En este mundo tan maltrecho,
las tardes solo son polvorientas
y el alba, el humo de aquella fábrica
que mata este mundo.

En este mundo nuestros corazones
dos veces se juntaron,
se juntaron ante la vaga luz
de la última estrella moribunda.
Se sentaron dos almas,
convencidas de la muerte de su mundo,
a crear uno nuevo
con el divertir de sus sonrisas
y la calidez de sus caricias.
Se propusieron dejar este planeta,
volar al cosmos,
juguetear entre galaxias
y ver las estrellas tomados de la mano,
sintiendo la más intrínseca existencia
de la misma eternidad
en sus miradas enamoradas.

Pero el mundo corrompió aquellas almas,
destrozó los sueños eternos
y los anhelos declarados.
Una vez más caminan solos,
arrastrando los pedazos
de lo que alguna vez fue
el más sincero querer.
Solo quieren encontrar
entre los destrozos de esta tierra
ese mismo querer
que se quedó partido
en dos quebradizas miradas.

Si el universo mismo se subleva
ante el amar que sienten
al volverse a mirar,
la eternidad sentirá que se queda vacía
solo con ver sus labios acercarse.
Y la eternidad durará tanto
como sus pupilas se fijen
el uno en el otro,
charlando con el alma,
mostrando cuánto lloraron,
cuánto caminaron
para volverse a encontrar
y, a la corrupción,
con un “te amo” exterminar.

Si el destino se opone,
escapan a otro mundo,
al mundo de su querer,
y crean uno en el que
por siempre puedan juntos protegerse.
La tercera no se espera,
la tercera se crea,
por la voluntad de dos almas moribundas
que florecen juntas al amanecer.

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