CHAMÁN – 4. La Caza

CHAMÁN – 4. La Caza

Meri Palas

18/11/2024

Así que novato, piensa Torres. No me libro de la etiqueta ni en sueños. Y agarra el bate con las dos manos, dispuesto a todo.

Lo primero que ve es un fogonazo rojizo.

El cíborg corre con el brazo izquierdo en alto. De sus nudillos metálicos saltan chispas hasta que toda la mano se le enciende, como una sirena de bomberos.

—¡Vamos, IronShade, dale con todo! —grita la pelo-verde dando saltitos de felicidad.

Torres aprieta los dientes, sintiendo el peso del bate en las manos, la vibración que le sube por los brazos como un eco del resplandor rojizo. Es la primera vez que ve a un cultista del Puño Mágico en acción.

El cíborg avanza a toda velocidad. Cada paso retumba en el estrecho callejón como una apisonadora. Su puño es un globo de metal fundido que ilumina las paredes fluctuantes. Parece hacerse más grande e incandescente, tanto, que su brillo se refleja en las pupilas dilatadas de Torres, impidiéndole distinguir el final del callejón.

La criatura no se mueve. Solo la amalgama de sombras que cambiaba de forma a su alrededor parece volverse más densa. No muestra miedo ni intención de huir, como si el ataque del cíborg no fuera más que un leve contratiempo en su existencia.

IronShade suelta un rugido metálico, el sonido de un motor viejo y oxidado a punto de reventar, y lanza el puño en un golpe descendente, directo a la cabeza del gato.

El choque resuena como un trueno, y la onda de energía hace temblar las ventanas de los edificios cercanos. Pero un segundo antes de que el puño del cíborg impacte, la criatura se desvanece, dejando tras de sí una espiral de vacío púrpura. IronShade golpea el suelo con un estruendo que hace vibrar el callejón, levantando una nube de polvo y escombros.

Se oye un maullido que suena como una carcajada. De la espiral emerge una mandíbula monstruosa que arranca la cabeza del cíborg de cuajo, zarandeándola y escupiéndola contra las paredes del callejón, una amalgama de cables chisporroteantes.

El bate de Torres se astilla y vuela en pedazos.

La chica del pelo verde levanta el suyo en actitud defensiva.

El cuerpo del cíborg se tambalea hacia un lado, su mano todavía ardiendo, la energía aún crepitando en su muñeca. La bruja aparece de pronto, sujetando los restos que comienzan a desmaterializarse en partículas de aerena, flotando como diminutas luciérnagas rojas.

En medio del caos, el intelidogui reaparece junto a los dos bateadores, deslizándose entre las sombras del callejón. Se solidifica de nuevo, esta vez con una forma más definida: un rostro felino tallado en ébano, ojos azules clavados en Torres.

—Oye, novato —ronronea—. ¿No te gustaría que cazase un par de humanos para ti? Podríamos divertirnos un rato. Ellos creen que no pasa nada. Un mordisco, algo de dolor, tal vez unos instantes angustiosos… pero luego se despiertan en sus camas con una sonrisa. Sí, ellos no saben nada. Porque con cada mordisco, mueren un poco; les robo un pedazo de sus almas. Un recuerdo importante, aquel olor inconfundible, la calidez de un abrazo… esos son mis trofeos, la tarifa plana que les cobro por despertar sanos y salvos. Es justo que sobrevivir a una pesadilla tenga su precio, ¿no crees?

Torres siente un escalofrío, una sonrisa torcida se dibuja en sus labios. La pesadilla le habla como si compartieran una broma privada. La voz en su mente es un susurro afilado, como el crujido del hielo al romperse. Vaya, vaya, parece que al fin podré divertirme un poco, piensa.

—¡Cuidado, novato! ¡No dejes que ese monstruo se te acerque! —grita la chica.

Tarde. La criatura ya está ahí, ronroneando, frotándose contra su pierna derecha… y clavándole entre los tendones dos colmillos pequeños como agujas de escarcha.

Siente el mordisco antes de que su mente pueda procesarlo. Un latigazo helado, un tirón en las neuronas. Todo se vuelve azul y su visión se desploma en fragmentos, como un espejo roto.

De repente, se encuentra deambulando por un pasillo estrecho. Una neblina glacial desdibuja la escena, el aire tiene un olor extraño a electricidad y flores marchitas. Reconoce el sofá desgastado, la ventana de la buhardilla, la pipa de salvia rota en el suelo…

Iván está allí, sentado en la alfombra persa, acariciando al gato. La criatura ronronea, frotándose contra su pierna. Torres se mira las manos, aturdido. ¿Sigo soñando? Todo parece distinto, más real. Su hermano sonríe, una sonrisa congelada, como si supiera algo que él ignora.

—Hola, Di —dice Iván, sin mirarlo—. Siempre tan serio, ¿eh?

Torres no responde. No puede. Está atrapado en la visión como un invitado no deseado en su propio sueño. Su hermano mete la mano en el bolsillo y saca algo. Un disquete. Un maldito disquete, como si estuvieran en el siglo veinte. El gato se gira hacia él, su mirada azul atravesándolo.

—Esto es para ti —dice Iván, extendiendo la mano hacia el vacío.

Torres alarga el brazo, pero antes de que pueda tocarlo, la escena se deshace. La neblina glacial lo cubre todo y lo succiona de regreso.

El callejón. Está de vuelta. La pesadilla lo suelta y Torres cae al suelo, jadeando. A su lado, la chica del pelo verde lo mira con una mezcla de confusión y recelo.

—Vale —dice Torres, acariciando al monstruo—. No sé qué mierda está pasando, ni de dónde has sacado eso, pero lo haremos a tu manera. Más te vale hacerme un buen descuento, my friend…

Se levanta y agarra los restos del bate con las dos manos, dispuesto a todo.

—¿Qué coño estás haciendo, novato? —Blair corre hacia ellos.

Torres aprieta los dientes, sus ojos fijos en los de la criatura. Nota el peso del disquete imaginario en sus neuronas.

—Vamos —dice mientras escupe al suelo—, empecemos la caza.

Blair ya está sobre ellos. Aparta a la chica de un empujón y sonríe. Pero es una sonrisa breve. Luego, sin previo aviso, golpea a Torres en el estómago con el bate metálico.

—Novato de mierda.

Torres siente el aire escaparse de sus pulmones y cae de rodillas. El dolor lo envuelve. Antes de perder la consciencia escucha la risa de la bruja, como un eco distante.

Entonces, se despierta.

El techo gris de la buhardilla lo recibe como una vieja pesadilla conocida. Al otro lado de la ventana, Madrid amanece entre la niebla y el parpadeo de los primeros semáforos.

Vigilia, la realidad. Y, sin embargo, algo ha cambiado. El gato, su hermano, un disquete. Necesita respuestas. Pero antes, una ducha. A veces, los sueños dejan más suciedad que la realidad.

Se levanta, la cabeza aún dándole vueltas, y siente cómo sus pies aplastan los restos de la pipa de salvia, esparcidos sobre la alfombra persa.

La caza ha comenzado.


CONTINUARÁ…
¡Cada lunes, un nuevo capítulo!

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS