Estaba sentado en un ancho pastizal, meditando y en silencio, mientras observaba el pasar de una corriente tranquila.

Miraba absorto en mi vaga contemplación, cuando de repente…me sorprenden los cuerpos de tres hombres que flotaban en el rio, y se podía ver como estos, tenian múltiples heridas superficiales. Las cortadas ocupaban el largo y ancho de las piernas, abdomen y brazos.

Un enorme roble me cubría del calor cegador, porque dos horas antes, estiraba mis brazos y agitaba mis manos para recoger guayabas de un árbol bajito, de ramas numerosas y delgadas.

Estos guayabos se ubicaban cerca en la zona que daba comienzo al bosque, a unos doscientos metros de la entrada del parque.

A los veinte minutos de comerme tres guayabas maduras, tenía una leve pero molesta indisposición estomacal.

Camino intranquilo unos veinte metros hacia la derecha, donde se veían los numerosos robles de todos los tamaños que formaban un pequeño pero espeso entorno silvestre.

Voy caminando, sosteniéndome el estómago con la mano derecha y tambaleando con las piernas temblorosas por una pequeña bajada, llena de hojas secas por el calor y rodeada de diminutos nidos de hormigas negras.

Esta bajada delgada y estrecha, daba entrada al pequeño conjunto de robles, que ocupaban unos cien metros de ancho.

Mis debilitados pasos se combinaban con muchas náuseas y un mareo insoportable que por ratos, me obligaba a sentarme y a cerrar los ojos por un minuto.

Así me la pasé, explorando el interior de aquel bosque pequeño, hasta encontrarme con el roble más alto, el cual daba al frente de una pequeña corriente que conformaba el gran rio de la ciudad.

Me sentía perplejo al ver aquellos cuerpos con variadas laceraciones corporales, el mareo y las náuseas se acrecentaban por momentos con una profunda punzada en el pecho, y una respiración que por ratos era entrecortada. Había distraído mi mirada en el pastizal, pero al momento, volvía a observar la corriente.

Esta vez, nada, los cuerpos habían desaparecido por aquel rio, tan tranquilo, tan sosegado !Quién diría que arrastraría vidas expiradas en su primer aliento fúnebre!

Los cuerpos iban al ritmo de la fugaz corriente del rio, y aún así, recuerdo con nitidez algún que otro detalle, como aquella mancha rojiza que dejaban a su paso. Esta mancha se esparcía leve, omnisciente y expansiva como designio de una brutalidad sin límites.

Recuerdo vagamente los detalles característicos de cada uno; dos eran de piel morena y jóvenes, y el otro era blanco, de mediana edad.

El tipo blanco se veía gordo y corpulento, con una barba blanca que le bajaba hasta el pecho, aparentaba unos cincuenta años y a diferencia de los otros dos sujetos, este no tenía ningún tipo de ropa interior, ni accesorio en particular.

Uno de los tipos moreno, tenía ropa interior negra, un reloj plateado en su muñeca derecha y una barba de dos días.

Por último, el otro sujeto moreno se veía de ropa interior blanca, brazalete morado y un largo tatuaje de dragón verde que ocupaba casi todo su pecho.

Me detuve por un momento, perplejo sin saber que hacer o para donde ir. Quitaba desesperado y sin mayor éxito, los detalles amplificados de las heridas de los sujetos. Camine presuroso hasta una subida montañosa, dónde podía divisar, ya muy cerca de mi, la entrada del parque.

La pareja que horas antes había entrado conmigo, se marchaba después de sentarse en una banca a comerse unos sandwiches y alimentar a los patos con migajas de pan, de resto, todo el parque se encontraba vacío.

Era lunes por la mañana, y el guardia se encontraba sentado en la vieja caseta de la entrada, con un libro de sopa de letras recostado en la panza y un café a medio empezar en la mesita de madera que tenía de apoyo.

La señora que recibía el dinero de las entradas, estaba al lado del guardia, leyendo El Escándalo, una revista de farándula nacional, entretanto, colocaba sus piernas en la mesita y echaba una que otra risotada al momento de leer. La cotidianidad golpeaba con su ornamento opaco a unos pocos metros de la perversa fatalidad.

¿Qué pasó conmigo? Me fuí, me esforcé en borrar casette las horas posteriores al hallazgo, pero fue en vano, después de poco tiempo, volvía el recuerdo abrupto de los cuerpos flotando.

Como una fuente de agua clara y lúcida rememoraba aquellos cuerpos sin voluntad, !Víctimas de los destinos imprevisibles de la corriente!

Los días pasaban. Miraba en mi celular las redes sociales y mantenía metido en la sección de noticias. Prendía la televisión y con ansia veía el noticiero de las ocho de la mañana y del medio día.

En las noches, viendo que la televisión nacional le daba prioridad a los realities, buscaba en los noticieros regionales algún vestigio de información, incluso, miraba sus cuentas de Facebook e Instagram para monitorear los acontecimientos que reportaban.

A pesar del esfuerzo, no encontraba nada que calmara mi zozobra por conocer un poco acerca del crimen. Solo un periódico regional, hablo del acontecimiento, pero sin esclarecer el móvil de los tres homicidios.

Y mientras tanto, pasaban las semanas y la incertidumbre me tenía incontenible, respirando y balanceando mi cuerpo ante el misterio de la vida y a veces dudoso, ante el sigilo de la muerte.

A las tres semanas me surgió un trabajo para dar clases en una universidad de otra ciudad, y así me fuí para siempre, sin perder, la hermosa costumbre de visitar los parques y apreciar los detalles afables de la naturaleza nacional.

Aún respiro en los senderos adornados por enormes robles de copas frondosas y troncos prominentes, aún camino, vagando ante senderos estrechos encubiertos por una manta espesa de la seca hojarasca.

Aún puedo recorrer entre la naturaleza muerta y perderme un sus confines silenciosos, pero ya no puedo observar el fluir natural de una corriente sin que un escalofrío punzante me recorra el cuello y luego pase como dardo fulminante, al interior de mi pecho, provocándome un estado de alarmante agitación corporal.

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