Imploré tu ósculo santo,

mas tu ignívoma boca

pudo sino excomulgarme

de tu religión,

y aunque te recé

ocasos y amaneceres,

no hallé solaz en tu oración.

Estas hirsutas palabras

no encontraron a la diosa

en que te convertí, y que

ahora me arrojaba

al infierno de tu desprecio,

intentando escapar del Estigio,

fallando enrevesado

en la inefable contemplanza

de este dolor.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS