Hasta el cuello, capítulo 14

Hasta el cuello, capítulo 14

Vulturandes

24/02/2025

 Mei Ying acababa de entregarle un ramito de lilas a una anciana de la mano de su esposo, cuando una mujer de rostro familiar se le atravesó y escupió a los pies de la muchacha.

—Déjala—le ordenó ésta a Bimo cuando iba a rendirle explicaciones a la mujer, y procedió a gritar algo en su dialecto que hizo correr espantada a la mujer. De seguro no se había esperado eso.

—¿No es la mujer del otro día? —se sorprendió Bimo.

 La mujer se reunió con otra en la que Bimo reconoció a otra vecina del vecindario. Ambas comenzaron a susurrar mirando a Mei Ying y a Bimo.

 Mei Ying gruñó.

—Sus esposos debieron haberme hecho alguna visita a la casa de flores. Qué cerdos. Tienen esposa y aún asi buscan otras mujeres. No entiendo a los hombres… Ni siquiera Xiuying ahora quiere hablarme.

—¿Xiuying? Creía que eran amigas. —Bimo se sentía como una mujer mayor cotilleando, pero el asunto de verdad le entristecía.

—No sé de otro motivo para que dejáramos de hablar. Además de vivir con un hombre más joven que mi esposo bajo el mismo techo, no se me ocurre nada más que no fuera mi origen en el burdel.

 Bimo volvió a mirar a las mujeres.

—¿Mi compañía entorpece tu reputación? —preguntó con sincera tristeza.

 Mei Ying se encogió de hombros divertida.

—¡Me merezco algo mejor que tú! Además tú ya tienes a tu amiguita.

—Claro que no—respondió Bimo enojado. La chica nunca perdía la oportunidad de importunarlo y menos ahora con el asunto de Lucy.

—¿Y le enseñas las lecciones de lectura gratis? —insinuó Mei Ying con una voz que hizo enrojecer a Bimo.

—¡Sí!—respondió este desconcertado.

—Sácame de una duda, ¿qué hacía alguien tan «bueno» como tú en una casa de flores?

—Me dijeron que íbamos a cenar.

 Mei Ying esta vez se mostró verdaderamente sorprendida.

—¿Nunca habías estado en un burdel? —Era más una afirmación que una pregunta. Cuando Bimo negó, Mei Ying soltó una carcajada que hizo voltear con desagrado a los transeúntes hacia ellos. En todo caso, Bimo pensó que había esclarecido algo importante en el desprecio que Mei Ying le tenía, y que ya no tenía motivos para odiarlo.

—¿Ah Beng lo sabe? —preguntó Bimo de todas formas. Se refería a los chismes de las mujeres.

—¿Y por qué tendría que molestarlo con algo tan tonto? Puedo cuidarme yo sola.

 Lo decía solo para no preocuparlo ni a él ni a su marido, pero Bimo decidió dejarla sentirse invencible. En todo caso, él tenía sus propias preocupaciones con Lucy. Las clases la estaban volviendo más comunicativa, menos encerrada en sí misma. Ya no estaba lista para huir a lo que Bimo se aproximaba, pero seguía sin sacarle información.

 Bimo desconocía si sería igual así con la Mem. Si Lucy mostraba menos hostilidad hacia él con el paso del tiempo, la mujer desde el primer día parecía cobrar vida de su ensimismamiento cada vez que Bimo aparecía. Corría a su encuentro casi igual que una chiquilla, les ofrecía vasos de agua, golosinas; Bimo apostaba a que lo abrazaría de no ser por la distancia que acostumbraba a poner entre él y las mujeres. Por su parte, Helmer se mostraba grato de que continuara visitándolos. Cuando no flaqueaba por sus múltiples enfermedades, demostraba abiertamente su agrado por Lucy.

—¡Es nuestro amuleto de buena suerte! ¡Desde que está aquí, los perros ya no se acercan! —declaró con alegría una tarde. Casi tan contento como Tan, que ya no se quejaba del olor a caca del callejón. Y él tenía una manera especial para demostrar su descontento…

 Bimo había atravesado aquel callejón un par de veces para acortar y evitar el tráfico del puente Coleman. El callejón, aunque estrecho, conectaba directamente con el área de enclave, principalmente Teochew. Era una parafernalia marítima de godowns, muelles, obras de construcción para barcazas; pero ante la colina elevándose sobre las calles circundantes y el puerto abarrotado de barcos, una masa oscura se extendía en ruidosa sinfonía.

 Era la selva de manglar hablando.

 Si bien los períodos de silencio con su amiga en su mayoría eran frecuentes, Lucy los llenaba riendo con las historias de Bimo, pero también aquel silencio era barrido por pájaros e insectos extraños como un solo grito desesperado a la lejanía, donde las cosas oscuras parecían moverse débilmente. A Lucy parecían atraerle esos gritos más que nada. Los ojos grises de tormenta miraban fijamente el verde y negro exuberantes al otro lado de la calle, como habiendo tomado el lugar de los antiguos perros flacos.

 Aunque no dejaba que la distrajeran durante las sesiones de estudio; tal cual si se tratasen de la algarabía nocturna de Pecinan en el antiguo piso de Ah Beng. Al estudiar, Lucy solo contemplaba la tinta de las letras, con un silencio tan aplastante que a veces Bimo se preguntaba si en realidad estaba poniéndole atención.

 Lucy era buena estudiante cuando quería serlo, otros días era tan terca que Bimo tenía que poner toda su paciencia para no levantarse e irse de allí. En una ocasión se frustró al no entender la explicación y se levantó gritándole que la dejara sola. Bimo la condujo de regreso, pacientemente, a sentarse con él otra vez. Pero de todos sus episodios de mal temperamento, solo una vez Bimo se enfadó de verdad con ella. Ese día también le dio un nuevo susto. Lucy casi nunca lo miraba al hablar y él apenas podía encontrar su rostro entre el velo negro que era su pelo, pero la tarde en que salió a recibirlo fue imposible no notar la herida dibujada en los orificios de su nariz roja.

—¿Qué te pasó? —exclamó Bimo.

—Me caí—Lucy se encogió de hombros.

—¿Te caíste?

 Lucy insistió, a lo que Bimo la miró incrédulo.

—Está muy roja, ¿no duele? —Solo era una herida pequeña, pero estaba realmente roja, como si ardiera. Bimo pensó que ahora entendía a su madre cuando se alborotaba por los moratones que ganaba en su entrenamiento de Silat, aunque para él fueran recompensas—. ¿Puedes estudiar? Si no te sientes bien, lo dejaremos para otro día.

—No. —Lucy sonrió por un segundo y se sentó donde siempre, sobre una tela raída, como si el rincón junto a la puerta fuera su sitio predilecto para estudiar.

 Comenzaron con torpeza y siguieron así largo tiempo. Además de aprender el alfabeto, Bimo le respondía sus dudas sobre palabras que oía. Bimo creía que quizás la molestó con su preocupación exagerada, pero Lucy estaba especialmente indiferente hoy. No le llevaba bien el ritmo de las palabras o simplemente no retenía las oraciones.

—No lo entiendo.

—Es muy fácil: «Be» es «tener» y «ser». «Let’s be friends» o «Be careful».

—¿Careful? —vaciló Lucy.

—«Cuidado»—respondió Bimo.

 Lucy suspiró cansada.

—Son muchas cosas.

—Bueno, solo debes aprender lo básico para comunicarte con los Wood. No es que con mi ayuda vayas a acabar hablando como si fueras de su país.

 Lucy frunció el ceño con odio.

—No quiero hablar la lengua de unos perros rojos.

 Bimo se hubiera reído al ver el gris de sus ojos, claramente una herencia bule. En su lugar, cerró el libro en silencio.

—¿Por qué lo cierras?

—Yo no te hablo así. Ellos no te hablan así—señaló hacia la tienda—. No es justo que los llames de ese modo.

—¡Yo no tendría que estar aquí! —gritó Lucy, herida.

 Bimo se mordió el labio.

—¿Piensas que me gusta también? ¡Yo tampoco prefiero estar aquí! —replicó airado.

 Hizo una pausa, esperando una respuesta, pero ella sólo miró impasible hacia el final del callejón.

 Un estremecimiento pasó a través de Bimo, y al rato agarró la cantimplora y se la llevó a la boca. Luego, por primera vez, miró a la chica a la cara. Había dolor en sus ojos grises caídos. Los labios estaban ligeramente separados, resaltando la herida en los orificios de su nariz. Sus hombros colgaban a los lados, y solo por el color que iba y venía por sus mejillas marrones, podría haber muerto en este último acto.

 Bimo dio media vuelta hasta que la voz de Lucy lo detuvo.

—«Four Helmer».

—¿Qué?

—Ella me dio un… —Lucy rebuscó una figura invisible en su regazo—. Book—agregó al final— y dijo eso. ¿«Cuatro esposos…»? P-pensé que le había entendido…—tembló al ver la expresión confusa en su rostro.

—No, no… Bueno, suenan parecido, lo entiendo. Pero debió decir «for»; «para» Helmer.

 Lucy volvió a alzar la vista hacia él.

—¿Como «See» y «Sea»?

 Bimo asintió. Lucy era gruñona y se ofendía por cosas que quizás escapaban a su comprensión, pero no le cayó duda de que era inteligente y aprendía rápido.

—¿Cómo te caíste? —preguntó Bimo otra vez.

I sweep.

 Bimo se mordió las mejillas y Lucy lo miró sorprendida.

—¡No me río de ti! ¡Pensé en los cuatro esposos de la señora!

 Lucy se quedó con la mirada fija. En sus bonitos ojos grises apareció una mezcla de orgullo y desesperación.

—Todavía no se tanto como tú.

—¿Puedes armar una frase?

I-want-to-see-the-sea

Very well. —Le sonrió Bimo.

 A Lucy le gustaba el Padang, aunque la mayoría del tiempo recorrían la playa y se quedaban ahí.

—Por favor no trates de huir—le decía siempre el muchacho. No podía olvidar el encuentro con Lucy; se diría que ese día no le habría importado saltar al mar con tal de protegerse, y ahora cualquier acercamiento al borde del rompeolas conseguía alarmar a Bimo.

 Cuando no almorzaban en la tienda iban al prado, a la sombra de los árboles. Cuando no comían lo que Lucy pidiera, comían de la mano de Mei Ying; su nueva especialidad: pastel de mijo y azufaifa*. La joven esposa se sintió halagada por la preferencia de Lucy por su cocina y ahora siempre le regalaba a Bimo una porción de pastel con una sonrisa de oreja a oreja.

—Mientras más pronto te cases, más pronto esas viejas nos dejarán en paz.

—No lo haré—le dijo Bimo con ira.

—Pero, ¿a qué juntarse con ella si no la quieres? —gorjeó Mei Ying con voz pícara.

 Bimo arrugó su frente.

—No voy a verla por nada más. Es mi amiga.

—Jamás he visto a un hombre que pudiera resistir a una mujer—dijo Mei Ying—. Ni siquiera un monje. —Mei Ying tenía muchas anécdotas de visitantes a la casa de flores, y siempre terminaban en algo inesperado.

 Ya Lucy casi no necesitaba esconderse de él al comer. Quizás le relajaba ver a los animales que a veces pastaban —aunque se asustaba muy fácil de los bule que corrían con sus caballos a toda velocidad por el césped— o disfrutaba del aire del mar, Bimo no tenía idea. A donde fuera, permanecía encerrada en sí misma entre la multitud, como si no hallara su lugar allí. También notó que aunque Lucy hablaba melayu y desconfiaba de los hombres, no necesitaba jilbab. Ni siquiera lo conocía. Vagamente veían por las calles mujeres malayas cubrirse, como musulmanas, con un segundo sarung
de seda o algodón al encontrarse en presencia de otro hombre, dibujando sobre su cara una larga y estrecha hendidura de tela, mostrando solo sus ojos negros como el carbón y sus cejas finamente dibujadas, a las que Lucy contemplaba con admiración.

—Protege del sol, pero ¿por qué se cubren el rostro? —A medida que el sol ascendía más y más alto en el cielo, más mujeres se cubrían sus cabezas con sus sarung o elevaban sus sombrillas.

 Bimo puso una cara de entierro. No tenía objeciones en hacerse cargo de Lucy como un hermano mayor…

—Pues… Es muy importante cubrirte cuando sales, porque… Bueno, porque no está bien que hombres que no son de tu familia te vean. —Lo explicó tan bien como pudo y ella debió conformarse. ¿Acaso su madre no le habló de cosas de mujeres, o el bazar borró de su cabeza cualquier regla mínima de comportamiento?

—¿Se vuelven invisibles con el sarung mágico? —se emocionó Lucy, mostrando sus dientes blancos.

—¡N-no! Solo te cubre t-tu c-cuerpo… T-tú sabes… —No iba a seguir explicando, pero vio como Lucy fruncía el ceño. No más que él tras unas cuantas preguntas que le reveló, sin tropiezos, que ni siquiera había oído del Corán, y enterarse de que al parecer Allah era «una especie de cosa» muy inaccesible para su mente.

 Bimo creyó que su amiga quizás al final sí era algo tonta o que venía de un país muy lejano. Siendo mestiza, lo último era posible. En cuanto a lo primero, ella misma se lo ponía en duda. A veces Bimo imaginaba las historias más fantásticas, como que tal vez Lucy había sido raptada de muy pequeña a esa región y solo le alcanzó libertad para aprender el idioma. Aunque más allá de las especulaciones, era muy difícil saberlo. Sin embargo cualquier cosa se volvía posible cuanto más Bimo iba conociéndola.

 A Lucy no le atraía usar jilbab, pero de todos modos prefería esconder su cuerpo con mangas largas y su descolorido sarung hasta los tobillos. Jamás se sentaba en el suelo a menos que fuera sobre una hoja de palma o algo más, pero no parecía incómoda de ir descalza a todas partes y no obstante, siempre limpiaba sus pies con agua antes de entrar a la tienda. E inclusive a veces tenía algo de impúdica. Era posible que la única vez que escandalizó a Bimo fue una madrugada frente al Padang, en la playa que revelaba la marea baja dos veces al día.

 Dado por acabado el Mes del Fantasma y confiando en que ya no huiría, Bimo llevó a Lucy a la playa temprano en la mañana, dado que Tan quería que ocupara esa tarde en vender y Bimo no quería tener discusiones. Por las mañanas era tan bonito como describió Tan. El agua apenas ondulaba, quieta como un espejo, y descubría un largo tramo de arena. Ambos jóvenes se sintieron atraídos por la vista. Allí, Lucy se quitó la camisa, corrió al mar con el sarung alrededor del pecho como un niño pequeño y desapareció bajo el agua antes de que Bimo pudiera detenerla.

 No viendo ningún movimiento en la superficie con apenas oleaje, Bimo se quitó los zapatos y corrió hasta que sus piernas se introdujeron en el agua.

 Una cabeza negra emergió de la quietud del oleaje a varios metros lejos de la orilla.

 Bimo la llamó a gritos hasta que Lucy se elevó por encima de la superficie. Para lo lejos que se hallaba, el agua ondulaba limpiamente hasta sus muslos. Lo miraba extrañada entre los gritos de las gaviotas y sus propios gritos.

—¡No estaba tratando de huir! —gritó Lucy. Ahora era más visible que había ganado un peso saludable. Al salir, el sarung mojado se le pegaba al cuerpo, y se encontró con un muy indignado Bimo y un sermón de que su modo de actuar no era correcto. En todo caso, la ingenuidad de la muchacha era absoluta.

—¡Pero hace calor! Al menos déjame meter las piernas… —replicó Lucy palmeándose las rodillas.

—¡Ni hablar! —gritó Bimo furioso.

—¿Y solo los pies? ¡Solo voy a caminar, lo prometo! ¡Acompáñame! —rio agarrándolo de una manga.

 A Bimo se le heló la sangre. Trabajando con Tan, muchas veces vio en kampongs con cercanía al mar, como Pasir Panjang, a padres dejando a sus niños y niñas en la arena blanca y cálida. Estaban todos desnudos, a excepción de un pequeño babero de chintz atado a sus cuellos; por lo que no importaba cuánto lodo hubiese en la playa ni cuánto se mojaran en las cálidas aguas del océano. Si era cierto que Lucy venía de una aldea pesquera, que hablaba melayu pero no conocía el Islam, o que ni siquiera actuaba de acuerdo a su edad… Pero incluso en Pasir Panjang se predicaban las enseñanzas del Corán. En cualquier kampong, por lo que él sabía.

—No—respondió Bimo resoluto.

—¿No sabes nadar? —Lucy sonrió burlona.

—Sí sé. —Pero ella lo miraba escéptica. Era la primera vez, aún con su estupor, que Bimo la veía tan feliz. Eso le hizo recordar que seguía siendo una muchacha simple.

 Antes de seguir siendo arrastrado por su carácter infantil, sus ojos se abrieron de par en par. Quizás Lucy sí había sido raptada de pequeña. Se portaba como una niña; habría crecido sola y sin la palabra de Allah o de las buenas costumbres… Era tan cruel como le habían arrebatado esa inocencia que a Bimo ya no le importó nada, si prometía sólo caminar por la orilla. La verdad, a él le daba igual; no era sucio como sus amigos. Además a esa hora no había gente y el día ya estaba cálido.

 Lucy seguía sin soltar su manga y lo miraba con los ojos brillantes de un gatito juguetón.

—Bien, ¡pero no vayas a empujarme! —Al instante se arrepintió, sintiendo que solo le había dado una idea.

 Luego hablarían —independiente si raptada de niña o no— de cómo ahora, como mujer, debía ser cuidadosa con lo que hacía.

 Aunque más de una vez Lucy quiso zambullirse, Bimo descubrió que la mejor forma de retenerla en la orilla era señalando el gran número de botes y pequeños barcos llegando y marchando desde los enclaves.

 Se sentaban en las rocas del rompeolas, contemplando las maniobras de los swaylos
a lo lejos.

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