Hasta el cuello, capítulo 2

Hasta el cuello, capítulo 2

Vulturandes

01/11/2024

                                                                            2

 En el rompeolas atestado y árido, el sol ondulaba en espejismos hasta caer al mar en picado. De pie viendo entrar un tongkang, Bimo fue incitado por la rareza de sus dos mástiles.

—¿Otro barco de Siam?

—Es de Penang—le corrigió un hombre tangren que estaba cerca de él—, junto con aquel que está allá, de China…—Fue clasificando los juncos chinos con velas escarlatas; los clíperes que hacían la ruta a Borneo, a Filipinas, a California; las pinas de dos mástiles para aguas profundas; los vapores carboneros; las goletas que iban a Batavia, tripuladas por chinos, con capitanes holandeses y buzos malayos. Ese hombre sabía hasta a quiénes pertenecían los twakow:

—Rojo, verde y blanco, Hokkien; rojo, Teochew…

 Mientras hablaba, Bimo lo examinó plantado sobre sus pies como un elefante sobre sus patas, alto; vestía de azul. Su piel curtida por el sol denunciaba a un hombre de mar.

—¿Usted trabaja en el puerto?

—Sí —respondió—; soy taikong de una casa de ultramarinos.

—¿Es sinkeh?

 Rio bondadosamente:

—No. Los sinkehs son hombres recién llegados. Yo llevo acá ocho años. ¿Llevas mucho aquí?

—Solo unos meses.

 Siguieron conversando. Se llamaba Chen, y cuando supo que se encontraba constantemente en busca de pequeños trabajos, le miró unos segundos.

—Bien, aquí —extendió la mano por el muelle—hay trabajo. Basta con querer trabajar, y con los swaylos se gana más que en los molinos. Haremos una prueba de una semana, ¿te parece bien?

 Bimo alzó la mirada, sintiendo como si le goteara todo el cuerpo.

—¿Me da trabajo? —preguntó, ruborizándose de alegría.

—El taikong tiene derecho a elegir su tripulación. Entra y veremos si tienes lo que busco.

—¿Aunque no sea chino? —titubeó Bimo.

 Chen soltó una risa.

—¿Y eso qué me importa a mí? Pareces un hombre cabal; hay que probarlo.

 Corriendo al día siguiente, para el asombro de Ah Beng y guiado por Chen, Bimo embarcó en un twakow
Hokkien. A bordo el taikong lo presentó a otro tripulante joven; Lian Areng quien, oscuro y esbelto, se limitó a mirarlo de arriba abajo. Intercambiaron unas palabras incomprensibles para Bimo que, sin saber qué hacer, miró azorado de un lado a otro cuando los swaylos desamarraron y Lian se puso al timón.

 Momentos después atracaron al costado de un carguero tailandés. Un hombre gritó por la borda, y la respuesta de los swaylos atronó anticipando una gruesa red de fardos saltando por la borda hacia la embarcación. A Bimo le pareció que los aplastaría y buscó resguardo junto al mástil… La carga descendió a un metro sobre el twakow. Chen y Lian tomaron la red e intentaron balancear la pesada carga. Lleno de confusión, para Bimo era un desafío mantener el equilibrio en medio del balanceo causado por el oleaje del océano. Pero el rugido de Lian lo estremeció:

—¡Arrea, su ku!

 Bimo se colgó de la red sin pensar, forcejeando hasta hacerla tocar la superficie del twakow. Chen y Lian empezaron a estibar los fardos. Haciendo lo mismo que ellos cogió un bulto, y aprovechando el mismo movimiento oscilatorio del caucho empaquetado, Bimo lo hizo rodar hasta la reducida bodega. Pero la carcajada de Lian lo detuvo:

—No, compañero, así no. Estos fardos de caucho pesan cien kilogramos cada uno y si los arrojas por cualquier parte, desestabilizas todo el peso de la embarcación. Mírame a mí.

 Arrastró un fardo a la bodega del twakow, caliente como un horno, hacia una pila de fardos en hilera. Un olor nocivo abrumaba el espacio, de por sí húmedo, de la bodega. Chen rio cuando Bimo repitió sin equivocación la lección recién enseñada y Lian aulló sacudiendo sus hombros.

 Cerca de mediodía, el taikong
lo llamó a proa:

—Lo has hecho bien, ¡no hay trabajo en esta vida que no se aprenda! Y lo primero que debe aprender todo swaylo, es cocinar. Haz fuego en este pote. En este botellón hay agua y en este saco están los víveres. ¡Comencemos! —Y riendo a carcajadas le extendió un wok magullado.

 Cuatro horas después Lian los regresó silenciosamente al muelle. Chen y Lian se fueron, y Bimo continuó su camino.

 Pasó los próximos días llegando a la orilla del río antes de la salida del sol, haciendo de la embarcación su segundo hogar, fondeado o navegando del muelle al barco, del barco al muelle, en donde los choor coolies lucharían con la carga hasta trasladarla al twakow y los swaylos
apilarían más carga de los cargueros en el profundo y ancho vientre del twakow. Trabajaban a un ritmo silencioso, empujando las cajas de pescado seco entre regatos de sudor corriéndoles por el rostro y el cuerpo. Al terminar de cargar la red, afirmados en la borda, recuperaban el aliento.

 A mediodía los choor coolies se llevaron la última carga. Bimo se tendió en la popa, Chen iba al timón y Lian, sentado en la borda, golpeaba los talones sobre las costillas de la embarcación. Por ese día no tenían nada más que hacer, y una vez en el muelle, Lian se secó la frente:

—El “rompe huesos” es buenazo para despertar el cuerpo—repuso a Bimo, bostezando, y después exclamó: —¡Qué hubo, Tan!

 A Bimo se le cortó el aliento. El hombre estaba sentado en el rompeolas, a unos metros de ellos. Una bandada de charranes graznaba tras un enganche de sinkehs que llegaba de China. Los corredores los desembarcaban de un junco por una tabla afirmada por un extremo en la popa de la embarcación hacia el muelle. Raquíticos, mugrientos, miraban la ciudad con ojos de animal angustiado.

—Me dan ganas de retorcerles el gaznate a esos corredores—dijo Tan de pronto, apretando los puños—. ¡Embarcan a la gente peor que cerdos! Parece que la culpa la tuvieran los hombres por dejarse llevar así, pero si se niegan a embarcarse en esa forma, los dejan varados, y casi todos vienen escapando, y antes de morirse de hambre prefieren cualquier cosa. Y esperar a que te contraten es peor… en el casco, amontonados como ganado, a oscuras, sin agua… —Entonces rompió en un rugido imposible de descifrar, tanto para Bimo como para sus amigos, marchándose.

 Y dado que seguía refunfuñando a lo lejos, sin otra cosa mejor que hacer, Lian los instó a seguir al aguador que, furioso, chillaba como si estuvieran doblándole una extremidad. Estaba iracundo y mientras andaba siguió maldiciendo en un dialecto extranjero; escupía con rabia, soltaba puntapiés a los perros que encontraba y daba puñetazos a las paredes. Amedrentado por la rabia de aquel hombre, Bimo no se atrevía a decirle nada para calmarle. De pronto se detuvo:

—Yo me voy por aquí. Hasta luego.

—No te vayas, Tan; acompáñame al Kongsi—invitó Lian.

—¿Al Kongsi? ¿A qué? ¿A oír hablar tonterías? Hermano aquí, hermano allá… Mejor me voy a dormir.

 Y se alejó, balanceando su enorme cuerpo.

—Este tipo es como los chacales—dijo Chen—. No pertenece a ninguna de las kongsises, pero aparece por allá cuando hay alguna disputa; quiere matar a éste y al otro… Se agarra a bofetadas con el primero que lo mire mal, y ya está: a la estación de policía…

—Sin embargo, es buen hombre—rió Lian—, ¡pero tan bestia!

—¿De dónde es? —preguntó Bimo.

—¡Quién sabe! Apareció un día cualquiera. Me parece que tiene un amigo cercano; el día que los vi en el muelle incluso se saludaron entre abrazos, lloraban y todo…

—¿Y se llama así, solo: Tan? —preguntó Bimo con el estómago hundido.

—Qué se yo. Tampoco nunca lo he oído hablar en su dialecto. —Lian arrugó su frente—. Mira: “Tan” se escribe y se pronuncia igual en dialecto Hokkien, Teochew, incluso en Hai Nan, ¿no, Chen? —A diferencia sus compañeros analfabetos, otra responsabilidad del taikong, además del reclutamiento de swaylos, era necesario que Chen llevase la carga bajo las reglas y regulaciones portuarias, algo que exigía saber leer y escribir—. No debe querer que lo pille alguien.

 Bimo se percató de que hasta ese momento jamás había oído al aguador hablar su dialecto, ni siquiera en frente de Ah Beng. ¿Su amigo lo notaría?

 Era un alivio descubrir que no era el único con cosas que ocultar.

—Que no se te ocurra nunca insistirle por su nombre o de dónde es. Es capaz de abrirte el cráneo en dos.

 Bimo no pestañeó al pensar en el gran cuchillo del viejo al cinto.

—Cuando llegó aquí yacía en cualquier parte, robando, mendigando…

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