Ciclo Cósmico

por Jhon Melakh’tar

Cerca de lo cotidiano, los seres humanos reprimen sus verdaderos deseos y fingen normalidad para ocultar la realidad enfermiza que habita en ellos. Esta historia narra la desventura de un insecto atrapado por el bufido de un horror incomprensible. Él sabe que nunca debió abrir ese sello. Pero en la ignorancia radica la felicidad… ¿no es así?

Ahora está en una habitación oscura, ojos vendados, extremidades atadas. Jamás imaginó que un depredador de almas acechaba sus pasos. Con un simple susurro en lenguas muertas, despertó la verdadera cara de su destino.

Les brindo este hermoso y romántico cuento de horror. Ojalá nunca se vean en ese estado…

Alonso trabajaba día y noche en una empresa de oficinas. Supervisaba distintos sectores, aunque todos sabían que había llegado allí solo por los contactos de papá. Él no tenía idea de lo que hacía.

Un día conoció al joven nuevo: bien parecido, imponente, carismático. Enseguida eclipsó a Alonso. Las chicas dejaron de prestarle atención, los compañeros preferían la voz del recién llegado. Su rabia creció día a día hasta que decidió atacar de la peor forma: inculparlo de un fallo en las finanzas. El joven fue despedido, pero su mirada al marcharse lo persiguió como un cuchillo invisible.

Esa noche, Alonso intentó dormir. Pero primero vinieron los murmullos. Luego pequeñas arañas se deslizaron en sus oídos, serruchándole los tímpanos con palabras blasfemas hasta hacerlo vomitar un pedazo de su propio rostro. Al mirarse al espejo vio gusanos moviéndose entre sus tendones. “Cobarde”, murmuraban.

Al día siguiente la herida hablaba: “Sáquenme de este cuerpo, odio a este maldito cobarde”. El pánico lo llevó a cubrirse con apósitos y a bañarse en alcohol barato. Por unas horas, calló a la criatura que reptaba en su rostro. Pero al salir de casa escuchó un susurro añejo: “Nunca debiste…”

En el trabajo lo esperaba la pesadilla: el joven despedido estaba allí de nuevo. Se presentó con una sonrisa:

—Buenos días, creo que te llamas Alonso. El alcohol solo embriaga a los insectos… ten cuidado.

Las paredes se derritieron en coágulos amarillentos y el hedor del alcohol llenó su nariz. Su rostro le habló desde adentro: “Ahora huelo tu miedo. Qué deliciosa sinfonía”.

Alonso gritó: —¡Cállate!

Pero en la oficina todos lo vieron gritarle a una chica, nada menos que la hija del director. Su despido fue inmediato. Con el video viralizado, perdió sus contactos, su reputación y cualquier futuro.

Hundido en el alcohol y las pastillas, fue abandonado por todos. Y justo cuando pensaba tocar fondo, apareció de nuevo aquel joven. Alonso, enloquecido, lo atacó con una botella rota. No pudo contar las cuchilladas. Pero al ver el cadáver comprendió el horror: no era el joven… era Jaze, su antiguo compañero, su único amigo.

Atado, vendado, encerrado en un cuarto amarillo lleno de excremento y cuerpos en descomposición, escuchó la voz:

—El cosmos reclama su cuota. Podrás despertar si me ofreces lo que deseo. ¿O prefieres que los hombres que suben ahora te torturen hasta morir?

Aceptó. Cerró los ojos. Despertó en su cama. Su madre lo llamaba a desayunar. Todo parecía un sueño. Bajó las escaleras, vio la mesa lista, a sus conocidos sonriendo. Pero entonces, el aroma de la sopa lo golpeó: un hedor oscuro y ferroso. En la olla flotaba la cabeza cortada de su mejor amigo.

Todos lo obligaron a comer. Mordió labios, mejillas, ojos, nariz. Se atragantó, rezó, imploró. Nadie acudió.

Al día siguiente, los vecinos encontraron la peste insoportable. En su casa, un cuerpo cubierto de arañas y una inscripción en la pared:

“NUNCA DEBÍ HABER …”

Solo D…, desde el sótano de la empresa, susurró:

—Nunca debiste.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS