atrapados como
Connor y Hope, y aquellos que
estuvieron ahí para mí desde que
les hablé de la historia.
“Ella era polvo de estrella
en un mundo lleno
de luces artificiales”.
-Ron Israel
No se vale soñar
Sua Cho
Prólogo
Noviembre del 2055, Inglaterra
Bajo el techo artístico y brillante, el cual había sido elaborado por un famoso pintor del siglo XV y estaba íntimamente alumbrando la escena con sus elegantes focos dorados, una sofisticada fiesta se estaba desarrollando.
William, el príncipe inglés de dieciocho años, estaba siendo introducido a una familia americana por su madre.
-William, ésta es Faith Kingston, la diseñadora de Lily, y éste es su esposo, Erick Underwood, el propietario de Underwood Hotels and Resorts –dijo Amanda, la reina inglesa, con una amplia sonrisa mientras ponía una mano en la espalda de su hijo, acercándolo a la pareja.
-Buenas noches, un gusto –dijo el príncipe dándoles la mano.
-¡Qué apuesto! –exclamó Faith.- De hecho tenemos una hija de ha de ser de la misma edad. La hemos traído esta noche, pero quién sabe dónde ande.
-Lo sé. Los jóvenes de hoy en día parecen meterse en todos lados –añadió la reina suavemente riéndose.
El joven se disculpó y continuó saludando a más personas y trató de concentrarse en los dos hombres que tenía delante de él, quienes, si él recordaba correctamente, eran políticos que trabajaban bajo el rey americano; pero su atención rondaba alrededor de únicamente una cosa o, mejor dicho, en alguien.
Lejos del alcance de William, estaba una joven de cabellera castaño claro platicando con un grupo de personas. Traía un vestido rosa pálido largo y esponjado, decorado por cientos de cristales, cada uno bordado a mano, pero lo que la hacía lucirse en esa multitud no era el lujoso vestido, sino que era su sonrisa.
El príncipe continuó observando a la chica mientras los hombres seguían hablándole de las distintas cosas que querían implementar en los Estados Unidos.
Por otro lado, Hope, la chica de la sonrisa brillante, estaba tratando de aguantarse la risa mientras la señora Bennett, la mejor amiga de su madre, le contaba historias de cuando ellas dos eran jóvenes.
-Lo prometo, Hope. Tu madre no era como es ahora. Nos escapábamos los viernes por la noche a Las Vegas y pasábamos todo el fin de semana allá, pero claro eso era antes de que convirtiera en una famosa diseñadora.
-¿No extrañas tenerla de mejor amiga? –Preguntó la joven.
-No, ¿por qué la necesitaría si te tengo a ti para contarte todas mis aventuras? –Dijo ella dándole un gran beso en la mejilla de la joven.
La señora Bennett se retiró de la plática y Hope se dio la vuelta y comenzó a ir en busca de los sanitarios para arreglarse un poco su cabello, pero en eso chocó con algo o, mejor dicho, alguien.
En eso, William se dio la vuelta y sostuvo delicadamente a la persona que chocó con él y se encontró con los dulces ojos color chocolate que observó durante toda la noche.
El momento pareció parar para los jóvenes. Tanto William como Hope, se quedaron sin palabras y se perdieron en la otra persona mientras el tiempo continuaba corriendo.
-¡William! –Gritó alguien desde atrás, rompiendo el momento.
-Lo siento –murmuró el príncipe soltando la cintura de Hope.
Hope simplemente negó con la cabeza tímidamente y se retiró rápidamente, aunque el calor de William seguía abrazándole la cintura.
Mientras la fiesta continuaba, tanto William como Hope, continuaron buscándose con la mirada, pero sus esfuerzos fueron en vano, y al final de la noche, concluyeron que ésta sería la única vez que se verían, pero vaya, los dos estaban en lo incorrecto. Éste era solo el principio.
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