Diego Torres sueña.
No ha sido fácil, pero dos gramos extra de salvia han obrado el milagro.
Todo era borroso, cambiante, y ha estado vagando por los tejados de esa extraña ciudad onírica sin llegar a ningún lado. Estaba demasiado ansioso, o demasiado drogado, o tal vez simplemente no creía que la cosa fuese a funcionar.
Pero al fin ha dado con el sitio. O uno que se parece mucho.
Y la criatura está ahí. O una que se parece mucho.
Así que deja atrás la deslumbrante visión de la enorme antena escarlata y desciende hasta el callejón.
Realmente podría ser Madrid, una versión de la Calle Álvarez Gato llena de extraños grafitis y algo deformada, pero aún reconocible. Incluso están los espejos. Estos son de cuerpo entero, como los originales. Torres se asoma al cóncavo y un niño esperpéntico le guiña un ojo. En el convexo, un anciano barbudo le amenaza con su bastón.
La pesadilla espera entre las sombras hasta que el hombre termine de aclimatarse antes de entrar en escena. Necesita que esté bien lúcido para lo que tiene que proponerle. Y no es fácil mantener la cordura en La Ciudad de los Sueños, Palacio de los Deseos, donde todo es posible.
Porque bien podría olvidarse de su verdadero objetivo y soñar que su hermano está vivo. Crear una ensoñación corpórea, como quien encarga un robot con la forma de un hijo fallecido y se niega a despertar. Eso sería lo fácil, ¿verdad, my friend? Pero este humano parece dispuesto a caminar por el lado difícil del Sueño, y tal vez pueda servir a su propósito.
Todo eso piensa la pesadilla mientras observa a Torres desde la oscuridad púrpura del callejón.
Y Torres, ¿qué piensa? Aún está aturdido por la salvia. Le gustaría encenderse un Ducados, sí, eso estaría bien, una calada larga, un buen chute de nicotina que le espabile del todo. Se mira las manos, borrosas, fluctuantes, y visualiza la cajetilla. La original, azul y blanca, sin fotos de pulmones podridos, sin “Fumar mata” jodiendo la marrana. Se produce un chispazo escarlata, una vibración entre los dedos, y ahí está, su primer objeto onírico listo para consumir.
Se ilusiona como un niño abriendo el precinto transparente, rompiendo el paquete, sacando un cigarro. El resto no tiene ni que pensarlo: se lo lleva a los labios, otro chispazo, y el cigarrillo empieza quemarse lentamente mientras aspira. Sí, eso es, realmente todo parece posible en esta ciudad onírica. Y sonríe mientras el gato negro se frota contra su pierna derecha.
Claro que Torres no es consciente de lo extraordinario de todo lo que acaba de pasar, pero la pesadilla sí lo sabe. Sabe que lo ha encontrado, un humano capaz de manipular el tejido onírico a su antojo, casi sin pensarlo. Y quiere domarlo, guiarlo entre las sombras, convertirlo en su aliado. Pero, también, cumplir su promesa, romper el vínculo que le ata a los callejones de la ciudad humana, y ser, al fin, libre.
—Bienvenido al Callejón del Gato, novato —ronronea.
—Así que eres real.
—Es una forma de verlo.
Torres ríe con ganas mientras da un par de caladas al Ducados. Tiene un sabor seco y ahumado. Como un buen tabaco negro, piensa. Profundo, terroso, equilibrado. Solo por esto, ya va a merecer la pena la resaca, my friend.
Luego se agacha y acaricia a la criatura, que se deja rascar detrás de las orejas con deleitación.
—Tú y yo tenemos algo pendiente… —murmura el soñador, a punto de dejarse llevar por la embriagadora sensación de placer que recorre sus dedos— … así que vamos al grano.
—No has venido solo a pasear, ¿eh?
—Busco algo.
—¿De veras? —ronronea la pesadilla mientras se lame la pata izquierda. Sus ojos azules se clavan en los suyos—. Aquí, las respuestas no son gratis. Y a veces, incluso cuando las pagas, no es seguro que te gusten.
Torres deja caer la colilla, que se desintegra en un destello escarlata al tocar el suelo adoquinado. Levanta la vista y le sostiene la mirada con un brillo burlón.
—En ese caso, tengo algo que ofrecerte —dice la pesadilla—. Pero, antes, hagamos un pacto.
—¿Un pacto, como en las historias de fantasía?
—Como en todas las historias, novato. El héroe inicia su viaje por una tierra extraña, se encuentra con un aliado y hacen un pacto. Así empieza todo.
—Ya veo.
—Vamos a lo básico. Dame un nombre.
—Así que de eso se trata. De acuerdo. Veamos…
Diego Torres se incorpora, cruzando los brazos en un intento de ocultar su nerviosismo. Observa a la criatura con una sonrisa irónica, pero sus ojos delatan la fascinación que lo embarga. Aunque parece solo un gato negro atusándose los bigotes, hay algo majestuoso y aterrador en él, como si fuera un dios antiguo, el dios de todos los gatos, Deus Omnia Cat. Esa mezcla de belleza hipnótica y amenaza lo inquieta profundamente, pero decide enfrentarse a la criatura con el humor que le queda.
—¿Qué tal “D.O.C.”?
—“Doc”…
Torres apenas tiene tiempo de saborear su propia broma antes de que el aire del callejón comience a vibrar. Una oleada de energía lo envuelve, densa y tangible como un pulso eléctrico. Las sombras a su alrededor se mueven, y el gato, esa criatura que ahora es Doc, empieza a deshacerse en hilos carmesíes mientras se abalanza sobre él.
Los espejos del callejón vibran al unísono, reflejando figuras borrosas de otros lugares, de otros tiempos. Los reflejos parecen entrelazarse con los suyos, como si estuvieran fusionando sus identidades, y Torres siente cómo todo su cuerpo empieza a deshacerse en filamentos rojizos que fluctúan hasta enredarse con los de la pesadilla.
Algo tira de su mente, intentando descifrar sus pensamientos, leer sus recuerdos. Es incómodo, como un picor en las neuronas. Intenta rechazarlo, pero las hebras envuelven sus piernas, suben por su torso, se entrelazan con sus brazos hasta llegar a sus manos. Torres siente un calor súbito y una presión que le obliga a abrir las palmas mientras sus venas se cosen a sí mismas con hilo escarlata.
—No te resistas, humano… —ronronea la pesadilla, su voz entretejida con la oleada que sacude el callejón—. Un nombre tiene poder, y tú me lo has otorgado. Ahora compartimos el Sueño, y nuestras madejas son una sola.
Torres intenta apartarse, pero sus piernas no responden. El vínculo parece materializarse como cuerdas invisibles que le unen a la pesadilla. A pesar de todo, algo dentro de él no puede evitar encontrar cierta fascinación en la energía que los envuelve. Su consciencia y la del gato se enredan en una madeja interminable y de pronto maúlla, un sonido bajo y gutural que resuena bajo el cielo púrpura de la ciudad onírica.
—“Doc”… sí, es un buen nombre.
—¿Qué mierda está pasando?
—Tranquilo, ya casi estamos.
Torres siente cómo su cuerpo se relaja, o mejor dicho, se entrega. No puede luchar contra lo que ha sucedido. Al otorgarle el nombre, ha sellado un lazo con esa criatura, uno tan profundo que trasciende el plano onírico. Un pacto forjado en la oscuridad del Sueño, que ahora define ambos destinos.
El gato se aleja, caminando con esa gracia elegante y letal. Su sombra se proyecta sobre el soñador, haciéndolo parecer más pequeño, más vulnerable.
—Sí, no está mal para un novato. Ahora ya puedes llamarme cada vez que vengas aquí. Lo diré de nuevo: “Bienvenido al Callejón del Gato”
—Por todos los demonios, Doc. Habíamos quedado en que ibas a hacerme un buen descuento —dice Torres, frotándose las manos con gesto dolorido.
La criatura se convulsiona. Torres reconoce un maullido que parece una carcajada, y le guiña un ojo.
—Tienes sentido del humor, humano. Te aseguro que ni en las rebajas de enero te hubiese salido más barato.
—Pues menos mal.
—Y, ahora que hemos terminado con los trámites coñazo, ¿qué sigue? Ah, cierto, ¿te gustaría volver a ver a tu hermano?
—Eso estaría bien para empezar.
—Pues ya sabes cómo va el rollo. ¿Estas listo?
—Claro, muerde con ganas —dice el inspector, ofreciéndole la mano.
El gato no se hace de rogar, y clava sus colmillos como agujas de escarcha entre los dedos del soñador. Torres siente un latigazo helado, un tirón en las neuronas. Todo se vuelve azul y su visión se desploma en fragmentos, como un espejo roto.
—Es curioso, tu hermano también me llamó Doc…
Escucha como un eco lejano, antes de caer en la pesadilla.
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