La Séptima Hija

La Séptima Hija

Leonisa

17/12/2025

.            LA SÉPTIMA HIJA

.           Autora: Leonisa

Capítulo 1: Luna Negra

Pueblo “La llanura”, Argentina, 1840.

Hacía 9 meses que la casona de los Arismendi estaba irreconocible. Ya no era un lugar brillante y concurrido. Ahora apenas podía divisarse una ligera luz de vela a través de las ventanas. 

La noche estaba silenciosa y oscura, ya que no había luna. La gente del pueblo estaba impaciente, expectante. Como un grupo de caza asustado a la espera de que un animal salvaje salga de la oscuridad del bosque a atacarlos.

Y tal vez eso era precisamente lo que temían.

Pues hacía nueve meses que corría el rumor de que la señora del gobernador había quedado embarazada por séptima vez. Y años atrás había dado a luz a varios varones. 

Todo el pueblo temía, todos susurraban, y algunos hasta afirmaban con seguridad el siguiente hecho: en su vientre se estaba gestando un futuro Luisón. Un hombre-bestia que, según la leyenda, nacería como el séptimo hijo varón de cualquier familia.

El miedo llevó a que una muchedumbre se amontonara en torno a la casa: algunos golpeaban la puerta y amenazaban con tirarla abajo para sacrificar al “monstruo”. Dentro de la casona, los golpes resonaban en la cabeza de la señora Arismendi que Intentaba concentrarse en la voz de la matrona:

—¡Relájese, relájese! ¡Respire!

Pero el mal humor de su marido no ayudaba a la señora Arismendi a tranquilizarse.

—¡Ahora quieren entrar! ¡Ese montón de supersticiosos ignorantes…! — protestaba el marido

—Santiago, bajá la voz ¡Por favor!

—¡Pero no te das cuenta de que esto nos puede costar todo! ¡Estos ignorantes piensan que va a nacer una bestia ¡Vamos a convertirnos en unos malditos por una ridícula superstición!

Mientras su dolor de cabeza aumentaba con los gritos de su marido y su cuerpo ardía, la señora reconocía que también tenía miedo. Sólo que jamás se lo admitiría a su marido, no vaya a ser que la viera como a una loca y la dejara. Mientras intentaba pensar en algo para olvidar el dolor del parto, recordaba esos relatos lejanos en donde el Luisón aparecía de noche en los cementerios y devoraba los cadáveres de los difuntos. Recordaba que de niña se quedaba despierta de noche, mirando por la ventana a oscuras, a ver si el Luisón aparecía. No estaba segura de porqué lo hacía. Pero notaba que ahora estaba igual de asustada y expectante que aquellas veces.

—¡Ahora puje!

Pensó que, de todas formas, debía cuidar y amar al “hijo monstruo”, como todas las madres lo hacen.

—¡Ya casi!

¡Jamás sería como ella…!

Con un último esfuerzo, después de tantos gritos y golpes, un mudo silencio se apoderó de la noche. Parecía que todos, dentro y fuera de la casona, se congelaron. El último minuto de espera antes de la imaginada tragedia.

El primer sonido que irrumpió en la mudez de la noche fue ese que en realidad era el único que importaba: el llanto del bebé.

Y el segundo fue la voz clara y extasiada de la matrona al anunciar: ¡Es una nena!

Al grito de la matrona se abrieron de par en par las puertas de la casona de los Arismendi. El pueblo respiró aliviado.

 Lo que antes fueron insultos y amenazas, ahora se habían convertido en felicitaciones y bendiciones.

Cuando el señor Santiago salió a saludar a la gente, una de las mujeres presentes preguntó:

“¿Cómo le van a poner?”

El señor volteó a ver a su mujer, que estaba dolorida pero serena, semejante a como se ven los santos durante sus martirios en los cuadros, exclamó:

—Dolores, como la madre.

Ya sea por ser la única oportunidad de homenaje a la madre, ya sea,

 por las circunstancias del nacimiento, así es como nació a quien llamaron Dolores, La Bendición en una noche sin luna. Una noche acompañada, primero, con el miedo; y luego, con la alegría del pueblo.

Capítulo 2: Normalidad

—Y cuando te tuve entre mis brazos, ¡empezaste a llorar tan fuerte que te escuchó todo el pueblo! 

Y yo gritaba: “¡Es una nena! ¡Es una nena!”

—Ya me sé la historia de memoria, María.

La que había sido matrona ahora era su confidente, y Dolores la acompañaba a hacer los recados en el mercado. 

Era una tarde de verano y el sol estaba en su punto más alto, acompañado de los cálidos recuerdos de un pasado amado por su compañera.

—Bueno, pero es que me pongo nostálgica porque, ¡ya quince vas a cumplir! Y, está bueno recordar… —Dolores esbozó una sonrisa.

—Está bueno escucharte hablar —La niña se sentía amada cada vez que María contaba esa misma historia, porque podía ver el cariño en sus palabras. Ella parecía alegrarse no sólo por su nacimiento, como todos los demás, sino también por su existencia. Esa existencia tan idealista, llena de ensoñaciones…

—Mi único regalo deseado sería irme al extranjero, con Nicolás., —Su voz adquirió un tono melancólico,— para estudiar y escribir como él…

—¡Siempre tan soñadora mi niña! —Le apretó un cachete —Aún recuerdo cuando te enseñé a escribir, porque el señor no te quería enseñar, no, no. ¡Decía que lo ibas a usar para hablar con muchachos!

—Vos sos la inteligencia en persona, María. ¡Te enseñaste a vos misma, y luego me enseñaste a mí! — Esta era una tarde de recuerdos, pues Dolores empezaba a recordar perfectamente la noche en que sucedió.

 Uno de sus hermanos le había enseñado a leer la biblia, pero hasta ahí había llegado. Dolores no se conformaba con eso, tenía mucha curiosidad. La curiosidad absoluta de una niña ambiciosa. Y cuando se quejó con María por no saber escribir, en vez de regañarla, como hubiera hecho su madre, simplemente le dijo:

“¡Ah, pero si ya sabes leer, eso es más fácil!”

—Fue nuestro pequeño secreto —Le guiñó un ojo—La vida es así, a veces hay que aprender solos. Aprender a ganar, a perder, sobre todo a perder. Vos ya sabes que yo tuve una hijita, que nació sin aire… Pero pensándolo ahora, fue lo mejor. Le iban a pasar muchas cosas feas, antes de que cumpliera “la edad”… No querría haberla visto vivir así.

Con “la edad” se refería a la edad de dieciséis años en la que las negras se convertían en libertas. María había nacido esclava en un mundo donde todos los hombres -blancos y ricos- nacían libres. Y como nació antes de la libertad de vientres de 1813, parecía que siempre sería esclava.

María volvió al presente:

—Pero vos sos libre, mi niña, libre.

—Sí, ¿cuánto más libre?

—No diga eso —Quiso terminar con el tema— ¡Mire, ahí va Mercedes!

Mercedes era la hija del rival político de su padre y efectivamente, iba paseando del brazo de su hermano, Luis. Dolores solo hablaba con ella por cortesía en las muchas tertulias que se daban. Dolores no sabía cómo sentirse respecto a ella: le resultaba muy altanera, como si siempre mirara a todos de costado, pero a la vez era la única chica con la que hablaba. Físicamente era pálida, con nariz aguileña y varios bucles en el pelo. Totalmente opuesta a Dolores, con su tez morena, sus ojos achinados y su nariz chata. A la hora del paseo, siempre llevaba el mismo vestido mostaza. Dolores se preguntaba si tal vez su padre no tendría suficiente dinero para comprarle otro…

—Las vueltas de la vida, ¡mirá que hay que nacer el mismo día! De su nacimiento se enteraron todos la mañana siguiente, porque hubo tanta tensión con el tuyo que nada más importó. Y, pobre su padre, un solo varón le tocó, antes de que la mujer dejara de existir… ¡el tuyo tiene varones para regalar! Dolores rió. El buen humor de María siempre la traía de nuevo al presente y la alejaba de sus pensamientos sombríos. Sentía algo  maternal en ella, sentía que tal vez se amaban, como las madres aman a las hijas…

Con su humor recuperado, hizo una pequeña confidencia:

—Mi padre estuvo insoportable con el tema de las elecciones está semana, aunque por suerte ahora lo veo más calmado. Y si no está calmado ¡Por lo menos está callado!

Al oír el comentario, una nube pareció pasar por el semblante de María, oscureciendo sus ojos y su sonrisa. Pero rápidamente la apartó con sus palabras:

—Quien sabe, ¡Capaz que te está preparando un regalo de cumpleaños!

Lo dudaba. Ni su madre ni su padre podrían siquiera adivinar lo que a ella le gustaba realmente, solo podrían llegar a regalarle cosas típicas para una muchacha de su edad: vestidos, bonetes, rosarios…

Rápidamente Dolores sintió un escalofrío, y se dio cuenta de que el sol estaba bajando y que la tarde se iba haciendo cada vez más naranja y más fría. A lo lejos podía ver a los pastizales sacudirse con el viento y a las vacas volverse para su establo. Habían dado una vuelta entera por el mercado y ya habían comprado todo lo que debían. Vio a Mercedes y a Luis volverse, y ella estaba a punto de hacer lo mismo en dirección a la casona. Eso hasta que María la detuvo:

—Hablando de regalos…¡vamos calladitas a buscar el tuyo!

—¿Cómo?

Dolores la siguió por las calles, confundida y algo ilusionada ¿Qué podría haberle conseguido María, con el poco dinero que tenía? Pasaron por un angosto pasillo de piedra que, se dio cuenta, desembocaba en la parte trasera de la biblioteca del pueblo. Ya no había casi nadie en la calle, pero aún así el señor que atendía miró dos veces antes de salir. En la mano le entregó a María dos libros: uno en una bolsa de papel y otro más grande. Cuando Dolores pudo inspeccionar la bolsa, no podía creer a sus ojos:

—¡Pero María, esto es…!

—Sí, son esos libros que te gustan a vos, los extranjeros —María sonreía satisfecha—Pero es secreto, eh. ¡Dios sabrá cuánto tiempo tuve que ahorrar para comprarlo! —Dolores estaba tan inmensamente feliz que no pudo contenerse:

—¡Muchísimas gracias, María! —La abrazó como nunca antes la había abrazado, y hasta lagrimeó un poco. Tal vez no estaba del todo sola, en su existencia llena de ensoñaciones.

—Fijate que el otro, el más grande, es para despistar. Escondée este ahí dentro. —Al ver sus ojos lagrimosos, se los secó y le beso la frente—A secar esa carita que ya hay que irnos para la casa, no vaya a ser que los señores sospechen algo.

Cuando terminaron de acomodar todo en las bolsas, se fueron rápidamente a la casona. Un poco antes de llegar, María dijo:

—Además, los señores deben estar como locos porque, hoy a la noche: ¡Hay tertulia!

Capítulo 3: Tertulia nocturna

—Dolores ¡Por fin estás en casa! Ya estaba oscureciendo.

—Hola, madre —Mientras María se retiraba a la habitación de los criados, aambas volvían, decepcionadas, a su realidad.

—No me gusta que te paseés tanto con María, ahí, en público. No quisiera que te contagie ninguno de los vicios propios de su clase… — Decía esto con cálida sonrisa, como si el desprecio fuera compatible con el cariño maternal.

—Está bien, madre, si me disculpa, ya me retiro a mi cuarto.

—¡Espera, Dolores, recuerda que hoy vienen los vecinos a la tertulia! Mira, te compré una manteleta muy linda, para tus hombros.

Mientras que la madre veía un delicada manteleta de blonda, Dolores veía la bolsa que le ponen al desfigurado en la cara para no espantar al pueblo. Su anchura provocaba murmullos en algunos atrevidos. Presa de su vida, o de lo que aparentaba ser su vida, extendió sus brazos al pedazo de tela y habló con voz dulce:

—Muchísimas gracias, madre.

***

Mientras Dolores se prepara, piensa en sus sueños. Piensa en esos países, tan diferentes a su pueblo, donde podría desplegar sus alas, su pluma. Busca detrás de su cómoda el rincón secreto donde guarda las cosas que escribe. A veces cuentos, a veces simples descargos de un pajarito que canta en una jaula de oro. Piensa en todo lo que podría ganar al publicar, con un seudónimo de varón. Ya hasta se lo imagina: Percy Shelley, el escritor de cuentos. Aunque sólo le dieran tres inmundos pesos, esos tres inmundos pesos irían directo a su ahorro para comprar la libertad de quien creía su madre. Su hermano le daría el dinero suficiente para subsistir, aunque fuera miserablemente, y todas sus ganancias irían en recuperar la libertad de alguien a quien jamás se la debieron haber arrebatado, por derechos divinos e irrevocables. Todos los hombres nacen libres, dicen los grandes pensadores. ¿Y todas las mujeres?

Volvió a guardar sus escritos a donde pertenecían ahora mismo: en la oscuridad de un rincón, y terminó de retocar la máscara que usaría en la tertulia de hoy.

***

Era una noche acalorada y de muchas opiniones: con las elecciones tan cerca, era inevitable. Dolores se mantenía al lado de su madre, que conversaba de cosas triviales con todas las vecinas del pueblo. Mientras se abanicaba, lograba escuchar susurros que todos asumían, ignoraba:

—¡Cada vez más grande está esa india!

—Para mí este nos mintió para no alarmarnos pero, ¡esa Dolores es un varón disfrazado!

—¡Qué decís!

Las caras de miedo en los cuchicheadores, mientras se persignaban, atacaban el ánimo de Dolores: pasaba de ser la bendición del pueblo a ser su maldición constantemente. Y no parecía llenar ninguno de los dos puestos correctamente. ¿Cuándo podría ser suficiente? Esto se preguntaba también mientras observaba a María tener que cebarle mate a un montón de gente que podría escupirle en la cara sin consecuencias. ¿Cuándo sería suficiente para sí misma y para los demás?

Estaba tan absorta en sus propios pensamientos que ni siquiera notóo el como Mercedes, la hija del rival de su padre, se aproximaba a ella y le hablaba:

—Te noto aburrida, no sé cómo, en una noche como ésta…

—Hay mucha gente hablando, sí, pero, ¿dicen algo que valga la pena?

Mercedes llevaba puesto un vestido con encaje en los volados y hombros al descubierto, color rosa pálido. Contrastaba mucho con el vestido verde y la manteleta clara de Dolores. Aún con todo lo que tenía puesto, Dolores se sentía expuesta. Expuesta a los cuchicheos de la gente por su porte “varonil” como le decían. Siempre que miraba a Mercedes deseaba tener más su apariencia: pálida, delicada.

—¿Acaso no te interesan las elecciones que vienen, las elecciones donde va a estar tu padre como candidato, debo aclarar?

—¿Cómo podría importarme la simple lucha de poderes entre dos hombres, que se disputan un pueblo como dos niños se disputan un juguete?

—No menosprecies la política, Dolores, es por la política que estás donde estás ahora. En esta casona grande, con todos tus criados…

—¿Importa tener poder si el poder no hace más que dañar?

—A veces algunos deben resultar dañados para contribuir a la dicha de aquellos que la merecen ¿No lo crees?

—¿Quién puede dictar quién la merece, más que Dios, que nos hizo nacer a todos iguales?

—Todos nacen iguales, sí, pero no todos luchan por ganarse un lugar mejor. Esa es la diferencia entre los que merecen y los que no.

—Entonces dirías que, por ejemplo, un niño esclavo al que nunca han educado, ¿es culpable de no buscar la libertad que nunca ha conocido?

—Si no la busca es porque no está destinado, es la ley de la naturaleza —

Con esa sonrisa socarrona y esa mirada de costado, Mercedes daba por terminado el debate, con ella como ganadora, al igual que siempre. Aunque Dolores ganó en su mente, al ver la falta de argumentación y la gran superstición que encerraban los dichos de Mercedes. Recordó una de sus antiguas conversaciones, donde le preguntóo si no creía que todas las mujeres podrían competir intelectualmente con los hombres si tan solo se las educara igual. Si Mercedes se creía tan gran cosa, ¿por qué no las demás mujeres? 

“La naturaleza femenina es un defecto que hay que superar: pero no todas tienen esa habilidad. En las mujeres hay excepciones, como en los hombres hay maricones. ¿No oíste sobre los hombres que se disfrazan de mujer, allá en Lima? Son hombres contagiados por la naturaleza femenina, esa plaga que hay que combatir». Esas fueron sus palabras

¿Por qué dividir en vez de unir? Se preguntó Dolores. Creía firmemente en que todas las mujeres fueron creadas iguales, igual de capaces de romper sus cadenas. Separadas eran débiles, juntas serían fuertes.

Pero, al final del día, aunque no estuvieran de acuerdo, ¿con quién más podía hablar así, en este pueblo? Un cariño y un desprecio se mezclaban en su corazón a la vista de, irónicamente, su rival. Tal vez ella fuera la única persona a la que podría considerar como una amiga, como alguien que la veía y le respondía ¿La vería como una igual? Mercedes reanudó lo que prometía ser un monólogo:

—Por ejemplo, mirá a Luis, como se gana a la gente… como le sonríen… está decretado que él va a ganar las elecciones, y yo voy a estar a su lado, como su mano derecha —Sus ojos centelleaban y Dolores podía intuir cómo ese acto Mercedes lo sentía como el culmine de su existencia. Dolores sintió como una sola pregunta se formó en su corazón, y la sacó al exterior, sin filtrarla por su mente:

—Me pregunto: ¿Qué elegirás hacer con todo ese poder, Mercedes?

A Dolores le gustaría pensar que logró sorprenderla o hacerla reflexionar, pero la fría cara de Mercedes no dejó vislumbrar ni un poco de su resguardado interior.

—Normalmente no te saco tantas palabras ¡Qué impresión!

Dolores sonrió. Sabía que Mercedes debería sentir algo parecido a ella, para seguir intentando construir una conversación cada tertulia. De repente se fijó en su vestido, rosa, y se dio cuenta de que no le quedaba.

—Un rojo te quedaría mejor. Dicen que es el color del poder.

—¿De verás? —Esta vez, le tocó a Mercedes sonreír.

La noche transcurrió con normalidad, hasta que la hora de dormir se aproximó y los vecinos empezaron a saludar y dirigirse a la puerta. Antes de retirarse, Mercedes hizo un comentario que, como tantas veces, inquieto a Dolores:

—Tu papá y el mío estuvieron juntos toda la noche… hasta se sonrieron, y tan cerca de las elecciones ¿Qué estará pasando?

Capítulo 4: Metamorfosis

Cuando todos se habían ido y la casona volvía a ser ese viejo un lugar viejo, frío, cerrado y asfixiante para Dolores, . cuando las velas de más fueron siendo apagadas una a una, por María, y, .cuando solo la mesa del comedor quedó tenuemente iluminada, .entonces, y sólo entonces, su padre emitió palabra:

—Ya tengo todo arreglado —Dolores esperaba  estaba esperando una respuesta a su extraño y silencioso comportamiento desde la tertulia  no solo en la tertulia, sino en toda la semana. Ya había transcurrido una semana. 

Si hubiera sabido lo que venía, hubiera preferido la muerte. La miró a los ojos:

—Te vas a casar con Luis, .mañana al anochecer.

Su madre pareció no reaccionar, María cerró fuerte los ojos para esconder lo que ocultó, y Dolores se sintió desmayar. 

¿Casarse? ¿Eella? ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Mañana?

—La victoria de Luis parece inevitable;, es carismático y la gente busca algo nuevo… pero, no podrán gobernar sin el apoyo de nuestros seguidores: . Si Doloressi Dolores se casa con Luis, nuestra familia seguirá en el poder y todos los habitantes del pueblo estarán contentos,  ¡Así de simple! —Santiago sonreía como si hubiera resuelto una complicada ecuación matemática, siendo  en la que Dolores simplemente era otro número.

La cara de Dolores lo decía todo.

 ¿Aquí se terminaba todo?, ¿así nomás? 

¿Siempre había sido este el resultado y ella fue muy demasiado idealista como para verlo venir? 

Siempre creyó que, al estar tan ocupados con las carreras de sus hermanos, se olvidarían de casarla,. pero ahora todo se derrumbaba a su alrededor. Sus sueños se volvían cristales rotos y desperdigados donde un reflejo suyo la confrontaba y atormentaba. Su madre intentó calmarla:

—Tu padre piensa en lo que es mejor para la familia, y eso te incluye a vos. ¡Vas a ser esposa de un gobernador! Vas a estar bien cuidada, . Casarte es simplemente… volverte mujer.

—¡Ja! —intercedió el padre— Más vale,: ya escuche ese estúpido rumor, h.ay que probarles que es una mujer hecha y derecha.

—Sí, una hermosa mujer… —Acarició la cabeza de su hija como quien acaricia a un perrito lastimado, como quién siente pena, pero no exactamente amor. Como la  Una caricia de alguien que no sabe amar.

—Ahora vámonos todos a dormir.: mañana será un día importante. 

Mientras su padre apagaba las únicas velas restantes con su dedo,  ;a Dolores le pareció sentir que esas llamas eran suyas, que estaban en su alma, y que eran aquellas llamas las que estaban siendo apagadas por la potestad de la mano de su padre.

Su madre susurró algo antes de retirarse a la alcoba matrimonial, algo que tal vez Dolores escuchó, (o no),  no quedó claro si Dolores lo escuchó o no, pero que seguramente lamentó de todas formas lo hubiera lamentado:

“Feliz cumpleaños”.

***

Al retirarse Dolores a su cuarto, María la siguió. La miró con los ojos llenos de lágrimas culposas y, ya no pudo seguir ocultando ocultar su pecado.

—Ay, no, María. No me digas que sabías… ¡Vos no! —La voz de Dolores se le perdió entre sollozos tras sollozo que le quebraban el cuerpo.

—¡Perdóname!, ¡perdóname mi Loles! ¡Se lo escuché al señor y sabía que era algo que no se podría cambiar! ¡No quería ser yo quien te diera la noticia!

Dolores no aceptaba lógica alguna y seguía con el ánimo alterado, balbuceando. Balbuceaba: “¿Por qué no me dijiste?, ¿por qué no me dijiste?”. 

María lloraba también y tomaba a Dolores en su brazos.

—¡Hay cosas que nos gustarían que fueran diferentes, pero que por más que queramos, no se pueden cambiar! El mundo es injusto. ¡Si lo sabré yo! Pero ahora tenes que ser fuerte y arreglártelas como puedas, mi Loles!

—No entendés… ¡No entendés nada! —Su apodo infantil solo parecía enfurecerla  la enfureció más: ser tratada como a una niña, como a una niña ingenua que no tuvo y nunca tendría control sobre su vida. Sus lágrimas parecían hervir y evaporarse junto a con su sangre,  y con esa calentura fue que echó a María de su cuarto, . sin estar dispuesta al perdón no estaba dispuesta a perdonarla. Por unos minutos se siguieron escuchando disculpas vehementes y arrepentidas del otro lado de la puerta, hasta que ya no se escucharon más hubo silencio. Y Dolores enloqueció.

Primero empezó como un calor, como la llama que se encandila antes de finalmente extinguirse morir. Sentía tanto calor que abrió su ventana, pero ni una gota de el aire no parecía aliviarla. Ni siquiera la luz no entraba al cuarto,. La luna había desaparecido.

Luego el calor se concentró en su estómago: cayó al piso como afiebrada, con ganas de vomitar. Empezó a resquebrajar su vestido hasta que el ardor que sentía se trasladó a sus dedos, y .el ardor se convirtió en picor. Un picor insoportable que la obligó a rascarse, a rascar sus dedos f,uriosamente, violentamente, como desquitándose de todo lo que sucedía a su alrededor. Se rascó furiosamente Hasta que sintió algo romperse. Pensó que tal vez se había arrancado un hilito de cutícula, pero al mirar sus manos tuvo que reprimir un grito de horror: la piel de su dedo estaba dada vuelta, en carne viva palpitante, dejando relucir, en su lugar, un cuero alquitranado. 

Luego del horror, entró como en un trance de placer, de alivio (pues el picor había desaparecido) y empezó a rascarse más. Más, más y más., hasta haber dado vuelta cada centímetro de piel que su cuerpo contenía. Y luego, cuando solo el cuero quedaba sobre su cuerpo, se sintió estirarse. Su nariz se estiraba frente a sus ojos  mientras se ensanchaba y cambiaba. Y sus dientes, horriblemente, parecían hacer lo mismo igual. 

Dolores Se sintió débil y cayó al piso de su habitación en cuatro patas, jadeando cada vez más fuerte. Ahora, sus dedos se unían y se daban nueva forma como si de arcilla se tratase, y nuevas uñas le brotaban de allí.

 Sus piernas cambiaban, y junto con ellas su espalda: ésta se arqueaba ferozmente y el hueso en donde terminaba su espina dorsal parecía crecer, crecer sin precedentes. 

Dolores, en su éxtasis, pudo sentir la ruptura del un hueso que crecía por fuera de su cuerpo, y que se cubría del mismo cuero alquitranado. 

Pelo empezó a brotar en áreas aleatorias de sus piernas, sus  y brazos, como si de un perro sarnoso se tratase. Pero Dolores ya no sentía necesidad de rascarse. Su dolor seguía allí, sus emociones seguían igual, seguía siendo consciente de su vida. Pero ahora se sentía diferente. Se sentía salvajemente poderosa. Y así, en 

 unos momentos nada más, ya no había una niña envuelta en sollozos en el medio de ese cuarto, sino una criatura jadeante, . Era semejante a un perro deforme, pero con el tamaño de un lobo, con una piel de alquitrán.

***

Mientras tanto, en un pasillo de la casa, la madre de Dolores estaba despierta. Pensó en escabullirse a… ¿Consolar? a su hija?. Pero, ¿qué debería hacer? No sabía qué hacer. No recuerda recordaba que su padre le hubiera haya dicho nada destacable cuando la casaron con Santiago, casi a la misma edad que su hija. ¿Qué hace una madre con una hija? ¿Cómo ama alguien una persona que nunca fue amadaamado?

Llegó hasta a la puerta del cuarto de su hija, pero unos extraños sonidos le pusieron los pelos de punta y la congelaron en el su lugar. Sonaban como jadeos, y gruñidos… Se preocupó de que tal vez un animal salvaje haya entrado al cuarto por la ventana, así que tomó un cuchillo de la cocina y abrió la puerta. A sus ojos les costó adaptarse a la oscuridad: .no había traído velas. Buscó primero a Dolores, sin encontrarla,. hasta que sus ojos dieron con el origen de los sonidos: un pavor la hizo temblar de pies a cabeza. Eso, esa masa deforme que simulaba ser algo, no era ningún animal salvaje que ella conociera. Su piel desprendía un olor fétido y brillaba como si estuviera cubierta de grasa. Sus patas se paraban con dificultad, y daban la apariencia de estar chuecas. Sus colmillos amarillos apuntaban a ella, y. le parecio haber encontrado al mismísimo demonio en forma animal. 

Automáticamente se persignó. y estaba a punto de gritar, cuando de repente la monstruosa criatura levantó lo que parecía ser su cabeza y la miró. a los ojos. Y, ahí fue, que la madre descubrió, con horror, que sus ojos tampoco eran los de un animal. Eran de humano. Inquietantemente humanos., con las pupilas diminutas y las venas resaltantes. Eran los ojos ámbar de su hija. Eran los ojos de Dolores. Y se dio cuenta de que la había encontrado.

La criatura emitió un segundo sonido, esta vez más fuerte, parecido a un alarido, y pretendió abalanzarse sobre su madre. Al ver a la criatura a los ojos llegó a una revelación, y recordó algo que se decía en el pueblo para estos casos. Empuño el cuchillo al revés y, con toda la fuerza posible, apuntó a lo que podía distinguir como la nuca de la criatura.Esta Quedó aturdida en suelo, y la madre aprovechó para salir rápidamente del cuarto y cerrar la puerta., poniendo Una vez fuera, puso una silla bajo el picaporte, con la esperanza de que la puerta aguantara toda la noche cerrada., pues como recordaba:

“El Luisón vuelve a la normalidad por la mañana”

Le salían lágrimas de pavor, y . empezó a pensar. Pensó en su madre loca, la que la había abandonado apenas nació, la madre que tendría la misma edad que Dolores cuando sucedió. Pensó en sus seis tíos maternos, y no quiso pensar más.

Prefirió enfocarse en el dolor que recién había comenzado a sentir sentía: se había cortado por accidente al usar el cuchillo al revés. 

Prefirió dormir su mente, y enfocarse en la sangre que goteaba en su lugar, mientras se repetía a sí misma:

“Mañana será un día importante”

Capítulo 5: Recuerdos liberados

Cuando Mercedes volvió a su vieja casa, su cálido hogar que se pudría por la humedad, su padre, Alberto, habló rápidamente:

—La hija de Arismendi se va a casar con tu hermano, mañana al anochecer.

Algo así sospechaba, Mercedes. Aunque se enojó por no haber sido avisada del plan, no le preocupó mucho más la decisión. Estaba segura de que a Luis no le importaría, aunque Dolores no fuera la muchacha más bella del pueblo. Su padre prosiguió, con marcado júbilo:

—¡Este piensa que meter a su hija va a cambiar algo! ¡Ja! ¡Si los hijos de la unión que continuarán en el poder tendrán MI apellido!

Mercedes sonrío: después de una vida llena de desgracias, su padre por fin obtendría su dicha. Su dicha bien merecida. En esa vida desgraciada pensaba, mientras esperaba que el sueño la invadiera, en su habitación.

Primero pensó en el casamiento de mañana, pensó en cómo tenía un solo vestido decente que llevar, y que ya lo había usado esa noche. Pensó en lo fácil que sería llevar a Dolores de su lado, teniendo en cuenta lo poco que le importaba la carrera de su propio padre. Era una idealista, pero sus ideas no la llevarían muy lejos. Muchas veces, la verdad debe subordinarse a la realidad, y ella tendría que entender eso.

 La bendición del pueblo, pensó.

 Ella, la bendición del pueblo, y yo, la maldición de mi familia. Tenía un cierto resentimiento infantil hacía ella. Tal vez, después de todo, nunca se entenderían. Casi por asociación, se encontró pensando en su madre: Ana. En su madre muerta, muerta tal vez incluso antes de que su corazón dejara de latir.

Se incorporó en su cama y extendió un lánguido brazo hacía el cajón de su cómoda, lo abrió y sacó una cajita de madera. De ella sacó la daga de plata, esa que conocía tan bien y a la vez tan poco. Siempre la saca cuando piensa en su madre. Pasa sus manos por el diseño de la cruz incrustada en su mango, y hasta a veces juega con sus lados filosos. Mientras juega como una niña, recuerda el día que la vio por primera vez: estaba en la misma cajita de madera, en un mueble viejo de la casa. Recuerda sus incesantes preguntas a su madre sobre el objeto, con la curiosidad absoluta de una niña ambiciosa. Su madre, hastiada, le había respondido algo que parecía más una leyenda que una verdad. Le había dicho que esa daga era de su madre, que una noche había delirado y afirmado que mató a un lobo con ella. Parecía enojada cuando se lo contó. Si la daga la hacía sentir tan enojada, ¿por qué la conservó y la guardó? Mercedes podría hacerse la misma pregunta. Ella también se enojó, cuando su madre murió.

Recuerda los lamentos de su padre, recuerda el cómo abrazaba a Luis, y el como ella quedaba justo fuera de su alcance. “Mi único hijo” repetía llorando. Eso era lo único que su madre les había dejado.

 Mercedes no entraba en los planes de su padre. “Pero aún así me crío” pensaba. La crío más que su madre, distante y fría, que nunca le hablaba si no era necesario. La crío más que esa figura angustiada y silenciosamente furiosa.

 La voz de su padre la formó. Él la incluyo en las largas conversaciones que tenía con Luis sobre las reglas del mundo, de la política, de la religión. No podía leer, pero podía escuchar.

En su mente, su madre la había abandonado, había abandonado a la familia. 

Ella no sería esa mujer enfermiza, ausente, inútil. Ella le sería útil a su familia, a su padre. Ayudaría a Luis en su mandato y allí encontraría su dicha, ahí empezaría su poder, y su vida.

Mientras concluían sus pensamientos, seguía jugando con la daga, como un cable a tierra. Se preguntó por su abuela, si habría matado a un lobo realmente. Se preguntó si sus ambiciones serían parecidas, o si en realidad habría sido igual de inescrutable que su madre. Mercedes se anticipó a lo que iba a brotar de sus ojos, pinchando su dedo con la daga. 

Y dejó la sangre gotear en su lugar.

“Mañana será un día importante”

Capítulo 6: Una historia pasada

Esa noche, la estancia de Ignacio estaba irreconocible. Ya no era ese lugar tranquilo, silencioso y ameno en donde pastaban las vacas. sino que Ahora estaba sorprendentemente iluminado y ruidoso, en medio de la noche oscura y callada. La gente del pueblo estaba dormida, así que nadie pudo enterarse del nacimiento de Dolores. Ni se enterarían, nunca, de todo lo que pasó después.

Había nacido una niña.: Don Ignacio no estaba muy eufórico, prefería hubiera preferido un varón. Pero mientras la casara con un buen muchacho, no habría mucho problema. El problema ahora era su mujer: Concepción. Estaba histérica, no paraba de pedir: “Aire, aire ¡Tengo que salir! ¡Déjenme salir!”, le rogaba a la matrona que seguía sosteniendo al bebé. Y es verdad que Ignacio la veía mal: estaba enrojecida, como afiebrada. Por un momento se asustó de que tal vez sus quince años no hayan sido suficientes para aguantar el parto, y la dejó salir a tomar aire en el patio. Después de todo, su mujer hacía eso a menudo: .Estar afuera calmaría su histeria y podría volver, lista para cumplir sus nuevas labores de madre.

Lo que no sabía es que en el patio la Concepción vería a Juana, la esposa de Francisco. Sus maridos eran como el agua y el aceite, pero entre ellas había crecido una especie de relación de complicidad   cómplice entre ellas: .Juana no podíapodría explicarlo con palabras, pero sentía cierta hermandad hacia la otra. Tal vez fue ese mismo sentimiento el que la llevó a escabullirse de su lecho para averiguar quée pasaba en la casa de Concepción.

Cuando Juana llegó hasta su lado, la otra no pareció inmutarse. Estaba fuera de sí, como un afiebrado que delira: murmuraba constantemente: “No puedo ser mujer, no puedo”. Juana le susurraba, al parecer, inútiles palabras de consuelo. Le decía que respirara hondo, pero Concepción jadeaba  parecía jadear, como un animal.

De repente, la otra pareció calmarse. Pero vendría algo que le haría pensar a Juana que quien necesitaría consuelo, sería ella misma.

“Soy un monstruo”

La piel de su amiga empezó a darse vuelta por completo, como quién da vuelta un vestido, con un sonido carnoso y repugnante. Se retorcía violentamente mientras una nueva piel, como de un cuero negro, parecía asomarse se asomaba en su lugar.

Su forma se estiraba y se deformaba monstruosamente hasta que, muy pronto, no quedaba nada de su amiga, sino una criatura chueca y salvaje, parecida a un perro sarnoso y malformado. Juana tuvo ganas de vomitar y se sintió desvanecer.: cayó al césped lejos de la bestia, pero pronto está se le abalanzó encima, con gigantes dientes amarillos y un olor fétido que le emanaba del hocico. A Juana Ni siquiera le dieron las fuerzas para gritar, así que simplemente cerró los ojos y aceptó en su cabeza que iba a morir, que esta criatura la iba a despedazar.

Hasta que sintió como algo le golpeaba la cara, cual gotas de lluvia. Y también se dio cuenta de que cómo la criatura no le gruñía, ni se movía para intentar lastimarla de ningún modo. Entonces abrió los ojos, y con horror se encontró con los de Concepción. Eran sus ojos ámbar.: humanos, no animales. Y cargaban la misma tristeza de siempre, aquella tristeza que hizo que Juana se acercara a ella e intentará cuidarla desde el primer momento.

Sus ojos parecían pedir algo, parecían pedir que todo acabaraá: [insertar verbo acá] un deseo de muerte.

Y solo entonces Juana recordó su daga, la que llevaba oculta bajo su vestido, en caso de que alguien la fuera a atacar. Agarró fuerte el mango de la daga y, en un acto de piedad, se lo clavó a la bestia. Que era Concepción, en realidad.

Mientras la sangre corría y los ojos de Concepción se asemejaban cada vez más a los de un animal ya sin alma, su esposo irrumpió en el patio:

“¿Dónde está? ¿Dónde está mi mujer? ¡¿Qué pasa?!”

Juana mintió, y le contó que mientras la otra había salido a tomar aire, un lobo salido del bosque intentó atacarla, y que ella salió a defenderla. Pero mientras le daba fin al lobo, Concepción se puso como loca y huyó a la espesura. Ignacio nunca se había fiado de la mujer, pero era difícil no creerle,  especialmente con el cadáver del lobo, o de lo que parecía ser un lobo, justo a su lado. También es verdad que durante los días siguientes todo el pueblo buscó y buscó a Concepción por el bosque, sin ningún resultado, como si realmente se hubiera esfumado en la espesura.

A Ignacio el evento le pareció bochornoso e inquietante, por lo que nunca habló mucho de ello con la gente del pueblo: especialmente del detalle del lobo.

Mientras Dolores madre crecía, su padre no escatimaría en contarle como su madre fue “una pobre loca egoísta que la abandonó apenas nació”. Al cumplir los 14, esa niña sería enlazada con un militar español de renombre: Santiago de Arismendi.

Y mientras Ana, la hija de Juana y futura madre de Mercedes crecía, su padre no escatimaría en lamentarse sobre cuánto había cambiado su esposa desde lo del lobo: “Parece que no se le va el susto, se enferma cada dos por tres, y nunca se separa de esa condenada daga, ¡es tétrico!”. Juana moriría joven, cuando Ana cumplía los 14 años. Pidió ser enterrada con la daga, pero su marido no le cumplió el deseo: veía esto como la oportunidad perfecta para olvidarse de ese objeto que tantas penurias le había ocasionado a su familia. Lo guardó en una caja, y su hija la encontró. Decidió conservarla ya que, extrañamente, era como un recuerdo de su madre. Esa madre que hubiera preferido pasará más tiempo con ella y menos con su locura.

Ana también sería enlazada, pero con un militar italiano, mucho más grande que ella: Alberto de Ortiz.

Capítulo 7: Día fúnebre

Dolores se despertó confundida, aturdida y desnuda, con un fuerte dolor en su nuca. La cabeza le daba vueltas, y al principio no registró del todo lo que pasó: todo en la habitación parecía normal, menos ella, ¿qué había pasado? Mientras se incorporaba y se ponía su camisón, la atacaron punzantes dolores de cabeza acompañados de recuerdos de esa noche. Agarró su cabeza y recordó la mirada de asco de su madre, y sobre todo, recordó su ataque. Le dieron ganas de llorar.

Intentó abrir la puerta, pero tras sacudir el picaporte varias veces, registró que estaba cerrada y se rindió. Se sentó en su cama y empezó a pensar: ¿qué le pasaría ahora? 

Las cosas no podían seguir como antes. 

Ahora no era solo ella, era un Luisón. 

O tal vez simplemente era “otra” ella.

La definición no importaba, porque para todos sería un monstruo de igual manera. Tal vez siempre lo fue, ¿le habrá dicho su madre a su padre? ¿La esconderían y cancelarían la boda? Irónicamente, le gustaba la idea. 

Mientras se hundía en sus propios pensamientos rumiantes, escuchó un ruido detrás de la puerta y, con miedo, intentó abrirla de nuevo. Ya la habían desbloqueado.

Se encontró inmediatamente con la fría cara de su madre, que la miraba con una mezcla de asco y miedo. Dolores habló tímidamente:

—Hola, madre.

La otra no dijo absolutamente nada, simplemente hizo una reverencia y se retiró 

Dolores estaba furiosa. Ella esperaba otra cosa, esperaba algo, ¿qué esperaba? ¿Qué le gritara, que la odiara? ¿O que simplemente la reconociera, reconociera su existencia? De nuevo la hacía sentir como si fuera nadie, como si fuera solo la bendición casual y fallida de un pueblo desilusionado. Las lágrimas amenazaban con asomar y se sentía estallar de nuevo, pero pudo ver a María, apenada, acercarse.

—Buen día, Loles… ¿Estás mejor?

Su presencia la cubrió como un cálido abrazo maternal, su ira se le escapó y decidió hacer ese abrazo una realidad mientras lágrimas, ahora frías, caían por sus mejillas. A pesar de cómo la trató ayer, ella aún se preocupaba…

—¡Perdóname por haber sido tan mala contigo, María!

—Shh, shh, ya está bien, todo va a estar bien… —Le acariciaba esa cabeza que tanto le dolía, y esa curita le hacía pensar que, por un momento, sus palabras podrían ser verdad.

Pero, ¿iba todo a estar bien? Dolores ya no era la misma y no sabía cuando el incidente de anoche podría repetirse. Recuerda que de chiquita le decían que los lobisones aparecían en los cementerios: ¿Aparecería el Lobisón en este casamiento, que era su entierro?

***

El anochecer se acercaba, y Mercedes se preparaba para la boda que iniciaría un nuevo capítulo en su vida: casi que se sentía como si ella fuera la prometida, en vez de Dolores. Este era como su regalo de cumpleaños, después de todo. Mientras se ponía, lastimosamente, el único vestido lindo que le quedaba, recordó el pequeño comentario de Dolores en la tertulia, y sonrío: tal vez, cuando Luis fuera gobernador, podría costearse un vestido de ese color. Y tal vez, cuando Dolores fuera su esposa, podrían acercarse y entenderse más. Tal vez hasta amistarse, quien sabe ¿O no eran ya amigas? Ciertamente así se sentía, como si se estuviera preparando para la boda de una querida amiga que ahora sería parte de su familia. Se preguntó cómo se vería Dolores en su vestido de novia: el color blanco iría bien con ella. El color de la inocencia, la pureza, el color de los corderos. Decidió llevar un bonete de ese color.

Volvió a sacar la cajita de su cómoda, como había hecho anoche, y pensó en llevar la daga: como un recuerdo familiar, como para que su abuela y su madre la vieran romper el ciclo de debilidad, vieran el comienzo de una nueva etapa. Escondió la daga bajo su vestido y se consideró lista para salir

***

El sol ya se había puesto y los “vecinos respetables” iban llegando uno a uno a la iglesia del pueblo. Mercedes y su familia llegaron primero, obviamente, pues traían al novio. Mercedes se buscó un lugar en primera fila del lado derecho, donde estaría su hermano. Pensó en que, muy pronto, sería literalmente su mano derecha, y su corazón se amanso.

Una vez que la Iglesia estuvo llena, empezó a sonar la melodía del órgano. Y todos esperaron, impacientes, que entrará la novia. A Mercedes le gusta pensar que la vio primero: Dolores entró, chiquita, del brazo de su padre. Su vestido se notaba era muy caro, y llevaba un velo en la cabeza que le ocultaba por completo la cara. Eso le daba un aire un poco tétrico a la novia, pero nadie piensa en cosas desagradables en las bodas.

La caminata a Mercedes se le hizo eterna, pero finalmente Dolores llegó a su hermano. El cura, que era hermano de Dolores, dijo unas palabras, le pidió el consentimiento a Luis, que dijo el esperado “Sí, quiero” y ahora solo faltaban las palabras de la novia.

—Dolores: ¿Juras recibir a Luis como esposo y prometes serle fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así, amarlo y respetarlo todos los días de tu vida?

Se hizo el silencio, y duró lo suficiente para instalar cierta confusión en los invitados. Tal vez algo haya susurrado Dolores, tal vez no. Tal vez algo que ninguno pudo oír. Pero poco importó para Mercedes, pues lo próximo que sintió fue como un coágulo de sangre le golpeaba el rostro.

Capítulo 8: Sacrificio en el altar

Dolores, agarrada del brazo de su padre, ese brazo que había decretado su defunción, se dirigía al hacia el altar. Al altar en donde su casamiento empezaba y donde sus ensoñaciones quedarían para siempre como eso, ensoñaciones. Tendría que quedarse en el pueblo para acompañar a su marido, y dar a luz a quiéen sabe cuántoscuantos hijos. Tal vez se volvería una mujer igual de conformista que su madre.

No podía aguantar el asco que todo esto le causaba, pero por lo menos podía disimularlo con su velo.

Llegó con quién sería su esposo: (ni siquiera recordaba su nombre). Y su hermano, el aquél que una noche de verano le había enseñado a leer la biblia y así la le había abierto a un mundo totalmente nuevo, era ahora el que se encargaría de sellar esta unión. Esta unión que desechaba su individualidad y que la dejaría para siempre como la esposa del gobernador de un pueblo desilusionado, al que seguirían explotando hasta su caída.

Su hermano está hablando, pero Dolores no puede concentrarse en nada: solo en que no sea el calor que sube por su estómago, y en el picor que trepa por sus dedos. Sus dedos donde que deberían llevar haber, ahora, un anillo. 

Siente que sus ojos empiezan a ver más claramente,. e intenta  estaba intentando ocultar su respiración agitada, cuando escucha a su hermano pronunciar:

—Dolores: ¿Juras recibir a Luis como esposo y prometes serle fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así, amarlo y respetarlo todos los días de tu vida?

No. No. No.

Pero en vez de sacar un “No” o un “Sí” de su garganta, solo logra sacar un gruñido. Un gruñido tan fuerte que parece hacer retumbar toda la Iglesia. Su cuerpo se retuerce, se da vuelta y se convierte en  adquiere su nueva forma. Y 

Dolores enloquece. 

O tal vez, se vuelve más cuerda que nunca.

Capítulo 9: Luisón y Porasy

Nadie entendía aún lo que pasaba frente a sus ojos, pero sabían dos cosas: El novio estaba muerto,. y era la novia quien lo había matado. 

O lo que debería ser la novia, pero era en realidad una bestia furiosa. 

Las personas gritaban y salían corriendo de la Iglesia, mientras la bestia se cobraba más víctimas: y se abalanzaba sobre los miembros de su propia familia. Tal vez algunos fueron a buscar armas, tal vez algunos se encerraron encerrarían en su casa sin más, otros decían: “¡Yo sabía que era un varón!”. 

Mercedes aún no podía moverse., estaba en shock. Veía el espectáculo sangriento ante sus ojos, veía el cadáver de su hermano tirado en el piso del un lugar sagrado, y sentía como  que ese cadáver era el suyo también., ella también había muerto. Todo lo que esperaba de su vida ya no existía, ni existiría jamás. Moriría siendo simplemente la hija de su padre, y nada más. Entró en un estado entre catatónico y delirante, estaba entre débil y fuerte. Para ella, la balanza solo podía inclinarse a un lado. Recordó la daga bajo su vestido, y la apretó fuerte.

Mercedes se levantó de su asiento y tomó una decisión. Llamó a la bestia, que sabía que en realidad era Dolores, en realidad. La bestia no se mostró violenta con ella, sino que  se amansó., y Mercedes pudo reconocer los ojos de la muchacha entre la piel alquitranada. Podía ver su frustración en esos ojos, sus las inmensas ganas de vivir una vida que nunca tendría. Ella podía entender eso. Pero Dolores le serviría para alcanzar la suya.

***

Sangre. Sangre. Sangre. 

Lo había hecho. Había cedido a toda su ira contenida y había masacrado, no a su familia, sino a los que, con instinto salvaje, identificaba como sus depredadores. Eran ellos o ella.

En realidad esto no resolvía nada, pues seguía siendo un monstruo incapaz de vivir entre humanos,: la carne atascada en sus colmillos lo evidenciaba. Tal vez su mayor problema sería siempre ella misma. 

Pero, mientras todos huían despavoridos de ella, logró escuchar algo que no fue un grito de horror:

“¡Dolores!”

Era Mercedes, aquella chica que seguía viéndola, aún en esta forma. No parecía asustada, aunque Dolores acababará de matar a su hermano, no parecía asustada. Sus ojos le parecían comprensivos, y cuando Mercedes acercó su mano a su hocico, Dolores bajó completamente la guardia. Y se dejó consolar.

Lloró en el regazo de Mercedes como si fuera una niña. O tal vez aún seguía siendo una niña. La sensación infantil la transportó a un recuerdo querido: cuando tenía 10 años, y estaba con Mercedes en un rincón de la casona mientras los adultos hablaban. Mercedes vestía de negro en ese entonces: su madre había muerto recientemente. Dolores recuerda enterarse y haber sentido tanta mucha compasión por aquella niña sola y sin madre. Pues, sin necesidad de que la muerte se involucrara, ella se sentía igual. Recuerda lo silenciosa que estaba aquella niña Mercedes., llena de furia, tal vez. Y recuerda cómo la tomó entre sus brazos y la abrazó, aunque Mercedes nunca haya sido demostrativa. Sintió que esa vez, una de las tantas paredes que Mercedes construía alrededor suyo se había caído, pues la sintió llorar en su hombro, en esa casa llena de adultos que parecían no ver a las muchachas como ellas. Ahora era la mano de Mercedes la que le acariciaba la cabeza y el hocico, lleno de sangre fresca, y era Dolores ahora la que lloraba en su regazo. La pared que había reconstruido,( pues nunca volvieron a hablar del incidente), se había caído de nuevo, en este entierro. Y Dolores pensó que Mercedes era como un ángel, un ángel que la estaba guiando a un lugar mejor mientras le perdonaba sus pecados. Tal vez si ambas huían de este lugar, de este pueblo maldito, algo podrían hacer juntas…

***

Mercedes se distrajo un momento con todo el ruido que parecía venir venía de las puertas de la Iglesia: la gente había vuelto. 

María estaba en las puertas cuando sucedió. Los esclavos no eran invitados a las bodas como tal, entonces se limitó había limitado a quedarse en la entrada y afuera para ver por las ventanas. 

Es verdad que cuando vio la matanza, se horrorizó. Pero más se horrorizó cuando la gente del pueblo volvió con pistolas y sables, listos para matar a aquella bestia que era su Loles. 

Más tarde, Los que ahí estuvieron hablarían de una negra que les bloqueaba el paso, al grito de “¡No la lastimen!”. Mostró tanto cariño hacia la abominación que todos asumieron que era una debió ser invención suya, creada con alguna magia macumbera propia de las brujas negras. 

A nadie le importó pasar sobre por encima de ella, pero cuando finalmente entraron a la iglesia, se encontraron con algo sorprendente.

Mercedes había domado a la bestia. Esta estaba recostada en su regazo, profiriendo grandes sollozos. Mercedes acariciaba su cabeza, y daba la impresión de ser una santa piadosa y la bestia, un simple pecador arrepentido. La iglesia parecía un escenario perfecto para tan conmovedora escena, pero el momento no duraría mucho.

Cuando Mercedes se aseguró de que Dolores había bajado la guardia, sacó la daga de su escondite, y la clavó lo más fuerte que pudo en su pecho animal. 

La criatura dio un alarido sin igual.: había sido traicionada. 

La sangre brotó de tal manera que salpicó por entero de rojo las ropas de Mercedes,  que se posicionó sobre el altar con la bestia. Esta era su boda, después de todo, su casamiento con lo que siempre quiso. Posicionada frente a un vitral sin brillo, pues la luna había desaparecido, recordó las historias que había escuchado, historias que le había contado su padre tal vez. E hizo algo para tomar su un trofeo y consolidar su triunfo. Tomó el cuello de Dolores, que no se resistía, y lo cortó con la daga, hasta separarlo por completo de su cuerpo. Sostuvo la cabeza en alto, y la gente del pueblo vitoreó vitoreaba. Y sorprendidos, todos vieron todos cóomo el cuerpo de Dolores volvía a la normalidad. Con su cuerpo expuesto, todos pudieron confirmar que no era se trataba de un varón, pero ahora todos creían convencidos que debió haber sido una bruja.

En ese momento, Mercedes se sintió divina. Se sintió Judit y se sintió Porasy, se sintió el culmine la culminación de todas las heroínas del mundo. Estaba tan extasiada con este nuevo poder, que seguramente no notaría al hombre que subiría con ella al altar y le arrebataría la cabeza de la bestia para exponerla él, en su lugar. Ni tampoco notaría a los que en breve lavarían todo el rojo de sus ropas. 

Tal vez ser la salvadora del pueblo, la bendición del pueblo, era un papel mucho más silencioso de lo que había pensado jamás pensó.

Y así es como murió a quien llamaban Dolores, la Maldición. En una noche oscura y sin luna. Acompañada, primero con el miedo y luego, con la alegría del pueblo.

   FIN. 

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