
Desde que estoy pelada nunca había vuelto a pensar en ponerme linda o en besar a un hombre.
En ese lugar siempre me había cruzado con gente atormentada, hasta que lo vi a él, con su cicatriz dividiéndole la nuca, pero con una sonrisa abotonada entre las orejas.
Después de las agotadoras sesiones de quimio era un respiro oler la sal del océano de su boca.
Rodrigo me conquistó con su pavor a la muerte, y su forma de retroceder en cuatro patas hasta las porciones de vida que tenía más a mano.
Me enamoré estando enferma. La piel se vistió de jardines, como si yo misma fuese la primavera.
Abracé la noche que se aproximaba. La cabeza sin pelo, los sueños de angustia, las piernas muy flacas. Dejé que todo ardiera en el fogón de mis hojas secas.
Hablamos. Su risa y la mía se acurrucaron juntas en el abismo.
Abandonamos la sala de espera. Listos para habitar de a dos el resto de nuestras maravillosas vidas.
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