Capitulo 2: Cambios

Desde aquella noche, el mundo cambió. Los acontecimientos ocurridos en Lima, Perú, el 31 de octubre fueron denominados “La catástrofe de Halloween”, en la cual más de 100 personas perdieron la vida y alrededor de 150 resultaron gravemente heridas. Diversos eventos comenzaron a suceder alrededor del mundo: en Italia encontraron a un grupo de Strega, en Francia la legendaria bestia de Gévaudan se manifestó frente a los pobladores de la «ciudad de las luces», en África fue visto cerca de un hospital el ser conocido como Tokoloshe, y en Lima apareció aquel llamado por muchos Pishtaco.

El mundo reportaba que cada mito y leyenda escrita en la historia de la humanidad parecía volverse real. Paralelamente, diversos grupos que durante años se creían ocultos o parte de conspiraciones comenzaron la cacería de estos seres. El mundo había cambiado. La civilización, las reglas del juego… todo se había transformado en una lucha por la supervivencia.

Se decía que el Vaticano estaba planteando reactivar la antigua Orden de los Templarios. Mientras tanto, las muertes provocadas por estos seres olvidados por el paso del tiempo seguían en aumento. Sin embargo, a Arnold nada de esto le interesaba. En su habitación, sostenía el último regalo de su madre: un accesorio de su disfraz para esa fatídica noche, una hoja oculta manchada de sangre… no solo de ella, sino también de sus amigos.

—Mamá… —Su voz temblaba mientras se echaba en su cama, abrazando aquel regalo. Recordaba una canción que su madre solía cantarle de niño, una que le pedía nunca olvidarla, amarla hasta el fin de su vida—. Mamá…

El joven comenzó a llorar. Un grito desgarrador resonó en aquella casa que alguna vez había sido hogar para tres personas y ahora solo albergaba a dos.

—Arnold… —Su padre abrió lentamente la puerta de su habitación. Sus ojos rojos y brillantes eran testigos de un dolor que ambos compartían. Sin embargo, sacó fuerzas de donde no tenía y se acercó a su hijo—. Sácalo, hijo. Sácalo todo.

El grito de su hijo, cargado de dolor por haber perdido a su madre frente a sus ojos, se mezclaba con su propio llanto silencioso. En su pecho Arnold cargaba la culpa de no haber podido hacer nada para salvarla, ni a ella ni a sus amigos. Su padre, compartiendo ese pesar, lo abrazó con fuerza. La habitación, que alguna vez fue de un azul cielo, ahora se sentía gris, opresiva.

—Es mi culpa, papá. Yo pedí ir a ese parque… Es mi culpa.

Aquellas palabras fueron como un puñal en el corazón de su padre, quien negó rotundamente con la cabeza. Comprendía el peso de la culpa que cargaba su hijo porque él mismo sentía lo mismo.

—Hijo, por favor, no te culpes por esto —le dijo, besándole la cabeza. Intentó mantenerse fuerte. En su mente repetía que debía ser el pilar para su hijo, que tenía que cargar con todo el dolor en silencio para poder darle esperanza—. Arnold, nada de esto es tu culpa.

—Cuando cierro los ojos, papá… Puedo ver ese momento. Podía tomar la mano de mamá y jalarla hacia nosotros para que no… para que no… —Arnold no pudo terminar la frase. Odiaba decirlo, odiaba enfrentarlo.

Su padre entendió. Veía a través de los ojos de su hijo la misma agonía que él sentía. «¿Qué hubiera pasado si…?», «¿Y si hubiera hecho esto o aquello…?» Eran pensamientos que atormentaban a ambos.

Con el poco aliento que le quedaba, el padre de Arnold lo abrazó con fuerza mientras el joven se ahogaba en su propio llanto.

—Es hora, Arnold. Debes cambiarte —le dijo, limpiándole las lágrimas—. Es momento de despedirnos de tu madre.

Arnold no quería ir al entierro. No quería despedirse de su madre. Pero, forzándose, obligó a sus piernas a moverse. Su padre le dio tiempo para cambiarse. A pesar de estar entrando en la adolescencia, Arnold se sentía como un niño pequeño, deseando que todo esto fuera un sueño. Sabía, sin embargo, que no lo era.

Antes de salir, tomó su cuaderno. En la tenue luz del mediodía escribió una carta que dejaría en el nicho de su madre:

Mamá,

No sé ni por dónde empezar… Todo lo que quiero es abrazarte otra vez, pero no puedo. Mamá, a veces cierro los ojos con tanta fuerza, tratando de imaginar que vuelves, que me llamas para desayunar juntos o para sentarnos a almorzar. Pero no importa cuánto lo desee, sé que eso no va a pasar.

El último regalo que me diste… lo abrazo como si mi vida dependiera de ello. Me quedo horas con él entre mis brazos, esperando que, de alguna manera, me lleve al pasado, al momento en que me lo diste. Pero solo es un recuerdo, uno más que me duele.

Mamá, hay tantas cosas que nunca te dije. Te extraño más de lo que las palabras pueden explicar. Extraño tus «buenas noches» y tus «buenos días». Extraño hasta tus regaños cuando hacía algo mal. Sé que a veces no fui el mejor hijo. Que mis notas no eran buenas, que prefería quedarme jugando en vez de estar contigo. Perdóname por todo, mamá. Perdóname por no ser mejor para ti cuando más lo necesitabas.

Recuerdo cuando era más pequeño y pensaba que siempre estarías ahí, que nunca te irías. Pero ahora no estás, y me siento tan solo, mamá. No sé qué hacer sin ti, no sé qué decir, no sé cómo seguir. Me siento como un niño pequeño que no entiende nada, que no sabe nada, y lo único que quiere es que su mamá lo abrace y le diga que todo estará bien.

Por favor, mamá, no me olvides. Donde sea que estés, no me olvides. Porque yo nunca te voy a olvidar. Te llevo conmigo, en cada paso, en cada pensamiento. Pero no puedo dejar de pensar que ya nunca voy a ver tu sonrisa otra vez.

Papá también está destrozado, aunque trate de esconderlo para cuidarme. Lo veo. Lo siento. Los dos estamos rotos sin ti. Mamá, ninguno de los dos sabe cómo vivir sin ti. No hay un día que pase en el que no te extrañe.

Siempre seré tu hijo, mamá. Siempre seré tuyo. Viviré para honrarte y moriré siendo de ti. Te amo más de lo que las palabras pueden decir.

Tu hijo, que siempre será tuyo.

Durante el camino hacia el cementerio el muchacho guardo la carta en su bolsillo, el brillo que tenia sus ojos ese ultimo 31 de octubre habia desaparecido. Al ver las calles la seguridad habia aumentando, a pesar de estar en primavera, la lluvia empezó a caer, como si el cielo tambien llorara a los que se han ido, el joven Arnold a pesar de tener una crianza católica muchas veces se hacia preguntas sobre que hay más allá de la muerte, anteriormente dudaba si las personas que morían iban al paraíso o al infierno, pero muy dentro de él quería creer eso, quería creer que su madre y sus amigos estaban en paz.

—El padre del Joel me llamo antes de salir, el sigue con miedo de salir, no podrá venir-Al escuchar a su padre, Arnold reviso su celular viendo un mensaje de su mejor amigo diciendo “lo siento” —No lo culpo, espero que tu tampoco hijo, todo lo que vieron ese día, debio ser un trauma muy fuerte.

Arnold se quedo en silencio, el no pudo ir al velorio de sus amigos, sentía una gran culpabilidad por sus muertes tambien, el consideraba que todo lo que les paso era porque el insistió en ir al parque Kennedy ese día, si hubiera tenido otra idea, aunque esa catástrofe hubiera sucedido ellos no hubieran sido afectados directamente.

Al llegar al cementerio, el joven pudo ver a su alrededor, habia más gente ahí enterrando a sus seres queridos, no era el único que habia perdido a alguien, aunque su madre le enseño a tener empatía en situaciones triste, el joven no podía sentir empatía en ese momento hacia otras personas y ante sus pérdidas, el joven aun tenia el recuerdo de su madre, sus últimos momentos y sus deseos de volver a verla.

Al llegar a casa despues de dejar la carta en el nicho de su madre, Arnold se dirigía a su cuarto hasta que su padre lo detuvo-saldremos de esta, aun nos tenemos el uno al otro, hijo buscaremos ayuda profesional para superar esto-aunque el padre intentaba tambien decirse eso asi mismo, era muy dificil creer que se podrá superar lo que paso con tanta facilidad o en poco tiempo. Arnold entro a su habitación, su padre lo vio desde abajo y al escuchar su puerta cerrarse sus piernas perdieron la fuerza, su mano levanto su cabello tapando la mitad de su rostro, sus lágrimas empezaron a caer – perdóname por no tener las palabras correctas, tampoco se que decir, tampoco se que hacer, Sol perdóname por no haberte podido proteger-Oscar, el padre de Arnold miro las fotos que estaban en las paredes de aquella sala mientras rompía en llanto. Un hijo había perdido a su madre. Un hombre había perdido a la mujer que amaba. Una familia había perdido una parte de sí misma.

Mientras los muertos eran enterrados, el mundo seguía girando. Pero bajo estas nuevas reglas, la humanidad debía adaptarse a la presencia de los seres que siempre habían estado ocultos entre nosotros.

—¿De verdad debo quedarme en este país por varios años? —preguntó un hombre al salir del aeropuerto del Callao. Hablaba en inglés, con un marcado acento francés.

—Si encuentras la razón de aquellas luces en el cielo, podrás irte antes —respondió una voz a través del teléfono, firme en su tono.

—Todo esto es un desastre —murmuró el francés, revisando su billetera—. Necesito cambiar mi dinero a la moneda local.

—Actúa bajo tus criterios, Moreau. Intenta pasar desapercibido. Los de la Luna Rosie se han estado moviendo por Sudamérica.

—Entonces, ¿la idea de que este último acontecimiento es el inicio para encontrar la entrada al gran trono y a la corona… es cierta? —preguntó Moreau.

—Esperemos que solo sea una suposición. Si es verdad…

—Estamos jodidos.

Moreau salió del aeropuerto, observando las calles bajo la lluvia. Aquellos que permanecían ocultos habían comenzado a moverse. Algo grande estaba a punto de desatarse.

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