Hasta el cuello, capítulo 15

Hasta el cuello, capítulo 15

Vulturandes

23/03/2025

 Esa tarde, Lucy consiguió arrastrarlo a Dalhousie Pier para ver el obelisk («la Batu Kepala Todak»). El enclave era la entrada al río que atravesaba la ciudad, separando de norte a sur a bules de chinos. Desde allí, el mar se extendía hacia las islas en el horizonte. El oleaje, como en todos lados, era muy peligroso para quien no supiera nadar aun si hoy estaba tranquilo; incluso Bimo había sentido impotente la fuerza de las olas sumergirlo no hacía mucho tiempo. En su estadía con los swaylos incluso había oído historias acerca de sampanes destruidos en segundos al estrellarse contra los grandes barcos; alguno de esos navegantes pudo haber nacido entre pescadores y arrastrado sin discriminación al fondo del mar.

 Lucy corría por los bordes del muelle. Bimo le gritó que tuviera cuidado. Le daba la sensación de que el suelo resbaladizo iba a botarla en cualquier momento.

 Decidió no preocuparse demasiado. Vio a un anciano sentado al lado de las escaleras de piedra con problemas para ponerse en pie. Caminó hasta él, y después de ofrecerle ayuda y pasarse su brazo por la espalda, se despidieron.

 Cuando volvió la vista, Lucy había desaparecido.

—¿Vio a una niña por aquí? —preguntó a un hombre despidiendo con señas a un bote con bandera portuguesa.

—No lo sé—respondió secamente.

Volvió a llamarla. Aparte del hombre, solo había cinco personas salpicando el suelo blanco con sus sombras.

 La llamó sin obtener respuesta.

 Corrió de regreso a la calle, pero de repente oyó un murmullo a su lado, y vio una pulcra camisa en la sombra del obelisco. La visión de su rostro confundido le produjo tal alivio que no se movió a pesar de lo cerca que Lucy se encontraba, con los pies colgando por el borde del rompeolas.

—¿Puedo sentarme?

 Ella dio una especie de respuesta amistosa, más despreocupada. Aunque Bimo tampoco se sintió muy bienvenido, por lo menos Lucy ya no trataba de huir.

—No vuelvas a salir corriendo otra vez, hay gente peligrosa alrededor.

—Nunca me he cruzado con nadie peligroso cuando salgo—respondió Lucy.

 Bimo se irguió sobre ella.

—¿Cuándo has salido? ¿A dónde…? ¿Aquí? ¿Tú sola? —Bimo palideció cuando ella asintió—. ¿Desde hace cuánto?

—Desde siempre.

—¡No debes…! ¿El señor Wood lo sabe?

—Tengo permiso cuando no hay trabajo—asintió Lucy—. Y ya conozco alrededor.

—¿Pero vienes aquí tú sola? —Bimo estaba incrédulo—. ¡No es bueno que salgas sin un familiar o tu…!—se calló antes de decir «esposo».

 Tradicionalmente en su aldea, las adolescentes solían ocuparse de las labores hogareñas y eran estrechamente vigiladas fuera, ya fuera en incursiones a los campos o por la aldea, resguardadas siempre de cerca por alguien. Especialmente de noche. Primero porque había un montón de riesgos, y en segunda, se debía tener en cuenta las opiniones de los demás; que una chica saliera de noche era que hacía algo extraño. En la enseñanza islámica existía el concepto de Balig Akil, lo que significaba ser responsable de uno mismo cuando adulto. Un adolescente era más responsable de sus propios dosa; sus pecados, que los padres. Para las mujeres jóvenes, el concepto de Balig iba atado con las enseñanzas islámicas sobre la identidad de las personas con las cuales podía relacionarse. Un grupo de hombres alrededor de cada mujer se llamaba muhrim; muhrim constaba de padre, hermanos, esposo y tíos. Las adolescentes no debían estar a solas con ningún varón que no fuese muhrim; era dosa.

 Seguramente sus padres o cualquier adulto (omitiendo a Tan y a Mei Ying) desaprobaría la proximidad que compartía con Lucy, incluso si no eran más que amigos. En cualquier caso, Lucy le despertaba instintos protectores, y ella parecía confiar en él pese a todo.

—Aunque no te pierdas, es mejor si te acompaño. Así que no vayas lejos, a menos que yo esté contigo.

 Lucy soltó una risa cristalina.

—¿Qué diferencia hay de salir sola que contigo?

 ¿Acababa de huir de un mercado de esclavos e insistía en ser tan descuidada saliendo sola?

—Puedo protegerte.

—¿Sabes pelear?

—Sí.

—¿Me enseñas?

—Solo si te portas bien.

 Lucy apenas lo escuchaba. Sus hombros, tensos al inicio, empezaron a bajar a medida que Bimo le contó del susto que le dio, y hasta comenzó a reírse con franqueza. Bimo notó que se había sentado sobre la hoja de palma que usualmente arrastraba con ella por la calle para cubrirse del sol y levantó la vista hacia donde ella miraba. Los barcos se volvían pequeños a medida que se adentraban en el estuario. Algunos se dirigían a Kampong Glam y otros se aglomeraban en medio del estuario, en apenas un punto de arena rodeado de agua cerca de la costa este. Había un kampong
allí ciertamente, pero Bimo jamás había oído nada al respecto o a qué se dedicaba su gente, o qué habría más allá de los bosques de palmeras. El punto era además muy pequeño para tener un mercado como los de Comercial Square, Hill Street o Kampong Glam.

 Inspiró hondo en sus pulmones el aire salobre agitando el largo cabello de Lucy, como un sarung
negro reluciente hasta la espalda, con sus pies jugando en la humedad del muro de piedra. Bimo vio con alivio que le daba despreocupadamente su perfil con una sonrisa, en una posición erguida hacia el frente, casi pendiendo al borde del rompeolas. Casi preparada para arrojarse al agua en el caso de que se sintiera amenazada. Por él.

 Le pareció que le picaban los ojos y apretó sus puños culpando al aire salado.

 De repente escuchó el sonido del agua recibiendo algo grande. Unas gotas frían salpicaron sus pies. Un bote a vela se preparaba para anclar. Cuando se giró, Lucy había desaparecido otra vez.

 Se paró de un salto mientras Lucy corría como un animal enloquecido por las escaleras de piedra y un hombre atrás suyo se echó a reír. Bimo pensó que si por fin resbalaba, a lo mejor por fin dejaría de correr.

—No corras—le gritó.

 Lucy desapareció por las escaleras.

—Lucy, que van a subir…

 Los hombres del bote se preparaban para desembarcar. Antes de decirle a Lucy que saliera de su camino, ésta se halló quieta en medio de las escaleras.

—Lucy.

 Como si hubiera recordado algo, dio media vuelta y regresó con él. En su cara se veía que se había ofuscado, como en la de Bimo.

—¿Por qué nos trajiste aquí? —la increpó Bimo, fastidiado de todos sus misterios.

—Me gustó la Batu Kepala Todak—insistió Lucy sin mirarlo.

—El obelisk.

 ¿Lo creía un insensato? ¡Cuando todo lo que hizo fue caminar por el suelo inestable del muelle y el obelisk a sus espaldas!

 Antes de recriminarle que era más sensato decirle qué buscaba en realidad, un policía se aproximó y les advirtió que se marcharan antes de que oscureciera, además faltaba poco para que los marineros, que solían deambular ebrios por el muelle durante las noches, regresaran a sus barcos.

—¿Podemos ir a ese? —señaló Lucy hacia el norte del río.

 El Engineers’ Pier era otro muelle y en casi tan mal estado como el Dalhousie.

 En ese momento, Bimo se dio cuenta de que la parte trasera de sus pantalones estaba mojada; tenía la tela prácticamente pegada. Recordó entonces al hombre riéndose y que no miró el suelo antes de sentarse… Le ardió la cara y apuró el paso para que Lucy lo siguiera.

—Otro día—le dijo cansado—. Mira, ya no falta mucho para que salgan las estrellas. —La hizo elevar la vista al cielo. Estaba algo nublado, pero era una mejor vista que la de sus pantalones.

—¿Cuál bitua? —balbuceó Lucy buscando en las nubes, entrecerrando sus ojos como un gatito asechando.

Bintan—le corrigió Bimo—. Aquella… El sol se pone temprano en esta época del año. ¿A qué hora los Wood cierran la tienda?

 Lucy frunció el ceño.

 Bimo le explicó que la mezquita inglesa del Padang anunciaba, con una campana, cuándo eran las ocho; a partir de esa hora nadie debía salir a las calles, para evitar asaltos y robos tras el anochecer. La campana sonaba por bastante tiempo, pero Bimo se guardó agregar que por cinco minutos.

—Se van antes—respondió Lucy tras pensarlo. Estaba tranquila, o fingía muy bien estarlo.

 Bimo no le dio más vueltas al asunto del muelle. Era muy obvio que si Lucy corrió a la escalera era que buscaba a alguien, y era frustrante que se lo negara. ¿Era tan indiferente para ella? Después de todo el apoyo que le ofrecía… Se dio cuenta de algo. ¿Quién querría no decirle su nombre verdadero o de dónde era?

—Tienes sucio…—dijo Lucy.

—Lo sé—suspiró Bimo.

 Decidió no tomarse en serio sus rarezas, por más lindos que le parecieran sus ojos.

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