I
6:30 de la tarde cuando el sol se despedía, el cielo cambiaba de color en el fondo del mar, las aves volaban a refugiarse en sus islas, las personas abandonaban sus sombrillas, los ambulantes cerraban sus puestos, y yo, yo caminaba muy sigilosa sintiendo la brisa golpear mi rostro, añorando nuestros recuerdos… ¿nuestros? _ me pregunté.
Nunca supiste que anhelaba poder estar cerca tuyo, poder sentir tu rostro junto al mío, tu mano sostener mis dedos o acariciar mi rostro, ese aroma tuyo… todo fué mi recuerdo, cómo hacerte saber que aún sin verte podía sentirte dentro mío, tocar mi alma, llenar mi corazón, relatar tu mirada, tu sonrisa una y otra vez cuando me miraban. ¿Pudiste darte cuenta alguna vez lo mucho que me gustaba verte aunquesea por segundos? No lo sé, creo que tampoco me interesé ni intenté averiguarlo, estaba ocupada haciéndome felíz a mí misma.
– Disculpa, puedo hacerte una pregunta? – me despertó una voz, voltié a mi derecha y me encontré con unos ojos marrones, una sonrisa dulce y unos rulos perfectos.
Me quedé en silencio observándolo. Mierda, me dije y reaccioné.
– ¿Disculpa?, no te oí – con el rostro casi ruborizado intenté disimular mirando el horizonte del mar.
– Debe ser alguien importante… ¿Por qué no intentas platicar un poco conmigo? Cree que es mejor compartirlo con alguien, sonrió.
Creí que era fácil deducir que pensaba en alguien no era necesario ser un adivino para drase cuenta, pero no lo veía cómodo contarle mis dramas, o puede que sí – pensé- total, no me conoce, probablemente en unas horas nos despedimos y no volverá a verme.
– ¿Vez el fondo? – pregunté señalando el horizonte del mar.
– Sí…
– No, no lo ves, es una imaginación tuya – respondí sentandome a su lado mientras mirábamos el oscuro y profundo mar.
– Oh, cierto. Creo que puede ser una plática bastante entretenida.
– Pero debo de irme, ya se me hizo tarde, debo de regresar a casa.
– Te puedo llevar, si gustas.
– Estoy bien, creo que puedo tomar el servicio por la aplicación.
– Bien. Cuídate – dijo con cierto nerviosismo.
Camine 5 minutos fuera de la playa y ahí estaba el coche gris de placa BCY511 esperándome.
– ¿Señorita Dolly?
– Hola, sí, soy yo. Usted es Victor, ¿cierto?.
– Así es – respondió
Monté el coche de inmediato y fuimos en dirección a casa. En la radio sonaba The Beatles.
«Hey, Jude, don’t let me down
You have found her, now go and get her
Remember, to let her into your heart
Then you can start to make it better«
El coche iba a una velocidad promedio y pasabamos por la casa de Paulo era el tipo más guapo que se habia fijado en mí, tenía pinta de modelo 1.80 de estatura, delgado, rostro fino, nariz respingada, cejas pobladas, ojos redondos y pestañas levantadas. Todo un chico de revista. Era muy caballeroso le gustaba recitar poesías y lo mejor de todo, vivíamos cerca, a solo 20 minutos de casa.
Una madrugada caminabamos la avenida cerca a su casa y el iba contando sus conversaciones con su amigos, sus cursos del ciclo. Él me llevaba dos ciclos.
– ¿Alguna vez haz jugado «Yo nunca nunca»?
– No, creo que no conozco el juego.
– ¿En serio? Es muy conocido. Bueno estabamos jugando eso con mis amigos y creo terminé emborrachandome, yo fuí el que se emborracho al final, y termine solo, los demás desaparecieron y tuve que tomar un carro de regreso a casa.
Yo heche a reír mientras caminaba a su lado. Él tenía una voz gruesa y bastante clara y era muy cómodo escucharlo.
El coche se detuvo en el semáforo
«So let it out and let it in, hey, Jude, begin
You’re waiting for someone to perform with
And don’t you know that it’s just you, hey Jude?
You’ll do, the movement you need
Is on your shoulder«
Continuaba la canción, dejé mis recuerdos con Paulo por un momento. Nos habíamos visto unas cuantas veces y burlabamos a su madre para llegar hasta su habitación y no salir hasta que ella se vaya temprano a misa, pasabamos mucho tiempo juntos y nunca llegamos al sexo, probablemente hubiera sido el tipo indicado con quien hubiese tenido mi primera experiencia sexual.
II
Casi llegaba a casa y sentí un impacto detras mío, después de ello perdí el conocimiento, solo veía muchas siluetas acercarse y personas que gritaban «una ambulancia, una ambulancia! ¡De prisa!». Sentía mojada mi cabeza y … poco aire, cada vez me ahogaba más. Un par de siluestas blancas se acercaron y me levantaron en una camilla y metieron mi cuerpo al carro.
¡Dios mio, Dios mio!, esta perdiendo mucha sangre, se escuchaba una voz cada vez más lejos.
Cerraron la puerta de inmediato y oí a alguien llegar casi volando a mi lado.
– No es cierto, no es cierto. Respira, no dejes de respirar, mirame soy tu mamá. Hijita todo va estar bien, aquí estoy. Tu Papá esta de camino, todo va estar bien mi amor, todo va estar bien – decía mi madre sollozando.
Sentía sus lagrimas caer sobre mis manos, ella daba su vida por mí, aveces me castigaba porque perdía el vuelto de las compras o porque veía que me atrevía a contestar mal; solo me pegó un par de veces y me bastaron para corregirme, le tenía miedo a mamá, pero también mucho amor, yo solía enojarme y encerrrarme en mi cuarto, sabía que mi madre me corregía por mi bien y que me castigaba con mucho dolor en su corazón, cuando pasaba esto ella solía entrar a mi cuarto a disculparse por haberme castigado, me hacía entender que lo que había hecho estaba mal y que no debería volverlo a hacer porque para ella no era fácil castigarme. Me acurrucaba en sus brazos mientras me daba besos en la frente. Yo lloraba aún más. Por otro lado, Papá nunca me pegó a exepción de un día que Lucía, mi hermana mayor de 15 años, había salido a la esquina de la casa a conversar con un jovencito que la pretendía, ella me llevó para que el tipo no se sobrepase y que ella se sienta acompañada por mí. Papá se apareció justo ahí, frente a nosotros y nos mando a la casa, adentro nos sentó y empezó por la mayor, un par de correazos a cada una, salimos volando del cuarto de prisa a la puerta principal fuera de casa, Lucía tenia un dedo reventado, yo lloraba al verlo, yo solo tenía dos huellas rojas en las piernas pero me dolían tanto que no podía sentarme. Fué la única vez que Papá nos castigó; a mí me dolió más porque yo era su engreída. Los días que mamá me castigaba, sabía que al llegar la noche papá iba a tener una discusión con mamá. Aveces solía llorar hasta que llegue papá hacía que mis lagrimas duren horas, si él me encontraba llorando, para mi era mejor.
Esa noche nos escapamos a la casa de campo y para nuestra mala suerte, papá se nos había adelantado y ya estaba esperandonos ahí. Entrar a casa era la única y mejor opción a quedarnos fuera, eso solo significaría rebeldía y doble castigo. Pasamos conteniendo las lágrimas. Esa noche nos hizo dormir en el piso, temblabamos de frío y dabamos vueltas toda la noche porque teníamos el dolor de las piernas recostabas sobre el piso. Al amanecer Lucía escapó de casa un momento para telefonear a mamá quien se encontraba de viaje.
Al día siguiente al medio día mamá estaba en casa, había tomado el primer vuelo de la mañana. Venía furiosa a por la cabeza de Papá. Esa tarde tuvieron la discusión más grande de sus vidas.
-¿Cómo es posible que castigues así a mis hijas? ¿Quién te haz creído? ¿Dónde tienes la cabeza, estás loco? Le haz reventado el dedo a Lucía y Sofía apenas es una niña ¡Te voy a denunciar! – decía mi madre muy furiosa.
Mírate, eres mujeriego, te crees perfecto pero no eres más que un pedazo de mierda, te voy a meter a la cárcel. Ve a pegarles a tus hermanas así pero no vas a venir hacerles eso a mis hijas, ¡no te lo voy a permitir!.
– Tus hijas estaban con un hombre – replicó papá.
– ¿Y cuál fué el problema? ¿Hablar?
– Estaban en una esquina en la oscuridad.
– Claro, claro, tú los ves en la oscuridad y piensas lo peor y te vas a pegarle correazos. ¿Crees que es lo correcto? ¿Por qué no te acercaste y preguntaste qué sucedía?
Papá calló, sabía que se había dejado llevar por sus impulsos, por su cólera, y lo peor es que se apareció en el momento preciso. ¿Quién habría sido el hijo de puta que le pasó la voz, o a qué vendría a casa?, me preguntaba mientras observaba a mamá a escondidas desde mi habitación, se veía cada vez más furiosa refutando cada palabra de papá.
Supongo que valió la pena. Desde aquella vez, nunca volvimos a pisar una esquina de noche. Lucía viajó al extranjero, aquel correazo nos había marcado la vida a ambas, yo era una niña y me veía obligada a todavía seguir en el nido de mis padres. Cuando Lucía se fue, dejo un gran vacío en casa y nuestros corazones. Mamá lloraba todas las noches, no comía, la casa era muy triste, papá solo llegaba a comer y se iba, se sentía culpable pero no lo admitía. Pasaron meses, casi un año y las heridas del corazón iban sanando, las huellas rojas de las piernas desaparecieron en una semana, todas las noches mamá me ponía unas yerbas para desinflamarlo.
Llegó la primavera y la casa de campo era cada vez mas hermoso, la vegetacíon nos rodeaba, nuestros jardines lleno de rosas y flores que emanaban olores, eran hermosas. Papá tenía una bicicleta y le gustaba pasearme en ella, algunas veces nos ibamos lejos de casa a entregar pedidos, yo era como su secretaria; siempre veía que las señoras le coqueteaban, Papá era un tipo guapo y agradable, tenía una sonrisa encantadora, ojos risueños, piel trigueña, cabello lacio y negro y vestia siempre camisas y polos que resaltaban con su figura. Yo clavaba la mirada de furia en las viejas que coqueteaban a mi padre, y cuando nos invitaban a comer, le decía para irnos. «Viejas feas», murmuraba mientras cerraban negocios con papá. Era muy celosa de él. Cada tarde finalizado las entregas ibamos a una tienda a comer kekes con gaseosa, eran mis favoritas, nos sentabamos un buen rato mientras conversabamos sobre posibles tratos exitosos o lo que haríamos al día siguiente, el nuevo lugar al que iríamos, o simplemente lo que habíamos observado en nuestras visitas a las casas. De regreso a casa ibamos toda la bajada a plena velocidad, el aire pegaba mi rostro y sentía a papá jadear del cansancio mientras pedaleaba.
-¡Más rapido, más rápido Papito! – gritaba levantando las manos mientras cerraba los ojos y dejaba que el aire despeinara mi cabello. Papá pedaleaba más rapido y reía.
Mi padre siempre solía decirme, «hija, nunca dejes que un hombre te ponga un dedo encima, nunca. Si algún día llegara a pasar, debes de decirmelo por cada puñete que te dé, yo le daré veinte. Siempre, lo primero que debes de hacer, es conocerlo, un año o dos mínimo para saber si merece estar a tu lado o no. Debes connocerlo bien, al principio podran fingir ser buenas personas y te pueden engañar pero con el tiempo vas a descubrir quién es en realidad». Yo lo escuchaba con atención.
III
Habían pasado alrededor de quince minutos cuando ví una luz blanca entrar sobre mis pies.hñ Habían abiertos las puertas y se apuraban en sacarme.
-¡Habran paso, habran paso, es una emergencia! – decían. Supuse que eran las enfermeras.
Pasaba por los pasillos como si fuera un coche, la gente murmuraba pero no lograba oír casi nada por la velocidad en que iba. Habia hecho caso a mamá, no cerre los ojos y repiraba con ayuda del nebulizador. Entré a una sala con un par de enfermeras que me llevaban en la camilla.
– Doctor, Doctor. Paciente con firusa en la rodilla, también presenta una probable fractura de costillas y hundimiento en la cabeza. Paciente de veinti cin…
Un silencio total invadió mi mente, había llegado a salvo y no supe más.
Recordaba a Papá sonriendome. Recordaba aquellas tardes donde saliamos al patio a jugar partido, cada partido era nuestra final, yo siempre jugaba para el equipo de papá, Lucía y mamá eran el equipo rival. Aveces ganabamos y aveces perdiamos pero al final terminabamos compartiendonos el premio que en su mayoría eran gaseosas, dulces y galletas.
Una navidad cenabamos en la sala que daba a la calle. Habíamos abierto la puerta y las ventanas, las personas pasaban y miraban, uno que otro se acerca a saludar y Mamá le invitaba un pedazo de panetón y chocolatada caliente.
Tenyia una vecina que su marido le había dejado cuando su último hijo tenia 7 años. Ella tenía que trabajar desde muy temprano para cubrir la mesa de sus 8 hijos en casa, era una mujer admirable; mi madre era muy amiga de ella, aveces solíamos almorzar juntos y otras veces enviaba comida a mi casa, la señora cocinaba delicioso sus platillos solían hacerme agua la boca con solo olerlo. Esa navidad también lo pasamos juntos, mi sala no era muy grande pero había suficiente espacio para las dos familias.
Ya eran las once de la noche y papá se paró en la puerta, nos llamó y nos dió un abrazo «Felíz navidad, hijas». Miren su regalo – dijo indicando afuera. Una bicicleta roja estaba recostaba sobre la pared y tenía un moñito con lazos en el timon, se parecía a la bicicleta de Mike de «Stranger Things». Era hermosa, su color rojo lo hacía aún mas hermosa; Lucía y yo mirabamos maravilladas.
– Pruebenla – dijo papá.
Lucía era la mayor y la más alta así que ella tomó la primera ronda y puso andar la bicicleta con una sonrisa en su rostro. Era el mejor regalo que habíamos recibido. En esos tiempos las cosas estaban caras y papá no podía comprarnos cosas costosas a las dos, así que debiamos de compartir nuestra bicicleta. Papá dijo que en cuanto crecía un poco más me iba comprar una para mi solita. Esa noche dió las 12, la 1, 1:30 am y nosotras seguíamos dando vueltas con la bicicleta. Mamá nos miraba con una sonrisa desde la puerta.
VI
Oí una voz conocida y sentí un calor que envolvía mi mano izquierda, era papá. Abrí los ojos y lo vi mirandome con amor.
– Hola mi amor, ¿Cómo te sientes? – preguntó, asomandose a depositar un beso en mi frente.
Quise hablar pero me dí cuenta que no podía articular palabras. La enfermera miró a mi padre y dijo que era normal, mi recuperamiento iba a ir poco a poco. Quise moverme y sentí las piernas duras y el cuello también. Un trailer que llevaba vehículos, había tomado la vía que estaba restringido para vehículos de carga pesada, al parecer el chofer era nuevo y no conocía el lugar, el coche se detuvo para dar pase a un carro que pasaba cruzaba por delante y el chofer del traile venía distraído y no se dió cuenta y terminó impactando con fuerza la parde posterior del vehículo, yo tenía puesto el cinturón, papá me había acostumbrado a usarlo desde pequeña; el vehículo se fue defrente y impactó con el muro que separaba las vías de los carriles contrarios, en aquel muro dió dos vueltas y terminó con las llantas arriba. Yo llevaba un short jean y un top suelto de tiras blancas y unas ligeras sandalias, tenía la mayor parte del cuerpo descubierto lo que hizo que los vidrios de las ventanas rayaran mi piel con facilidad. Mi cabeza se golpeó con el asiento delantero y mis rodillas quedaron atrapadas entre los asientos delanteros. Pero ahí estaba fuerte e invencible una vez más.
Pasé unos diás en el hospital y luego me trasladaron a casa. Sentía que se me iba aplanar el trasero de pasar tanto tiempo recostado en la cama. Me tómó unos meses recuperarme.
Tocaron la puerta y mi madre salió, unos minutos después regresó, dijo que un joven llamado Hans estaba en la puerta y preguntaba por mí.
Continúa …
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